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cáncer de tiroides

Superé el cáncer de tiroides después de 17 años

Ilustración
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Gloria Hernández, pensionada de 73 años, ha enfrentado el cáncer de tiroides por 17 años. Con varias cirugías y tres sesiones de yodoterapia, su fortaleza y el apoyo de su familia la han mantenido firme frente a esta enfermedad recurrente.

Esta historia comenzó en 2007 con un pequeño tumor en la glándula parótida derecha, que fue removido mediante cirugía. En 2011, noté una pequeña bolita en mi cuello que fue creciendo lentamente. Creció poco a poco y se me hizo raro, porque empecé a darme cuenta de que mi organismo tiene una característica: es muy asintomático, así que no sentí trastornos, cansancio, nada.

Fui al médico general, quien de inmediato me remitió al endocrinólogo. Este palpó una bolita en mi cuello, le pareció anormal y me dijo: "Hay algo en la tiroides". No tenía ningún antecedente de salud al respecto. Y el especialista me envió enseguida a un cirujano de cabeza y cuello, quien me hizo una biopsia en la glándula tiroides, que se localiza en la parte frontal del cuello, debajo de la manzana o nuez de Adán. Tiene forma de mariposa (dos lóbulos unidos por una porción angosta) y produce hormonas que regulan el ritmo cardíaco, la presión arterial, la temperatura corporal y el peso. Días después, me notificó que tenía cáncer de tiroides.

Al principio, es posible que el cáncer de tiroides no ocasione ningún síntoma. Es silencioso. A medida que avanza, entre sus signos y síntomas se encuentran, hinchazón en el cuello, cambios en la voz y dificultad para tragar.

Me impactó mucho cuando me lo dijo. No lloré, pero sí me preocupé. Sin embargo, hay en mí, gracias a Dios, una fortaleza que consiste en saber que yo podía superarlo, que tengo fuerza interior, y las capacidades espirituales, emocionales y afectivas para afrontarlo. Durante mucho tiempo estuve muy bien y tranquila, con el apoyo constante de mi familia y de mi esposo, quien ha sido mi cuidador y siempre está pendiente. Él me repetía con insistencia: “De esta también vamos a salir”. Eso ha sido muy positivo para mí.

El cirujano me indicó que debía someterme a una cirugía. La intervención fue complicada. Se suponía que duraría unas tres horas, pero terminó siendo de cinco. Me hicieron lo que se llama “un vaciamiento total”. Hicieron una incisión desde cuello y el pecho hasta el esternón, y extrajeron la glándula tiroides y las paratiroides; estas que cuatro glándulas circulares pegadas a la cara posterior de la glándula tiroides y producen la hormona paratiroidea, que controla los niveles de calcio y fósforo en la sangre. También me removieron algunos ganglios linfáticos, que son las pequeñas estructuras que producen células inmunitarias que ayudan al cuerpo a combatir infecciones y enfermedades.

“Hoy en día, cuando una enfermera o un médico ve la cicatriz, me preguntan si me hicieron una cirugía de corazón abierto”.

Desde entonces comenzaron los controles cada tres meses. Inicié el tratamiento tomando levotiroxina, con dosis exploratorias para verificar cuál era la que necesitaba, hasta que los médicos la encontraron. Y este medicamento se convirtió en mi nueva tiroides. 

Después de la cirugía, mi cuerpo dejó de producir calcio, por lo que debo consumirlo en pastillas. Ha sido tarea de los médicos monitorear, a través de exámenes de laboratorio, cómo lo asimilo. Si detectaban alguna deficiencia, aumentaban la dosis de calcio. Lo mismo ocurría con el fósforo, para prevenir la osteoporosis.

La primera terapia con yodo radiactivo

Dos meses después de la cirugía, me sometí a un protocolo de preparación para la primera yodoterapia, una radioterapia con yodo radiactivo para destruir las células cancerosas sobrevivientes a la cirugía. Durante dos semanas, tuve que seguir un ayuno total de sal en los alimentos. Esto me generó decaimiento y cansancio, y aunque comía, nada me saciaba. Incluso al comer una fruta, sentía una sensación incómoda en el estómago. Aprendí que la sal me da fuerza y vitalidad. 

En esos días fui a la clínica para que me aplicaran Thyrogen, un medicamento que, según el médico, estimula las células tiroideas para que absorban el yodo radiactivo. Me inyectaron dos dosis, pero después de la segunda me sentí muy mal. Un dolor fuerte en la espalda me agobió, no tenía energía para nada y estaba completamente agotada, fulminada. 

Al terminar las inyecciones preparatorias, me citaron en ayunas a la clínica para recibir el yodo radiactivo. Me asignaron una habitación con una cama, un televisor, una silla y un baño. Me puse la piyama y al rato entró una médico con una cápsula en las manos. La colocó sobre una mesa y me indicó que me preparara para ingerir el yodo. Me recomendó que le quitara la tapa y al beberlo no derramara una gota. Así lo hice. Lo bebí de un solo trago y no me supo a nada. Al rato percibí una sensación pastosa en la boca, como si saboreara plomo.

La yodoterapia es el tratamiento más indicado para combatir el cáncer de tiroides. Como esta glándula capta el yodo del torrente sanguíneo para sus procesos metabólicos, para producir la hormona tiroidea, el suministro de yodo radioactivo permite que se adhiera a las partículas normales de yodo y destruya las células tumorales que haya en la glándula.

Comenzó entonces el régimen de agua: debía beber seis litros en 24 horas para eliminar el yodo por la orina. A las dos horas me llevaron el desayuno y, después de varios días, volví a comer alimentos con sal. Entré en estado de observación permanente, pero en aislamiento, sola en la habitación. Las enfermeras no ingresaban y no podía recibir visitas. Los alimentos y el agua me los dejaban en una ventanilla en la puerta. Además, no podía permanecer acostada, tenía que caminar alrededor de la cama.

Durante los días que estuve internada, debía bañarme varias veces al día. En cada baño, me enjabonaba tres veces con jabón líquido y luego me enjuagaba el jabón y el champú, repitiendo el proceso. Esto ayudaba a reducir los niveles de radioactividad que mi cuerpo exhalaba a través de la piel. Al usar el inodoro, que era metálico, debía bajar el agua tres veces en cada uso.

Finalmente, me dieron de alta con varias recomendaciones. La principal: debía permanecer aislada durante una semana, sin que nadie se acercara a mí, ya que la radiactividad podría afectar a los demás e incluso ser letal. Seguí con los baños, pero solo dos veces al día. Luego, regresé al consultorio para un examen de rastreo, que verificó cuánto había funcionado la yodoterapia. En esa ocasión, no se detectó cáncer.

El cáncer resurge 10 años después

Viví 10 años con controles médicos, exámenes periódicos y tomando medicamentos contra el cáncer. A finales de 2021, reapareció un nódulo en mi cuello, sobre la glándula parótida (salival) izquierda. El nódulo creció hasta convertirse en una masa grande, así que volví al médico. Tras una evaluación inicial, me hicieron una ecografía con mapeo para examinar todo el cuello, y encontraron varios ganglios inflamados. De algunos, tomaron biopsias y confirmaron que el cáncer había regresado.

En 2022, volví al quirófano. Además de la masa en mi rostro, me extirparon varios ganglios afectados por el cáncer. El médico me advirtió que podría quedar con parálisis facial de un lado, ya que el primer nódulo, operado hace 10 años, estaba en la misma zona. Al realizar la sutura sobre una cicatriz antigua, el tejido endurecido provocó que mi rostro quedara torcido. Sin embargo, las terapias mejoraron mucho mi apariencia. Cuando termine este proceso, espero someterme a una cirugía para corregir el párpado inferior del ojo derecho y elevarlo un poco.

Según Luis Leonardo Rojas, oncólogo adscrito a Colsanitas, algunas teorías sugieren que el efecto de las hormonas sexuales, en especial de los estrógenos, pueden jugar un papel importante en el mayor riesgo de tener cáncer de tiroides. Otros factores son la exposición a radiación como parte del tratamiento de otro tumor, la historia familiar de cáncer de tiroides o la deficiencia de yodo en la dieta.

De nuevo siguió el tratamiento y la recuperación. Continué tomando mis medicamentos de control, especialmente la levotiroxina, que siento como una quimioterapia permanente. La tomo todos los días a las cinco y media de la tarde. Mis citas de control eran cada tres meses, luego cada seis, y finalmente cada año.

Un año después, en 2023, unos exámenes de laboratorio de rutina revelaron una nueva amenaza. Comenzó otro ciclo de exámenes: análisis de sangre, ecografías, mapeos y biopsias del cuello, incluso en los tejidos alrededor de las clavículas. Las biopsias fueron muy dolorosas, quedé con inflamación y maltrato. Los resultados patológicos confirmaron que eran cancerosas.

En agosto de 2023, me sometí a mi cuarta cirugía. Me extrajeron unos nódulos del lado izquierdo del cuello y me formularon otra sesión de yodoterapia, aunque menos intensa que la primera. Me la realizaron el 24 de febrero de 2024. Tras recuperarme, en el seguimiento, el médico me informó que el cáncer persistía en algunos nódulos del cuello y había hecho metástasis en los pulmones. Fue una noticia alarmante. Me remitió nuevamente al cirujano de cabeza y cuello para programar otra cirugía y una nueva sesión de yodoterapia.

Una decisión y una reflexión

Luego de reflexionar sobre las dificultades y riesgos de las cirugías anteriores, tomé una decisión y se la expuse al cirujano en su consultorio. Le pedí que no me realizara otra operación, le mostré las cicatrices en mi cuello de las intervenciones pasadas y le expliqué que me debilitaban mucho. Le dije que siento que aún tengo mucho por hacer en este mundo.

El médico me respondió: "Listo, entonces la voy a mandar a una yodoterapia fuerte, pero en dos sesiones: una ahora en julio y otra en seis meses. Usted tiene la ventaja de que aún puede recibir varias más", y me practicaron la terapia el 17 de julio de 2024. Fue la tercera, dos en un solo año. En enero de 2025, posiblemente me aplicarán la siguiente sesión.

La medicina aún no tiene claro por qué el cáncer de tiroides afecta más a las mujeres, que padecen, aproximadamente, tres veces más el riesgo de padecer cáncer de tiroides que los hombres.

El 2 de septiembre de 2024, el médico especialista en medicina nuclear me dio un nuevo diagnóstico, positivo, después de revisar los resultados de varios exámenes de laboratorio, otras pruebas y unas radiografías de tórax. Como obtuve las radiografías antes, se las pasé a una médica de la familia, quien me aseguró que no se veía nada de cáncer, solo algunos rezagos. El médico de cabecera también me informó que el rastreo de la yodoterapia del 17 de julio había sido exitoso: ya no tengo cáncer en los pulmones. Todo lo que había desapareció, y por el momento no considera necesario realizar la siguiente sesión en enero de 2025.

El último encierro después de la tercera yodoterapia me sirvió para reflexionar. A veces siento que no le había dado la importancia necesaria al hecho de que ahora tengo cáncer en los pulmones. Me dije: “Gloria, póngase las pilas, o sea, tómelo en serio, asimílelo como una realidad”.

De acuerdo con el oncólogo Rojas, “la mayoría de pacientes con cáncer de tiroides se cura con tratamientos y cirugía. La supervivencia, en muchos de estos tumores o en la gran mayoría, es del 90 al 95 %. La enfermedad no causa la muerte.

Pienso que tomar conciencia de una realidad que uno preferiría no enfrentar es algo muy positivo. Sé con certeza que, a pesar de la gravedad de la enfermedad, ya estoy del otro lado, por así decirlo. Me pregunto, ¿Hasta qué punto me ha afectado el cáncer? Y tengo que decir que en nada. No me siento angustiada ni deteriorada, no he perdido vitalidad. Puedo subir, bajar, caminar, hacer compras, realizar las tareas de la casa, leer, escribir, participar en las reuniones del grupo de oración y aportar. Estoy sana. Porque un cuerpo que no esté sano no podría tener este ritmo de vida, esta vitalidad y una mente tan clara. Además, tengo habilidad mental, que también es un indicador muy importante.

A mí me sostiene el amor

Desde luego, hay muchos factores que juegan a mi favor. La red de apoyo que forman mi esposo, Daniel Ropaín, mis hijas, Ivonne y Lorena, mi yerno, Fabián, y mis nietos, Nicolás y Mariana. Mis hermanos, los cuñados, los sobrinos, toda la familia. Ellos son un motor, en el sentido en que me rodean. ¿A qué horas voy a flaquear? Aquí tengo apoyo. Aparte de eso, tengo mi conformación espiritual y psicológica. Me digo, “Gloria, usted puede dar, servir”. Y Daniel es un factor muy importante; saber que él está ahí, que si estoy encerrada es él quien me sube el almuerzo, que baja los platos y está pendiente de hacer el mercado. De nuevo me digo, “¿De qué me quejo?”.

A mí me sostiene el amor, en todas sus formas. Me siento feliz al dar, al entregarme a los demás. Me entrego al grupo de oración, comparto lo que he tenido en mi vida. Lo que he recibido no es solo para mí, es para los demás. Ese altruismo, esa generosidad hacia la vida han sido fundamentales para mí. Entonces, tengo cáncer, ¿y qué? Tengo vida. Soy una mujer feliz, gracias a Dios. En mi mente no hay amargura ni preocupaciones. Me esfuerzo cada día por ser mejor, pensar mejor, actuar mejor y evitar hacer daño. Amo a las personas, y eso me ayuda mucho en la vida.

Los médicos también lo motivan a uno. Mi médico me ha dicho: "Tranquila, usted va a salir bien. La veo muy bien... no deje de tomar su levotiroxina, camine, salga, reciba sol". Veo cómo en mi caso se conjugan la ciencia médica, que ha avanzado tanto, y los medicamentos, que han evolucionado enormemente. Todo esto es un factor muy importante en mi recuperación.