La edad en el calendario no es el determinante de la vejez. Es, más bien, la falta de proyectos y actividades como colgar un cuadro o hacer una caminata.
Hace algunos días me llegó uno de los tantos videos que uno recibe ahora en los grupos de WhatsApp, a los que, por lo general, no les presto mucha atención. La mayoría ni siquiera los veo. Sin embargo, este, de un poco más de dos minutos de duración, tenía debajo una anotación que decía simplemente: ¡Excelente!
Hice caso. Comencé a verlo y me encontré con Pilar Sordo, una psicóloga chilena que hablaba de la aversión que le tenemos muchas personas a la palabra envejecer, porque casi siempre la relacionamos con conceptos como deterioro físico y mental, abandono, depresión y pobreza.
Me encantó su definición de volverse viejo: “Proceso en el cual los recuerdos no pueden superar a los proyectos”. Ella dice que no se le ocurrió, sino que la aprendió en una investigación que realizó durante cuatro años en varios países de América Latina, y se la dieron dos personas. Una en Argentina y otra en Colombia.
Para ella la vejez no tiene que ver con la edad y tampoco con el estado de salud. Señala que conoce personas muy viejas de 40 años de edad y muy jóvenes de 80 o hasta 90 años. Muchas personas que necesitan de alguien que las asista para trasladarse, incluso para comer o bañarse, mantienen una actitud y una mentalidad muy joven. Así que el deterioro físico y la edad en el calendario no son determinantes para definir el concepto de vejez.
Me sorprendió mucho esta definición porque he sentido, en los últimos años de mi vida, que cuando estoy activo, ya sea mental o físicamente, me siento mucho más joven que, por ejemplo, al despertar en la mañana mientras miro el techo. Me angustio y me invade la melancolía porque estoy con la cabeza llena de preocupaciones. Mi cuerpo está quieto y en mi cabeza lo único que hay es desesperanza y ansiedad.
Pilar Sordo menciona algo muy bello. Esos proyectos a los que se refiere ella no son, por ejemplo, escribir el Ulises, de James Joyce, o diseñar las Torres del Parque. No. El proyecto puede ser algo tan sencillo como colgar un cuadro en la pared. El proyecto consiste en buscar una puntilla, un martillo, escoger el mejor sitio, clavar la puntilla con el martillo y colgar el cuadro. Eso es lo que he visto en personas de mucha más edad que yo que siguen muy activas: sus pequeños y, a veces, grandes proyectos. La actividad intelectual en sí consiste en imaginar proyectos y llevarlos a cabo. La actividad física en sí es un proyecto: “Voy a caminar hasta la esquina o voy a caminar hasta la Avenida Jiménez con Carrera Séptima”. Algo que también encontró Pilar Sordo en su investigación es que las personas más viejas estaban entre los 30 y 40 años. Suena muy extraño, pero tiene mucha lógica. No son todas, obvio, pero sí algunas de ellas que, por haberse metido rápido en la carrera del éxito, lograron sus metas muy pronto. Al llegar a los 40 años se quedaron sin sueños porque hicieron lo que una persona convencional logra a los 60 o 70 años, y no saben qué hacer con esos 40, 50 o 60 años que tienen por delante.
Vuelvo y cito casos de mi vida personal. De nuevo a mi papá, al cual ya me he referido en esta columna un par de veces. Acaba de cumplir 101 años. Voy a su casa y, por lo general, lo encuentro lijando una madera porque quiere terminar el modelo a escala de un barco. Ahora está escribiendo a mano un artículo sobre una fábrica inglesa de locomotoras que, en los años 20 del siglo pasado, diseñó una máquina pensada para las características topográficas de Colombia. Le está construyendo un telescopio a mi hija. Mueve libros y discos de un lado para otro.
Son pequeños proyectos que lo mantienen muy lúcido a pesar de sus dificultades para caminar. No sé si la definición de vejez de la investigación de Pilar Sordo sea una verdad absoluta y definitiva, pero, por ahora... mis respetos para ella.
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