Joaquín Luna se retiró después de 50 años de ejercicio profesional como ginecólogo. Por sugerencia de su yerno entró en el mundo de la apicultura. Esta es su historia.
Uno no se muere hasta que se muere. Por eso no hay que echarse a morir antes de tiempo. Eso es lo que lo mata a uno”, dice Joaquín Luna mientras se enfunda un traje amarillo que lo cubre desde los tobillos hasta la cabeza. Luego hace equilibrio en una sola pierna para calzarse las botas de caucho con las que caminará por el terreno pedregoso y un poco escarpado donde están, una al lado de la otra, 25 colmenas. Luna se siente a gusto en medio de este bosque de enormes eucaliptos y orquídeas que forma parte de una reserva forestal de los Cerros Orientales de Bogotá.
Las abejas africanizadas que tiene en sus colmenas le han dado el mejor regalo que un hombre puede recibir a los 87 años: lo han hecho sentirse joven. Pero el mérito no es solo de las abejas. También sus genes, dice él, son responsables de su vitalidad y salud.
Antes de ir a conocer a las abejas, el doctor Luna nos advierte al fotógrafo y a mí que ellas “huelen” el miedo, que intentemos estar tranquilos. Entre susurros, nos recomienda no mover mucho los brazos cuando estemos cerca de la colmena, y hablar en voz baja. Mientras caminamos hacia el apiario, el doctor Luna nos cuenta:
—Hace un poco más de tres años mi yerno me propuso que hiciera un curso para conocer a las abejas y sus productos, y me pareció interesante. Fui a la Universidad Nacional y busqué al doctor Jorge Tello, decano de Apicultura en la Facultad de Veterinaria. Hice el curso, leí muchos libros (siempre he sido autodidacta en muchas cosas) y un día le dije a mi yerno: ¡Ya tengo un diplomado en abejas africanizadas!
Empezar de nuevo
Cuando lo nombraron profesor emérito del hospital de La Samaritana, donde trabajó por 50 años como ginecólogo, pensó que era una señal de que debía dar un paso al costado, retirarse definitivamente. Tenía más de 80 años, y aunque había ido dejando la docencia y los pacientes privados de una manera progresiva, seguía trabajando ad honorem en el hospital.
Estar jubilado nunca fue su preocupación: su inquietud natural hace que siempre busque cosas para hacer. Y quizás fue eso lo que olfateó su yerno, Felipe Sanint, cuando le sugirió que hiciera un curso de apicultura. Tenía entre manos un proyecto donde su suegro sería la pieza clave.
Sanint le regaló a Luna dos colmenas y empezaron los ensayos. Al poco tiempo una abeja reina desapareció y la colmena murió. Esa situación, lejos de desanimar al doctor Luna, lo estimuló a seguir adelante con más bríos:
—Nació otra abeja reina y se reactivó la colmena —cuenta emocionado—. Ya tenemos 25 colmenas y estamos en plan de hacer crecer 50 núcleos más que se irán multiplicando. Cada núcleo está formado por una reina y 10.000 abejas.
Desde comienzos de 2016 el hobby fue tomando el rumbo de un proyecto comercial, y ya es una marca registrada: Luna de Miel. Una empresa familiar donde hasta los nietos colaboran: —Lo que más me gusta es estar activo y aprender algo nuevo, útil. Y que puedo desarrollar capacidades que estaban sin utilizar.
Picado —literal y metafóricamente— por las abejas, el doctor Luna estudia y observa a sus amigas: su anatomía, las clases de polen que recogen y guardan en una celda en sus patas, la función protectora del propóleo que “sella” la colmena y la mantiene a una temperatura de 35 grados, las características fascinantes de la abeja reina, que guarda celosamente los espermatozoides de su primer y único vuelo nupcial, los cuales le servirán para poner 1.500 huevos diarios durante toda su vida, que es de tres a cinco años.
Luna es un admirador de las abejas y sus productos, del poder nutricional de la miel, el polen y la jalea real, de su comunidad ordenada y su sistema de comunicación. Y como médico, aprecia las propiedades de la apitoxina que producen, y que sirve para aliviar los dolores de las articulaciones. Aunque solo ha probado esta terapia con él mismo y con su yerno.
—Me gusta mucho estar aquí, porque esto me da salud —reconoce mientras observa el terreno rodeado de árboles—. Yo he sido afortunado, no a todo el mundo le gusta el campo ni todo el mundo tiene hijos que vivan en una zona como esta.
Para el doctor Luna, llegar a la tercera edad con su entusiasmo no tiene misterio:
—Viví convencido de que iba a llegar a la vejez. Los años pasan y la salud se deteriora, esa circunstancia hay que asumirla como una situación normal en la vida, por eso no me ha intranquilizado mucho envejecer. Además, nunca he dejado de hacer lo que me gusta: sigo yendo a pescar con mis amigos, hago camping... todo lo que hice en mi vida lo hice con mucho ímpetu, mucho empuje, mucho ánimo.
El plan del ginecólogo y apicultor es sencillo: conservar el buen ánimo y continuar dando ejemplo de vitalidad y alegría a sus cuatro hijos y sus nueve nietos.
*Periodista. Editora de Bienestar Colsanitas.
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