¿Quiere contribuir con la conservación del medio ambiente pero no pretende convertirse en un ecologista excéntrico? Aquí compartimos unos sencillos cambios de comportamiento que se pueden implementar en el día a día.
Estamos ante un momento decisivo para proteger nuestro planeta o contribuir con su destrucción. Las voces a favor y en contra de la mitigación del cambio climático se hacen oír cada vez con más fuerza. Por un lado, están los activistas, que en la actualidad provienen de todas las disciplinas, incluso del arte, el cine, la música. Se escuchan los mensajes de aquellos que sacan el mejor provecho de su imagen para generar conciencia, como el actor Leonardo DiCaprio, quien es un defensor comprometido de los derechos de los animales y de la conservación del planeta.
También se dejan oír los que desconocen la grave situación que atravesamos. Uno de los más visibles es nada menos que Donald Trump, el presidente del país más poderoso de la Tierra, quien desde antes de asumir oficialmente el cargo ya deslegitimaba el cambio climático. “El concepto de calentamiento global fue creado por y para los chinos para hacer la manufactura de Estados Unidos poco competitiva”, afirmó en su cuenta de Twitter en 2012. Y siendo consecuente con algunos mensajes que emitió en la campaña, lo primero que hizo cuando tomó posesión de su cargo fue eliminar las referencias que había sobre el calentamiento global en la página web oficial de la Presidencia de Estados Unidos.
En la mitad estamos los millones de personas que tenemos una vida normal, que trabajamos todos los días, que vivimos la vida real y soñamos con un mundo mejor. Que tenemos conciencia ambiental y queremos ayudar al planeta, pero no tenemos la motivación para vivir en una granja autosuficiente. Todos, grandes y chicos, estudiantes y profesionales, podemos transformar ligeramente nuestros hábitos para contribuir con el cuidado de la tierra y sus recursos naturales.
1. Desperdiciar alimentos nunca, derrocharlos jamás
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo para el consumo humano se pierde o se desperdicia. Esto equivale a cerca de 1.300 millones de toneladas al año. Los alimentos se pierden o se desperdician a lo largo de toda la cadena, desde la producción agrícola inicial hasta el consumo final en los hogares. Las pérdidas de alimentos representan un desperdicio de los recursos e insumos utilizados en la producción, como tierra, agua y energía, incrementando inútilmente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Aunque no podemos controlar toda la cadena de producción, sí podemos tomar acción en la etapa que nos involucra, el consumo. Diariamente desechamos comida cuando percibimos que no está fresca. Para evitar tirar a la basura los alimentos que llegan a su momento de caducidad, debemos comprar solo lo que vamos a consumir a corto plazo, especialmente cuando se trata de legumbres, frutas, verduras y lácteos. Puede resultar dispendioso, pues tenemos que sacar más tiempo para acudir al supermercado o a la plaza con más frecuencia. Pero si pensamos que al tirar un tomate viejo a la basura no estamos desechando simplemente el alimento sino el trabajo de todas las personas que contribuyeron para que ese producto llegara a nuestras manos, sumado a los recursos naturales que se invirtieron en su producción, más el transporte y empaque del mismo y el impacto que esto causó en el medio ambiente, tenemos una ecuación que pesará en nuestra conciencia.
El derroche de alimentos también se evidencia en los restaurantes. ¿Cuántas veces hemos visto que retiran nuestro plato o el de nuestros acompañantes con comida intacta?
Empacar la comida que nos sobra de cenas o eventos especiales debe ser una costumbre. Muchos no lo hacen por vergüenza. Pues bien, pensemos en alguien con hambre que puede comer algo caliente en la noche: no hay razón para avergonzarse por mitigar un poco el dolor humano.
2. Elija productos con sellos sostenibles
Actualmente muchos productos tienen sellos y certificaciones que indican que su producción es sostenible, o amigable de alguna manera con el medio ambiente. Solo hay que leer el empaque de lo que compramos.
Por ejemplo, los productos que tienen en sus empaques el sello FSC (Forest Stewardship Council) certifican que la gestión forestal que emplean en su elaboración (la de los empaques mayormente) es responsable. Son muchos los productos que cuentan con este sello, así que no es tan difícil de encontrar.
Otra certificación valiosa es la RSPO, enfocada en promover la producción y el uso de aceite de palma con criterios de sostenibilidad ambiental, social y económica. Todos consumimos aceite de palma en incontables productos de los que incluso desconocemos su composición, como aceites para freír, combustibles, detergentes, jabones, cosméticos… Así que pretender sacarlo de nuestra vida es una ilusión. Si vamos a consumirlo, que venga de una fuente responsable con el medio ambiente. Lo mismo debemos hacer con los productos provenientes del mar. Busque los que tengan el sello MSC (Marine Stewarship Council).
Un consumidor consciente se preocupa además por evitar el uso irracional de bolsas plásticas. Por eso reutiliza las bolsas que ya tiene en casa, no pide bolsas cuando puede guardar las compras en su maleta o en métodos alternativos de empaque, repara los objetos antes de comprar nuevos y regala o dona lo que ya no le sirve.
3. Compense su huella ecológica
La huella ecológica mide el impacto que nuestro estilo de vida tiene sobre el planeta en relación con la capacidad de la naturaleza para renovar sus recursos. Es decir, todo lo que hacemos —los medios de transporte que elegimos para movernos, lo que compramos, lo que usamos para divertirnos—, todo tiene un impacto sobre la Tierra.
Lo ideal, primero, es analizar los hábitos de los que nos cuesta más desprendernos y que sabemos que generan un alto impacto. Comprar ropa cuya procedencia desconocemos, movilizarnos solos en el carro, viajar constantemente en avión, entre otros. La aplicación OSI+CO2Cero para instalar en su celular, y la página web www.soyecolombiano.com le ayudarán a medir su huella ecológica y el nivel del impacto ambiental.
Una vez determinadas esas acciones se sugiere reemplazarlas por otras. Por ejemplo, si definitivamente debo usar el carro todos los días para ir al trabajo puedo tratar de ocuparlo con otros pasajeros, evitando que ellos también usen su carro de manera individual. Las soluciones son sencillas, solo debemos ser conscientes de que cada decisión que tomamos tiene una repercusión en el medio ambiente.
4. Replique los mensajes
La idea no es transformarse en ese amigo que todos dejaron de invitar a las reuniones porque su discurso monotemático terminó aburriéndolos al punto de evitarlo. Pero si sus amigos o familiares son personas receptivas, con un mínimo de conciencia ambiental, mostrarles los beneficios respecto a algún cambio de hábito dañino con el medio ambiente no será difícil y tendrá grandes beneficios, pues como pasa con el cine, con los libros, con los restaurantes y en general con la publicidad, nada es más efectivo que el voz a voz.
He estado en cenas donde la gente me pregunta si pido agua de la llave por ahorrarme el valor de la botella, y he tenido la fabulosa oportunidad de explicar que el agua de nuestro país, en la mayoría de las ciudades, es potable y se puede consumir directamente del grifo como hacemos en la mayoría de nuestros hogares, que no vale la pena pedir una botella de plástico que va a terminar en la basura; y, además, me ahorro algo de dinero. Nada mal ¿no? Para el siguiente encuentro con el mismo grupo, más de uno pidió también agua de la llave. Punto para mí.
Así mismo he modificado algunas de mis conductas después de ver en otros hábitos que fácilmente puedo modificar en mi vida. Su convicción (moderada) puede ser la mejor herramienta para enseñar.
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