Las autoridades de salud han alertado sobre esta situación, que puede poner en riesgo los logros de la medicina moderna.
En agosto de 2016, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos reportaron la muerte de una mujer a causa de una bacteria, la Klebsiella pneumoniae (K. pneumoniae), que resultó resistente a todos los antibióticos disponibles. No era la primera vez que ocurría, en otros países como India, Inglaterra o Pakistán ya habían sido reportados casos similares.
La K. pneumoniae es una bacteria común, que suele vivir (sin hacer daño) en la mucosa del intestino humano, pero que resulta potencialmente mortal cuando logra entrar a la circulación o ponerse en contacto con otros tejidos del cuerpo, como cuando hay una herida abierta o se tiene contacto con excremento humano.
El peligro radica en que la K. pneumoniae resulta cada vez más resistente a los antibióticos que antes la erradicaban. Un problema mayor, si se tiene en cuenta que esta bacteria es la causa más común de neumonía adquirida en los hospitales de los Estados Unidos, según un estudio publicado por el Centro Nacional de Información Biotecnológica de ese país.
Pero lo más alarmante no es eso, sino que el caso de la K. pneumoniae no es aislado. Las autoridades sanitarias de todo el mundo han prendido las alertas porque cada día más bacterias, hongos, virus y parásitos se vuelven resistentes a los medicamentos creados para combatirlas, es decir, a los antibióticos, antifúngicos, antivirales y antiparasitarios, que en su conjunto se llaman “antimicrobianos”.
De acuerdo con el doctor Carlos Álvarez, infectólogo y vicepresidente Científico e Innovación de Clínica Colsanitas, “la ciencia se demora de cinco a diez años en producir un nuevo antibiótico, mientras que las bacterias al año o dos ya han generado resistencia. Ellas siempre nos van ganando, además porque se replican logarítmicamente, es decir que a partir de una bacteria y en tan solo unos minutos surgen cientos o miles más”. Si a eso se suma que, según el Ministerio de Salud en los últimos años el desarrollo de nuevos antibióticos ha disminuido en un 56 %, el panorama no es nada alentador.
Y no estamos hablando de microorganismos raros: Salmonella, Estafilococo dorado, E. coli, Neumococo, o Neissseria gonorrhoea (que produce la enfermedad gonorrea) no son nombres desconocidos, por el contrario, se trata de bacterias comunes que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada vez son más difíciles, a veces incluso imposibles, de tratar. Por eso, según esa organización, la amenaza “lejos de ser una fantasía apocalíptica, es una posibilidad muy real para el siglo XXI”.
¿Por qué ocurre esa resistencia?
La respuesta es simple: es parte del proceso evolutivo. La selección natural hace que los microorganismos o se adapten o mueran, por eso siempre están buscando maneras de evitar los efectos de los antimicrobianos y, cuando lo logran, no solo sobreviven y se multiplican, sino que además “son buenas vecinas: le comparten sus mecanismos de resistencia a otras bacterias, lo que hace que la posibilidad de que se diseminen mecanismos de resistencia entre bacterias sea muy alta”, explica el doctor Álvarez.
El estudio más comprehensivo sobre la materia, publicado en la revista médica The Lancet, estima que solo en 2019, 4,95 millones de personas murieron en el mundo a causa de la resistencia a los antimicrobianos. Si se compara esa cifra con la de muertes por Covid-19, se entiende la magnitud del problema: desde que inició la pandemia, hace poco más de dos años, la OMS ha registrado 5,8 millones de muertes. Es decir que por la resistencia antimicrobiana mueren casi 2 millones de personas más al año de las que murieron por Covid-19 en sus años más críticos. Es de anotar que en ambos casos hay subregistro.
El factor que más contribuye a que bacterias, hongos, virus y parásitos se hagan resistentes a los antimicrobianos es la exposición a los mismos. Su uso desmedido en hospitales, entre la comunidad e incluso en animales y en la agricultura hace que, entre más expuestos estén los microorganismos a su “enemigo”, más rápidamente descubran la forma de “hacerle el quite”.
De acuerdo con el doctor Álvarez, la mejor manera de prevenir esta situación es hacer un buen uso de los antibióticos y tener rutinas de higiene. Eso significa “no auto recetarse, no combinar antibióticos, hacer los tratamientos siguiendo estrictamente la indicación médica, es decir, cumpliendo los horarios y no reduciendo ni prolongando la dosis establecida, lavarse las manos frecuentemente, preparar los alimentos en condiciones higiénicas, vacunarse y tener cuidado con los antibióticos que se le da a las mascotas”.
Aunque las bacterias que afectan a los animales no necesariamente son las mismas que afectan a los humanos, como ellas son “buenas vecinas” pueden pasarle la resistencia a las que sí nos afectan. Y el problema no son solo las mascotas sino los animales que comemos y sus derivados.
Implicaciones de la industria alimenticia
En la industria alimenticia se suelen utilizar antimicrobianos para promover el crecimiento animal y para evitar —no solo tratar— posibles infecciones. Ese uso desmedido lleva a un aumento de la resistencia que puede pasar de los animales a los humanos.
Según los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, las bacterias resistentes a los antibióticos que se encuentran en los intestinos de los animales pueden llegar a los alimentos humanos de varias maneras: por un lado, al ser sacrificados y procesados, pues en ese momento las bacterias pueden entrar en contacto con la carne u otros derivados; a través de los excrementos, cuyas bacterias pueden pasar al entorno y contaminarlo, y si son utilizados como fertilizantes, llegar al agua y a la tierra en la que se cultivan las frutas y verduras, contaminándolas también.
Además, dice el doctor Álvarez, al comer animales —o sus derivados— que han consumido antibióticos, pueden quedar trazas en el alimento, en la leche por ejemplo, “y una traza puede ser suficiente para que las bacterias que están en el cuerpo humano se vuelvan resistentes”.
¿Qué se puede hacer?
Por eso la Organización Mundial de la Salud ha recomendado a los países que creen políticas para evitar el uso rutinario de antimicrobianos en animales, de manera que estos solo sean utilizados cuando haya un diagnóstico y sean realmente necesarios.
Lo mismo para los humanos, pues nos hemos acostumbrado a utilizar antimicrobianos sin prescripción médica y para todo. Por ejemplo, se suelen usar antibióticos para tratar gripes de origen viral. “Eso es como tratar de cazar una mosca con un arpón para elefantes: no sirve porque son dos cosas completamente diferentes. Es un error común que no tiene lógica”, comenta el infectólogo.
Incluso, para tratar la Covid-19, que no es causada por una bacteria sino un virus (SARS-CoV-2), se recetaron antibióticos. El doctor Álvarez, que también fue designado por la OMS como coordinador nacional de estudios sobre Covid-19 en Colombia, señala que “desafortunadamente al comienzo incluso los mismos médicos recomendamos antibióticos para manejar la Covid, y realmente ahora sabemos que no es una opción”. Eso, sumado a que la gente se automedicó, hizo que durante la pandemia aumentara la resistencia antimicrobiana.
Las bacterias no distinguen edad, raza, religión ni clase social, son una amenaza invisible que se cierne sobre toda la humanidad. Por eso, que los antimicrobianos sigan salvando vidas es una responsabilidad compartida: los gobiernos tienen que fortalecer la vigilancia, establecer normas estrictas frente al tema, hacer seguimiento y financiar investigación; los hospitales deben controlar el uso de antibióticos y cuidar muy bien los protocolos de bioseguridad, pues sus ambientes son los más propicios para que se generen resistencias; la industria alimentaria y los médicos deben restringir el uso de antimicrobianos al tratamiento de enfermedades y los ciudadanos debemos evitar auto recetarnos y seguir las medidas de cuidado.
No sobra tener en cuenta que los microbios nos llevan ventaja: tienen aproximadamente 3.500 millones de años de evolución y han sobrevivido muchas más hostilidades que el ser humano. De todos depende que esa ventaja no siga jugando en nuestra contra.
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