El parque nacional natural más grande del país tiene una extensión similar a la de Holanda o Suiza, y ha sido declarado patrimonio de la humanidad. Dos científicos colombianos que lo visitaron reveran cuál es la magia de esta maravilla natural.
l Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete alberga en cuatro millones de hectáreas un ecosistema casi virgen, que no ha sido modificado por el ser humano. Esto lo hace único en el mundo, y por eso el pasado 2 de julio la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró el parque patrimonio de la humanidad.
Es nuestro. Chiribiquete, el parque donde confluyen cuatro grandes regiones naturales —los Andes, la Amazonia, la Orinoquia y el escudo guayanés—, en el que se alzan formaciones rocosas llamadas tepuyes que alcanzan hasta 300 metros de altura, es de todos los colombianos, así solo unos cuantos hayan podido visitarlo, conocerlo y explorarlo.
Luis Germán Naranjo, ornitólogo y director de Conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus iniciales en inglés) en Colombia, y Hugo Mantilla Meluk, director del Centro de Estudios de Alta Montaña de la Universidad del Quindío, especialista en murciélagos y primates, son dos de los pocos colombianos que han despertado bajo el cielo infinito de Chiribiquete. Gracias a su trayectoria, ambos científicos fueron convocados a recolectar información que sirviera para sustentar los procesos de ampliación del parque y la declaratoria como patrimonio de la humanidad.
*Además de ser uno de los sistemas más diversos del planeta, Chiribequete alberga pictogramas que se calcula pueden tener hasta 20.000 años.
Los dos eran conscientes de la enorme responsabilidad que habían puesto sobre sus hombros cuando descendieron del helicóptero que los dejó por primera vez sobre las grietas afiladas de un tepuy en Chiribiquete. “Hubo dos sensaciones que me embargaron la primera vez que pisé el suelo del parque”, dice Luis Germán Naranjo. “Fragilidad y respeto. La primera la sentí cuando el helicóptero se fue, después de dejarnos en la mitad de la Amazonia colombiana, conscientes de que esa pequeña aeronave era el único medio con el que podríamos salir de ese lugar tan apartado. Me sentí frágil y a la vez muy apegado a mis compañeros, pues estaba en manos de ellos, y ellos en las mías. Y después me invadió un profundo respeto por ese lugar cuando me percaté de que posiblemente era el primer occidental en poner sus pies en el metro cuadrado donde yo estaba armando mi carpa. Tu responsabilidad es dejar la menor huella posible en el lugar y te preguntas qué tanto mereces estar ahí. Recuerdas que hay muchas personas que quisieran estar en tu lugar, y ya ese simple hecho te da una enorme responsabilidad”, remata Naranjo.
Su misión en las dos expediciones —una en 2016 y la otra en 2017— fue contribuir al inventario de aves del parque, lo que significaba no solo determinar las especies existentes, sino averiguar también su distribución en el lugar y sus hábitats preferidos.
El terreno rocoso, irregular y disparejo de los tepuyes, que son las zonas del parque donde puede aterrizar un helicóptero y donde deben acampar los expedicionarios, es incómodo para dormir. Si ha llovido en el día, el piso permanece mojado, pues las rocas no permiten que el agua se absorba. Así que las jornadas transcurren con muy pocas horas de sueño y muchas tertulias. “Hay compañerismo en estas expediciones. Aprovechamos para intercambiar ideas y mirar los métodos de aproximación al campo de los colegas”, afirma Luis Germán.
Para este investigador los días pasaron intentando recorrer la mayor distancia posible en el parque, observando y haciendo registros visuales y acústicos de los pájaros. Pero, casi siempre, después de apenas un centenar de metros de recorrido, se veía obligado a detenerse por la presencia de una grieta profunda que impedía seguir su camino y lo obligaba a buscar otra dirección. “Al principio me sentía muy limitado porque encontraba una grieta y pensaba que la podía saltar, pero el riesgo de que me rompiera una pierna era bastante alto, y en esas condiciones uno no se podía arriesgar”, cuenta.
Luis Germán ha estado dos veces en el parque, ha estudiado con detalle las características de Chiribiquete y participó en la elaboración del documento presentado a la Unesco para conseguir la declaratoria de patrimonio de la humanidad. Por eso no duda en afirmar que el parque debe mantenerse cerrado al público y al turismo: “En muy pocos lugares del planeta entero hay sitios que pueden considerarse intactos desde su origen, y la única forma de mantenerlos así es que nadie los toque. Teniendo en cuenta que la mayoría de la gente quiere ver los pictogramas y los tepuyes, se pueden crear alternativas para que el público los conozca sin tener que entrar al parque. Por ejemplo, en la serranía La Lindosa, a tres horas por tierra de San José del Guaviare, se puede apreciar una muestra de estos dibujos, y para ver los tepuyes se podría pensar en una opción de turismo aéreo”, afirma el experto.
Por su parte, Hugo Mantilla Meluk afirma: “Hay que entender que la conservación es un propósito de la humanidad para poder garantizar la vida de nuestra generación sin comprometer la vida y el bienestar de las generaciones futuras”. Chiribiquete ha sido uno de los intereses de estudio de Mantilla desde hace décadas, y precisamente esa investigación lo llevó a encontrar una nueva especie de murciélago que es endémica del parque, la Lonchorhina mankomara.
Su trabajo en las expediciones ocurre mayormente en la noche y en la madrugada. Por eso, igual que Luis Germán, tiene poco tiempo para conciliar el sueño y muchas horas para contemplar el cielo estrellado del parque. “En la noche esperas escuchar una sinfonía de insectos, pero en Chiribiquete eso no ocurre. No la escuchas porque en la parte alta del tepuy, donde se acampa, no hay tantos insectos, solo te queda un espacio ininterrumpido entre tus ojos y las estrellas”, dice Hugo con emoción.
Lo que más lo maravilla del parque es el agua. Los hilos delgados que recorren la piedra y forman una especie de filigrana que las hace semejantes a un coral. “Caprichosas”, dice Hugo. Todo el vapor de agua de la selva de la Amazonia es absorbido por las piedras de Chiribiquete, y por eso brota mucha agua de este lugar.
Además de asombrarse con los diferentes recorridos que hace el líquido por las rocas del parque, Hugo destaca la emoción que se siente divisar desde el aire la diversidad de la zona. “Lo más bonito es apreciar el contraste del paisaje. Durante el vuelo al parque, que dura dos horas desde San José del Guaviare, primero observas un mar de selva, que se ve más monótona de lo que es; ves solo un tapete de árboles y, de repente, de la nada, emerge un bloque de piedra, una serie de piedras enormes, de hasta 300 metros de altura, que sobresale en la planicie de la Amazonia, y sobre estas rocas la vegetación. La vida creciendo sobre lo inerte. Pequeños arbustos de máximo dos metros que tapizan la punta del tepuy. Es un momento mágico. La magnificencia del paisaje te ubica como una parte minúscula de la vida, te produce una profunda humildad y mucho respeto”, comenta Hugo.
Con preocupación afirma que, aunque el carácter de parque nacional natural es el más restrictivo que puede tener un área protegida, no basta solo con ese papel para garantizar la conservación a perpetuidad de este ecosistema: “Se necesitan compromisos reales, institucionales y de la sociedad civil desde la conciencia. Puede que actualmente todos tengamos nuestros recursos vitales garantizados, pero ¿qué será de los que vienen detrás de nosotros? Chiribiquete es la enciclopedia más antigua que tenemos de uno de los sistemas más diversos del planeta, que es la Amazonia”, finaliza.
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