La autora relata los retos físicos, emocionales y sociales de vivir con varias enfermedades mentales. Al mismo tiempo, comparte valiosas enseñanzas que ha adquirido en su proceso de aceptación y tratamiento.
Una mañana de noviembre de 2018 estaba en la oficina del colegio donde trabajaba cuando las ventanas, el piso y las paredes vibraron y se tambalearon. Después de varios segundos, tuve que preguntarme si aquello era un terremoto y debía activar la alarma de emergencias, o si mi mente me estaba jugando una mala pasada. Estaba muy asustada, me sentí atrapada y un nudo en la garganta no me permitía hablar.
Cuando me percaté de que no era un terremoto, traté de emplear las técnicas de relajación que conocía en ese momento: inhalar, exhalar, sostener el aire, pero me costaba respirar. Empecé a ver borroso; sentía que necesitaba desesperadamente la ayuda de alguien, pero también me daba vergüenza buscarla.
Recuerdo bien ese día porque fue la primera vez que me hospitalizaron para tratar una enfermedad mental. Me diagnosticaron un trastorno de ansiedad generalizada, derivado de un síndrome de burnout. Estaba aterrorizada.
Es curioso porque en retrospectiva pareciera que solo cuando dejé de aparentar estar bien, cuando reconocí que algo me estaba pasando y necesitaba ayuda, pude soltar mis prejuicios frente a todo lo relacionado con la psiquiatría y empezar a recuperarme; que, en pocas palabras, significa aprender a vivir con lo que tengo. Aceptación.
De acuerdo con el doctor Esteban Cabrera, médico psiquiatra de la Universidad Tecnológica de Pereira, lo complejo de la psiquiatría es que no tiene un tratamiento curativo, sino que trata síntomas, y se apoya en la psicoterapia para elaborar con el paciente soluciones más duraderas, planes de crisis y estrategias de manejo. Según esto, toda la intervención hecha por el psiquiatra se basa en la conversación con el paciente sobre sus padecimientos. La herramienta es el diálogo. Esta entrevista es estructurada con antelación, tiene unos componentes previamente descritos que son aplicables a todos los pacientes, y en realidad es el lenguaje verbal y no verbal que la persona usa para comunicarse lo que permite detectar las enfermedades.
Durante mi hospitalización, los profesionales a cargo consideraron que también estaba pasando por un episodio depresivo grave y entonces ordenaron un esquema de medicamentos que trataba tanto la ansiedad como la depresión. No me gustaba la idea de tomar varias pastillas, porque eso me hacía sentir que había algo muy mal conmigo. Sin embargo, era eso o quedarme a vivir en los rincones oscuros de mi mente. Así me sentía estando internada, como si hubiera caído a un enorme y oscuro precipicio.
Cuando me dieron de alta había superado los síntomas depresivos y solo tenía como diagnóstico el trastorno de ansiedad, así que me sentí liberada por no compartir las batallas que tenían otras de mis compañeras de hospitalización, con casos mucho más complejos, hasta donde creía yo.
A medida que pasaron los meses, ya en casa algunos de mis síntomas no mejoraron. Tenía ideas de muerte, compulsiones con el orden y las compras, irritabilidad marcada. Me hacía daño en mis brazos y espalda, y me costaba dormir porque mi cerebro nunca paraba de darle vueltas a todo.
El psiquiatra que me atendía por consulta externa, en una de las citas, me anunció que después de tener en cuenta nuestras entrevistas clínicas, él consideraba que lo mío, además del trastorno de ansiedad, se trataba de un trastorno de la personalidad límite y un trastorno afectivo bipolar tipo II. Yo sabía que esas palabras habían salido de su boca, pero me sentía tan aturdida que nuevamente no estaba segura de que eso estuviera pasando.
Ya estaba aprendiendo a vivir con mi primer diagnóstico, pero ahora sumarle dos más se me hacía imposible, sobre todo porque, cuando hablamos de trastornos mentales, a muchos se nos vienen a la cabeza las imágenes de personas amarradas, babeando, enajenadas, con los ojos salidos de sus órbitas y completamente aisladas de la sociedad. El médico me dijo que lo importante de los diagnósticos es tener una idea más clara de cómo ayudarme. No me olvido de eso. Salí del consultorio con una pregunta clavada en el pecho que me devolvía a mis primeros días con medicamentos y me causaba dolor: ¿por qué estoy tan dañada?
El doctor Oscar Castro, director de la especialización en Psicología Clínica de Unisanitas, explica que existe una teoría llamada la diátesis-estrés, según la cual muchas personas vienen con una carga de vulnerabilidad a nivel genético y en el transcurso de la vida se pueden encontrar con diferentes eventos o situaciones que activan esa carga hereditaria, con lo cual se desencadenan uno o varios trastornos psicológicos. Según el doctor Castro, puede que muchos tengamos predisposición a desarrollar una enfermedad mental, pero hay personas que no se han encontrado con unas situaciones lo suficientemente estresantes para que activen esa carga que desencadena algún diagnóstico, en cambio otros sí. Estos factores de estrés pueden ir desde la pérdida de un ser querido, una mascota, una ruptura amorosa, hasta situaciones de conflicto, violencia intrafamiliar, abuso o acoso.
¿Qué se siente vivir con tres trastornos mentales?
Vivir con ansiedad y además tener un trastorno de la personalidad y un trastorno afectivo se siente como si te faltaran varios tornillos en la cabeza. En algunos momentos he llegado a pensar que tal vez sería más fácil dejar de luchar, porque mi existencia se volvió muy compleja.
He peleado mucho con esa idea, he tratado de reconocerla, de mirarla a los ojos, de cambiarla, de esconderla, de hablar de ella, de guardarla para mí, pero no se va, está instalada en mi cerebro. Casi que desde que me diagnosticaron la primera vez, traté de hablar de esto abiertamente con mi círculo cercano, sin aceptar que me gustaría ser más “normal”. Porque, con dolor, tengo que decir que mi vida se ha trastornado por completo a partir de mis diagnósticos.
Mis vínculos son cada vez más frágiles, mis capacidades de relacionamiento se agotan rápido porque soy más sensible de lo que era antes, me siento expuesta y vulnerable y no me gusta, hay cosas que me duelen tanto que se me hace imposible enfrentar el conflicto y termino tomando distancia de algunas personas muy pronto cuando se presenta una discordia. Mi profunda ansiedad ante las relaciones interpersonales me lleva a pensar que prefiero abandonar a ser abandonada.
El doctor Castro explica que la calidad de vida de las personas que tenemos uno o varios diagnósticos de trastorno mental se ve significativamente afectada en diferentes esferas y áreas de la vida del sujeto, a causa de diferentes eventos cognitivos. Se afecta por esa característica de pensamiento rumiativo propio de una persona con trastornos de ansiedad: piensa y piensa, se culpa, eso desencadena un gran malestar a nivel emocional y el hecho de que la persona esté tan fija en una idea hace que pierda capacidad de atención; es más fácil que olvide cosas de su trabajo y tiene problemas para concentrarse. A nivel social esta persona con diferente sintomatología puede experimentar rechazo, porque se considera que las personas se cansan de que siempre sea así, entonces se aísla y sufre.
El doctor Cabrera coincide en que en muchos casos, los amigos y la familia desconocen lo que pasa con el paciente y por esta razón lo presionan, porque hay una falsa creencia de que es cuestión de actitud, o se alejan porque lo consideran una persona difícil. Hay rasgos de la personalidad de las personas que se exacerban con los diagnósticos, y el paciente empieza a caer en un estado de indefensión; cuando más se necesita el fortalecimiento de la red de apoyo, los demás dejan de tratarle igual, dejan de incluirlo. Esto es desafortunado porque no se trata de sentir lástima, sino de comprender a todas las personas en su complejidad. El límite es muy poco claro, pero hay casos en que las dificultades sociales implican un aislamiento para el paciente.
Ahora bien, si una persona no ha tenido depresión, ¿cómo puede entender a alguien que la sufre? Haciendo uso de los conocimientos que tiene y que le permiten empatizar. Se trata de psicoeducación, de tener programas sociales que eduquen en salud mental, identificación de síntomas y tratamiento temprano. Esto podría ayudar a mejorar la calidad de vida de las personas que sufren trastornos mentales, para incluir a los seres queridos en la conversación y brindarles herramientas que les permitan saber cómo ayudar, cómo acompañar, cómo evitar los juicios y ver los diagnósticos psiquiátricos como lo que son: enfermedades crónicas que pueden desarrollarse en cualquier momento de la vida, y que pueden manejarse con una combinación de herramientas farmacológicas y no farmacológicas.
En la vida de un paciente con uno o varios trastornos mentales debe haber una interacción sólida entre psicoterapia, medicación y control psiquiátrico: son una triada que debe mantenerse, supervisarse y monitorearse, de acuerdo con el doctor Castro. Si una falla, hay conflicto; si faltan dos, se agrava la situación; las tres, llevan al paciente a un estado totalmente disfuncional. La comunicación en esta triada es importante, debería haber intercambio de información y diálogo horizontal entre psicoterapeuta y psiquiatra, con el propósito de darle un buen seguimiento a los pacientes.
En el sistema de salud colombiano esto no siempre es posible, pues a las EPS se les dificulta brindar un tratamiento integral, lo cual imposibilita la conformación de esa triada de la que nos habla el psicólogo clínico.
Las personas con enfermedades mentales se encuentran mayormente vulnerables en áreas esenciales para el desarrollo pleno del ser humano: relaciones, trabajo y hábitos de vida. Es fundamental que como sociedad desarrollemos un poco más de empatía, de forma que podamos combatir la dolorosa exclusión de personas que muchas veces sufren en silencio.
Hoy en día, los años que he venido cargando con el peso de mis trastornos, la angustia, y la carga que representa vivir con una enfermedad crónica, me han servido para descubrir hasta dónde puede llegar mi fuerza interna y a la vez, para identificar cuáles son realmente las personas en las que me puedo apoyar, porque a pesar de que he perdido algunos amigos y amigas, sé que los que me quedan me aman de verdad.
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