Entre los médicos suelen decir que el peor paciente es otro médico. En esta afirmación hay algo de verdad: son a la vez los pacientes mejor informados, pero también pueden ser más exigentes y presentar retos en la relación con los especialistas.
La principal diferencia entre los médicos y el resto de nosotros es que ellos están acostumbrados a mirar la enfermedad desde la acera opuesta y solo de vez en cuando cruzan la calle y transitan el camino que los deja del lado de los pacientes. Tal vez por eso sea común escuchar en círculos médicos la frase de que el peor paciente para un médico es otro médico, como si atender a un colega implicara una molestia o un esfuerzo adicional.
El famoso neurocirujano Henry Marsh, conocido por sus memorias y reflexiones en torno a la práctica médica, publicó hace unos meses un libro sobre su experiencia luego de un diagnóstico de cáncer de próstata. En las entrevistas que dio a partir de entonces señaló lo extraño y retador que fue para él sentarse en la camilla con los pies al aire esperando ser atendido. “¿Qué fue lo más difícil de pasar del rol de doctor al de paciente?”, le preguntó alguna vez una periodista para la plataforma Audible UK, y su respuesta salió como un rayo, casi antes de que ella terminara la frase: “La lección principal vino por cuánto pánico y cuánto miedo sentí la primera vez que me dieron el diagnóstico”, dijo el doctor Marsh enfatizando la palabra “pánico”.
En aquella ocasión, el doctor explicó que le costó enfrentarse a la posibilidad de que su enfermedad hubiera hecho metástasis porque el cáncer de próstata suele extenderse a los huesos y a la médula, causando una parálisis gradual, y sobre todo porque a lo largo de su carrera había operado a cientos de personas con esos riesgos que ahora enfrentaba. El suyo es un temor extraño, anclado no solo a la idea terrible de la parálisis, sino al hecho de llevar 40 años tratando a pacientes con ese mismo cáncer y con ese mismo riesgo de parálisis, es decir, al hecho de llevar una vida siendo testigo directo de lo que la enfermedad ocasiona en el cuerpo.
“El miedo a enfrentarse a lo que han visto durante años en sus pacientes es uno de los desafíos más duros para los médicos cuando se convierten en pacientes”.
La evitación experiencial golpea a los médicos de frente cuando cruzan la calle y esto explica, en parte, el rumor de que sean pésimos pacientes. La psicóloga Abril Pulido, especialista en psicología clínica y trastornos afectivos y emocionales de Colsanitas, señala que los médicos se han preocupado tanto por ayudar a los otros que siempre miran hacia afuera, por un lado, atestiguando sus procesos de enfermedad y, por el otro, preocupados por disminuir sus daños. “Han visto en otros las consecuencias de lo que pasa cuando alguien tiene cáncer, fallas cardíacas, fracturas óseas…, y esta experiencia, sumada con su formación académica, puede llevarlos inconscientemente a poner una barrera que los separe de aceptar la enfermedad”, dice la especialista.
En este caso, el conocimiento es un peso. Saber cuáles son las consecuencias de una enfermedad y haberlas visto en primera persona agrega 300 kilos sobre el alma. El doctor Marsh reconoce que tardó un tiempo en llenarse de valor para ir a consulta y no es difícil imaginar que en su cabeza se repitiera una misma idea: “Sé lo que pasa con el cáncer de próstata. Sé todo sobre la parálisis. No quiero pasar por eso”.
El doctor Jesús Ernesto Rojas, anestesiólogo, fue diagnosticado también con cáncer de próstata hace una década, cuando tenía 69 años. Durante buena parte de su vida trabajó en dupla con un urólogo acompañando procedimientos quirúrgicos en pacientes con este tipo de cáncer. En algún chequeo de rutina notó que había un indicador elevado y supo casi de inmediato que debía actuar. Su colega lo atendió y lo operó en la misma clínica en la que trabajaba, de tal manera que durante la cirugía y el postoperatorio fue el paciente consentido del edificio entero. “En ningún momento sentí miedo. Como médico sentí confianza en el tratamiento, porque lo conocía, y también en el personal que me atendió”, dice.
Para el doctor Rojas ese dato menor en realidad es el centro del asunto: el conocimiento puede ser otra cosa que un peso abrumador, tal vez una señal de confianza para encontrar tranquilidad durante el proceso. Es la otra cara de la moneda. Conocer todo lo que se puede conocer de la enfermedad atenuó para él ese estado de incertidumbre que se abre cuando vienen las malas noticias. De hecho, conocer el funcionamiento silencioso de los cuerpos lo llevó desde muy temprano a estudiar los ritmos de su propio cuerpo. “Una cosa muy importante es que él estaba todo el tiempo escuchando su cuerpo”, dice su esposa, la ginecobstetra Clara Zambrano.
Tal vez en eso nos llevan ventaja los médicos: tienen un mejor oído para escuchar su cuerpo, por lo menos uno mejor entrenado. Hace 16 años la doctora Zambrano identificó con seguridad que su capacidad auditiva había disminuido en cierto grado, probablemente uno que nos habría puesto a dudar a los no-médicos, dejándonos en el vaivén de “tal vez es impresión mía”. Ella acudió a consulta a tiempo para tratar dicha disminución antes de que alcanzara el desastroso rótulo de “pérdida irreversible”.
Algo similar le sucedió a la doctora Yvonne Rubio, médica internista, quien se encontró “un nódulo de 34 por 24 milímetros en el cuadrante superoexterno de la mama izquierda” una noche de domingo mientras miraba televisión. Un roce de la mano por el seno la llevó a notar ese ruido en su cuerpo. En el baño hizo un autoexamen para confirmar su sospecha. Esa misma semana comenzó un proceso que le tomó poco más de un año y que la llevó a la Unidad de Excelencia en Diagnóstico y Seguimiento de Cáncer de Mama de Colsanitas. “Supe que esa masa era anormal porque yo llevaba muchos años haciéndome el autoexamen, así que yo conocía mis mamas a la perfección”, señala.
“El conocimiento médico, que normalmente es un recurso, puede volverse una carga cuando el diagnóstico toca su propia vida”.
Su historia nos permite reconocer un punto medio entre los extremos de la resistencia y de la confianza que pueden estar asociados con el conocimiento científico. La doctora Rubio sabía sobre el diagnóstico, pero comenzó a estudiarlo con mayor profundidad hasta que se encontró una frontera que prefirió no cruzar. Al respecto, dice: “El hecho de tener información científica es una ventaja, por lo menos, para bajarle el nivel de estrés a tanta incertidumbre. Pero saber mucho puede ser una desventaja porque la información se convierte en una metralleta en la cabeza, pues en lo que estudiaba también aparecían las complicaciones, los efectos secundarios, las incapacidades y ¡la muerte! En ese momento dejé de leer y me convertí en paciente”.
“Es difícil enfrentar la enfermedad con el vestido de paciente, porque uno experimenta lo que antes veía solo con la bata puesta”.
Al final, los cuatro cruzaron la calle y se convirtieron en pacientes. “Es difícil enfrentar la enfermedad con el vestido de paciente, porque uno experimenta lo que antes veía solo con la bata puesta”, dice la doctora Rubio. Igual, ¿qué otra cosa puede hacer un médico luego de un diagnóstico? Aunque el cine a veces coquetea con la idea de personas suturándose o medicándose a sí mismas, en la vida real nadie puede o debería hacerlo. Sin embargo, es importante resaltar una obviedad: aún con el vestido de pacientes delatan su formación desde el saludo.
A veces los médicos llegan a consulta señalando que son médicos. Otras, simplemente no pueden ocultarlo: “Vengo porque tengo cefalea”, “Tengo parestesias desde hace una semana”, “Encontré un nódulo en el cuadrante superoexterno de la mama izquierda”. La doctora Zambrano lo explica con simpleza: “Somos pacientes bien informados”. Esto es evidente en la profundidad a la que navegan al hablar de diagnósticos y tratamientos con sus colegas. Entre ellos los eufemismos, los términos vagos o las expectativas difusas no tienen lugar. No hace falta.
“Es una cuestión de respeto”, dice el doctor Rojas. Y se refiere a un respeto que, como todo respeto, solo funciona si es recíproco. “Como paciente yo confío porque respeto profundamente al médico, cualquiera que se me ponga al frente, sea una persona con muchos títulos o una persona que acaba de salir de la universidad, pues también siento un respeto profundo hacia quienes entran a estudiar medicina: se necesita el deseo de hacer el bien y el sacrificio para hacerlo”.
Tal vez no haya más alternativa que soltar y confiar en los colegas, como hacemos el resto de nosotros. Es la única forma de sortear la tempestad de la incertidumbre que nos golpea a la cara luego de un diagnóstico. Los pacientes quisiéramos certezas definitivas y solo tenem
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