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Música una necesidad básica para el bienestar

La música, mi principal indicador de bienestar

Salud, alimentación sana, agua potable, aire puro, actividad física… todos estos son sinónimos de bienestar. Y la música también lo es. El autor de esta columna la considera una necesidad básica. ¿En qué lugar la tienen ustedes?

En mi ya larga vida (y hasta ahora caigo en cuenta de ello) la música ha sido una de mis principales fuentes de bienestar. Sin embargo, la palabra música jamás pasa por mi cabeza cuando pienso en bienestar. Por lo general, lo asocio con las conocidas necesidades básicas: salud, alimentación balanceada, agua potable, actividad física…

Para mí la música tampoco ha sido fuente de bienestar económico. No me ha dado un peso (salvo cuando, como periodista cultural, he escrito acerca de ella), pero, ha estado muy presente en mi vida: como oyente, como estudiante malogrado de conservatorio, de adolescente y adulto, como autodidacta y como miembro de agrupaciones musicales como la banda Hora Local. Así que, para mí, y para muchísima gente que conozco, la música es una necesidad básica y, por lo tanto, una fuente de bienestar.

Cuando comenzó la pandemia había mucha incertidumbre. Se decretó un confinamiento que trajo consigo toda esa carga de miedo. También había mucho más tiempo para dedicarle a la música. Yo decía un poco en chiste, pero también en serio: lo que me he ahorrado en psiquiatras lo he invertido en instrumentos musicales y programas de edición de música.

En las mañanas suelo despertarme angustiado y durante la pandemia descubrí que el jazz,  era el único género que me traía calma y una sensación de optimismo. Alguna vez vi un documental en el que decían que la música es la única actividad que, de manera simultánea, ocupa la gran mayoría del cerebro. Yo intuyo que eso se debe a que en la música son tan importantes la emoción como la razón. Se puede hacer música sin emoción, pero, por lo general, termina siendo monótona, fría, sin alma y no comunica, así rítmica y armónicamente sea correcta.

Y la música que podemos llamar emocional, la que se hace empíricamente, sin conocimientos previos de gramática musical, por más espontánea que sea, requiere de una lógica que de pronto no está establecida con nombres académicos, pero que quienes la ejecutan siguen patrones rítmicos, melódicos y armónicos sin los cuales el resultado sería un amasijo de sonidos sin ton ni son.

Algo que he aprendido con el paso de los años es que en todos los géneros musicales hay piezas que me gustan. De niño y de joven, al haber crecido en un hogar sin televisor ni radio y donde solo se oía música clásica, yo estaba lleno de prejuicios acerca de gran parte de la música popular. Conocí el rock y fue igual. Fui integrante activo de militancias radicales y cuasifanáticas, irónicamente en géneros tan opuestos como el llamado rock clásico (Rolling Stones, The Who, Cream), el rock progresivo y luego el punk.

Con el tiempo pasé paulatinamente de la militancia a la tolerancia. Ahora me gusta oír casi de todo y, además, desde hace muchísimos años disfruto la música llamada clásica, sin ponerle arandelas ni misterios. Eso tal vez se lo debo a La naranja mecánica, película de Stanley Kubrick, cuyo protagonista es un fan de Beethoven y lo oye como si se tratara de Led Zeppelin. Y es que la música clásica se puede sentir, apreciar y disfrutar como la música popular. No hay que ser un conocedor o ser parte de una elite.

Eso lo aprendí gracias a Kubrick (y a grupos de rock progresivo) y lo corroboré en los eventos al aire libre del Festival de Música de Cartagena, en los que la gente común y corriente de la ciudad, quedaba fascinada con Chopin, Brahms o Debussy. De la misma manera, muchas personalidades de la música culta que se acercan a las expresiones populares no solamente las disfrutan y se divierten con ellas, sino que aprenden y expanden sus horizontes musicales. Por eso creo que la música debe ser considerada como una necesidad básica para medir el bienestar de las personas de la sociedad.

Este artículo hace parte de la edición 198 de nuestra revista impresa.
Encuéntrela completa aquí.

Eduardo Arias Villa

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.