En un momento en el cual el agua, la comida y el territorio escasean en el mundo los insectos pueden ser la alternativa para alimentar a personas y animales. Para lograrlo, primero hay que superar los prejuicios que tenemos sobre los bichos.
En nuestra sociedad los insectos no tienen muy buena fama. Para muchos son sinónimo de suciedad o bacterias. Muy pocos estamos dispuestos siquiera a tocarlos y otros salen corriendo despavoridos apenas los ven. Sin embargo, desde hace siglos, especies como grillos, gusanos, escarabajos y mariposas son parte de la dieta en distintos países de Asia, África y América Latina. La entomofagia, como se le conoce a la práctica de comer insectos, sigue presente hoy en la alimentación de aproximadamente dos mil millones de personas, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Aunque en Occidente podemos sentir repulsión por los insectos, la FAO y otras organizaciones se han dedicado a buscar alternativas a la proteína animal para alimentar a tantas personas como sea posible y que sean igual de nutritivas que la carne, pero con menor impacto ambiental. Los insectos pueden ser la respuesta al hambre de una población que no para de crecer y que, según esta entidad, llegará a más de nueve mil millones de personas en 2030.
Tantas bocas para alimentar implican un gasto enorme de recursos. Pensemos, por ejemplo, en las vacas de las que obtenemos carne y lácteos. Desde hace casi 30 años las investigaciones al respecto muestran que para producir diez kilos de carne vacuna se necesitan 2500 galones de agua y 200 metros cuadrados de terreno (el cual, además, debe ser deforestado para que sea óptimo para la ganadería). Estos diez kilos de carne producen casi tres kilos de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global.
Se conoce como entomofagia a la práctica de comer insectos, que está presente en la alimentación de aproximadamente dos mil millones de personas.
La ganadería también supone pensar en el alimento para los animales y, en el caso de las vacas, la tasa de conversión alimento-carne (la cantidad de comida que se necesita para que un animal aumente un kilo de peso) muestra que el ganado necesita ocho kilos de alimento para aumentar un kilo de peso.
Magaly Menjura, investigadora del Centro de Investigación sobre Artrópodos Terrestres de la Universidad Nacional (CINAT), quien actualmente experimenta con larvas de gusano amarillo de la harina como alimento alternativo para peces, explica que la cría de insectos requiere muchísimos menos recursos comparada con la ganadería tradicional: “Para producir siete kilos de insectos solo necesitamos un galón de agua, se produciría aproximadamente un gramo de gases de efecto invernadero y podríamos necesitar hasta 15 metros cuadrados de espacio; esto depende del tipo de insecto”, dice.
Además del bajísimo consumo de agua, alimento y espacio, los insectos tienen otra ventaja: algunos pueden alimentarse de residuos de frutas y verduras, entre otros, lo que promueve el aprovechamiento de desechos que de otro modo terminarían en la basura. La microganadería, como también se le conoce a la cría de insectos, tiene el potencial de alimentar a los humanos y a los animales.
La FAO afirma que una forma común de transformar los insectos en comida es pulverizarlos para convertirlos en harina que se puede utilizar como materia prima para el alimento concentrado de diferentes especies de animales. De igual forma, la harina de insecto también se puede incorporar fácilmente a la dieta humana a través de productos como tortas, galletas, suplementos dietarios, barras energéticas, etc. En Europa y Estados Unidos ya se venden insectos deshidratados para su consumo.
De otro lado, los insectos son ricos en proteína, fibra y ácidos grasos; además, contienen otros micronutrientes como hierro, zinc, magnesio, fósforo y selenio. Sin embargo, la investigadora Menjura insiste en que el aporte de nutrientes varía de acuerdo con la especie de cada insecto.
A pesar de sus beneficios, todavía es muy difícil persuadir a las personas de que incluyan insectos en su dieta porque los consideran sucios y llenos de bacterias, pero, en realidad, explica Menjura, la cría de insectos debe ceñirse a los protocolos de producción que garantizan que los insectos y sus derivados no representan un riesgo para la salud humana o animal. Esto significa que los insectos comestibles no se recolectan de forma indiscriminada de la basura o de una alcantarilla, como muchos podrían pensar, sino que, por el contrario, necesitan un ambiente controlado para crecer. De hecho, los insectos representan un riesgo bajo de transmisión de enfermedades zoonóticas (las enfermedades que se transmiten de animales a humanos), como la gripa aviar (la que produce el virus H1N1).
Una granja de insectos
En el CINAT funciona uno de los pocos criaderos de insectos comestibles que existen en Colombia. Son dos pequeñas habitaciones que, juntas, no suman más de diez metros cuadrados. El techo es bajo y la temperatura allí es alta porque los insectos necesitan un ambiente cálido para sobrevivir. El olor del lugar es muy parecido al de los galpones de gallinas. Huele a alimento para animales, pero en vez de encontrar paja o aserrín hay una especie de estantes en los que están apiladas, verticalmente, cajas de plástico que son el “corral” de diferentes tipos de insectos. Cada caja, que está marcada con la fecha de instalación y el tipo de dieta que consumen los individuos, contiene una especie en un estadio de desarrollo diferente.
Cuando fui a visitar el CINAT estaban criando larvas de Tenebrio molitor, también conocido como gusano amarillo de la harina, insecto con un gran potencial para incluirse en la dieta humana. También tenían otro tipo de gusano llamado Zophobas atratus, o gusano rey, que se puede usar como alimento humano y también tiene la capacidad de degradar el plástico.
En el cuarto más pequeño y cálido tenían dos especies de grillos: Gryllodes sigillatus o grillo rayado y Acheta domesticus o grillo doméstico. Esta última recientemente fue aprobada como alimento humano por la Unión Europea. A los grillos los acompañaban dos tipos de cucarachas que se utilizan como alimento para mascotas y animales exóticos: la Blaptica dubia o cucaracha argentina y la Gromphadorhina portentosa o cucaracha gigante de Madagascar, un insecto que puede medir hasta siete centímetros.
Los insectos de la granja tienen una alimentación especial diseñada por los investigadores del CINAT que, en general, suele tener salvado de trigo, varios tipos de harinas y trozos de frutas y verduras, lo cual garantiza que tengan una ingesta adecuada de nutrientes. Su alimento está esparcido dentro de las cajas como si fuera arena. Menjura aclara que todo el trabajo con los insectos, desde la cría hasta el procesamiento para convertirlos en materia comestible, se hace siguiendo los protocolos de manejo para insectos que se han desarrollado principalmente en la Unión Europea. Esto garantiza que el producto final no presente riesgo alguno para las personas o los animales.
A pesar del espacio tan reducido, en esta minigranja se pueden criar hasta 3000 individuos, aproximadamente, en una sola caja y se pueden obtener de 300 gramos a cuatro kilos de alimento, dependiendo del procesamiento que se haga de los insectos, pues se pueden utilizar frescos, deshidratados o en harina.
La cría de insectos debe ceñirse a los protocolos de producción que garantizan que los insectos y sus derivados no representen un riesgo para la salud humana o animal.
A comer bichos
Luego de mostrarme el lugar, los investigadores del CINAT trajeron diferentes versiones de los insectos listos para su consumo, que procesan en un laboratorio restringido al público para evitar contaminar la producción. Había larvas de Tenebrio molitor deshidratadas y convertidas en harina. Como esta especie es apta para el consumo humano me animé a probar una larva seca: era de color marrón oscuro y medía unos dos centímetros. Era muy crujiente y sabía a coco. Por su textura, me pareció que podía ser un buen complemento para el cereal del desayuno.En otro recipiente había harina del mismo insecto que se veía muy parecida al maní molido. Sin embargo, su sabor era muy diferente al de la larva seca; al probarla sentí que comía champiñones. Con esa harina y con otras, que también son de consumo humano, como las de grillo, intentan crear alimentos que ofrecen en muestras gastronómicas dentro de la universidad para que la gente pierda el miedo y se anime a comer insectos. En la última muestra que hicieron elaboraron mazapán de frutos rojos con maní y harina de Tenebrio molitor; probé uno y, de no ser porque ya sabía que estaba hecho de gusanos, habría creído que era un dulce casero.
La cría de insectos y la entomofagia pueden mejorar las condiciones de vida de poblaciones vulnerables.
Mucho más que un alimento
Hay otro beneficio que tiene la cría de insectos y la entomofagia y es que puede mejorar las condiciones de vida de poblaciones vulnerables. La FAO explica que la microganadería, por ser una actividad relativamente sencilla y necesita de pocos recursos, se puede llevar a cabo en zonas rurales y traer beneficios económicos y ambientales a la comunidad.
El CINAT le apuesta a esto a través del programa Insectos por la Paz, en el que capacitan a firmantes de paz del departamento del Tolima en la cría y utilización de la Hermetia Illucens o mosca soldado negra, un insecto cuya larva sirve para alimentar a otros animales, y que, además, consume desechos orgánicos como sobrantes de cultivos, y restos de frutas y verduras y los convierte en abono que es reutilizado en actividades agrícolas.
Según Menjura, gracias a la cría de la mosca soldado negra los excombatientes han reducido los gastos de alimentación de animales en un 23%, han fortalecido sus procesos productivos y han mejorado su calidad de vida.
De otro lado, la cría de grillo rayado o Gryllodes sigillatus, un insecto conocido por su alto contenido de proteína, también ha ayudado a promover la autonomía económica de mujeres rurales en Cundinamarca gracias a un proyecto liderado por la Universidad de la Sabana. Se trata de incentivar la cría del insecto como proyecto productivo sostenible y de promover su consumo en la comunidad al incluirlo en algunas preparaciones. De este proceso surgió un libro de recetas típicas de Cundinamarca con versiones de mantecada, almojábana y empanada, entre muchas otras, hechas con harina de grillo.
En Colombia aún hace falta que la legislación regule la cría y producción de materias primas hechas con insectos. Mientras eso ocurre, pensemos en que si la cría de insectos es un proceso relativamente sencillo y la entomofagia trae beneficios a la salud, el medio ambiente y la economía, ¿por qué no darles una oportunidad a los bichos en nuestra dieta?
- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.
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