¿Qué podrían tener en común Platón y Arnold Schwarzenegger? ¿De qué manera el feminismo ayudó a la expansión de los gimnasios en la década de los 70? A continuación una mirada a la historia del ejercicio físico.
El cuerpo bello
“La música es para el alma lo que la gimnasia es para el cuerpo”. Esta máxima de Platón resume el lugar de altísima importancia que tenía el ejercicio físico para los griegos. Para esta civilización, la concepción del ejercicio físico iba más allá de una herramienta necesaria para la guerra como lo pensaban los espartanos y, siglos antes, los persas, quienes entrenaban físicamente a los niños desde los seis años para convertirlos en soldados infalibles. Tampoco se relacionaba con ideas de la China antigua, donde el ejercicio físico copiaba los movimientos de caza y defensa de las sociedades primitivas.
Para los griegos, el ejercicio físico buscaba el desarrollo de un cuerpo hermoso que pudiera alojar una mente hermosa. El gimnasio era un lugar que buscaba instruir física y espiritualmente a los jóvenes, quienes se entrenaban para competir —desnudos—en diferentes pruebas atléticas como lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco, carreras y lucha. Esta última se llevaba a cabo en la palestra: un lugar diseñado específicamente para practicar este deporte y que contaba con la más pulida arquitectura griega. Rodeada por cuartos que funcionaban como camerinos, a medida que la civilización griega se fue desarrollando, la palestra también fue hogar de conferencias filosóficas sin abandonar nunca su función de escenario deportivo.
Si en 1978 había 3.000 gimnasios en todo Estados Unidos, para 2002 la cifra era de 20.000. Un crecimiento exponencial que se replicó por todo el mundo y que consolidó la industria del fitness”.
Tratados sobre el deporte
En la Europa feudal el ejercicio fue reservado únicamente para los nobles, quienes se esmeraban en preparar sus cuerpos para la batalla. No fue sino hasta que llegó el Renacimiento que el ejercicio físico volvió a ser de interés para intelectuales, científicos y médicos. La idea heredada de los griegos de que el ejercicio era necesario para lograr la educación integral de los jóvenes dio paso a la creación de las cátedras de educación física. Esto fue impulsado principalmente por el médico e intelectual italiano Mercurialis en su libro De arte gymnastica, donde revisa las ideas griegas y romanas sobre higiene, educación y ejercicio.
En 1553 el español Cristóbal Méndez publicó El libro delexercicio corporal y sus provechos: el primer tratado que recopiló diferentes deportes, ejercicios y juegos desde un punto de vista terapéutico. Basta dar un vistazo a uno de sus apartados para ver la manera en la que Méndez alaba las bondades de la actividad física:
Solo el ejercicio es el facil: y el mas provechoso y el comprehendente a todos: y suple por todos. Es bueno para los hombres mal regidos: y mejor para los bien ordenados… sino podeys comer exercitaos: y gastarse a lo que los causa. Si comeis mucho y no bueno: hazed ejercicio y ayudareys a digerillo: y gasta y consume o malo que del se engendra.
Las primeras máquinas
El creciente nacionalismo que surgió en el siglo XVIII en Europa fue definitivo para el desarrollo del ejercicio físico. Para este momento, la gimnasia se había convertido en una herramienta indispensable para formar ciudadanos fuertes que pudieran proteger sus naciones de invasiones extranjeras. Tanto en Alemania como en Francia y Suecia se desarrollaron múltiples institutos que buscaban investigar cuáles ejercicios físicos eran más efectivos para fortalecer los cuerpos de los ciudadanos y para tratar a aquellos que tenían dolencias o malformaciones de nacimiento. En 1796 el médico inglés Francis Lowndes inventó el Gymnasticon, la primera máquina para hacer ejercicio. Imagine estar sentado en una cabina de madera de donde salen dos palancas que permiten el movimiento de dos ruedas gigantescas que se suspenden perpendiculares a la cabina, como si se tratara de las ruedas de un automóvil vistas verticalmente y que necesitan la fuerza de los brazos para poder girar.
Este tatarabuelo de la bicicleta estática fue mejorado por el sueco Gustav Zander, quien diseñó diferentes máquinas de ejercicio y las llevó a la Exposición Internacional de Filadelfia en 1876. Allí mostró una especie de caballo mecánico, que prometía al usuario ejercitarse sin hacer mucho esfuerzo. Como si se tratara de una atracción infantil, solo bastaba sentarse en una silla demontar y mecerse al vaivén del aparato. Zander, quien también habló sobre los males de la vida sedentaria, logró vender varias de sus curiosas máquinas a spas frecuentados por la élite norteamericana. Entre el inventario de rarezas se encontraba una máquina de abdominales que literalmente golpeaba con guantes de boxeo la zona media del usuario y una serie de poleas que se amarraban del cuello y el abdomen del usuario para moverse y masajear la zona, como si fueran una versión antigua de los cinturones vibradores que venden en Televentas y que prometen reducir medidas. Tener acceso a las máquinas de Zander era sinónimo de lujo y estatus, aunque sus resultados fueran más dolorosos que efectivos.
Yuppies y feministas
Con la llegada de las dos Guerras Mundiales los aparatos de Zander perdieron relevancia, y la idea de ejercitar el cuerpo se relegó exclusivamente a fisicoculturistas como Charles Altas o el Mr. Universo de 1969, Arnold Schwarzenegger. No fue sino hasta finales de los setenta que el ejercicio físico volvió a cobrar fuerza gracias a la moda de los aeróbicos, impuesta por Jane Fonda y sus videos de ejercicios que las personas podían hacer en la comodidad de sus casas. La generación de yuppies y babyboomers encontraron en los gimnasios un oasis de vanidad que prometía un estilo de vida acompañado de eterna juventud, belleza y socialización, como alguna vez lo hubieran concebido los griegos. Para la psicóloga Annie Gottlieb, la revolución feminista también tuvo mucho que ver con este auge. Los gimnasios ofrecían la posibilidad de empoderamiento femenino: esculpir un cuerpo igualmente fuerte al del hombre. Sin embargo, para la década de los 90 el cuerpo que las mujeres buscaban esculpir en el gimnasio se encontraba en la orilla opuesta, más parecido a un estándar de belleza sexualizado y siliconizado impuesto por Pamela Anderson y sus compañeras de Guardianes de la bahía.
Si en 1978 había 3.000 gimnasios en todo Estados Unidos, para 2002 la cifra era de 20.000. Un crecimiento exponencial que se replicó por todo el mundo y que reafirmó a la industria del fitness como una de las tajadas más jugosas para los inversionistas. Hoy por hoy la oferta es infinita: clases de zumba, yoga aéreo, máquinas con electrodos que se conectan directamente a los músculos o decenas de variedades de Pilates hacen parte del menú de quienes quieren ejercitarse.
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