Consumir frutas y verduras durante los primeros años de vida es determinante para adquirir y conservar una buena salud. Y para garantizar un desarrollo pleno de todas las capacidades físicas y cognitivas.
i echamos un vistazo a las estadísticas de Colombia nos damos cuenta de una realidad que habla de malnutrición y desnutrición: 75% de los menores de 18 años no consumen hortalizas o verduras diariamente; uno de cada seis niños y adolescentes presenta sobrepeso u obesidad; la prevalencia de esta condición ha aumentado 25,9% en los últimos cinco años; 8% de los niños de 5 a 12 años y 7,6% de las mujeres en edad fértil presentan anemia. Son datos de la última Encuesta Nacional de Situación Nutricional de 2010, así que podemos suponer que la situación hoy por hoy es más dramática.
Las frutas y las verduras son la base de una dieta saludable, y es por ello que la Organización Mundial de la Salud y la FAO recomiendan un consumo diario mínimo de 400 gramos de unas y otras. Una manzana pesa aproximadamente 180 gramos, un banano 150: saque cuentas. ¿Ya comió su dosis de hoy? ¿Y sus hijos? Adriana Cadena, nutricionista con especialidad en pediatría, asegura que tanto niños como adultos deben comer a diario tres porciones de fruta (entera, no en jugo) y dos de verdura.
Pero ¿por qué es tan importante incluir vegetales en nuestra dieta? Sencillo: la ingesta de estos alimentos contribuye a prevenir enfermedades cardiovasculares, algunos cánceres, la diabetes y la obesidad. Se calcula que cada año podrían salvarse 1,7 millones de vidas si se aumentara lo suficiente el consumo de frutas y verduras.
Y eso no es todo: un niño mal alimentado no puede pensar, porque si tiene deficiencia de hierro en la sangre (anemia) su cerebro no tiene una buena oxigenación e irrigación; es muy probable que le falle la memoria, pierda coeficiente intelectual, tenga sueño permanente y por las bajas defensas se enferme mucho, esté débil y cansado.
Hábitos adecuados e inadecuados
Es posible detener el avance de las enfermedades crónicas asociadas a una dieta poco saludable. El primer paso es tomar conciencia de lo que damos de comer a nuestros hijos. Tenga en cuenta:
• La cantidad de calorías que requiere un niño varía de acuerdo a la edad y a las actividades que realiza. Hasta los tres años el crecimiento acelerado demanda una cantidad de nutrientes distinta a la que requiere un niño de ocho años, cuando el crecimiento es más lento.
• La comida procesada, en paquetes, está llena de conservantes, colorantes, aromatizantes, estabilizantes, edulcorantes y una larga lista de químicos imposibles de pronunciar. Incorpore la costumbre de leer las etiquetas, no se conforme con lo que dicen los productos en el frente del empaque.
• La comida debe ser placentera. Usarla para premiar o castigar puede ser un método eficaz a corto plazo pero contraproducente. No sirve de nada forzarlos a comer brócoli y zanahoria y luego premiarlos con dulces y golosinas, porque estamos enviando dos mensajes distintos.
• Ser ingeniosos en la preparación es fundamental. Una zanahoria cocinada en exceso, blanda y sin gracia no le provoca ni al más radical de los vegetarianos. La clave está en combinarlos y presentarlos de forma atractiva.
• Cocinar rico y saludable no es costoso y no requiere horas en la cocina. Si no es hábil en esta materia, consulte la enorme oferta que hay en páginas especializadas de internet. También los libros de cocina son una guía de consulta con miles de recetas fáciles y sanas.
• Los hábitos alimenticios se aprenden en casa. Si los adultos no comen frutas y verduras no pueden aspirar a que los niños sí lo hagan. El ejemplo empieza por los padres. Y los niños son grandes imitadores.
• Si no le gusta una verdura pruebe con otra o prepárela de otra manera. Obligarlos solo genera rechazo.
• Es buena idea mantener a la vista en la casa una bandeja de frutas de donde puedan tomar a su antojo.
• Interesarse por lo que comen fuera de casa es fundamental. No es buena idea dejar en manos de ellos su alimentación, para que coman solo lo que les provoca.
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