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Esteban Chaves: “Mi talento es la disciplina”

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Esteban Chaves es uno de los ciclistas más improtantes que ha dado Colombia en los últimos años. Su talento no es otro que una disciplina férrea

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ara imponerse y sobresalir entre centenares de ciclistas de la élite mundial, Esteban Chaves tuvo que adquirir todo lo necesario: la fuerza física y, sobre todo, la voluntad. Nada le vino de nacimiento: desde niño fue flaco y enjuto. Chaves no posee el ímpetu de un animal bravío, sino el esfuerzo sostenido y discreto de la hormiga. “El chavito”, con un cuerpo diminuto y 55 kilos de peso, ha logrado tanto que sorprende, y casi nadie habría apostado por su éxito. Sus victorias siempre han sido esquivas y difíciles.

Esta mañana, otro día de rutina, Esteban Chaves recorrió casi 180 kilómetros por varias rutas cercanas a Bogotá. Su equipo, el Orica-Scott, no lo estaba vigilando. Nadie lo obligó a madrugar, nadie contó los pedalazos que debió completar hasta el final de la jornada. Pero él, empujado por el compromiso, madrugó y estuvo parado sobre los pedales durante cinco o seis horas.

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Se dice que empezó a darle importancia a la actitud, al cerebro, gracias a su papá, que estaba siempre encima de ustedes diciéndoles sí se puede.

Creo que uno tiene hasta cierta edad para formarse una mentalidad de guerrero, de entregado y disciplinado. Eso lo trabajamos mucho en la casa, con mi mamá y mi papá, cuando mi hermano y yo estábamos pequeños.

¿Cuánto de talento y cuánto de trabajo hay detrás de sus logros?

El talento es muy importante y cuenta mucho. Pero cuando uno llega al profesionalismo lo más valioso es la constancia, la mentalidad y las ganas. Cuando uno se hace mayor las capacidades físicas disminuyen: la resistencia, la fuerza. Y para contrarrestar eso hay que trabajar muy duro. Yo creo que el talento en un deportista profesional contará el 30 por ciento; el otro 70 marca la diferencia. Entonces pienso que lo más importante es eso: el trabajo. Yo de joven era muy malo, pero mi talento radica en la disciplina: nunca me rindo. Y ese también es un talento: la entrega, la mentalidad. El campeón no está en las piernas, sino en la cabeza.

No es común que en una familia haya un deportista profesional. Pero en la suya hay dos, usted y su hermano, que también es ciclista...

Mi papá le dijo a mi abuelo que quería ser ciclista, pero él dijo que eso era para vagos, que tenía que estudiar. Mi papá no tuvo apoyo; le truncaron sus sueños. Por eso él quiso para nosotros una vida diferente: que tuviéramos las oportunidades, que creyéramos, que hiciéramos lo que nos gusta. Soy afortunado por tener a mi papá y mi mamá que nunca dijeron que no, y siempre nos apoyaron. Soy afortunado por haber nacido en ese hogar.

¿Entonces dio sus primeros pedalazos con su papá?

Sí, él siempre fue muy aficionado al ciclismo y nos transmitió ese amor. Desde que yo recuerdo había bicicletas en la casa. Yo lo acompañaba a entrenar, y me acuerdo mucho que veíamos el Tour de Francia. Veíamos cómo Lance Armstrong les ganaba a todos. En ese momento yo empecé a montar mucho, pero mi papá siempre me ganaba con facilidad. Yo le decía: “Uf, papá, tú eres muy bueno; tú le puedes ganar a Armstrong”. Y él me decía: “Claro, yo puedo”. Y yo: “¿Por qué no corres el Tour de Francia?”. Y él: “Porque a mí lo que me apasiona es hacer muebles, lo que más me gusta es hacer muebles y estar con ustedes. A uno en el Tour le toca viajar siempre, estar lejos de la familia, y eso no me gusta. Uno tiene que hacer en la vida lo que uno quiere”. Pues eso era pura mierda, pero yo crecí con eso, y lo creía. Hasta que un día le gané a mi papá. Tendría 12 años, y él era mi héroe. Entonces le dije: “Papá, si te gané a ti, entonces le puedo ganar a Armstrong”, y él me dijo: “¡Claro! Puedes hacer lo que quieras; puedes ganarle sin problema al que quieras, pero tienes que seguir trabajando duro”. Varios años después, cuando empecé a correr en Europa, él reconoció que me dejó ganar esa vez, y después muchas veces, porque quería convencerme de que yo era el mejor. Y así fue.


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Lo más importante es el trabajo. Yo era muy malo, pero mi talento radica en la disciplina: nunca me rindo. Y ese también es un talento: la entrega, la mentalidad. El campeón no está en las piernas, sino en la cabeza.


 

A principios de 2013 sufrió en Italia una caída que casi lo saca del ciclismo profesional: fractura de clavícula y el brazo derecho paralizado durante varios meses. ¿Cómo superó esa prueba? ¿Llegó a pensar en un plan B?

Si se tiene un plan B, uno deja de luchar por el plan A. Sí tuve dudas, momentos muy duros en los que no quería seguir luchando, trabajando; no quería ir más a terapia. Pero en esos momentos recordaba que tenía un contrato firmado con Orica-Scott, un equipo que confió en mí cuando no había ninguna certeza de mi recuperación: me firmaron un contrato por tres años estando lesionado. Ahí me daba cuenta de que estaba cerca de cumplir mis sueños: estar en uno de los mejores equipos del mundo. Entonces me levantaba y me iba a la terapia, a seguir apostando.

¿Qué tan difícil es salir a la carretera después de dos cirugías, injertos de nervios y cicatrices enormes en el cuerpo?

Yo creo que hay dos tipos de personas: las que ante las dificultades se echan a la pena y no lo vuelven a intentar, y las otras, que aprenden de la derrota y trabajan con eso para después hacerlo mejor. Yo creo que soy de este grupo. Todos los deportistas pasamos por momentos así, muy difíciles. De hecho, pasamos más por momentos de derrota que por momentos de victoria.

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El éxito es una excepción.

Exacto. Yo tengo unos 90 días de carrera cada año, y apenas gano tres veces. Es decir, pierdo 87. Entonces uno tiene que hacerse muy fuerte. Tiene que aprender de esas cosas, y mi mayor aprendizaje ha sido gracias a esa lesión. Hubo otras cosas que me tocaron mucho, pero no tanto como ver mi carrera deportiva a punto de terminar. Y no solo mi carrera, sino muchas cosas más: no iba a volver a usar mi brazo, mi familia dependía de mí; mi hermano, qué ejemplo podía tomar si yo me rendía. Fue algo que me tocó mucho, pero se hace uno más fuerte y aprende de esas cosas.

Además de la recuperación física está la psicológica. ¿Cómo maneja usted el miedo?

El miedo existe y siempre existirá. Y es algo normal. No existe una persona que no lo sienta, y eso hace parte de lo que somos. Si dejamos de sentir miedo, no hay gracia. Al principio yo sentí un miedo muy grande por ver qué pasaba con mi vida. Después, cuando ya estaba recuperado, era un miedo por ver si podía volver a ser el de antes, si podía estar en un grupo con doscientos corredores, con viento, con lluvia, en una bajada. La única forma de vencer el miedo era compitiendo, y si me caía, pues ya me había caído antes. Veremos qué pasa, dije. Y aquí estoy.

Sé que ha conservado la relación con el médico que lo operó.

Sí, el doctor Julio Sandoval. Una de las primeras cosas que le regalé fue la camiseta con la que gané la etapa reina del Tour de California, la primera competencia en la que participé después de la lesión. Eso fue como pasar la página. Ahí empecé a levantar el brazo derecho en cada victoria, y ese gesto se ha vuelto como un símbolo mío. Porque con la lesión perdí casi toda la movilidad de ese brazo, no lo podía levantar. Después de esa competencia me demostré a mí mismo que sí podía volver a ser el de antes, o mejor. Cogí la camiseta con el número, la puse en un marco y se la llevé al doctor Sandoval. Él tiene trofeos míos, fotos, zapatillas. Siempre le seguiré llenando su museo, porque el hombre nunca dudó de mi recuperación. Visité como a diez médicos, y la mayoría dijo que no me podía recuperar. Pero el doctor Sandoval siempre me dijo que sí lo podíamos hacer, que iba a ser duro y difícil, pero podíamos hacerlo. Hay personas que son importantes en mi vida, y él es una de ellas.

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En cosa de diez años usted pasó de colgar en su cuarto afiches de las glorias del ciclismo, como Alberto Contador, a...

A darles en la jeta (risas). Es increíble, y me ha pasado con Contador, Valverde, Cancellara… Con muchos héroes que yo admiraba y recortaba de las revistas, ahora compito con ellos y hasta les gano a algunos. Eso me gusta mucho, porque yo nací en un barrio normal de Bogotá, igual que todos. Crecí en una familia de clase media, comprábamos revistas y yo soñaba con ser un ciclista. Todo este proceso demuestra que los sueños se cumplen si usted trabaja y se esfuerza. Yo soy una prueba viva de que los sueños se pueden cumplir.

En 2010, cuando debutó en Europa en el Tour del Porvenir, dijo que les tocaba andar como gitanos.

Sí, éramos pelados y nos tocaba guerrear, pero teníamos la oportunidad de ir, que era lo importante, y la pasamos bien. En un equipo grande la logística es diferente, porque hay más dinero. Por ejemplo, un equipo grande puede comprar carros y no tiene que arrendarlos. Puede hospedar a sus deportistas en mejores hoteles, cómodos y sin ruido. No tiene que buscar el vuelo más barato y pasar tantas horas en los aeropuertos, cansando a los ciclistas. Todo cambia cuando uno llega a un equipo grande. Pero no por eso la competencia es más fácil.


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Chaves fue segundo en el Giro de Italia y tercero en la Vuelta a España, ambos en 2016. Ganó el Tour del Provenir en 2011 y es el único no europeo en ganar el Giro de Lombardía”.


 

 Así, como gitanos, empezaron los escarabajos su conquista de Europa...

Sí, pero la palabra conquista no me gusta porque es como arrogante, como si estuviéramos contra ellos. Para mí los europeos, los australianos y los africanos son mis socios, mis iguales. Yo trabajo con ellos y son geniales. Trabajo con personas de los cinco continentes y son como nosotros los latinoamericanos: con sueños, con familias, con dedicación. Nos tienen mucho respeto. Yo he viajado por todo el mundo y jamás he recibido maltrato por ser colombiano. Me toca esperar un poquito más en migración por el pasaporte, pero no pasa nada.

Con usted el equipo Orica-Scott ha logrado grandes victorias por primera vez. Deben estar muy agradecidos.

Sí, el año pasado tuve tres triunfos importantes: podio en el Giro de Italia, el primer podio que el equipo hacía; después podio en la Vuelta a España, y gané el Giro de Lombardía. Entonces sí, seguramente el equipo se siente agradecido. Pero nunca estarán más agradecidos que yo. Por eso sigo firmando contrato con ellos, y ahí me gustaría terminar mi carrera deportiva, porque ellos fueron los únicos que creyeron en mí cuando estuve mal. Yo trabajo duro porque quiero devolverles lo que hicieron por mí.

La carrera de un ciclista es corta, y antes de los cuarenta años les toca retirarse. ¿Ha pensado en esa etapa?

Hay un muchacho en el equipo que ya tiene 41 años. Él dice que somos como soldados. Los soldados van a la guerra, arriesgan la vida y sufren, pero después están en la casa y les hace falta el combate. Los ciclistas somos así. Llega un punto en que nos hace falta sentir la tensión, el sufrimiento, la fatiga que se siente en las grandes carreras. Muy pocas personas pueden sentir lo que uno siente cuando termina un Giro, una Vuelta, o cuando uno cruza primero la línea de meta. Esa satisfacción no se puede describir. Es impresionante, y es lo que nos hace continuar.

¿Qué siente arriba de la bicicleta cuando va por una carretera?

Siento paz, tranquilidad, bienestar. Ese momento es uno de los más felices. No tengo nada de qué quejarme, estoy bien, estoy cumpliendo mis sueños. Y eso es lo que me hace estar bien.

Y cuando no está pedaleando, ¿qué otros momentos disfruta?

Cuando estoy con mi familia. Mis papás estuvieron conmigo en la Vuelta a España, y después nos fuimos para Andorra; allá vivo cuando estoy en Europa. Andorra es un país en la mitad de Los Pirineos; muy tranquilo, muy calmado. Allá un día nos pusimos a ver una película los tres. Nadie nos llamaba, no teníamos internet. Y nos acordamos de cuando empezamos todo este sueño, y nos acostábamos los cuatro a comer crispetas y a ver películas. Y como nadie nos conocía, nadie nos llamaba y estábamos bien. Al final eso es bienestar, cuando uno no necesita nada. Eso es algo muy bonito, algo íntimo, charlando, pasándola bueno, acordándose de las cosas que ha construido. Eso es el bienestar.

Los que vienen detrás

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Como a tantos otros deportistas colombianos, a Esteban Chaves le faltó respaldo para su formación como ciclista. “Las instituciones de Bogotá no me apoyaron cuando lo necesité”, dice hoy. Para avanzar en su desarrollo deportivo tuvo que irse a Medellín, donde había un equipo bien armado y mayores oportunidades. Pero no dejó de ser duro: “Vivía en un hotel o en las casas de mis amigos del equipo. Yo era el único que no era antioqueño”.

Los años pasaron y Chaves se convirtió en una figura sólida dentro de su disciplina. Después de conocer tantos talentos que se perdían en el camino por falta de apoyo, decidió crear el Equipo Fundación Esteban Chaves, por donde han pasado alrededor de 200 jóvenes desde su creación en 2016.

En la Fundación trabajan su padre, su madre y otros aliados. Reclutan niños y adolescentes que practiquen ciclismo en Cundinamarca y Boyacá; los asesoran, los entrenan y los acompañan en sus primeras carreras. Los muchachos reciben bicicletas y accesorios sufragados por varios patrocinadores. Y entre ellos se escoge a los mejores: aquellos que demuestran aptitudes y compromiso real sobre la bicicleta.

El equipo participa en todas las competencias del circuito nacional. La meta a largo plazo es clara: formar ciclistas que puedan correr en los mejores equipos de Colombia y el mundo.

 

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Sinar Alvarado

Periodista independiente. Colabora con diversos medios de América Latina.