Ha hecho papeles entrañables para los colombianos como el de la Niña Mencha, Gaviota, la madre, la Caponera… También ha actuado en películas, publicado discos, escrito en diversos medios, presentado todo tipo de programas televisivos. Hoy, a sus 56 años, Margarita Rosa de Francisco es una mujer que sigue buscando, preguntándose, creando.
Quien la vea de cerca notará que su belleza no está del todo en sus ojos expresivos y cambiantes, su pelo desordenado o su figura elegante y estilizada. Su belleza está, sobre todo, en la artesanía con la que elige las palabras para hablar y escribir, en la sabiduría con la que hilvana sus pensamientos, en la humildad con la que recibe los piropos y reconoce sus talentos, en la gallardía con la que señala sus fracasos, en la amabilidad con la que nos recibe en su casa.
Dejar de ser joven, lejos de mortificarla, le ha traído una tranquilidad que no había sospechado. Ahora su belleza está atada a sus 50 años, a sus patas de gallo, al tiempo vivido, y que por nada del mundo quiere echar atrás con cirugías. Su edad no se mide en años; su edad es un lugar de paz y madurez donde reconoce que hay franquezas inoportunas, errores que arden y verdades que no pueden esconderse.
Liberada del peso de “ser bella”, Margarita Rosa se entrega con arrojo a otros placeres: le gusta bailar como si nadie la mirara y le gusta escribir como si nadie la leyera. En la escritura está su método para organizar su mente, un modo franco de mirarse al espejo. Aunque no se siente escritora, cada 15 días su columna en El Tiempo es una muestra de sensatez, estilo y buen tono.
Además de escribir, está encantada con su personaje La Ranga, el más reciente de su repertorio, el que más ha querido (por encima de la Niña Mencha, Juanita, Gaviota o la madre) y el que le ha dado su mayor satisfacción como actriz. Adora ese formato íntimo en el que ella misma se graba para colgarlo en YouTube, y quizás más adelante haga algo más ambicioso.
En varias oportunidades ha dicho o escrito que no se cree una gran artista. ¿Por qué?
No sé. No creo que sea exceso de humildad, tal vez es porque para mí la palabra artista tiene una connotación tan importante. Concibo a los artistas como los grandes pintores, grandes creadores. Yo siento que soy una creadora, pero a un nivel doméstico. Me gustan las cosas que he hecho, con muchas me reconozco y me felicito, pero creo que es el tiempo el que da el crédito de artista.
Con una carrera consolidada como actriz se matriculó en la carrera de Música en la Universidad Javeriana. ¿Cómo fue esa experiencia de ir a las aulas y codearse con otros estudiantes?
Me encanta ser alumna, que me enseñen, tener un profesor. Matricularme en la Javeriana es de las mejores decisiones que he tomado. Tenía 37 años y empecé en nivelación porque no tenía conocimiento musical académico de ninguna especie. Para lo de la humildad es una buena lección: estás rodeada de muchachitos que aprenden más fácil que tú. Yo tenía que estudiar el triple. Fue fantástico. Estudié dos años en la Javeriana, luego dos años en una universidad en Miami. Pero nunca me gradué. Al final me atrapó el trabajo. Y ahí interrumpí.
¿Y ha pensado estudiar otra cosa?
Sí, a veces me dan ganas de estudiar literatura, por ejemplo. O filosofía, pero tendría que hacerlo por internet.
Desde hace unos años es columnista, primero en Soho, luego en Ellas y ahora en El Tiempo. ¿Cómo considera este asunto de la escritura?
Es algo que disfruto. Desde pequeña escribo guiones, cuentos, diarios, reflexiones. Me hice mucho psicoanálisis desde chiquita, y eso me disciplinó mucho, me enseñó a pensar, a desglosar los pensamientos. La forma de hacerlo es escribiendo, y lo he hecho por salud. Pero luego de tanto tiempo te das cuenta de que has aprendido a observarte, a preguntar. Aunque nunca diría que soy escritora, no tengo la disciplina de escribir, no soy como los escritores que tienen su rutina. Yo escribo cuando me sale, y ahora porque me toca disciplinarme con el periódico.
¿Cómo la marcaron diez años de psicoanálisis?
El psicoanálisis me marcó totalmente. Me llevaron porque sufría de ataques de pánico y Florentina Londoño me enseñó mucho a pensar y sobre todo a soportar el silencio, porque los psicoanalistas casi no hablan, o al menos esos ortodoxos. Había momentos en los que no sabía qué decir. Y luego entiendes que ese silencio también es curativo porque aprendes a observarte pensando, luego vas perdiendo la timidez y empiezas a decir los pensamientos sin hilar, sin ser coherente (no hay que serlo), eso da mucha libertad. Ella me ayudó a ordenar, a escarbar lo que había. Hace tiempo no sé nada de ella.
“Me hice mucho psicoanálisis desde chiquita, y eso me disciplinó mucho, me enseñó a pensar, a desglosar los pensamientos. La forma de hacerlo es escribiendo, y lo he hecho por salud”.
¿Y los ataques de pánico cesaron o aprendió a controlarlos?
Creo que uno aprende a vivir con ellos. Porque creo que eso le pertenece a la calidad del alma de las personas. Como la gente que sufre de gastritis y es propensa a eso, otros que tenemos esa propensión a que nos dé pánico de nada. Ojalá fuera miedo a una cucaracha o a algo que se pudiera identificar, pero es como un miedo abstracto, un miedo que uno no ubica. Sin embargo, lo he usado para crear.
¿Cómo describiría su niñez? ¿Fue una niña feliz?
Mi infancia tuvo mucha música, arte, y eso siempre es redentor. Crecer rodeada de cosas lindas, de ambientes bellos, de paisajes divinos. Me crié en Cali, pero íbamos mucho a Santa Bárbara. Pasamos veranos enteros haciendo comedia y había siempre un ambiente de fiesta, parranda, alegría. Claro que está la otra cara que le pertenece a mi espíritu, que no tenía que ver con lo que vivía. Tuve una infancia chévere, pero de pronto la calidad de mi alma es la de una persona existencialista, preguntona. Ver las cosas tan bonitas no era suficiente, eso ya es del espíritu y no de la calidad de la infancia que tuve.
Crecer rodeada de arte era algo natural. ¿Identifica el momento en el que se dio cuenta de que era artista?
No tuve una revelación. Revelación fue para mí darme cuenta de que podía vivir de eso. Que fuera una profesión, porque era algo tan divertido que me parecía increíble que te pagaran por hacerlo.
¿Con qué faceta se siente más cómoda: como actriz, escritora, compositora, ¿cantante?
Crecí escuchando a mi papá cantar, siempre era el alma de las fiestas. Los tres hermanos tenemos buen oído, entonamos y cantamos. No sé si fue por pegarme al corte de mi papá que tuve esa fijación con hacer música y cantar. Sin embargo, cantar en público es una tortura para mí. Cuando hice Café con aroma de mujer tenía permiso del personaje, pero yo como Margarita, con las canciones que yo misma he compuesto, me costó mucho trabajo, hasta el punto de fracasar comercialmente. Lo he admitido. Saqué el disco y quería que él solo se defendiera, que no me tocara cantar en vivo. Una vez cancelé un compromiso justo antes de salir a escena. Era como una rata detrás de una nevera. Quedé como un zapato, pero no fui capaz. En cambio, sí puedo llamarme a mí misma actriz con toda libertad, en eso no hay nada qué hacer. Me sentía actriz desde que nací y he escrito desde chiquita.
Para cantar ¿no podría aplicar la misma técnica de la actuación?
Como cantante me pasa algo que no me pasa como actriz. Como cantante estoy como disociada de mí misma, me oigo y no me gusta, no me gusta como canto, me siento incómoda en el escenario, no he podido encontrar un lugar ahí. Me quito un peso de encima no cantando. En cambio, como actriz no pienso. Como actriz me gusto, me gustan las cosas que he hecho, pero como cantante no.
Ha dicho que le dio duro no haber ganado el reinado en 1984. ¿Cómo ve este asunto 30 años después?
Eso tenía su razón de ser. Pienso que yo hubiera tenido el mismo destino como actriz siendo o no reina. De pronto lo que sí me concedió ese virreinato fue que la gente se apasionó mucho por esa “injusticia”, aunque la palabra no se ajuste mucho. Pero la gente se solidarizó conmigo porque no gané.
Las derrotas enseñan más…
Las derrotas son más sustanciosas, son maravillosas porque tienen mucho de donde sacar para volverlo otra cosa. El triunfo es como una avalancha que uno recibe y como que a partir de ahí no piensa más. Una derrota te pone a pensar. Enseñan más las derrotas que los triunfos.
En su adolescencia la operaron de escoliosis, y tuvo que pasar nueve meses en cama. Ha contado que pasó ese tiempo acostada leyendo y dibujando. Me recuerda muchos casos de escritores que empezaron a escribir luego de pasar largos períodos de convalecencia…
A los 16 años tenía también mi lado frívolo. Yo quería salir, estar de fiesta. Me cayó como un baldado de agua fría estar enyesada tantos meses. Tampoco lo quiero poner como que fue una cosa heroica, tipo Frida Kahlo. No. Me tocó estar con esa escafandra y me obligó —no era tanto que quisiera— a leer, a pintar, a hacer todo lo que no podía hacer en un gimnasio o en una fiesta. Porque desde chiquita he tenido esa fijación con el cuerpo.
Al parecer le gusta mucho el entrenamiento físico, en Instagram pone fotos y videos de sus entrenamientos, y se ve que son exigentes…
Siempre he tenido una fascinación por la forma del cuerpo. El dibujo muscular de un cuerpo me parece bellísimo, y no sé por qué. Mis cánones de belleza también eran distintos: me gustan desde siempre los cuerpos musculados, era el cuerpo que me gustaba tener. Lo de la columna me paró, pero con el ballet aprendí el rigor del entrenamiento, la relación con el dolor, aguantar dolor con el fin de lograr algo más. Después de la operación lo apliqué a mi entrenamiento diario y empecé a entrenar y a estar muy pendiente del cuerpo y de cómo me veo. De eso tampoco me enorgullezco.
Dolor, sacrificios, privaciones, ¿cómo se lleva con eso?
He tenido una relación conflictiva con la comida y con el peso. No al límite de la anorexia o bulimia, pero sí he tenido una relación muy tormentosa con la comida y con mi cuerpo. Eso he ido trabajándolo. Ya que tengo 50 y he pasado por todas las formas de comer y no comer y de azotarme en los gimnasios, un día sentí una vocecita que me decía: “Margarita, ¿usted no se ha dado cuenta de que ya se curó?”. Pues sí, porque ya no como privándome de las cosas. Como muy sano, pero ya no estoy tan pendiente. Tengo una rutina, pero ya no con la angustia de hace un par de años.
¿Cómo era hace unos años?
Contaba las calorías, las grasas, en fin. Hoy en día el mercado se abrió a ese tipo de alimentación y nos ofrece cosas igual de ricas. No me ejercito ni como así por salud, lo hago por vanidad. Eso terminó siendo saludable. No me enfermo de nada, no me da gripa ni nada desde hace años. Supongo que ha sido bueno.
“Las derrotas son más sustanciosas, son maravillosas porque tienen mucho de donde sacar para volverlo otra cosa. El triunfo es como una avalancha que uno recibe y como que a partir de ahí no piensa más. Una derrota te pone a pensar”.
¿Qué alimentos están proscritos?
Azúcar, sal, carnes. Como pollo a veces, pescado bastante, verduras todas, frutas todas. Carbohidratos con mucha mesura.
Tiene una rutina de ejercicios casi militar. ¿Qué puede detenerla?
Nada me detiene. Descanso un día, máximo dos. Pero no me detienen ni las vacaciones ni los viajes. Lo primero que ubico cuando viajo es dónde voy a hacer ejercicio. Si no hay gimnasio, busco un lugar, llevo mis lazos, mis elásticos. Tengo molestias en las rodillas por no descansar. ¡Es que tengo 50 años! Y 35 años dándole sin parar al entrenamiento. El mismo cuerpo dice “déjeme tranquilo”. Ahora hago hora y media diaria, pero antes podía hacer tres o hasta cinco horas diarias. Entrenaba a la una de la mañana, al llegar de rumbear. Con decirte que una vez me quedé dormida corriendo…
Es una persona muy privada, le gusta la soledad. Pero a la vez tiene ese otro lado exhibicionista, le gusta mostrarse en las redes sociales. ¿Cómo maneja ese riesgo?
Lo que creo es que uno no debe tomarse en serio. Uno también hace un personaje de sí mismo. Hago La Ranga y me siento tan ella… pienso “yo hubiera podido ser así, en vez de Margarita”, o sea que Margarita es un personaje que tengo para hablar contigo, para andar por la calle. ¿Por qué puedo hablar como Margarita con la misma naturalidad que hablo como La Ranga? Porque soy las dos cosas. Por lo tanto, este es un personaje también, un personaje desechable, para no tomar en serio. Por eso me doy el lujo de poner en Instagram las cosas más superficiales del mundo. Un día tengo ganas de salir bonita y pongo mi foto con luz plana, y otro día pongo a La Ranga, pero tengo libertad de jugar con eso y no tomarme en serio cuando la gente opina lo que quiere (y tienen derecho a hacerlo). Cada vez me afecta menos.
Hay una relación ahí cambiante, podría uno decir contradictoria, con el ego y la belleza…
El ego juega en todas las instancias de la mente humana. Se mete en todo, no solo con la belleza. Lo vigilo todo el tiempo. Los actores somos actores porque nos encanta que nos aplaudan y nos reconozcan. La belleza nunca ha pasado a un segundo plano. Ni la belleza imaginada, ni la que pretendo alcanzar todos los días. Para mí sí ha sido importante ser bella. Yo sí he tenido un reencuentro con mi belleza ahora que estoy en los 50: no soy bella en los términos en que lo era hace 20 años, pero me siento feliz con las líneas de mi cara, no me siento menos bella. No quiero volver a ser la bella de 20 años atrás. No quiero tocarme la cara tratando de ser algo diferente.
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