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Para el autor de este testimonio, cuidar a su madre de 82 años con demencia senil es un compromiso y un privilegio.
oy el quinto de siete hermanos: cuatro mujeres y tres hombres. Cuatro viven fuera de Colombia. Desde pequeño siempre he sido el más pegado a mi mamá, y eso no ha sido un impedimento para hacer mi vida. Yo digo que todavía tenemos un cordón umbilical, que estamos conectados. Las mejores enseñanzas las obtuve de ella, ella ha sido todo en mi vida.
Mis otros hermanos no han permanecido tanto tiempo en casa, quizás por sus temperamentos, sus formas de pensar y sus ocupaciones laborales. Yo he sido muy del hogar, de la familia, de compartir.
Mi madre tiene 82 años y hace ocho tuvo cáncer. En ese momento nunca hablamos de quién se haría cargo de cuidarla. Yo asumí con gusto esa tarea, quizás porque como yo siempre he vivido con ella, era lo más lógico. Ahora tiene demencia senil, y cuidarla es muy diferente de cuando tuvo el cáncer. Porque el cáncer se puede controlar con comidas, con medicinas, pero la mente es algo más delicado.
Siento que las cargas están muy mal repartidas. No veo el entorno de mi madre muy comprometido. Me gustaría que la visitaran más, que aprovecharan para estar con ella, porque no nos va a durar mucho tiempo más. Pero yo estoy tranquilo, porque siempre he estado con ella para todo. Esa parte me tocó a mí.
A veces estoy cansado, pero no de mi mamá, me canso del entorno, de ver que no funciona como debería funcionar. No como para decir “hasta aquí llegué”, no, eso no va a pasar. Si tengo un problema lo manejo yo solo, no le cuento a mi mamá porque no quiero que ella se preocupe. Yo la protejo. Pero la carga me queda a mí.
A veces pienso que si tuviera pareja no habría sido diferente. Porque uno debe ser recíproco con la persona que le dio la vida y por las personas que sacrificaron todo. Nosotros no tuvimos lujos pero tampoco aguantamos hambre. Con sus capacidades nuestros padres hicieron lo mejor posible. Además, pienso en el sueño que les quité muchas veces a mis padres por estar haciendo mi vida, fui muy noctámbulo y ahora debo retribuir de alguna forma, al menos a mi mamá.
Me gusta cuidar a mi mamá porque después de haber sido una persona con un carácter fuerte, ahora es muy dócil, es más reservada. Aunque es más difícil descifrar lo que quiere y ese es un reto grande.
"Lo más difícil de ser cuidador es la falta de solidaridad, el abandono del entorno cercano".
Soy fuerte porque he buscado apoyo. Asisto a talleres, charlas y otras actividades que hacen en la Fundación Keralty, eso me ayuda a estar informado y me fortalece para cuidar mejor a mi mamá. He aprendido temas de enfermería, psicología, compasión, a ser paciente con ella. No entro en controversias, no me impongo, tengo mucho tacto. Hay gente que no se prepara y por eso choca con las personas a las que cuidan.
Además, ir a los talleres de Keralty cuando eran presenciales se había convertido en un momento para mí, mi espacio para consentirme, para tomarme un tiempo. Sé que debo estar bien emocionalmente para poderla cuidar a ella. Ahora con la virtualidad he podido seguir capacitándome, pero me hace falta el encuentro presencial. Espero que esto pase pronto y podamos retomar las actividades presenciales.
Para mí el cuidado diario de una persona dependiente no es una lucha, es una misión que no estoy dispuesto a abandonar. He dado todo lo que está a mi alcance y lo seguiré dando. Darle compañía no tiene precio. Paso mucho tiempo con ella, así sea en silencio. Es la calidad del tiempo, no la cantidad.
Lo más difícil de ser cuidador es la falta de solidaridad, el abandono de la gente del entorno cercano. No solo sucede en el caso de mi mamá. A la sociedad le falta trabajar el agradecimiento y la reciprocidad. La compasión. Y el agradecimiento se demuestra con acciones y hechos, no con frases o palabras.
No es tan común encontrar a hombres que cuiden. El machismo y muchos tabúes no nos permiten ver que el hombre también puede cuidar, tenemos las mismas capacidades que una mujer. Es cuestión de compromiso, no de género. Es responsabilidad, principios, humanismo y gratitud. Cuidar no es un tema de género sino de compasión hacia el otro. Lo principal de un cuidador es tener un carácter bonito, si no lo tienes, no te metas a enfermero o a psicólogo.
El Fabio de ahora, después de ocho años cuidando a su madre, es más consciente, razona más, es más asertivo. Todos los días ella me enseña: prudencia, paciencia, la fortaleza, la entrega, a luchar. Seguiré aprendiendo al lado de ella hasta que la vida lo permita.
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