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Bienestar Colsanitas

Cómo aprender a tomar alcohol

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El consumo de alcohol forma parte de nuestra cultura. No obstante, aún tenemos pendiente la tarea de aprender y enseñar a consumirlo para disminuir los riesgos sobre nuestra salud y la de otros. Aquí algunas lecciones al respecto.

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La verdad es esta: aunque muchos consumen alcohol desde temprana edad, los quince o dieciséis años, y lo siguen haciendo periódicamente a lo largo de la vida, son pocos los que aprenden a hacerlo con responsabilidad. No es lo mismo tomar alcohol que saber tomar alcohol. Lo primero implica destapar una botella y acabarla; lo segundo supone destapar la botella y saber cuándo cerrarla de nuevo.

La doctora María Paula Villalba, médica psiquiatra y directora del Centro de Atención Psicosocial Versania, asociado a Keralty, explica que “al ser una sustancia legal y al alcance de la mano, saber tomar alcohol pasa por reconocer que es posible consumir sin poner en riesgo la salud física y emocional propia, o la de terceros”. Por tanto, se trata de parar en algún momento de la noche y reconocer o comprender por qué se está parando, cuáles son los motivos que nos llevan a decir: “No, gracias”. En esa medida, el saber es inseparable de la consciencia de la decisión.

La lista de motivos es amplia, diversa y conocida: “Mañana tengo que madrugar”, “Ya no puedo mantenerme en pie”, “Voy a terminar gastándome la plata que no tengo”, “La última vez que tomé de ese trago me cayó muy mal”, “Hoy traje carro”, etc. Lo importante aquí no son los motivos, sino cómo lograr que dichos motivos hagan parte consciente de nuestra toma de decisiones. En algún momento de la vida hay que aprender a tomar alcohol, ese es el punto; la pregunta es cómo hacerlo y, de paso, cómo enseñarlo.

La doctora Villalba reconoce que este tema se mueve en la línea delgada que separa la prevención del incentivo. Aprender a tomar alcohol no tiene que ser una excusa para salir corriendo a tomar alcohol. Así como enseñar a hacerlo tampoco debería suponer que el aprendiz va a escaparse al bar de la esquina a la menor oportunidad. No obstante, no podemos ser ciegos ante la realidad del consumo en las sociedades occidentales.

En términos concretos, dice la doctora Villalba, antes de aprender sobre sustancias debemos aprender sobre habilidades emocionales y sociales para la vida. Y esa es una tarea para llevar a cabo en la primera infancia, principalmente, cuando es importante desarrollar mecanismos de afrontamiento positivos ante situaciones difíciles, como una pérdida, una derrota, una ruptura, un mal día, etc. En la infancia no hace falta aprender los nombres de los tragos, sino cómo lidiar con las cosas que sentimos y con las que nos dicen y nos piden los demás. En esa medida, la primera lección importante es aprender a decir “No”. “¿Quieres probar esto?”. “No”. “Dale, que todos lo probamos”. “No”.

A partir de allí la información sobre el alcohol sí es pertinente, con nombres propios, efectos y expectativas. “Hay bebidas fermentadas y destiladas…”; “La cerveza es esto…”; “El aguardiente es más fuerte que aquel…”. El objeto de este punto es conocer qué es lo que tomamos. Para ello es fundamental manejar información precisa y confiable, ya que la experiencia ajena es un punto de partida insuficiente. Recordemos que los efectos del alcohol varían de persona a persona, según la velocidad con la que el hígado lo metaboliza, llevando a que la respuesta sea más rápida o más tóxica en algunas personas.

ALCOHOL CUERPOTEXTO

Por otro lado, “conocer la sustancia permite conocer las expectativas del efecto psicoactivo del alcohol: si bien cierta dosis tiene un efecto euforizante, después de determinado nivel puede generar sentimientos de tristeza, por ser un depresor del sistema nervioso central”, dice la especialista. Además, es importante conocer la sustancia para identificar cuándo el licor es de dudosa procedencia, sea por mala calidad o por estar adulterado. “Aprender sobre el alcohol implica ponderar los riesgos y aceptar que ciertas cosas sí nos pueden pasar a nosotros”, concluye.

La preadolescencia y la adolescencia son las etapas ideales para llevar a cabo estas conversaciones, dado que la experimentación sucederá eventualmente durante esos años. A pesar de que la literatura sobre el tema y los programas preventivos buscan retrasar el inicio de la experimentación hasta los 21 o 25 años, cuando el neurodesarrollo está completo, en la práctica no es tan así. El Estudio Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas – Colombia 2019, el último hasta la fecha, señala que el 25 % de la población encuestada tomó algún tipo de alcohol antes de los 15 años.

Al pensar en esa cifra y en esa edad es fácil dejarse llevar por la idea de que el incentivo al consumo aparece siempre lejos de casa: “Culpa de los amigos”, “Culpa del colegio”, “Eso fueron aquellos”. Sin embargo, como señala la doctora Villalba, nos enteramos de la existencia del alcohol en casa: lo vemos en el carrito del mercado, en la nevera, en el estante de la sala, en el asado, en el cumpleaños del abuelo. De ahí que la tarea de la enseñanza deba ser compartida: inicia en casa, continúa en el colegio, se consolida en la universidad y la refuerzan las instituciones estatales. El alcohol ocupa la mayoría de espacios de nuestra vida y, por ende, nadie puede lavarse las manos al respecto. El daño que hace una persona que se pasa de tragos tiene incidencia en una esfera enorme, desde la familia hasta los servicios de salud.

Los daños físicos personales de un mal bebedor terminan en golpes, cortadas o fracturas cuando la cosa ha salido medianamente bien, pero también terminan en hospitalizaciones y tratamientos largos por deterioros crónicos en órganos como el hígado o el corazón. Y los daños a terceros, además de los mismos golpes, cortadas y fracturas, pueden alcanzar los niveles de la violencia intrafamiliar y la violencia sexual.

En cambio, el principal riesgo de enseñar a consumir alcohol es el cruce de la mencionada línea entre la prevención y el incentivo. Para ello no hay mejor remedio que el ejemplo: “Los adultos deben aplicar las recomendaciones que predican frente a los menores”, dice la doctora Villalba. Un adolescente debe ver que sus padres pueden tomarse una cerveza y un vino sin afán, sin presión, sin necesidad de acabar la botella para destapar otra, sino con la certeza de que un vaso o una copa son suficientes.

En últimas, satanizar el consumo es inútil. Al contrario, es mejor abordarlo con cuidado, con pasos cortos y palabras precisas. Incluso, la mejor decisión sería acompañar el proceso de un especialista en salud que realmente sepa sobre el tema. Por ahora, estas son algunas de las lecciones que debería cubrir el proceso de aprendizaje:

- Desarrollo de habilidades sociales y emocionales de afrontamiento adaptativo ante situaciones difíciles.

- Conocimiento de las bebidas que se van a consumir.

- El consumo debe estar acompañado de hidratación con agua y de alimentos que ralenticen la absorción del alcohol. 

- Las cantidades recomendadas por la OMS son 4 o 5 copas de bebidas estándar por ocasión, o máximo 7 para mujeres y 14 para hombres en una semana.

- Hay que identificar con quién está bien consumir alcohol y con quién no. 

- Están los contextos de consumo seguros y los contextos de consumo riesgosos. También deberíamos saber identificarlos.

Para terminar, vale la pena mencionar que en contextos como el colombiano, lo habitual es que las personas no sepan tomar alcohol. La mayoría corre riesgo cuando tiene un trago en la mano. A veces, basta una sola ocasión para poner la integridad física y mental de alguien en riesgo. Es difícil cuantificar esa población dado que las estadísticas y los estudios sobre el alcohol suelen proyectar sus análisis a partir de datos de frecuencia de consumo en cierto periodo de tiempo o de los casos salidos de control, por ejemplo, los accidentes de tránsito bajo efectos de la sustancia. Pero muchos de nosotros hemos visto a esas personas, o tal vez hemos sido parte de ellas: ese círculo de copas en alto que continúa brindando sin saber cuándo detenerse.

*Periodista y filósofo. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.

Brian Lara

Periodista. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.