Tengo la fortuna de tener a mi mamá y a mi papá vivos y sanos, aunque lejos. Por eso, cuando estoy con ellos, no me les despego: los acompaño, los consiento y agradezco incluso el banano que me empacan para el camino. Esta columna gráfica es una reflexión sobre lo que significa ver envejecer a nuestros papás, valorar cada instante y construir una relación atravesada por la madurez, la gratitud y el amor que ahora puedo reconocer con más claridad.

Tengo la fortuna de tener a mi mamá y a mi papá vivos y sanos, pero lejos. Entonces cada vez que estoy con ellos soy la garrapata que no los suelta.

Los acompaño a sus cumpleaños y soy la cómplice de mi papá cuando me pregunta si las galletas que hay en la mesa de los regalos son regalo para el cumpleañero o se pueden comer…

Soy la que les pide que se sienten cómodos porque les voy traer la comida para que no tengan que hacer fila

Soy la que les agradece con emoticones exagerados el banano que me pusieron en el bolso para que no me diera hambre en el trancón.

También les riño, claro, no seríamos familia si no tuviéramos desacuerdos, especialmente por la crianza de mi hijo, su nieto.

Es una nueva relación atravesada por la madurez de todos. Una relación en la que la palabra Gracias es más común para mí.


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