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Bienestar Colsanitas

Breve testimonio de mi vasectomía

Fotografía
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El relato del autor ilustra lo que muchos hombres sienten, física y emocionalmente, cuando se hacen la vasectomía.

SEPARADOR

V

as a sentir un dolor de moderado a intenso”, dijo el doctor antes de realizar el primer corte. Enseguida percibí un aguijonazo frío y profundo en el testículo derecho, pero pasó muy rápido. El médico repitió la maniobra en el testículo izquierdo, y esta vez dolió un poco más. Solo había pasado diez minutos tendido en el quirófano, y mi vasectomía ya había terminado.

Pero lo más doloroso aún no llegaba, y ocurrió cuando removieron la cinta adhesiva que mantenía mi pene pegado al pubis. Una enfermera la quitó de un tirón y me invitó a levantarme. La luz de una lámpara potente me había robado una parte de la visión durante varios segundos. Pero en aquel momento, encandilado y desnudo, apenas cubierto por una bata desechable, yo pensaba en una pérdida más definitiva.

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La vasectomía es un procedimiento sencillo y rápido que se realiza de forma ambulatoria: entras fértil y sales con la pólvora contada. Antes de la operación, un médico general te examina, pregunta tu edad, si tienes hijos o si planeas tenerlos, y te advierte que este paso no tiene vuelta atrás. Después firmas una autorización y se fija la fecha de la cirugía.

La tarea consiste en cortar o bloquear los conductos deferentes, que transportan a millones de espermatozoides desde los testículos hasta juntarlos con otras secreciones que componen el semen. Al interrumpir estas vías de acceso, los potenciales embriones quedan atrapados, y al poco tiempo son absorbidos por el cuerpo.

La vasectomía, explica el urólogo Carlos Larios, se puede revertir, pero los pacientes que eligen este método de planificación lo hacen porque consideran que es definitivo. Si un hombre se arrepiente porque cambia de pareja, porque pierde un hijo o por la razón que sea, la posibilidad de revertir el procedimiento disminuye cuando han pasado siete u ocho años desde la operación.

Vasectomia

Nunca quise tener hijos. Pero después de cumplir los treinta, en reuniones con amigos o en paseos por la calle, me fui sintiendo cada vez más cómodo con los chicos. Cargaba hijos ajenos y me iba bien con ellos: nos entendíamos. Así, poco a poco, prosperó en mi cabeza y en mi espíritu el ánimo paternal.

Hace casi cinco años tuve a mi hijo, y agradezco cada día el privilegio de haberlo fabricado: la oportunidad de construir un individuo —de besarlo y abrazarlo siempre que puedo—. Sin embargo, junto a mi esposa decidimos que no queríamos más. Nuestras edades y otras circunstancias nos impulsaron a cerrar la factoría. Solo faltaba elegir el tipo de candado.

Hay machismo en todas partes, y en los predios de la anticoncepción cunde. Ellas “se cuidan” mientras nosotros nos descuidamos impunes. Ellas se enferman, alteran sus ciclos, les duele la cabeza y el vientre. Nosotros, como mucho, toleramos el condón.

Los caballeros solemos dejar en ellas, las únicas preñables de la especie, el desafío constante de evitar la preñez. Y es tan fácil compartir. Pero nos asusta lo terminante.

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Pasé al menos un año rumiando la idea de operarme. Cada tanto surgía esta opción en mi mente, y la sopesaba desde varios ángulos. ¿Quiero más hijos? ¿Deseo ser padre otra vez, aunque viva o no con mi esposa actual? ¿Quiero conservar un tiempo más mi capacidad de engendrar a una persona? En todos los casos mi respuesta meditada era “no”. La vasectomía, por lo tanto, era para mí un destino adecuado y conveniente.

Y sin embargo dudaba. Nuestra crianza, los prejuicios, la publicidad, el humor y casi toda la cultura que gira en nuestro entorno fortalecen la idea de que allí, entre las piernas, se encuentra buena parte de la fortaleza masculina. Renunciar a ella de forma voluntaria ha sido durante siglos una forma del suicidio. Pero las cosas están cambiando

En Profamilia, donde me operé, hace veinte años realizaban de tres a cinco operaciones cada día. Hoy realizan unas treinta, y el promedio crece. Porque los mitos sobre la vasectomía han empezado a derrumbarse. El doctor Larios cita los más comunes:

—El primero: que causa impotencia o disfunción eréctil. Esto es absolutamente falso. El segundo: muchos pacientes creen que después de la cirugía engordan, pero esto no es cierto. El tercero: los pacientes a veces temen perder el deseo sexual, pero esto también es falso. Y por último, no existe ninguna relación entre la vasectomía y el cáncer de próstata o de testículos.

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La posibilidad de concebir, llegado cierto punto en nuestras vidas, parece que empieza a pesarnos. Es una responsabilidad que ya no queremos asumir. Preferimos deshacernos de ella y vivir nuestra sexualidad sin riesgos”.

 

 

La mañana de mi operación llegué a la clínica con una bermuda y un bóxer holgado. Al salir tendría cinco días de reposo: nada de cargar peso o manejar cualquier vehículo. Desde el quirófano me condujeron a una sala de recuperación, con poltronas donde mataban el tiempo otros colegas recién operados. Allí charlé un rato con ellos, cruzamos opiniones, nos preguntamos por los hijos y nos consolamos ante las punzadas leves de dolor que palpitaban allá abajo.

Junto a mí, con la decepción pintada en el rostro, un cincuentón permanecía callado. Luego habló:

—No pudieron operarme. Eso ahí adentro se retraía por el dolor, o por el miedo mío, y el doctor no pudo. Me la tienen que hacer con anestesia general.

El hombre nos veía con envidia. Se lamentaba porque había sacado el tiempo, había llegado decidido, y ahora su espera se prolongaba. La posibilidad de concebir, llegado cierto punto en nuestras vidas, parece que empieza a pesarnos. Es una responsabilidad que ya no queremos asumir. Preferimos deshacernos de ella y vivir nuestra sexualidad sin riesgos. Que otros se cuiden forrados en látex; nosotros ya encontramos la mejor manera.

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La vasectomía viene con una garantía: tres meses o veinte eyaculaciones, lo que ocurra primero. Transcurrido ese tiempo me hice el espermograma, pero esos seres diminutos seguían siendo demasiados: cien mil por cada mililitro. Y ya sabemos que uno solo basta. Tuve que esperar otros tres meses y gastar unas cuantas balas antes de tomar de nuevo la medida. Y esta vez sí fue cero.

No voy a negarlo: sentí un vacío tenue cuando el asunto se volvió oficial. Ya no volvería a ser padre. Una capacidad innata había desaparecido para siempre. Sin embargo, al mismo tiempo sentí alivio y una gran dosis de libertad. Ser un hombre fértil consiste también en pisar todo el tiempo con cautela. Y agota, porque el sexo contiene para nosotros una dosis de riesgo: si te descuidas, preñas.

Pero eso terminó para mí.

En Profamilia, seis meses después de mi cirugía, una enfermera me dio un certificado y me declaró vasectomizado. Es decir, estéril. Desde ese día y hasta que muera, mi semen saldrá libre de espermatozoides. Todo lo necesario sigue allí, menos el germen de la vida. El instrumento que antes podía embarazar, ahora solo sirve para dar y recibir placer. Y vaya que es una maravillosa forma de seguir vivo.

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Sinar Alvarado

Periodista independiente. Colabora con diversos medios de América Latina.