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salud mental

Un refugio para la salud mental en el Huila

Este laboratorio vivo busca restaurar el equilibrio ambiental y emocional a través de una relación saludable con el entorno natural y las paradojas de la vida misma. Aquí la salud mental se conecta con la naturaleza que nos protege y debemos cuidar

En la árida región del Huila, cerca del municipio de Paicol, donde la tierra se agrieta bajo el implacable sol, la finca Élan Vital se erige como un pequeño oasis. Este lugar, cuidado con dedicación por Daniel Ossa, contrasta radicalmente con la severa realidad climática de su entorno. A pesar de la falta de lluvias y el agotamiento del agua, lo que podría haber convertido este espacio en una extensión más de tierra reseca, la finca cuenta una historia distinta: una en la que la conexión con la naturaleza no solo restaura el medioambiente, sino también la salud mental. 

Es una mañana nublada cuando llego a Élan Vital. El calor parece condensar los pensamientos y el viento seco es lo único que rompe el silencio de casi cuatro meses de sequía. A lo largo del recorrido en moto desde Paicol la marca de la sequía es evidente: cultivos marchitos, cuerpos de agua reducidos a parches fangosos y la frustración de quienes dependen de la agricultura para sobrevivir. Sin embargo, desde lejos, este espacio revela otras condiciones.

Daniel Ossa es psicólogo, filósofo y fundador de Élan. Habla de este lugar con mucho cariño, ya que lo ha construido paso a paso. Originario de Tesalia, Huila, municipio vecino de Paicol, inició este proyecto hace cuatro años con sus manos: comenzó con un terreno que lentamente ha convertido en su hogar y “en un espacio para retiros de salud mental y turismo de naturaleza”, señala. Su visión es una en la que la naturaleza nos protege, es nuestro inicio y una herramienta para sanar el cuerpo y la mente. 

Aquí, diversas especies de aves adornan con sus cantos los amaneceres y atardeceres, transportando semillas que han enriquecido la diversidad de flora. Cacao, plátano, limón y naranjas, además del jardín personal de Daniel: orquídeas, catleyas, bonsáis, crotos, anturios y rosas. Todos nutridos con el cuidado de él y de Gilberto, Mery y su hijo Miguel, la familia encargada de la finca, que disfruta y cuida este espacio como si fuera suyo. 

La familia de Gilberto es oriunda del Caquetá. Son campesinos y tanto él como su esposa Mery descienden de comunidades indígenas de la región. Me cuentan que llegaron a Élan Vital para continuar con la tarea de cuidar y proteger un espacio que, más allá de ser fértil, se presenta como un poderoso aliado de la naturaleza. 

Pasamos por las plantaciones de cacao y nos adentramos en el monte, cuyo verde opaco recuerda que no todo está tan vivo como en la finca, donde instalaron un sistema de riego por aspersión. Este sistema aprovecha manualmente el agua de una quebrada que atraviesa el terreno para regar las distintas áreas a lo largo del día. Gilberto quiere mostrarme las quebradas de la zona, pero al llegar vemos los estragos de la sequía, que ya se extiende por cuatro meses. Solo se ven pequeños charcos que no logran correr desde el nacimiento de la quebrada y una formación rocosa que, en tiempos de lluvia, habría sido el río. 

Gilberto me confiesa que le dan ganas de llorar. “Saber que hay sequía es una cosa, pero verla y vivirla, especialmente cuando se cuida y ama tanto la naturaleza, es como si una parte de uno se enfermara”. Menciona que a veces la vida diaria y las preocupaciones terrenales nos hacen olvidar nuestra responsabilidad con la naturaleza, nuestra verdadera casa. Sin embargo, a pesar de lo desolador del panorama, él y su familia siguen luchando por proteger el medio ambiente.

La sabiduría de Gilberto y su familia es admirable. Más allá de sus aprendizajes diarios sobre agricultura, poseen un profundo conocimiento ancestral sobre la tierra. Saben cómo cuidarla y qué necesita para nutrirse gracias a su tradición como campesinos y guardianes de saberes. “Va más allá de los fertilizantes o abonos que compramos aquí o allá”, me dice. Recuerda cómo la tierra es un ser más, cuya vida depende de su alimentación natural. Indica que pensar en maneras de cultivo que regeneren el suelo y lo mantengan vivo es el camino hacia un futuro más sostenible. 

“Yo no soy el dueño de Élan, soy su guardián”, dice Daniel mientras relata el misticismo y la fertilidad especial de este lugar porque, según algunos huéspedes, aquí también habitan guardianes ancestrales que lo visitan de vez en cuando. La finca tiene una disposición particular de piedras —una pirámide, un círculo y un cubo— que forman un triángulo perfecto, y la casa está justo en el centro de todo.

Este lugar recuerda que la vida es mística Es una paradoja que nos invita a ver que la vida no es lineal. “Y por cosas del destino, han llegado sabedores ancestrales de Bolivia, México, la Sierra Nevada y también del Huila. ¿Por qué? No lo sé, pero todos coinciden: ‘Es un sitio antiguo, de purificación, un lugar sagrado. No eres dueño, eres guardián’”, explica. 

Cada detalle aquí evoca lo espiritual de la vida y refleja lo que es Daniel. "Abundan los puentes: el que tiene los colores del arcoíris es la metáfora de que cuando mueres, al otro lado te esperan los perros que amaste en tu vida". Para él, la finca y sus elementos — los jardines, los estanques, las cabañas y la biopiscina— son recordatorios de que la vida sigue un ciclo propio, ajeno a la urgencia humana. La biopiscina es una piscina natural que se mantiene sin el uso de productos químicos como el cloro. Emplea sistemas de filtración basados en plantas acuáticas y microorganismos que purifican el agua y la mantienen segura para nadar. 

El lugar también cuenta con lo que parece un domo: el temazcal, un vientre materno con los radiales de los espíritus fundamentales de la naturaleza, orientado hacia el punto donde sale y se oculta el sol.

“Ahí entras a enterrarte. A morir para volver a nacer”, explica Daniel. Debe ser sembrado por un maestro temazcalero, quien lo consagra en un lugar preciso. Curiosamente, en tres momentos distintos, tres maestros visitaron el lugar y señalaron el mismo punto, al lado de la pirámide del Elán. “Nunca les dije dónde lo había sembrado el anterior; los tres llegaron al mismo lugar”, añade. 

Jardines y flores que sanan

La jardinoterapia aquí trata de cuidar las plantas, comprender los ciclos de la naturaleza y reconocer cómo nuestras acciones pueden influir en ella. En este espacio verde, cuidar una planta u oler las hierbas recién cortadas fomenta la restauración del ecosistema a pequeña escala. 

Según Daniel, “en momentos como este, cuando la sequía parece imparable, debemos recordar que el cuidado de la tierra la preserva y cuida de nosotros”. La finca alberga una variedad de especies que enriquecen el suelo y crean un espacio de refugio y regeneración. En lugares como Paicol y Tesalia, donde la sequía ha dejado cicatrices tanto en la tierra como en sus habitantes, la conexión entre biodiversidad y salud mental cobra un nuevo sentido: cuando se cuida, la naturaleza tiene el poder de sanar a quienes la habitan.

Plantar un árbol, regar un jardín o simplemente pasar tiempo en un entorno verde tienen un impacto directo en el bienestar emocional. Un estudio publicado en la revista Elsevier muestra que el contacto con la naturaleza puede reducir el estrés, la ansiedad y la depresión, y que micropausas al aire libre de tan solo 40 segundos ayudan a restaurar la atención. En un mundo donde la tecnología y el ritmo acelerado de la vida moderna nos desconectan de nuestro entorno natural, espacios como este nos recuerdan la importancia de detenernos y vivir el presente.

“La naturaleza tiene una forma de mostrarnos el camino, incluso en los momentos más oscuros”, dice Daniel. La finca se ha convertido en un refugio y una metáfora emocional para muchas personas y durante la pandemia fue especialmente su refugio personal. Así como la finca sobrevive a la sequía climática, lo ha hecho a la sequía emocional que afectó a tantos.

“Esta es mi vocación. Yo soy un tejedor de puentes: lo mío es ser un puente hacia el interior de las personas”, Daniel Ossa.

“Las personas que vienen a esta montaña a encontrarse, lo logran. Aquí las noches permiten ver las estrellas y en ellas se encuentran; las estrellas son el lugar del que todos venimos”, comenta, señalando el punto más icónico de Elán: un mirador con escaleras que llevan a una estrella. Esta estructura, en forma de rueda, ofrece una vista de 360 grados y fue construida con un propósito claro: “A veces, uno mira la vida en una sola dirección y eso nos hace perder el horizonte”.

 El futuro está en el equilibrio

Las sequías recuerdan de forma urgente que el cambio climático no es una amenaza distante, sino una realidad que transforma el paisaje y afecta la vida de las personas. Sin embargo, ofrecen una oportunidad para replantear nuestra relación con el medioambiente. Esta finca es un testimonio vivo de que, incluso en las circunstancias más adversas, la naturaleza puede regenerarse si se le otorga el espacio y cuidado necesarios.

Mientras el sol desciende sobre Paicol, la finca confirma su testimonio vivo de lo que es posible cuando se fusionan la naturaleza y el bienestar mental. En este oasis las plantas siguen creciendo, las personas sanan y la esperanza florece. Daniel se prepara para abrir las puertas a quienes se sientan abrumados o estresados por la rutina diaria, a personas que busquen un escape para confrontar sus malestares desde la conexión con la naturaleza o, simplemente, a quienes necesiten un respiro para encontrar fuerzas o la tranquilidad de la vida.

- Este artículo hace parte de la edición 196 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

Fotografía y texto: Catalina Porras Suárez

Catalina Porras Suárez

Periodista enfocada en la línea de bienestar y de salud mental. Disfruta conocer y escribir nuevas historias. La realización audiovisual, el cine y la función social del periodismo están dentro de sus intereses.