Un recorrido por los espacios y la programación del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de la mano de su director, Ramiro Osorio.
La acústica
Lo primero que hace Ramiro Osorio al llegar cada mañana al teatro es entrar en la sala principal.
“Es como un ritual personal”, dice.
Se queda allí unos minutos. A veces, en medio de la oscuridad y el silencio que solo altera algún ensayo matutino, al director del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo le surgen ideas que a menudo desembocan en bellas y exigentes puestas en escena, como traer al Ballet de Leipzig, organizar el lanzamiento del Festival del Porro, producir la cantata Carmina Burana o coproducir una ópera tan compleja como Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny.
“Con ese montaje entramos a las altas dimensiones de la coproducción”, dice el veterano gestor cultural en el vestíbulo de uno de los centros teatrales más sólidos del país. A pocos pasos, el director del Ballet Nacional de España da una entrevista para televisión mientras su compañía ensaya el repertorio que ha traído al Festival Iberoamericano de Teatro, aliado del “Julio Mario”, como se conoce popularmente este espacio privilegiado para la lectura y las artes representativas.
El pianista y director de orquesta Daniel Barenboim fue de los primeros visitantes ilustres en elogiar la acústica del teatro. Dos meses después de la inauguración del complejo, en un ensayo de su Divan Orchestra —compuesta por músicos palestinos, árabes e israelíes—, Barenboim le susurró a Osorio: “Aquí no se puede mentir. Aquí se escucha todo”.
Era un halago para el arquitecto Daniel Bermúdez, quien analizó con detalle la estructura del Teatro alla Scala de Milán con el fin de aplicar en Bogotá algunas de sus cualidades acústicas. Desde entonces, el maestro Barenboim se ha convertido en un embajador ad honorem del Julio Mario. Adonde quiera que va asegura que “hay un teatro en Bogotá que es una maravilla y donde todo funciona perfecto”.
El pianista y director de orquesta Daniel Barenboim fue de los primeros visitantes ilustres en elogiar la acústica del teatro. Adonde quiera que va asegura que «hay un teatro en Bogotá que es una maravilla y donde todo funciona perfecto»”.
La luz
“Un espacio implica la conciencia de las posibilidades de la luz”, dijo el profeta del diseño monumental, el estonio Louis Isadore Kahn. Daniel Bermúdez llevaba tiempo siguiendo esa máxima en sus creaciones cuando el magnate Julio Mario Santo Domingo le encargó una biblioteca de 26.000 metros cuadrados en un lote de cinco hectáreas al norte de Bogotá.
Allí Bermúdez interpretó su comprensión de que “la luz es paisaje”. La biblioteca y las áreas complementarias del centro cultural son producto de su observación rigurosa de la luz del día, a juzgar por la claridad de las salas de lectura y los pasillos de los dos escenarios del teatro. Captar la luz cenital en toda su magnitud era la premisa de Bermúdez y los ingenieros al mando de la construcción, que supieron armonizar los corredores, los dos pisos de la biblioteca y las terrazas con los ventanales y las claraboyas por donde entra generoso el sol cuando el cielo está abierto.
El espacio
Antes de levantar planos, Daniel Bermúdez visitó una veintenade teatros y centros culturales en Europa y Latinoamérica. Habló con teatreros, escenógrafos, ingenieros de sonido. Estudió, entre otros componentes, la forma de herradura del teatro italiano y la relación entre la zona de butacas y la tarima.
El resultado de su investigación se materializó en esta mole de concreto, sobria e imponente a la vez, que ha supuesto, sin temor a equivocarnos, una revolución en materia de oferta cultural no solo para Bogotá, sino para el resto de Colombia.
Un power–point fue el primer contacto de Ramiro Osorio con la obra que estaba terminando el arquitecto Daniel Bermúdez. Dice que al verla en pantalla sintió alegría de saber que Bogotá contaría con un espacio “tan impresionante”. La secretaria de Cultura de la ciudad lo invitó a conocer el lugar faltando ocho meses para su inauguración. Osorio dirigía una empresa de teatros en España y ya había descartado volver a vivir en Colombia, pero le aseguró a la funcionaria que a dirigir esa joya sí regresaría encantado. Ella les comentó al alcalde y a la familia Santo Domingo, donante de la infraestructura física del complejo, que el prestigioso cofundador del Festival Iberoamericano de Teatro, exministro de Cultura, exembajador en México y director de teatro Ramiro Osorio estaba interesado en tomar las riendas del proyecto.
El tiempo
En la primera reunión de planeación, la Alcaldía, la familia Santo Domingo y Ramiro Osorio se propusieron convertir esta propuesta cultural en una de las cinco mejores de América Latina.
“La meta era a diez años, pero ya la logramos. Hoy la crítica puede decir que el Teatro Mayor está a la altura del Colón de Buenos Aires, del Municipal de Santiago de Chile o del Palacio de Bellas Artes de México”, afirma Osorio, al cabo de ocho años de poner en marcha una programación de espectáculos de la más alta calidad.
Haber sostenido durante casi una década una oferta cultural de calidad es una conquista invaluable para una ciudad que no se ha caracterizado por gestionar de manera impecable, en copatrocinio eficaz con el sector privado, una agenda de eventos artísticos vigorosa y sostenible.
“Hemos enriquecido la vida de la ciudad, y al entrar con una programación de tal calidad y volumen de espectáculos, obligamos a todos a subir sus estándares”, dice Ramiro Osorio en las escaleras de la entrada principal del Centro Cultural Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo.
Ramiro Osorio dirigía una empresa de teatros en España y ya había descartado volver a vivir en Colombia.
Pero ante la oferta de la secretaria de Cultura, regresó al país encantado de tomar las riendas de este proyecto.
La puesta en escena
Los visitantes más asiduos ya perdieron la cuenta de los eventos de primer nivel que han disfrutado en el Julio Mario: óperas, ballets, musicales, conciertos de todo género, danza contemporánea, obras de teatro clásico y experimental.
Los carteles en las paredes atestiguan el nutrido abanico de solistas y compañías que han pasado por acá: John Malkovich con su Comedia infernal; Rigoletto, de Verdi, en coproducción con la Ópera de Zúrich; Tomaz Pandur y su versión del Fausto de Goethe; Gilberto Gil; Philip Glass; Gonzalo Rubalcaba; el Ballet de Montreal; Tomatito. Y la lista sigue en un largo etcétera.
La segunda vez que el violonchelista Mischa Maisky vino al Teatro Mayor, se sorprendió al ver todas esas fotografías. Entró a la oficina del director y le dijo: “Ramiro, por lo visto ya hemos venido todos”.
El impacto
Es indudable que Bogotá ha avanzado en política cultural, pero sigue siendo escasa su infraestructura de gran envergadura, como escasos son, para una casi megalópolis como esta, las agendas de eventos de calidad organizados por los entes responsables de los pocos escenarios público-privados que hay en la ciudad. Aparte de las programaciones excelentes del recién remodelado Teatro Jorge Eliécer Gaitán, del Teatro Colón o de la Luis Ángel Arango, el panorama no es alentador.
En Bogotá hay 36 salas de teatro vinculadas al Estado y cerca de 100 independientes. Además de pocas, están concentradas en el centro y, en menor medida, en Chapinero. Al sur, al occidente y al norte el mapa de la oferta cultural luce desértico. Por eso, contar con un espacio tan estructurado como el Julio Mario es motivo para soñar con el progreso y la descentralización de la cultura en la capital.
Podemos decir ahora que no es una quimera imaginar una sociedad que le dé importancia a formar públicos jóvenes para la lectura, la danza, el teatro, la música clásica o la contemporánea producida en Colombia. Este centro cultural, a través de una biblioteca con 600 cubículos y dos salas para 1.300 espectadores, lo está haciendo de manera incluyente y consistente. Para la muestra, su robusto menú de actividades y espectáculos e iniciativas de impacto social, como Cien Mil Niños al Mayor, que desde 2014 promueve el contacto con las artes escénicas de estudiantes de estratos 1 y 2 de colegios distritales.
“Yo tengo un sueño diario —dice Ramiro Osorio—, y es que nosotros de verdad enriquezcamos la vida de Bogotá todos los días, y que cada día lo hagamos mejor. Eso es lo que me motiva a arrancar cada mañana como si fuera el primer día. Creo que el máximo privilegio que me han dado en esta época de mi vida es soñar para que Bogotá sueñe”.
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