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Bienestar Colsanitas

Manual del perfecto pensionado

Ilustración
:

Instrucciones para gozar y vivir a plenitud los años dorados, impartidas por un orgulloso y feliz pensionado.

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N

No hacer “nada” durante el mes y pasar por el banco a cobrar es un placer casiorgásmico.

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Bienvenido al eterno croché, al dolce farniente de los italianos, al ocio creativo, a la agenda nunca ocupada.

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Conviene reivindicar la edad. Para empezar, digamos con Borges: no somos viejos, pero hace tiempo somos jóvenes.

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Redistribuya el ingreso con los pájaros de su barrio. En reciprocidad, ellos seguirán con sus serenatas sin pasar cuenta de cobro, “ni cambiar de canción”. Ni esperar aplausos. La vida por la vida.

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Buena noticia: se pasa de todas las formas de lucha a todas las formas de locha; se hace el tránsito de la edad de la pasión a la edad de la pensión.

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Ayúdese en las mañanas con un variado salpicón de pepas. Costosísimo laboratorio multinacional da lo que natura va quitando.

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No hay necesidad de retirarse del trago ni de otros pecados capitales y no capitales: ellos se irán retirando de usted.

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Empiece a bajarle al azúcar y a la grasa. Sin abusar. Una dieta ideal consiste en comer de todo “con cierto ritmo y en cierta proporción”.

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Haga un cursillo para vivir con menos platica, pero sin tanto estrés, ni escuatro, ni escinco. Basta con organizarse y empezar a escoger fiesta. No ser perro de toda boda. No aguantan la plata ni el estado físico.

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No está mal cantar con Horacio Guarany: “Cuando llegues, vejez, no te insolentes, aprende a respetar a los mayores”.

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Hágase monitorear la próstata anualmente. Déjese violar del urólogo. O del proctólogo, que practica una diversión parecida.

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No se preocupe si el señor Alzheimer empieza a pasarle factura y de pronto no recuerde de dónde es vecino. En su estado todo es normal, como se les dice a las madres primerizas para tranquilizarlas.

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En la calle vea a la gente que quiere. Y prepárese para que no lo vean aquellos “amigos" a quienes usted no les interesa.

PENSIONADO3* * *

Trate de llevar con garbo, paciencia y creatividad la precaria condición de santísimo expuesto en casa todo el día.

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Pensionarse es jalarle a la humildad a la brava. Con terror-pánico irá constatando que el mundo, el país, el municipio y la oficina siguen funcionando así usted no esté al mando.

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En el gremio de pensionados sabemos que, sobre todo al principio, no es fácil manejar ese estado en que el protagonismo se toma un eterno sabático. Pero ahí nos vamos acostumbrando. Es más: o nos acostumbramos, o nos acostumbramos.

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Como no está en el mercado, la vanidad cambia de prioridades. Algunos nos contentamos con escoger el sustantivo o el verbo correctos en el momento de parir un artículo como este. Lo demás es adjetivo.

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Disfrute del encanto de releer viejos textos, o ensayar autores desconocidos. Vaya a cinemateca a horas inverosímiles como las once de la mañana o la una de la tarde.

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Bienvenidos a esos días en los que uno se despierta y se le agotó la agenda, como a los gatos, nuestros colegas y gurúes, eternos perezosos.

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Llegó la hora de ser los secretarios de nuestro propio destino, para decirlo con el lejano Amado Nervo (al que es hora de volver a citar).

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En la madrugada, lea, escriba, escuche programas radiales para noctámbulos, no se ponga a abrir huecos en la pared. Tome tinto de celador: agua caliente, café y azúcar. Lea los astros e interprételos siempre a su favor. El zodíaco no rectifica.

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No perdone siesta. La siesta y el sueño son cuotas iniciales de una muerte que empieza a ser más cierta.

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Contradígase sin ponerse colorado. Piense con el cineasta Antonioni: “No se puede ser el mismo en todas las estaciones”.

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Deseche el mal pensamiento de que almorzar solo es una derrota social. Disfrute de sus corrientazos a solas… con los oídos puestos en el melodrama de la mesa vecina. La gente suele contar en voz alta sus dramones. Algún beneficio puede derivar de ellos.

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Devore los avisos funerarios del periódico, pues cada día asistirá más a entierros que a fiestas. En los entierros se encontrará con amigos y parientes a los que les perdió el rastro hace décadas.

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En esos reencuentros, practique el tic de leer el código de barras (es decir, las arrugas) de sus interlocutores. Ellos harán lo mismo. Recuerde, con Aznavour, la época en que “teníamos salud, sonrisa, juventud y nada en los bolsillos”. Canciones así le ponen música de fondo al parsimonioso ocaso.

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Es saludable sentirse alguna vez “aceptablemente póstumo”.

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Ese familiar, amigo o amiga al que apenas les ha dedicado tacaños segundos dizque por motivos laborales, lo espera para que entre todos le cojan el dobladillo a una tarde. O a una mañana. El tiempo siempre es el mismo.

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Espere invitaciones a formar parte de lajunta administradora del edificio, de la asociación de quienes se miran el ombligo, o de la sociedad de entierros mutuos.

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O del club de Don Abundio: sujetos que ven pasar caderas agresivas y pectorales pluscuamperfectos mientras algo en el oído interno le notifica: De esa agua no beberás. Explicación: Llegó la época de pecar con las ganas ajenas.

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Cuando añore el poder que tuvo, pásese memos para no perder la costumbre. Sanciónese de vez en cuando, sobre todo si era de esos jefes cuya única virtud era esa: ser el jefe. Saber que no tiene encima jefes reduce el colesterol y los trigliceridos. (De pronto, las tildes le sonarán donde no es como en la voz que acabo de escribir: triglicéridos).

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Saber que sus viejos compañeros de trabajo siguen triturando horarios, alarga la vida. Que trabajen los esclavos.

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Cobrar la pensión, dejarse saludar del cajero (Hola, don Fulano, ¿cómo van los nietos, qué tal de la próstata?, ¿está al día en el seguro exequial?), hacer mandados, correr un catre, se vuelve el mejor programa del mundo.

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Hay miles de parches de pensionados para que escoja si le gusta echar paja. Es saludable buscar interlocutores distintos al que se encuentra frente al espejo.

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Algo imperdible: no hay que afeitarse todos los benditos días. Su aorta y demás conductos sanguíneos vecinos se lo agradecerán.

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Máxima-mínima: El pensionado perfecto vive ocupado, no preocupado.

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Es hora de ponerse serios y empezar a leer el periódico al derecho, por las tiras cómicas. O resolviendo el crucigrama.

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Ha llegado el momento en que nos volvemos juiciosos no por virtud, sino por sustracción de materia.

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No eche piropos. Se puede ganar su carterazo. Mínimo, las viejas lo graduarán de viejito verde, ese sujeto anómalo que se quedó sin el pan y sin el queso del sexo.

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Tómelo con frescura: llegó el momento en que si no le alcanza para la fidelidad mucho menos para infidelidad.

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Como pensionado constatará en carne propia que hay una época en que no se puede ver televisión y comer galletas al mismo tiempo (algo que le pasaba al presidente Bush cuando estaba en el poder). La receta es: despacio, despacio, despacio y buena letra.

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Un buen pensionado adopta bancas de parques, aumenta su colección de gorras para mantener a raya el sol y disfrazar la calvicie galopante, y frecuenta parches para tomar tinto y conspirar.

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No olvide que a los varones también nos llega la menopausia. Tiene otro nombre: andropausia.

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Tenga listo lo del entierro. Muera por cómodas cuotas mensuales que puede pagar con la factura de la luz.

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Recuerde que en la mesa de los jubilados siempre hay campo para uno más, cuando en todas partes lo rechazan “por haber cumplido demasiado”, como en el poema de Rogelio Echavarría.