La contraparte al síndrome del nido vacío es el síndrome del nido lleno: esos hijos adultos que se quedan en el hogar de los padres, en una relación de mutua dependencia que en ocasiones es poco alimenticia emocionalmente para ambas partes.
comienzos del presente siglo, unos comerciales jocosos de una esponjilla limpiadora emitidos por la televisión colombiana pusieron en evidencia a unos personajes que se conocían en muchos hogares del país, pero que no habían sido identificados con claridad hasta entonces. Con estos comerciales aparecieron los “hijos bon bril”, que, como el producto promocionado, “no se acaban nunca”: esos hijos que se van quedando en la casa de los padres mientras sus hermanos salen a hacer sus propias vidas, adultos que no se casan, o que se separan y vuelven al seno del hogar. Los psicólogos llevan décadas estudiando a estas personas, porque son parte de lo que se denomina el síndrome del nido lleno.
El síndrome del nido lleno es lo contrario al síndrome del nido vacío: ese momento de soledad difícil de llenar que padecen algunos padres después de que los hijos se van de casa y comienzan a hacer su propia vida. En el síndrome del nido lleno, los hijos se quedan en casa de sus padres después de los 30, los 40 o más años.
Para la psicoanalista argentina Adriana Guraieb, “estos jóvenes se resisten a abandonar la soltería y conservan una dependencia a su familia nuclear. También están los llamados ‘estudiantes crónicos’, que dejan colgadas materias y siguen sin independizarse con el pretexto de que para estudiar tienen que estar cómodos. A estos grupos de hijos se agregan los separados, que regresan como jóvenes boomerang”.
"Estos padres son sobreprotectores, si no cumplen el rol de padres no sabrían qué hacer con sus vidas".
Al otro lado de estos hijos, por lo general mayores de 30 años, están unos padres con características particulares: “Son sobreprotectores, les gusta tener a sus hijos en el nido, ya que si no cumplen el rol de padres no sabrían qué hacer con sus vidas. El tener el nido vacío podría hacerlos tambalear emocionalmente e incluso poner en riesgo su propia vida de pareja”, asegura la psicóloga colombiana María Helena López.
Estos padres, en muchas ocasiones sin percatarse, son víctimas de su propio invento, porque estos hijos que se quedan les impiden disfrutar, al comienzo y en la cima de su vejez, de los logros obtenidos tras varias décadas de vida laboral, como descansar, viajar, cambiar horarios y rutinas, renovar su vida sexual, tener más tiempo y espacio para el ocio, incluso usar la habitación vacía de los hijos como biblioteca, sala de música o de televisión, taller de manualidades, etc.
En estos nidos llenos se da una especie de guerra de poder en la que los hijos jóvenes, con más energía emocional y física, invaden, dominan y demandan de sus padres, mientras que estos, ya mayores, sufren una merma de las suyas y se doblegan con más facilidad ante la voluntad y caprichos de sus hijos.
Ahora bien, en los manuales de diagnóstico de salud mental no aparece el síndrome del nido lleno como una enfermedad mental o una condición emocional particular. Se trata de un cuadro metafórico que utiliza la psicología para describir a personas con unos perfiles, comportamientos o características psicológicas bastante repetitivos que viven en una relación particular con sus más cercanos familiares; generalmente, una familia multiproblemática.
Por qué se da, cuándo
En Colombia hay un contexto cultural, familiar e incluso religioso que propicia la existencia del nido lleno. Entre este se encuentran algunos mitos y creencias alrededor de la familia. Uno es el amor incondicional entre padres e hijos, por lo que es muy difícil para los padres, sobre todo, romper con dependencias creadas después de muchos años; es como romper con algo sagrado. Así mismo, de acuerdo con Luz Marina Rincón González, psicóloga de Colsanitas, “hay en nuestra cultura una sobrevaloración de los vínculos de consanguinidad. Se escucha decir mucho que ‘la sangre jala’, que ‘la sangre es más espesa que el agua’, lo que establece entre los miembros de la familia unos compromisos casi sagrados. Además, en el ámbito religioso se cree, en muchos sectores sociales del país, que las madres colombianas son la encarnación de la Virgen María, y que las familias conforman una representación de la sagrada familia”.
Ya en los planos social y económico, en Colombia han surgido en las tres últimas décadas unas situaciones que han originado o motivado la aparición de los ‘hijos bon bril’. El modelo neoliberal se extendió por el mundo con la globalización. Dos de sus rasgos son la apertura de los mercados y la flexibilización laboral, lo que trajo inestabilidad en el mercado del empleo, en especial para los jóvenes recién graduados de universidad. Anteriormente los empleados hacían carrera en las empresas, en las que laboraban por 20 o 30 años y de las que salían pensionados. Este paraíso desapareció. Conseguir empleo se convirtió en una tarea complicada, incierta y frustrante.
"Hay en nuestra cultura una sobrevaloración de los vínculos de consanguinidad. Se escucha decir mucho que ‘la sangre jala’, que ‘la sangre es más espesa que el agua’, lo que establece entre los miembros de la familia unos compromisos casi sagrados".
Por otro lado, la elevada competencia laboral exigió una mejor y más completa preparación, razón por la que estudiar una carrera universitaria pasó a ser una tarea extensa y costosa, incluso de más de diez años entre el pregrado y los posgrados, lo que terminó aplazando las intenciones de independencia de muchos jóvenes.
Como complemento, el progreso económico y los adelantos tecnológicos de la globalización propiciaron la aparición de una sociedad hedonista que exaltó como uno de sus mayores valores la obtención de placer inmediato, la comodidad sin límites y la disponibilidad de productos y recursos en general para vivir.
Por estas razones se crearon las condiciones idóneas para que las familias tradicionales perpetuaran, en unos casos, y conocieran, en otros, las dinámicas del nido lleno, que en la mayoría de los casos comienzan con una crianza que genera vacíos emocionales, y se consolidan a lo largo de la vida familiar.
Para la profesora universitaria Ana Alejandra Lichilín, madre de tres hijos adultos con los que convive, “el síndrome del nido lleno lo llamaría un síndrome de la época, más que de las personas. He comparado la situación de nuestras familias con las de otros países, y en Colombia somos bastante permisivos a la hora de tener los hijos en la casa. Pero los muchachos no tienen una manera fácil y efectiva de articularse al entorno laboral. Por ejemplo, en el momento de la pandemia de covid-19, mis tres hijos se quedaron sin empleo; les cancelaron los contratos de inmediato, porque estaban en la informalidad, como está la mitad del país. Ahí se ve la fragilidad de ellos a la hora de articularse al mercado laboral y les toca lucharla mucho para posicionarse. Esto refuerza que uno como padre se quede frenteando las cosas”.
El caso más común es el de las familias que parecen condenadas a permanecer unidas, en solidaridad, para optimizar esfuerzos y costos, por las exigencias del entorno y las circunstancias mencionadas. La casa siempre es el primer y el último refugio. Allí algunos padres logran establecer normas de convivencia y colaboración en las que todos aportan dinero o trabajo. Sin embargo, en ellas no falta el hijo vago o vividor, el tomador habitual de licor o el “hijo problema”, con una ética deficiente para el trabajo y la vida en general y con mínimas habilidades sociales y afectivas.
En su experiencia clínica, la psicóloga Luz Marina Rincón ha comprobado una curiosa y diciente tendencia general: “Cuando se les pregunta a los padres sobre el nido lleno que tienen en casa, no lo ven como una situación negativa, a pesar de que se quejan de la mala situación económica de los hijos y de sus comportamientos irresponsables. Pero tampoco resuelven el problema, no tienen actitudes resolutivas para cambiar o terminar con eso”. Esta situación de aparente complacencia y mutua dependencia ocasiona un estrés familiar que en muchas ocasiones agrava las tensiones en la relación padres-hijos, en la que los padres van a pérdida por su liderazgo menoscabado, borroso, por la falta de reciprocidad (reciben poco a nivel moral, económico y afectivo) y por la desesperanza sin fin, que en cuadros crónicos, difíciles y de muchos años, puede ser causa de depresión, maltrato psicológico y violencia física.
Ante una situación similar o con algunos de los rasgos expuestos por los especialistas, lo más indicado es buscar ayuda profesional.
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