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Bienestar Colsanitas

El desalentador futuro de los nevados colombianos

Los nevados en Colombia son especies en vía de extinción. Como consecuencia del aumento global de la temperatura, están destinados a desaparecer de nuestro paisaje.

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oy Colombia tiene seis nevados, pero en cincuenta años es probable que tan solo existan dos. El manto blanco que cubre las cimas más altas de nuestras montañas ha ido cediendo para dejar al descubierto roca y sedimento, además de algunos recuerdos del pasado. Nelson Cardona, alpinista y guardaparques durante veinte años, tiene junto a la chimenea de su casa un gancho para escalar que data aproximadamente del año 1900 descubierto por el deshielo en una ruta de ascenso del Santa Isabel. “Un día vi una roca que pocas semanas atrás estaba cubierta de hielo. Junto a ella encontré el piolet y enseguida me di cuenta de que se trataba de un objeto de comienzos del siglo pasado. Pedazos de hielo de cientos de años van desapareciendo de un momento a otro en el glaciar”.

Ese es el término correcto: glaciar. Un glaciar es una forma viva en vía de extinción (tal como el oso de anteojos o la tortuga marina), no solo en Colombia sino en todo el mundo. El futuro de los glaciares no es alentador. Según el libro Glaciares de Colombia, más que montañas con hielo (IDEAM, 2012): “Un cuerpo de hielo glaciar no es estático, inmóvil, inmutable; un glaciar cambia de forma, se mueve, crece o decrece dependiendo de su relación con los demás componentes del entorno biogeofísico”. Es, entonces, una especie que interactúa de una y mil formas con aquello que la rodea, principalmente condiciones atmosféricas, ambientales y sociales.

Normalmente pensamos en los glaciares como productores de agua, y asumimos que su principal —y a veces única— función es alimentar el cauce de los ríos que nacen en las montañas y bajan por los valles. Y es correcto, aunque no es la única función. La realidad es mucho más compleja: los nevados tienen la capacidad de regular las condiciones atmosféricas de la zona al enfriar las corrientes de aire que se desplazan ladera abajo y, al hacerlo, aumentan la humedad, favorecen la precipitación y establecen propiedades particulares para el suelo, la vida vegetal y animal. De hecho, el aporte hídrico es mínimo. Jorge Luis Ceballos Liévano, ingeniero geógrafo del IDEAM y experto en el tema, lo compara con una llave que gotea. Colombia no depende del agua que producen los nevados. En cambio, sí lo hace de la que nace en los páramos.

Un glaciar que se derrite comienza cada vez más alto: pasa, por ejemplo, de los a 4.500 metros de altura a los 4.600, 4.700 o 4.800 hasta descongelarse por completo. Cuando esto sucede, toda la vida empieza también más arriba: los seres humanos caminan más para alcanzar la nieve, mientras que la vegetación de páramo coloniza la montaña a nuevas alturas. Aparecen algunas especies de líquenes, senecios e insectos pequeños para poblar las rocas ahora descubiertas y con el tiempo llegan uno que otro mamífero y algunas aves. “Yo me imagino en cincuenta años, las partes más altas del país con dos o tres glaciares y de ahí hacia abajo páramo”, dice Ceballos.

ENSO marzo2015febrero2016

El calentamiento

Hay que dejarlo claro: este es un proceso irreversible. No se trata de achacarle toda la culpa a la polución, la emisión de gases efecto invernadero o la extracción de las energías no renovables. La Tierra tiene un ciclo autónomo de temperatura y ahora —desde hace 200 años, de hecho— está en la etapa de calor. Los periodos fríos (glaciales) duran alrededor de 90.000 años mientras que los de aumento del termómetro (interglaciares), 10.000. Desde mediados del siglo XIX el planeta comenzó a calentarse lentamente, luego de salir de una temporada conocida como “La pequeña edad de hielo”, fechada entre 1600 y 1850, aproximadamente. En ese siglo y medio los glaciares crecieron de manera considerable.

“Imagine que la llama del planeta se prendió en bajo”, ejemplifica Ceballos. Luego vino la revolución industrial con el carbón y el petróleo acelerando la vida. Entonces nos volvimos locos con esos cambios de ritmo y no éramos conscientes de las consecuencias ambientales. Nadie estaba pensando que los gases de las máquinas pudieran acumularse en alguna parte, y menos en la atmósfera. A mitad del siglo XX algunos científicos comenzaron a sospechar de los daños, hasta que en las décadas del 70 y del 80 del siglo pasado estalló la preocupación por el medio ambiente y el cambio climático. Pero ya era tarde. Concluye Ceballos: “Sin darnos cuenta subimos la llama a alto”.

"Los glaciares en Colombia han pasado de 374 km² a finales de la Pequeña edad de hielo, a 37 km² en 2017. En menos de 200 años despareció el 90 % de la masa glaciar".

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El deshielo

Cuenta Cardona: “Más o menos hace 300 años todo lo que hoy es el parque Los Nevados era un solo glaciar. Ahora está conformado por el Nevado del Ruiz, el del Tolima y el de Santa Isabel, del que apenas queda un parche de hielo”. De esa gran cadena montañosa blanca ya se extinguieron el glaciar del Cisne y el del Quindío, así como otros ocho a lo largo del país. De los diecisiete nevados que el geógrafo y cartógrafo Agustín Codazzi mencionó en su Atlas geográfico e histórico de la República de Colombia (1889) apenas quedan seis activos y tres intermitentes, según la temporada del año.

Los seis, de norte a sur, son: Sierra Nevada de Santa Marta, Sierra Nevada del Cocuy, y los nevados del Ruiz, de Santa Isabel, del Tolima y del Huila. Con cifras en la mano, los glaciares de Colombia han pasado de 374 km² a finales de la Pequeña edad de hielo a 37 km² para finales de 2017. En poco menos de 200 años despareció 90 % de la masa glaciar del país. La velocidad de deshielo no da espera: en los años 70 el número estaba en 110 km²; en los 80, 87 km², y en 2010, 45 km².

En palabras de Ceballos, los glaciares colombianos son como un animal exótico. No se refiere únicamente a que están en vía de extinción, sino al hecho de que siempre fueron una especie extraña. Solo tres áreas en el mundo tienen glaciares ecuatoriales, los que se consideran más amenazados: el este de África (Tanzania y la frontera entre Uganda y la República del Congo), en Nueva Guinea, y en el norte de Suramérica (Ecuador, Venezuela y Colombia). Lo normal es ver nevados muy al norte o muy al sur, pero no en esta zona. Tanto Ceballos como Cardona aseguran que es muy impresionante ver la Sierra Nevada de Santa Marta, cuyo paisaje va desde los colores cálidos del mar a los gélidos de la alta montaña en menos de cuatro horas.}

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Lo exótico

La discusión desde hace mucho tiempo oscila entre la conveniencia de ver o no al animal moribundo, si es o no correcto visitar estos lugares. El profesor Juan Benavides, de la facultad de Estudios Ambientales de la Pontificia Universidad Javeriana, considera que el turismo deteriora las rutas de acceso del glaciar, además de la vida en el naciente páramo que va colonizando el terreno luego del deshielo. Ceballos opina lo contrario, en tanto que pisar la nieve ayuda a compactarla para la posterior formación de hielo. Sin embargo, ambos aclaran de inmediato que la situación es mucho más compleja y va más allá del turismo.

“Para cada colombiano un glaciar significa algo totalmente diferente”, comenta Benavides. “Los indígenas ven allí toda una cosmogonía, mientras que para otros es solo un elemento paisajístico. En Colombia, hace falta un diálogo entre las comunidades que habitan los territorios del glaciar y el resto de los colombianos”. Afortunadamente, los nevados son áreas protegidas bajo la figura de Parques Nacionales y su función es ampararlos y defenderlos de la minería, la ganadería extensiva o las rutas de transporte de mercancía. El gran enemigo es el clima.

El problema es que el clima, el aumento de la temperatura, es una consecuencia de nuestras acciones. Allá arriba, en la cumbre, la temperatura puede estar bajo cero grados en la madrugada y subir a más de tres grados en la tarde, un horno para el hielo. Por eso Benavides y Ceballos coinciden en que darle la oportunidad a las personas de que conozcan a la criatura exótica va a contribuir a crear una sociedad más responsable. “Los estudiantes que suben al nevado, bajan siendo conscientes de lo frágiles que son los ecosistemas”, comenta Benavides. Y esa es la labor de Parques Nacionales: educar y, además, poner en diálogo los intereses de todos los actores involucrados. De ahí su importancia.

Cuando niños solíamos pintar paisajes con una casa, un árbol, un sol radiante, algunas nubes y muchas montañas. Y algunas veces dejábamos una de ellas pintada de blanco porque los nevados hacen parte de nuestro imaginario cultural. Si como individuos logramos disminuir al mínimo el porcentaje de contaminación, en el mejor de los casos podríamos tener glaciares durante otros 100 años. De lo contrario, los picos blancos seguirán su marcha hacia el deshielo y sus nieves serán solo un recuerdo del paisaje. El blanco dejará de tener sentido dentro de nuestra caja de colores. 

Fotografías cortesía Jorge Luis Ceballos Liévano/IDEAM.

Brian Lara

Periodista. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.