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Bienestar Colsanitas

Lorena Meritano: “Estas cicatrices son mis victorias”

Fotografía
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La actriz repasa sus últimos cuatro años: diagnóstico de cáncer, quimioterapias, divorcio, desempleo... y finalmente el renacimiento en una mujer que quiere ser inspiración para otros.

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onde otros ven cicatrices ella ve victorias; donde otros ven un tumor ella ve un “agente de cambio profundo”; donde otros dicen “una penosa enfermedad” ella dice “cáncer”, y aprovecha su reconocimiento como actriz para crear conciencia sobre la prevención; donde otros hablan de “lucha” ella habla de paz, de perdón.

Lorena Meritano se siente orgullosa de su origen social: “Soy clase media trabajadora”; de su lugar de nacimiento, Concordia en la provincia Entrerríos, Argentina, y de lo afortunada que ha sido porque tiene una familia donde no abundaba la plata pero sí el arte: el teatro, la música, la declamación.

A los 15 años, su belleza y su metro con ochenta de estatura atrajeron la atención de algún cazatalentos. Verla fue contratarla como modelo. Viajó 500 kilómetros para instalarse en Buenos Aires, ganó un concurso de belleza, firmó contrato por un año con una marca de trajes de baño en Europa, salió en las portadas de todas las revistas argentinas y subió por primera vez a un avión para modelar en las pasarelas italianas. Pero un día, cansada del ambiente “plástico y despiadado”, de las dietas y de la soledad, tomó un boleto de regreso a casa. Quería vivir como la habían criado, más cerca de la naturaleza y de sus personas queridas, sin tantas presiones, más despacio.

Con apenas 20 años se fue a buscar su destino a Ciudad de México, con poco dinero y ningún contacto. Recibió una beca para estudiar en Televisa con los maestros Adriana Barraza y Sergio Jiménez. Poco a poco se abrió paso como actriz y le dieron su primer papel. Desde entonces ha hecho cine, teatro y televisión en Perú, España, México, Estados Unidos y Colombia.

Ahora está en Bogotá grabando la primera temporada de El rey del valle, serie mexicana para Sony Pictures. Y ya no piensa en el futuro, ahora está enfocada en disfrutar el presente a toda costa.

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Ha dicho que no guarda buenos recuerdos de su etapa como modelo…

Viví muchas cosas que me hubiese gustado no vivir, pero fueron experiencias. Era una niña, con cuerpo de niña, acostumbrada a vivir con mi familia, en esa vida de pueblo en la que comíamos juntos, hacíamos siesta. A esa edad no estaba ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparada para un medio tan duro y hostil como es el modelaje. No tengo ningún buen recuerdo de esa profesión: droga, gente perversa…

¿En cambio sí estaba segura de querer ser actriz?

Desde los cuatro años estoy en un escenario. Nací con eso. No tengo registro porque fue natural en mí. En la mañana iba al colegio y por las tardes hacía danza clásica, española, jazz, folclore, teatro, declamación, música.

También escribía poesía…

Sí, escribía, y me publicaban en el periódico del pueblo. Pero hace poco tiré todo mi pasado: las poesías, las fotos, cinco maletas repletas. Mi mamá se puso triste.

¿Todo? ¿Por qué?

Sí. Porque estoy empezando de nuevo y lo único que necesito para vivir es el aire. La memoria está en el corazón y en la cabeza.

 

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No soy ejemplo de nada.Yo quisiera ser más bien un referente de alguien a quien se le detectó la enfermedad a tiempo. Un referente de concientización y un testimonio de que sí se puede”


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¿Tiene pocas pertenencias?

Sí. He vivido en Madrid, Ciudad de México, Lima, Bogotá… he aprendido a vivir con pocas cosas. En Madrid, por ejemplo, había días en que no tenía para comer, pero si compraba una lata de atún la compartía con mi perra Sofía… he aprendido a vivir así: con un novio que tenía avión y yo tenía plata porque me iba bien en mi trabajo en ese momento, pero después no tuve nada. Puedo vivir con todo y con nada. Y no necesito nada más que el aire.

¿Siempre fue así?

En mi infancia nunca tuve bicicleta, ni Barbie, ni patines. Tuve dos muñecas, sí. Mis papás eran trabajadores y se encargaban de pagarme la danza y todo. Pero no había lujos. Mi primera bicicleta la compré en Miami en 1998.

¿Cómo fueron los inicios?

Yo quería hacer televisión, pero no quería ir a Buenos Aires porque me habían tratado muy mal: se burlaban de la forma como hablaba, como caminaba. Ahorré 600 dólares y me fui a México, donde vivía un tío. Pero arranqué de cero. Fui a las agencias de modelaje y empecé a hacer comerciales. Ahí conocí a alguien que me llevó a Televisa. Me querían en la novela Baila conmigo y querían que cantara. Me becaron para estudiar en Televisa, y ahí fue comenzando todo.

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A Bogotá llegó en 2001…

En el 2000 me casé. Dejé todo y me fui a vivir al campo con él, a15 kilómetros de Concordia. A los dos meses estaba embarazada. Fue la única vez que me embaracé, que lo busqué. Pero fue un embarazo extrauterino y la pérdida del bebé fue muy dura. Estaba estudiando psicología social cuando recibí la llamada de mi mánager para proponerme un papel en Ecomoda. Yo no había visto Yo soy Betty, la fea y le dije que lo iba a pensar. A la mediahora lo llamé y le dije que sí.

Tiene gran talento para cambiar y actuar en acentos de todas partes.

Tiene que ver mi oído, mi capacidad de observación y los maestros que he tenido. No he sido muy disciplinada pero sí estudiosa y observadora. Aunque me he vuelto disciplinada porque las enfermedades son agentes de cambio.

Antes del cáncer odiaba la palabra dolor. ¿Qué significa hoy?

Hoy para mí significa vida. Yo no conozco lo que es la vida sin dolor. Por lo menos desde la primera cirugía, que fue en abril de 2014, no he podido vivir ni un solo día sin dolor. Y tengo que convivir con eso. Pero también el dolor es una bendición porque estoy viva. Yo no sé si algún día podré vivir sin dolor… luego de una mastectomía radical con extirpación de ganglios, es muy difícil que vuelva a no sentir dolor. A no ser que no haga nada, pero como no tengo empleada, yo cocino, plancho, limpio, hago todo.

Ha dicho que el cáncer es un maestro, ¿por qué?

Cualquier cosa que te pase, pregúntate para qué, qué tienes que aprender de todo eso. El ego te lleva a victimizarte. Pero si nos victimizamos no aprendemos. A la gente le da miedo nombrar la palabra cáncer, y dicen “murió de una larga enfermedad”. No, hay que decir “murió de cáncer”. Yo no estoy contenta porque me haya dado cáncer, ni porque mi papá se haya muerto de cáncer, ni porque a mi mamá le haya dado cáncer. Pero si esa enfermedad llegó a mi vida fue para ser un agente de cambio profundo y un gran maestro.

¿Para qué? ¿Para ser ejemplo?

No soy ejemplo de nada. Yo quisiera ser más bien un referente de alguien a quien se le detectó la enfermedad a tiempo. Un referente de concientización y también un testimonio de que sí se puede. No sé por cuántos años, pero aquí estoy. Y si eso puede dar un poquito de esperanza lo tengo que hacer, y lo hago con mucho amor.

¿Cómo le cambió la vida el cáncer?

En todo. Por ejemplo, la alimentación. Soy muy radical: no como carnes, ni lácteos, ni sal, ni azúcar. Fue una elección. También desde el diagnóstico me preocupo por estar conectada con el ahora, con este momento. No estoy pensando en qué tengo que hacer más tarde, estoy conectada con vos aquí. Si miro para atrás podría ponerme triste y si miro para adelante me puedo poner ansiosa, así que intento siempre estar conectada con el aquí y el ahora, que es lo único que existe. Otras decisiones que tomé a partir de la enfermedad: no me siento en una mesa donde se drogan, donde fuman; tampoco voy a compromisos, no me interesa, prefiero quedarme en casa a leer un libro. Antes hacía cosas por compromiso… ahora no: mi tiempo es oro, no sé cuánto tiempo voy a vivir, porque con esto no se sabe.

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¿Sigue siendo impaciente?

Estoy aprendiendo a tener paciencia porque este proceso es para toda la vida. Te diagnostican, te operan, te haces quimio, exámenes, tratamientos, pruebas, estás en remisión, hay que esperar cinco años… es de nunca acabar. Si pienso en todo eso me enloquezco. Disfruto que tengo trabajo, que estoy dando mi testimonio. Voy a escribir un libro y eso va a ser una gran oportunidad de catarsis y de sanación.

¿Cuál es el momento en el que más miedo ha sentido?

En la primera sesión de quimioterapia tuve un ataque de pánico. Me acompañó mi mamá, porque mi expareja aprovechó para hacer un curso de actuación. Mientras me estaban preparando no podía respirar, el corazón se me aceleró. Yo sabía que era un ataque porque no era el primero de mi vida, aunque no me daba desde hacía muchos años. No es tristeza, no es miedo, es pánico, frío en el cuerpo, sensación de muerte inminente… porque la muerte y el miedo son fríos. Cuando uno se está por morir siente frío. Y les dije: “¡Paren!”. Fui al baño sola, me miré al espejo y me dije “Tenés que poder. Tenés que poder”. Salí y dije: “Vamos”. En el segundo ataque de pánico le pedí a gritos a mi madre que me dejara morir, me parecía muy injusto que me quisieran tener acá sufriendo.

¿Pensó en el suicidio?

Fue en lo que llamo la semana fatídica. Me desbordé totalmente cuando pocas horas antes de viajar a Argentina, mi pareja me comunicó que se quería separar. Yo tenía nódulos y viajaba para que me examinaran. Mientras esperaba los resultados a mi mamá le dio un accidente cerebrovascular. Ese 17 de enero podría haberme suicidado. Era lo que quería hacer, pero agarré la maleta, a mi perro y me fui al aeropuerto. Acompañé a mi mamá en su proceso, luego busqué a una psicóloga, decidí vivir e intentar entender todo lo que me estaba pasando.

¿Cómo fue ese proceso de recuperación emocional?

Me aferré a Dios, a la fe, a pedir ayuda porque para eso hay terapeutas, a la homeopatía, a la medicina china, al reiki, al Ho''oponopono que es maravilloso. Personas que me inspiraron, libros que leí. Los amigos, los mismos de siempre, los incondicionales, y por supuesto, la familia. Esta es una enfermedad que pone en jaque las relaciones. Primero la relación con vos mismo, porque ahí vas a ver de qué estás hecho.

Durante todo el proceso estuvo muy activa en redes, mantuvo una especie de diario personal y compartía fotos y mensajes con sus seguidores…

¿Sabes por qué? Porque como no podía trabajar, era la única manera en que me sentía útil, poder ayudar a otros. Y por otra razón: para generar conciencia, porque nos mata la ignorancia. Porque la gente se toca una bolita en el seno y por miedo no va al médico, o peor aún, el marido no la deja a ir al ginecólogo.

¿Por qué cree que hay que sacar las palabras lucha y batalla de las conversaciones sobre cáncer?

¿Qué pasa en una guerra? Muerte, violencia, sufrimiento. ¿Crees que así se puede atravesar este proceso o estar bien? De la lucha no se gana nada, con la paz sí. En esto se necesita mucha energía, y si estás peleando qué energía vas a tener para soportar una quimioterapia. Al cáncer no le gana nadie, esto es a través de la paz, el amor, el perdón. Es la única manera. A esta patología hay que ponerle el cuerpo. A las mutilaciones, a los dolores emocionales, físicos, psicológicos. El cáncer gana por cansancio. Porque es tan recurrente… hay días en los que uno quiere decir “me rindo”. Por eso algunas personas no terminan las quimios.

¿Le tiene miedo a la muerte?

Un poquito. No quiero sufrir mucho. Es que ya sé lo que es sufrir. Me gustaría dormirme, esa sería la muerte ideal. No pienso en eso. Obviamente que cada vez que tengo un chequeo me viene la idea a la cabeza. Me quiero morir dando y recibiendo amor.

¿Está lista para enamorarse de nuevo?

Si Dios me quiere mandar un amor, encantada. Creo que debe haber algún hombre con el que pueda conectarme más que físicamente. Tiene que ser un hombre sano, que no fume, que no tome, que le gusten los animales. Alguien que pueda ver la belleza a través de una cicatriz. Porque estas cicatrices son mis victorias. Es difícil hoy en día. Mi oncólogo me dice: “los hombres somos cobardes y banales”.

Después de todo lo que ha vivido, ¿qué es para usted hoy la belleza?

No hay mejor definición que la de Antoine de Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible a los ojos”. La verdadera belleza es invisible a los ojos, la belleza es la nobleza, es la generosidad, la bondad, la humildad, la sencillez, tener palabra. Una persona bella es congruente entre lo que piensa, lo que siente, lo que dice y lo que hace. Está alejada de la vanidad y está relacionada con el espíritu y el alma.

¿Y el bienestar?

Vivir desde la salud, cuidar mi alimentación, cuidar mis pensamientos, elegir el trabajo que quiero hacer, por más que tenga necesidades. Bienestar es tener relaciones sanas, saber perdonar de corazón, es poder dar vuelta a la página. Mi estado ideal es en el mar, sin gente, en silencio. No necesito más: el calor, la tranquilidad y el silencio. Y es disfrutar de lo que tengo, que para otras personas será poco pero para mí es enorme: es un milagro.

 

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María Gabriela Méndez

Periodista. Editora de Bienestar Colsanitas.