Es una de las más frecuentes dolencias de la piel. Cerca del 20 % de la población mundial tendrá un episodio de urticaria al menos una vez en su vida.
ace unos dos años comencé a sentir una extraña comezón en la parte superior de la espalda, en el centro y en los costados cercanos a las axilas. La picazón era imposible de resistir. Me rasqué hasta el éxtasis, casi hasta sangrar. Con el paso de los días la comezón aumentó. En los lugares de la espalda a donde no alcanzaba a llegar con mis dedos, me rasqué con palos delgados, varillas de paraguas, lápices o bolígrafos, en fin, con cualquier cosa que fuera una extensión de mis ansiosas uñas. Cuando no tenía a la mano nada con qué rascarme, me quitaba apresurado la camisa, recostaba la espalda contra el marco de la puerta del baño y la restregaba en febriles movimientos de derecha a izquierda.
Un día sentí unas protuberancias pequeñas en diferentes puntos de la espalda donde se concentraba la picazón. Después supe que se llaman habones. Irradiaban una sensación efervescente de piquiña. La rascada consiguiente y el placer eran inevitables.
La siguiente etapa consistió en buscar algún alivio, y así evitar rascarme para no causarme más heridas en la piel. Me apliqué cremas humectantes y aceite de almendras: el consuelo fue leve, efímero. El picor regresaba siempre con más ímpetu. Busqué información en internet. Las descripciones más cercanas a lo que padecía indicaban una posible alergia, por lo que pedí consulta con un alergólogo.
El especialista hizo una exploración visual de las marcas y cicatrices de mi espalda, me hizo unas preguntas sobre mi dieta y la frecuencia de los episodios de picor, entre otras, y me dijo que podría ser una reacción alérgica, pero que para salir de dudas tenía que hacerme una prueba.
A los pocos días, una enfermera me hizo varias punciones en la cara interna del brazo derecho con unas pequeñas agujas que tenían en la punta microscópicas cantidades de alimentos como leche, huevos, maní, pescado, mariscos, soya, así como polen y otras sustancias. Días después recibí el resultado: no sufría de una alergia específica, sino de urticaria.
Como lector de literatura y autor de textos periodísticos conocía el adjetivo urticante, definido como algo “que produce comezón semejante a las picaduras de ortiga”. Pero no tenía ni idea qué era la urticaria.
La cenicienta martirizante
Hoy, dos años después, sé mucho más acerca de esta enfermedad. Su nombre proviene del latín urtica, un arbusto llamado ortiga, considerado por igual como una hierba mala y una eficaz medicina para algunas dolencias, del género de las urticae y de la familia de las urticáceas, caracterizado por tener en tallo y hojas unos pelos que liberan una sustancia alcalina llamada ácido fórmico, la cual produce escozor e inflamación en la piel. Muchos siglos atrás, en Europa, era conocida como “la hierba de los ciegos”, quienes cada vez que en jardines, calles o el campo tropezaban con ella, recibían un latigazo de irritable escozor y picor que desaparecía después de un rato.
Los picores que produce la urticaria se sienten como caer en un campo de ortigas. Es una de las veinte enfermedades cutáneas más frecuentes. No es considerada como grave, pero tampoco es una enfermedad menor. La llaman “la cenicienta de las enfermedades cutáneas”, porque hay poca investigación científica alrededor de ella a pesar de que afecta al 1 % de la población del planeta, es decir, cerca de 79 millones de personas. En algún momento de la vida, más del 20 % de la población mundial (1.580 millones de personas) sufrirá un episodio de urticaria.
Esta enfermedad cutánea afecta al 1 % de la población mundial: 79 millones de personas.
La lesión que causa puede resultar sencilla de identificar a primera vista. Se trata de una pápula o roncha (elevación o pequeño bulto de la piel de diversos tamaños y formas) de coloración rosada, tamaño y forma variables, que pica. Las ronchas se desvanecen, no permanecen más de 24 horas, y la respuesta al prurito (picazón), por rascado y frotamiento, puede o no lastimar la piel.
Por la duración de los síntomas, se clasifica en dos tipos principales. La forma aguda es aquella que dura menos de ocho semanas; se presenta más en niños y adolescentes y es de tipo alérgico a medicamentos; la forma crónica es aquella que persiste por un período mayor a ocho semanas. Un 70 % de las urticarias crónicas suelen durar un año, y un 30 % más de un año. Y de ese 30 %, un 20 % afecta de uno a cinco años, y a un 11 % de los pacientes le puede durar más de cinco años, incluso hasta 15 años.
Para el alergólogo Eduardo de Zubiría Salgado, adscrito a Colsanitas, “es una alteración severa de la sensibilidad de la piel, que puede ser causada por medicamentos, alimentos, picaduras —de hormiga, abeja o avispa—, infecciones, reacciones o enfermedades del sistema inmune, por contacto o presión (ropa muy ajustada), frío o calor, alcohol, picantes o por ansiedad o estrés emocional, en cuyo caso toma el nombre de urticaria nerviosa. Es más frecuente en mujeres que en hombres, y mucho más alta su prevalencia en personas en edades entre 30 y 60 años”.
Así como llega, se va
La doctora Marta Ferrer, directora del Departamento de Alergología de la Clínica Universidad de Navarra, España, en el artículo “¿Qué es la urticaria crónica?”, sostiene que “no sabemos, por una parte, ni cómo se inicia, ni por qué se inicia y, lo más sorprendente, cómo y por qué se para. Un paciente con urticaria crónica un día dejó de presentar la enfermedad, que le impedía trabajar, sufría picor generalizado, lesiones, angioedema (hinchazón dolorosa de labios, párpados o del interior de la garganta), y de repente, como vino, se va. Esto lleva a que, a veces, los médicos contribuyan a que los pacientes con urticaria crónica se sientan incomprendidos, ya que el mensaje en ocasiones es ‘ya desaparecerá’”.
Para su tratamiento, los especialistas recomiendan evitar algunos alimentos detonantes, que liberan aminas o histaminas (enlatados, ahumados, fermentados, entre otros); tomar antihistamínicos, que alivian la comezón y la irritación de la piel; evitar rascarse; tomar baños con agua fría y jabones suaves, y usar ropa suelta y protector solar al estar al aire libre. También, para algunos casos severos, recomiendan consumir corticoides orales (antiinflamatorios). Sin embargo, hasta el momento, nada la cura. El tratamiento solo es paliativo.
Algunos expertos consideran que esta enfermedad tiene un nivel de impacto en la calidad de vida del paciente similar al de un infarto del corazón. En ciertas personas causa efectos negativos como insomnio, depresión y ansiedad o dificultades para trabajar.
En mi caso, he notado que algunos alimentos la detonan, como el atún, las almendras, los mariscos y la granola. También llega con situaciones estresantes causadas por exceso de trabajo, fatiga, cansancio, conflictos de pareja, frustraciones, ansiedad o cualquier otro problema que me cause estrés. Es la llamada urticaria nerviosa, más relacionada con las emociones vividas en la cotidianidad, para la que se recomienda el acompañamiento de un psicólogo que ayude a manejar las propias emociones y disminuir así la frecuencia de las crisis de urticaria.
He aprendido a convivir con ella. Sin duda, en ocasiones me desespera. Tengo la expectativa de que, así como un día llegó, como un mal amor, un día se vaya y me deje en paz.
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