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Bienestar Colsanitas

Un beso barbado

Ilustración
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¿Cómo es besar a un hombre con barba?
¿Cómo es el recuerdo de un primer beso con un hombre barbado?
Margarita Rosa de Francisco nos cuenta un recuerdo de su adolescencia y de un beso barbado.

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1981. Vine a un concierto de Paco de Lucía en el Teatro Municipal de Cali con mis papás, mi abuela y mis dos hermanos. Estoy cumpliendo 16 años.

Ahora que está tan de moda el dorado me siento feliz estrenando mi suéter de rayas verdes y doradas y mi falda pantalón estampada con unas figuras que parecen lenguas de fuego también doradas. Me calcé mis sandalias de tacón (doradas) y me dejé el pelo suelto (¡dorado!) que por fin me llega a la cintura; hoy no quiso dejarse agarrar, mi pelo rizado es como una especie de bestia feroz imposible de domar. La gente se fija en mi vestimenta y eso me gusta.

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Termina la primera parte del concierto y habrá 15 minutos de intermedio. Me siento muy emocionada por la música y los artistas, me costó trabajo quedarme sentada, me dieron muchas ganas de bailar. Mientras nos abrimos paso para salir de la platea mi hermana mayor me dice “mirá para arriba”, señalando a dos muchachos que nos saludan desde el primer palco. Uno de ellos es D, un estudiante de Ingeniería que la ha estado invitando a salir; al otro lo conozco de vista, moreno, de rasgos turcos y barba. El de barba no me quita los ojos de encima pero yo hago de cuenta que no me doy cuenta y empiezo a ponerle tema de conversación a mi hermana y a reírme a carcajadas de mentira. “El de barba es M, ¿te acordás? El que era esposo de S, la que trabajaba para mi mamá en la boutique. Es el mejor amigo de D”, me señala ella. Vuelvo a mirar hacia el palco y el hombre sigue clavándome los ojos sin ninguna vergüenza. Es atractivo pero muy mayor. Ninguna de mis amigas tiene novio con barba. Además, la de este no es ninguna pelusa de adolescente, esta es una barba con kilometraje, cuidada y recortada en la peluquería.

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Acabó el concierto y tengo las manos rojas de aplaudirle al señor Paco y a sus músicos; no sé cuánto duró la ovación de pie, pero lo suficiente para hacerlos volver al escenario a tocar con el mismo ánimo. Hay mucha gente saliendo a la vez, no veo más al turco de barba. Me hechizó su mirada enfocada en mí con tanta determinación, parecida a la del animal depredador cuando por fin avista a su presa después de buscarla por mucho tiempo. Los pelaos que van a fiestas con nosotras, fuera de que no tienen barba, no saben mirar así.

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Hoy es miércoles y mi hermana acaba de entrar a nuestro cuarto con cara de culpable. “Bruta, D me llamó por teléfono y me dijo que M está fascinado con vos, que si salimos el viernes. No creo que a mis papás les guste de a mucho”. “Pues no les digamos que voy a salir con M, sino que me vas a presentar a un amigo de D y ya”, le sugiero.

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Por fin llegó el viernes, casi que no. No encuentro qué ponerme, con toda la ropa me veo flaca, la verdad, no hace mucho que me empezaron a crecer los senos y mi cuerpo parece de niñita todavía. Eso me acompleja horriblemente con el barbudo, por eso voy a compensar maquillándome bastante. Mi mamá tiene en su mesa de noche una revista donde sale Brooke Shields con los labios súper rojos y divinísima. Tenemos la misma edad.

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Salimos los cuatro sin contarles a mis papás lo de M. Es muy coqueto y seguro de sí mismo. Habla hasta por los codos y se ríe duro de los chistes que él mismo cuenta. Le lucen sus bluyines baggies y una camiseta blanca con cuatro botones desabotonados adelante, puedo ver los pelos del pecho enredados entre las aristas de una estrella de David que cuelga de una cadena de oro. Sabe muchas cosas, creo que es inteligente y muy hábil para los negocios. Mientras calcula cuántos kilómetros diarios corre entre Santa Teresita y Granada yo me fijo en sus cejas espesas y en su barba “tres días” o “tres milímetros”, y me pregunto cómo será un beso suyo. También tiene un bigote podado como su barba (eso de dejársela crecer sin bigote me parece de lo más mañé, lo mismo que las chiveras o los candados). Todo el conjunto es una sombra uniforme muy bien delimitada que cubre la mitad inferior de su cara. Se trata de una barba pensada, no sé si para tapar algún defecto o diseñada para gustarle a las mujeres. A mí me da un poco de miedo y morbo. Cuando un tipo tiene en la cara tanto pelo amaestrado es porque lleva recorriendo mucho mundo como hombre adulto.

Le pregunté que cómo hacía para afeitarse la barba y dejársela tan parejita. Primero me picó un ojo y me dijo, “pero, ¿te gusta o no?”. Yo asentí con la cabeza y le sonreí encandelillándolo con las chispas de mis braquets (hace cuatro meses me pusieron freno arriba y abajo). Después me contó que “Martica” iba cada semana a su apartamento para arreglársela así como hoy. (Inmediatamente me la imaginé a ella con sus grandes pechos redondos inclinada sobre M; y a él desgonzado en una silla y con la cumbamba mirando al techo, los ojos cerrados y la manzanilla de la garganta reluciente después de la caricia de la cuchilla sensual de Martica.)

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“¿Cuántos años tenés?”, le pregunto. “28”, me responde.

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Salgo por segunda vez con M a una discoteca. Esta vez los dos solos, sin mi hermana ni D. El dueño es amigo suyo. Después de bailar salsa y disco suena “My endless love” y nos quedamos en la pista abrazados. Un ratico después, M, “el de barba”, sosteniéndome cuidadosamente el mentón con las dos manos (un gigante arrullando una flor), me asestó un beso en la boca, sólido, un beso de hombre andado que más adelante delatarían mis mejillas sangrantes, un beso perfumado con after shave Van Cliff & Arpels, un beso barbado no menos dulce y enamorado, inolvidable, el primero que me dieron.

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