En Bogotá, la improvisación teatral está viviendo un momento de expansión creativa y emocional. Colectivos como Proyecto Coco Loco, Improvisual, Los Perros de la Impro e Improppies han impulsado esta técnica que se basa en la espontaneidad, la escucha activa y el presente. Más que un ejercicio artístico, se ha convertido en una herramienta de transformación personal y conexión humana.
En la escena cultural bogotana, el teatro ha sido durante años una de las expresiones artísticas más emblemáticas. Numerosos escenarios en la ciudad abren sus puertas a obras que abarcan desde el drama hasta la comedia. Sin embargo, una técnica está ganando cada vez más terreno en las tablas: la improvisación. A diferencia del teatro tradicional, que se apoya en guiones preestablecidos y largos ensayos, la improvisación se construye en tiempo real. Aquí, el presente, la escucha activa y la corporalidad son fundamentales. Los actores, expuestos a la vulnerabilidad del instante, responden a instrucciones espontáneas del director, quien, en cuestión de segundos, plantea las bases sobre las que nacen historias coherentes y cautivadoras.
En esta técnica, el público no es un simple espectador: es parte activa del espectáculo. Muchas veces es la audiencia quien propone ideas que el director y los actores deben transformar en escenas sobre la marcha, lo que convierte cada función en una experiencia única e irrepetible. Si el teatro ya es efímero por naturaleza, la improvisación lleva esa cualidad al extremo: ni actores ni espectadores saben qué va a pasar. Y es justamente en esa incertidumbre donde reside su magia.

Actualmente, este movimiento se consolida como un fenómeno en Bogotá gracias al esfuerzo colectivo de artistas que lo valoran no solo como una herramienta creativa, sino también como un medio de transformación y liberación personal. Figuras como Felipe Ortiz, David Moncada, Juan José Toro, Gabriela Galindo y Juan Sebastián Angarita no solo le dan vida en formatos innovadores, sino que también lo impulsan desde los colectivos a los que pertenecen y en los que han participado. Como directores, actores y formadores, exploran los límites y posibilidades de esta técnica que, cada día, atrae más interés y popularidad.
El impacto de la improvisación en lo artístico y personal
A primera vista, la improvisación puede parecer solo una técnica escénica, pero su alcance va mucho más allá del escenario. Este lenguaje revitaliza los procesos creativos y transforma profundamente la forma en que las personas se relacionan con el entorno y consigo mismas. Así lo cree Felipe Ortiz, uno de los grandes referentes nacionales de esta técnica. Actor, docente, cofundador de la Gata Cirko y de su rama de improvisación Proyecto Coco Loco, define la improvisación como “una forma de afrontar la cotidianidad, un momento donde uno está presente al cien por ciento”. Para él, esta práctica fomenta la escucha profunda y una diversión constante, elementos esenciales tanto en el teatro como en la vida. En escena, como en la vida, dice, improvisar implica dejar el ego a un lado para que todos brillen.

Esta visión también la comparte David Moncada, actor, director, docente y cofundador de Improvisual, uno de los colectivos de improvisación más consolidados del país. Para Moncada, “la filosofía detrás del hecho de improvisar va en contracorriente de muchas de las cosas que nos detienen en la vida” y destaca cómo esta práctica derriba bloqueos personales y fomenta relaciones auténticas, basándose en una reacción honesta, vulnerable y creativa frente a lo inesperado.
Juan José Toro, maestro en artes escénicas y cofundador del colectivo de improvisación Los Perros de la Impro, encuentra en esta técnica un espacio profundamente terapéutico. “Nace de un lugar muy sincero del ser humano, desde un estudio de su comportamiento en tiempo real”, explica. Para él, improvisar ayuda a tomar conciencia del presente, a disfrutarlo y a conocerse mejor. Lo resume con una sonrisa: “es un psicólogo barato”, dice, reconociendo su valor para explorar emociones y pensamientos con ligereza y profundidad.
Esa misma conexión con el ahora es lo que destaca Gabriela Galindo, actriz, locutora, improvisadora y directora del colectivo Improppies. “La improvisación es mi mayor estado de meditación posible”, afirma. En su experiencia, estar sobre el escenario sin saber lo que viene exige una atención absoluta, en la que cada estímulo se convierte en un punto de partida para construir historias genuinas.
La vida misma, con su imprevisibilidad, también requiere herramientas como esta, dice Juan Sebastián Angarita. Actor, maestro en artes escénicas y docente ocasional en los talleres de Improvisual, Angarita sostiene que improvisar no es solo para artistas: “sirve para cualquier tipo de persona, porque permite comunicar, estar presente y escuchar. Algo útil en cualquier contexto”. Para él, este arte vivo enseña a resolver en colectivo cuando no hay un plan definido, y en eso radica su fuerza.
Elementos clave en la improvisación teatral
La improvisación teatral se construye sobre un terreno donde intuición y técnica se abrazan. El artista, como un navegante intrépido, se sumerge en las profundidades de lo desconocido. Cada instante es como un océano inexplorado, lleno de incertidumbres y desafíos. No es el azar lo que lo mantiene a flote, sino las herramientas cultivadas con años de formación y entrenamiento, las que le permiten nadar con precisión y claridad en las aguas impredecibles. Esas que dejan de ser amenazas para transformarse en un paisaje por descubrir y un espacio con valor creativo. Las herramientas técnicas adquiridas son las que, según Moncada, permiten que las decisiones fluyan con naturalidad y le da lugar a lo imprevisible con la estructura necesaria para sostenerse.
En escena, todo gira en torno a un delicado equilibrio entre la preparación y la aceptación del presente. Ortiz destaca que “la improvisación puede parecer improvisada, pero los improvisadores no pueden ser improvisados”. Una frase que desvirtúa la creencia popular de que improvisar es una acción sencilla y que enfatiza la importancia de dominar las herramientas teatrales para el ejercicio de estar completamente presente en cada instante. Juan Sebastián Angarita coincide: “Vamos a saltar al vacío, sí, pero para ello requerimos de bases técnicas sólidas que nos ayuden a resolver en el camino. Que no se vea como un trabajo mediocre, sino como uno que implica verdadera formación”.

Una de las herramientas más esenciales para quienes improvisan es la escucha activa, algo en lo que coinciden Ortiz, Moncada, Toro, Galindo y Angarita. La puesta en escena ante lo desconocido requiere atender las indicaciones del director, así como prestar atención a lo que dice el compañero de montaje. Los egos deben dejarse de lado y generar una armonía en la que el brillo individual se vuelva colectivo.
La espontaneidad es otro elemento clave. Combina lo racional y lo instintivo en una respuesta veloz que parece surgir de forma natural. Juan José Toro lo explica como “un proceso tanto físico como mental muy rápido, en el que soy completamente honesto, pero que aun así estoy procesando algo mentalmente”. Esta conexión entre cuerpo y mente convierte cada escena improvisada en un acto irrepetible.
A esa ecuación, Angarita le suma una dimensión esencial: la calma. “Nos permite ver con mayor perspectiva lo que sucede en la escena, ofreciendo claridad para enfrentar lo imprevisible”, dice. En esa quietud consciente, incluso en medio del caos, la improvisación encuentra su mejor versión.
Orígenes de la improvisación y su auge capitalino
Keith Johnstone es una figura clave en la historia de la improvisación teatral a nivel mundial. Sus ideas fueron transmitidas de primera mano a Felipe Ortiz y David Moncada, quienes tuvieron la oportunidad de aprender directamente de él. Ambos, a su vez, han llevado estas enseñanzas a nuevas generaciones como Toro, Galindo y Angarita.
Aunque la improvisación ha sido una técnica presente en el teatro durante décadas, su auge como eje central en las tablas bogotanas se remonta a los años 90. Todo esto gracias al trabajo de artistas como Felipe Ortiz. “Nosotros empezamos en el 95 y hubo un pequeño boom, póngale como en el 2000 o 2001”, recuerda. En ese momento, codirigió un campeonato de teatro deportivo en la Casa del Teatro Nacional y entrenó a varias compañías que aún permanecen activas. Sin embargo, ese primer impulso fue breve. Más tarde, llegó una segunda ola que cobró más fuerza. “Se esparció aún más porque aparecieron diferentes personas que empezaron a transmitir ese conocimiento,” explica Ortiz y destaca que el movimiento se diversificó y fortaleció con el tiempo.
Para Toro, este crecimiento también está ligado a la transformación de las artes escénicas en Colombia. “Se empieza a popularizar porque empiezan a abrirse programas de estudio hacia las artes escénicas que antes no existían aquí en el país”, señala. Para él, estas ideas frescas ayudaron a romper con el teatro comercial y panfletario que predominaba en el pasado, y abrió nuevos horizontes hacia propuestas frescas e independientes.
El contacto directo con el público también ha sido crucial en la expansión de la improvisación. Gabriela Galindo destaca que la improvisación desmonta el mito de que el teatro es aburrido, gracias a su lenguaje cotidiano y accesible. “Es un brazo que jala hacia el arte nuevamente a una generación que creía que el teatro escénico era distante", afirma. La curiosidad por lo espontáneo y el reto permanente de actuar sin guion generan una conexión única con audiencias diversas, que encuentran en la improvisación un arte vivo, cercano y sorprendente.

Los colectivos que conservan y expanden la improvisación
En Bogotá, varias compañías de improvisación mantienen viva esta técnica teatral, que ha logrado trascender las tablas para adentrarse también en el mundo audiovisual. Estas agrupaciones han creado un ecosistema vibrante, en el que colaboran, se nutren y se potencian mutuamente. Cada grupo no solo conserva el legado de la improvisación, sino que lo transforma en algo único y propio. Su crecimiento demuestra que la improvisación no es solo una técnica escénica, sino también una red colaborativa que impulsa la creatividad colectiva en la ciudad.
Uno de los proyectos más representativos en este ecosistema es Coco Loco, fundado oficialmente en 2023 y dirigido por Felipe Ortiz. Esta propuesta retoma y expande la experiencia acumulada en Picnic Impro, también cofundado por Ortiz. Desde allí se gestaron iniciativas de gran impacto como el Monkey Fest, un Festival Internacional de Improvisación Teatral que se realizó durante nueve años consecutivos en Bogotá.
A este entramado se suman compañías como Improvisual, Los Perros de la Impro e Improppies, lideradas respectivamente por David Moncada, Juan José Toro y Gabriela Galindo. Nacidas en entornos universitarios, estas agrupaciones reflejan la conexión profunda que sus fundadores tienen con la improvisación, entendida no solo como una práctica artística, sino como una filosofía de vida. Para Galindo, por ejemplo, Improppies se convirtió en “la posibilidad de tener un laboratorio para investigar esos temas que a mí y a mi equipo nos estaban inspirando y cuestionando en su momento”.
Improvisual, creada en 2012, ha llevado la improvisación al terreno audiovisual, con presencia en plataformas como YouTube. Para Moncada, este paso fue natural gracias a su formación en producción audiovisual: “Con la cofundadora, hemos querido pensarnos un poquito por fuera de lo establecido”, comenta. Por su parte, Los Perros de la Impro, fundada en 2017, ha explorado formatos innovadores y accesibles, con una apuesta clara por lo experimental y lo inclusivo. Improppies, surgida en 2020, ha tenido una actividad intermitente en los últimos años, pero mantiene su legado como una propuesta que entiende la improvisación como herramienta de transformación social.
A estas iniciativas se suman otras como El Quinto Pulgar o Impro para la vida, que demuestran la amplitud y diversidad del movimiento. Tal vez ninguna agrupación por sí sola sea definitiva ni representativa de todo lo que ocurre en Bogotá, pero su conjunto da cuenta de algo mayor: que la improvisación, más que un lenguaje escénico, es hoy una fuerza viva que cataliza la cultura capitalina.

Los formatos de la improvisación
La improvisación teatral se despliega en una amplia variedad de formatos que responden tanto a la energía del momento como a la profundidad narrativa deseada. Aunque su clasificación puede hacerse por múltiples criterios, uno de los más comunes es su duración. En todos los casos, la regla es clara: no hay guion preestablecido. Las escenas nacen de pautas definidas por el director justo antes de la función, y en muchos casos se enriquecen con sugerencias del público, lo que convierte cada presentación en una experiencia irrepetible y colaborativa.
Los formatos cortos se distinguen por su dinamismo. Suelen organizarse como juegos, competencias teatrales y escenas breves que buscan generar una conexión inmediata con el público. Los formatos largos se enfocan en el desarrollo de historias complejas y permiten una exploración más profunda de los géneros escénicos y un mayor compromiso emocional.
También existe un formato interdisciplinar, en el que la improvisación se fusiona con otras expresiones artísticas. En Soundpainting, trabajado tanto por Improvisual como por Coco Loco, se utiliza un lenguaje de señas específico para dirigir en vivo la creación colectiva. “Es improvisar y componer con muchas disciplinas bajo una dirección en tiempo real”, señala Moncada. Este enfoque integra danza, música y actuación en una experiencia escénica expansiva y multisensorial.
No necesita ser actor para improvisar
Los talleres organizados por colectivos como Improvisual, Proyecto Coco Loco y Los Perros de la Impro convocan a personas de todas las edades y contextos, quienes descubren cómo esta técnica puede fortalecer habilidades tan diversas como la comunicación, la creatividad y la gestión del estrés.
Cada colectivo diseña sus talleres con enfoques distintos, pero todos comparten el objetivo de reconectar a los participantes con su capacidad innata de improvisar. En el caso de Improvisual, por ejemplo, los talleres están organizados por niveles que permiten avanzar progresivamente. “En el nivel uno, trabajamos en lo más básico: disfrutar el juego, contar historias sencillas, soltarse. En el nivel dos, profundizamos en aspectos técnicos, pero siempre respetamos el ritmo de cada participante”, explica David Moncada. Esta estructura hace posible que cualquier persona, con o sin experiencia escénica, encuentre un lugar donde explorar el potencial transformador de la improvisación.

Juan José Toro destaca que los talleres no solo fortalecen herramientas escénicas como la proyección de la voz, el equilibrio y la flexibilidad, sino que también promueven el autoconocimiento. “Todo parte desde el juego y el cuerpo como herramientas de autoconocimiento”, explica, enfatizando la manera en que estas actividades se adaptan a grupos diversos y heterogéneos.
Las sesiones de improvisación funcionan como refugios cálidos y seguros, capaces de evocar la sensación de hogar. Los participantes no se perciben como simples estudiantes, sino como parte de una gran familia. Allí, los errores no son motivo de atención, porque simplemente no existen. Lo que realmente tiene valor es la experiencia compartida de superar los desafíos de cada ejercicio. A menudo, de una equivocación surgen las ideas más brillantes, aquellas que, sin planearlo, desatan carcajadas y revelan cómo, paso a paso, los asistentes descubren el verdadero poder de la improvisación.


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