La actriz caleña, que interpreta a Úrsula Iguarán en la serie Cien años de soledad, recuerda sus inicios en el teatro, siendo una niña en un barrio donde las oportunidades estaban contadas. Nos reveló cómo ha enfrentado los aplausos, el reconocimiento y la razón por la que este personaje marcó un hito en su vida.
Marleyda tenía cinco años cuando descubrió que existía un arte que hipnotizaba a su familia. Sentada frente al único televisor de su cuadra, en el barrio El poblado, en el Distrito de Aguablanca, observaba cómo todos los que miraban la pantalla apenas parpadeaban.
—¿Qué es eso que hace que todo el mundo llore? —le preguntó a su mamá.
—Es teatro, mija… Shhhhhhh, silencio.
Ahí nació su vocación. A los 13 años, consiguió una beca en el Instituto Departamental de Bellas Artes para formarse como actriz. De la mano de su profesor de español ensayaba todas las tardes el monólogo con el que consiguió el cupo. Luego pasó al teatro Esquina Latina y finalmente se graduó como Licenciada en Arte Dramático en la Universidad del Valle, donde hoy es profesora.
A la convocatoria que hizo la productora de Cien años de soledad Marleyda no se presentó. “No tenía ninguna oportunidad de que vieran mi video. Así que ni siquiera lo intenté”, confiesa. En ese momento, estaba terminando su maestría en Primera infancia; tenía la cabeza de lleno en sus estudios. Sin embargo, a Marleyda la buscaron directamente para que hiciera el casting. Y el resto lo vemos en la pantalla. Se quedó con el papel femenino más importante de la adaptación a serie de Cien años de soledad: Úrsula Iguarán.
En esta entrevista Marleyda lloró tres veces. Conseguir este personaje es, para ella, un hito en su carrera y, al mismo tiempo, un reconocimiento a su formación académica. Un logro que no deja de sorprenderla, pues la única misión que ella se planteaba como actriz era contar historias a través del teatro.
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“Bienestar es ese pequeño momento en que te das cuenta de que no hay problemas, que estás tranquilo; esos momentos maravillosos en que puedes mirar con cierta capacidad de asombro la vida”.
¿Cómo fue su contacto con el teatro en la infancia?
Vivíamos al lado de un caño. Luego, mi papá compró un lote en el barrio Bonilla Aragón, pero era un peladero rodeado de puras fincas de arroz. Nosotros fuimos casi los fundadores. Teníamos muchas carencias, no había agua, ni electricidad; no había nada. Teníamos que ir a las fincas aledañas para que nos regalaran agua potable porque teníamos aljibe. Junto a mis cinco hermanos pensábamos que la vida era ese pedacito de tierra solamente. Con el tiempo, empezaron a llegar personas que se interesaban por la educación de los niños del barrio. Primero llegó el Plan Padrino; nos enviaban cartas en inglés y ahí me di cuenta de que era importante para alguien más, en algún lugar del planeta. Y me hizo entender que había un mundo más allá del distrito de Aguablanca. Luego llegaron los del teatro Esquina latina y además de darnos clases de teatro nos daban bienestarina entonces yo iba feliz. Luego el distrito crece y el tema de la inseguridad se vuelve complejo, era un lugar olvidado por el gobierno, entonces mi infancia estuvo mediada por esos temores, por una realidad de la que yo no podía escapar. Pero tenía un oasis: el grupo de teatro. Luego pasé por Bellas Artes y la Universidad del Valle, donde fui monitora; me formé más, fui a España y desde el 2012 soy profe del programa de arte dramático de la Universidad del Valle.
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¿Qué significa, para su carrera, haber conseguido el papel de Úrsula Iguarán?
Esto es un antes y un después porque, sinceramente, jamás me lo hubiera imaginado. Yo era solamente una muchacha que soñaba con hacer teatro. Vengo de unos orígenes muy humildes, y eso para mí es motivo de orgullo porque creo que eso es lo que me ha forjado y me ha permitido llegar hasta donde estoy. Pero yo era una muchacha del distrito de Aguablanca que quería estudiar y contar historias, porque desde muy chiquita entendí que contar historias paralizaba el mundo y permitía que el mundo se detuviera por un instante de su realidad y entrara en otra. Nada más.
¿Recuerda los sentimientos grabando esa primera escena como Úrsula, en el set?
Te confieso que el cine y la televisión nunca estuvieron en mis planes. Con este registro tan criollo que tengo, ni siquiera me lo imaginé. Así que la primera escena de Cien años de soledad fue memorable. Cuando llegué al set el primer día y escuché por la radio: “entra Marleyda Soto, Úrsula Iguarán”, me empezaron a temblar las piernas. Pensé: Tuve que haber hecho algo bien para estar aquí. Es el sueño de cualquier actor colombiano, y me atrevo a decir que va mucho más allá. Obviamente para mí es maravilloso poder habitar ese cuerpo, esa voz, ese sentir de Úrsula Iguarán, y saber que estoy allí, en las letras de nuestro nobel de literatura.
¿Qué fue lo que hizo que consiguiera ese papel?
No tengo la respuesta exacta, pero sí intuiciones. Hay una parte muy importante que es la formación. Yo no puedo desconocer que vengo de un proceso cualificado, donde he tenido la fortuna de estar con grandes maestros, en grandes escuelas. Yo tuve la fortuna de pasar por las tres escuelas de teatro más importantes de Cali pero el proceso creativo del actor está lleno de diosidades y eso me parece lindo, pensar, que, quizá, después de tantos años de trabajo, y de tantas ilusiones puestas en el camino, pues había algo que yo intuitivamente puse allí y que fue lo que finalmente permitió que en los procesos de casting eso apareciera.
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¿Cómo ha recibido los aplausos y la crítica?
No tengo redes sociales, no tengo cabeza, ni fuerzas físicas, ni mentales para pensar en esas cosas. Antes del lanzamiento todos teníamos mucho miedo y ansiedad porque sabíamos en qué estábamos metidos, sabíamos de la envergadura del proyecto, pero, afortunadamente, no usar redes sociales me mantenía en una posición diferente. Luego mis estudiantes comenzaron a mandarme pantallazos, mis compañeros, mis amigos, y lloraba al ver cómo habían recibido este personaje. Estoy conmovida profundamente con el apoyo, el cariño y con lo que pasa cuando me encuentro a la gente ahora, en la calle, en la fila del MIO, hasta en los termales de Santa Rosa de Cabal (Risaralda), un pueblo pequeño al que también llegó la serie
“Los fracasos son importantes porque, si no, ¿de dónde aprendemos? Si no hemos fracasado es que no hemos aprendido”.
¿Qué significa bienestar para usted?
Bienestar es hacer todo aquello que te hace feliz, que te hace sentir bien. Y eso puede estar en las cosas más pequeñas. Como levantarte y tomarte un café, ese pequeño ritual y lo que implica hacerlo: coger el café, ponerlo, esos pequeños rituales que nos hacen tan felices y que nos conectan con ese micro mundo que cada uno ha construido de sí mismo. Para mí eso es felicidad. Y ese bienestar, que para algunos está en una simple taza de café, para otros está en viajar, en escuchar música, en salir a caminar. Bienestar es ese pequeño momento en que te das cuenta de que no hay problemas, estás tranquilo; esos momentos maravillosos en que puedes mirar con cierta capacidad de asombro a las pequeñas cosas que acontecen en la vida.
¿Y cómo enfrenta las crisis?
Los fracasos son importantes porque, si no, ¿de dónde aprendemos? Si no hemos fracasado, es que no hemos aprendido. Yo, generalmente, mantengo mucha calma. Soy capaz de ver en esos momentos de fracaso, de crisis, cuál es el aprendizaje que me está dando la vida. Obviamente no es tan así, porque de todas maneras uno no está preparado para eso, primero hay que sentir el remezón, la sacudida, el azotón. Pero eso también me parece interesante: meterse el totazo, llorar y exorcizar la frustración y la tristeza que produce.
¿Algún ejercicio mental que quiera compartir para tener esa calma?
Si, uno que vi en un documental hace mucho tiempo y lo adapté a mi vida. Yo hago el ejercicio de “barrer mi mente”. Mi mortal kombat mental. Veo el problema y luego lo barro. Lo meto en una chuspita y lo boto, como cuando se bota la basura. Adiós. Se fue la preocupación y se quedó lo que necesitaba aprender.
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