Bogotá no está preparada para brindar servicios de buena calidad a la creciente población mayor de 60 años.
esde hace ya bastante décadas (¿los locos años 20? ¿el auge del rock and roll en los 50? ¿la revolución contracultural de los 60?) vivimos en un mundo que cada vez más exalta "lo joven" y condena a los viejos al ostracismo y al olvido. Esta circunstancia coincide con el pogresivo aumento de la proporción de ancianos y la disminución de nacimientos, lo cual hace que la llamada "pirámide poblacional" ya no tenga tal figura. Esta contradicción (y sin razón) plantea unos enormes retos hacia el futuro. Y si bien Colombia no está en los primeros lugares de la lista de países del mundo con mayor proporción de población de la tercera edad, este es un aspecto que debe considerarse cuando se habla de desarrollo y equidad.
Hace algunas semanas obtuve un documento de la Veeduría Distrital, órgano de control preventivo del Distrito, publicado en junio de este año. En él se analiza la situación en que nos encontramos los mayores de 60 años en Bogotá. Este estudio señala que en la ciudad viven alrededor de 52 mayores de 60 años por cada 100 menores de 15. Es decir, una relación de dos menores de 15 años por cada adulto mayor. No es una cifra muy alta si se compara con otras ciudades. En Tokio es al revés: allí conviven dos mayores de 60 años por cada menor de 15. En ciudades como Nueva York, Buenos Aires y Madrid la proporción es casi de uno a uno.
El informe de la Veeduría Distrital señala que una manera de medir cómo la pasan los viejos en una ciudad o un país es a través de Índice General de Envejecimiento (Age Watch), es una metodología que mide cuatro indicadores: seguridad de ingresos, estado de salida, competencias y entornos favorables. En Bogotá, donde vive un muy apreciable porcentaje de los lectores de esta revista, los indicadores no son los mejores, ya que el índice arrojó una calificación global de 61,5 sobre cien puntos, lo que en un colegio o una universidad sería el equivalente a pasar raspando. Y más preocupante resulta ver que esa cifra se debe en gran parte, en primer lugar, a la existencia de un entorno desfavorable señalado a partir de la pésima percepción de los ciudadanos sobre la seguridad, la posibilidad de recibir apoyo en caso de dificultades el grado de autonomía en la toma de decisiones y el sistema de transporte. Este factor obtiene la calificación más baja: 39,4. Le sigue el componente de competencias, el cual da cuenta de la calidad del empleo y los niveles de escolaridad: sólo obtiene 63,7. La situación de la "seguridad de ingresos" tampoco muestra un buen comportamiento. Sólo 70,8 puntos son la evidencia. Finalmente, la situación menos mala, aunque tampoco buena, hace referencia al "estado de la salud", calificada con 80,3. Estos resultados evidencian lo poco amable que es Bogotá con los ancianos.
Los medios de transporte público de la ciudad son verdaderas trampas para las personas de mayor edad. Se presentan graves fallas en la señalización, la comodidad brilla por su ausencia, así como el respeto por las personas de edad. La mala calidad de aire afecta a los viejos por su incidencia en enfermedades respiratorias, que se complican en personas de edad avanzada. Y un dato del que casi nunca se habla, según señala el informe, es que la violencia intrafamiliar a personas de la tercera edad aumentó 63% entre 2015 y 2018. Si a esto se agrega las falencias educativas y la dificultad de conseguir trabajos dignos, el panorama es muy desalentador.
Lo anterior es apenas un diagnóstico de lo poco preparada que se encuentra Bogotá para enfrentar los retos que implica el progresivo aumento del porcentaje de habitantes de la tercera edad. Y no es una preocupación exclusiva de nosotros, los viejos de hoy. Es un asunto que afectará de manera mucho más aguda a los cuarentones, los treintañeros y los jóvenes de ahora cuando les toque llegar a estas alturas de la vida (Continuará).
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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