El traslado al universo digital no ha sido tan fácil para muchas personas mayores. Este es un llamado a atender sus urgentes necesidades emocionales.
un año de haber comenzado, la pandemia ha puesto en evidencia la brecha digital que separa a las generaciones jóvenes e intermedias de los adultos mayores. Hasta hace un año todo se quedaba en la tan cacareada frase “explíqueme cómo prendo este aparato porque a mí la tecnología me atropella”, seguida de una sonrisa. Pero en ese año de confinamientos esa brecha digital dejó de ser un chiste y se ha convertido en un tema muy serio para los mayores.
Muchas actividades que antes podían hacer de manera presencial se prohibieron de un día para el otro. En Bogotá, cuando la pandemia arrancó en firme y dejó de ser una gripita por allá en China y en Italia, a los mayores de 70 años se les prohibió salir a la calle. Estuvieron literalmente encerrados y asilados durante más de dos meses. De un día para otro les prohibieron una gran cantidad de actividades como recibir la visita de sus familiares, ir al parque con los hijos y nietos, encontrarse con viejos amigos en el café de algún centro comercial o incluso ir de compras a pie desde la casa. Ese encierro provocó un grave dilema. ¿Qué es peor, el peligro del contagio o la depresión?
Y es ahí donde aparece la alternativa de la red. Internet, que ha sido de gran ayuda para quienes disponen de conectividad y están familiarizados con el mundo digital, es un verdadero obstáculo para las personas mayores de 65 años. Un porcentaje muy alto de este segmento de la población o bien no está conectado (es el caso de un amplio sector de la población, sin importar su edad) o sus habilidades para utilizar tabletas, computadores o teléfonos inteligentes son muy bajas.
Es cierto, no se debe generalizar. Muchas personas de esas edades han aprendido, así sea a los trancazos, a desempeñarse de una manera decorosa en el mundo digital. Otras que no lo han logrado reciben el apoyo de algún familiar que se encarga de asistirlos. Pero también son muchos los que no tienen quien les ayude a resolver sus problemas, y en esta pandemia no han tenido cómo acceder a servicios que en esta emergencia sólo se prestan a través de internet. Pedir un domicilio de un supermercado o de un restaurante. Adquirir los remedios que debe tomar mañana, tarde y noche todos los días de la vida. Asistir a una cita médica no presencial. Para alguien familiarizado con las tecnologías digitales cualquiera de esas actividades es un acto casi natural; para ellos puede ser una odisea, con obstáculos insalvables.
Pero no es sólo un problema para acceder a alimentos, remedios o servicios de salud. Un tema del que poco se habla pero que afecta mucho a los de más edad es perder ya sea a la esposa, al esposo, al hermano, al amigo de hace 50 o 60 años y no poder ir siquiera a la velación. Y esto golpea de manera muy fuerte a las personas que los años de vida que les quedan por delante son muy pocos.
Cuántos de nosotros (de todas las edades) no hemos podido ir a consolar al familiar cercano o al amigo del colegio o de la universidad o del trabajo que perdió un ser querido. Y si a quienes sabemos utilizar plataformas nos parece terrible asistir a una ceremonia de duelo virtual, imaginen lo duro que debe ser para un mayor que sencillamente no entiende el sentido de Meet o Zoom.
He sido testigo directo de la dificultad que le causa a mi papá y a mi tío hacer reuniones familiares virtuales. Así haya alguien que los conecte y los asista, a los cinco minutos abandonan la reunión, desesperados, porque oyen mal y no entienden la lógica de un mosaico de caras que les son familiares pero que a través de un dispositivo digital no les dicen nada.
Esa brecha invisible ha hecho muy difícil mantener animados a los mayores de la tribu. Y mientras llega la inmunidad necesaria para regresar a una relativa normalidad es bueno acordarse de ellos. Para que la depresión no sea más grave que el riesgo a morir de Covid-19. (Continuará)
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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