El coordinador nacional de estudios sobre COVID-19 ante la OMS insiste en que solo el autocuidado podrá cambiar la dinámica de contagio del virus. Mientras no haya una vacuna, esta será la única manera de protegernos.
amos ganando, pero llevamos 15 minutos del partido”. Así empieza la charla el infectólogo y epidemiólogo Carlos Arturo Álvarez, vicepresidente de Salud de Clínica Colsanitas. Estamos en su oficina del edificio Keralty, en la calle 100 de Bogotá. Son las tres de la tarde de un jueves, pero los pasillos deshabitados y el silencio hacen que parezca domingo: somos muy pocos en un complejo de oficinas donde normalmente trabajan 1.300 personas.
En estos días debe dar dos, tres o cuatro entrevistas diarias, porque es una de las caras visibles del equipo médico que asesora al gobierno en el manejo de la pandemia. Además, desde abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo nombró coordinador nacional de estudios sobre COVID-19. Ya perdió la cuenta de las veces que le han preguntado cuándo será el pico. Él, que ha dedicado su vida a la investigación y la enseñanza, responde sin perder la paciencia: “Hay predicciones que funcionan en el mundo de la matemática pero que no siempre se cumplen en la realidad, donde operan muchas variables. La llegada o no del pico, su magnitud y cuánto nos va a afectar dependerá de nosotros”.
Por eso insiste en seguir educando a las personas sobre el autocuidado, porque todavía muchos no han entendido que mientras no haya una vacuna, lo único que puede protegernos del contagio es el autocuidado: lavarnos las manos correctamente y con frecuencia, mantener la distancia física de al menos un metro con otras personas, usar mascarilla y desinfectar las superficies. “Como son hábitos tan sencillos, pensamos que no tienen impacto”.
Lleva 26 años ejerciendo la medicina y casi 20 como infectólogo, una especialidad con apenas 150 profesionales en todo el país. Se ha desempeñado en varios escenarios de su área: desde la atención a pacientes hasta la investigación clínica. Además, es un reconocido docente de la Universidad Nacional de Colombia.
Con 50 años recién cumplidos, tiene en su haber una extensa lista de títulos académicos: es magíster en Epidemiología Clínica de la Pontificia Universidad Javeriana; tiene una especialización en Medicina Tropical de la Universidad de Alabama, Estados Unidos; un máster en VIH de la Universidad Rey Juan Carlos de España y un doctorado en Ciencias Biológicas de la Universidad de Nantes, Francia. Además, ha publicado más de 300 trabajos de investigación.
Insiste en que ha podido hacer tantas cosas gracias al apoyo de su familia: “Es que al final lo único que uno tiene en la vida, más que los títulos, es la familia”. Además, dice, tuvo la ventaja de encontrar su vocación rápidamente. “Siempre me ha gustado ayudar a la gente, y la medicina es eso”.
Si no soñaba con ser médico, ¿por qué terminó estudiando Medicina?
Yo era muy bueno en matemáticas, soy bueno... y en general se cree que los médicos no la necesitamos. También me iba muy bien en química y física. Parecía que mi perfil era ser ingeniero químico, o físico. Cuando salí del colegio no tenía muy claro qué estudiar. Recuerdo que me presenté a Medicina más por el reto, porque era muy difícil entrar a esa carrera en la Universidad Nacional. Aprobé y una vez adentro mi familia me convenció de que no desperdiciara la oportunidad.
¿Por qué infectología?
Desde los primeros semestres cuando vi temas de infectología me fascinó. Ver cómo es la interacción entre el ser humano y los microorganismos, eso que ahora vemos magnificado por la COVID-19, cómo uno se infecta, cómo el ser humano monta su respuesta inmunológica y a su vez cómo los microorganismos intentan sobrevivir evadiendo esa respuesta inmunológica. Realmente es fascinante. Y lo otro es que es una especialidad muy dinámica: cada año hay una epidemia. Entonces eso me llevó rápidamente a decidirme: antes de graduarme ya tenía claro que quería ser infectólogo.
"Yo siempre les digo a los estudiantes: si uno estudia Medicina y no tiene esa vocación de servicio, se equivocó de profesión".
Y enseñar también es otra pasión...
Sí, porque la medicina sirve para ayudar a la gente. Y yo siempre les digo a los estudiantes: si uno estudia Medicina y no tiene esa vocación de servicio, se equivocó, porque la medicina no es la profesión mejor remunerada. Yo no me quejo, pero si uno evalúa el riesgo y sacrificio puede encontrar una manera de ganar dinero más fácil. Por eso uno tiene que tener vocación de servicio. Si tuviste la fortuna de estudiar y de adquirir conocimientos, entonces debes compartirlos, creo que es una manera de retribuir a la sociedad eso que has recibido.
Y no hay un mejor lugar para retribuir que ese donde está como asesor del gobierno... ¿Cómo fue ese contacto?
No fue tan de sorpresa, porque yo he venido asesorando al gobierno en materia de salud pública desde antes. La infectología tiene eso, muchas de las enfermedades infecciosas se convierten en problemas de salud pública. Ahora es la COVID-19, pero están las vacunas, el VIH (al que le he dedicado gran parte de mi vida), la tuberculosis, las infecciones en los hospitales. Y creo que uno no puede tomar una posición desde la academia y criticar a los que están en el gobierno, porque los que se supone que también sabemos debemos acompañarlos en la toma de decisiones. Yo estuve apoyando al Ministerio de Salud en la pandemia del H1N1 en 2009, que no tuvo la magnitud de lo que está pasando hoy, pero nos dio algunas enseñanzas.
¿Por qué otras epidemias y pandemias de los últimos 20 años no tuvieron el impacto que está teniendo esta? ¿Qué hace a este virus tan diferente a los otros?
Hay varias cosas interesantes. La diferencia entre MERS, SARS y COVID-19, que son los tres coronavirus más recientes, es que la letalidad, paradójicamente, era más alta en los dos primeros. Entonces, cuando la letalidad es tan alta la gente se enferma, se muere rápidamente y eso impide que se contagien otras personas. Eso pasa con el ébola, el que se infecta muere en menos de 24 o 48 horas, entonces baja la posibilidad de contagiar a otros. Es decir, no tiene que ver con la facilidad del contagio, sino con la mortalidad... Con las dos. Con la mortalidad, como en el caso del ébola, y con el periodo de incubación, es decir, el periodo del contagio. En el caso de la COVID-19, es que antes de presentar síntomas ya la persona lo está transmitiendo. Es lo mismo que pasa con la varicela, cuando el niño tiene las ampollitas ya lleva dos días transmitiendo el virus. Y eso hace que el control sea más difícil, porque toca controlar a la gente sana, medir la temperatura, hacer pruebas diagnósticas al azar a ver si hay algún asintomático.
¿Había forma de contener el virus cuando se tuvo noticias de lo que estaba pasando?
Yo creo que era muy difícil. Si me pregunta, creo que China hizo la tarea, lo que pasa es que al comienzo nadie sabe la magnitud de lo que pasa. Decirle a una ciudad que cierre porque tiene gripa o porque la gente se está muriendo... no es fácil. Creo que las decisiones que se toman en un momento dado cambian el panorama. Por ejemplo, en comparación con Brasil, México y Perú, Colombia ha tomado decisiones a tiempo, sumado a la disciplina de los ciudadanos. Las medidas son iguales pero el momento de tomarlas fue distinto, y eso permite una ventaja. Ahora bien, en la dinámica de contagio también incide la parte cultural: en América Latina somos más sociales, nos saludamos de beso, estamos más cerca uno del otro, y eso hace más difícil controlarla. Mientras tanto, en Corea, Singapur o Japón acercarse a alguien es irrespetuoso, no puedes dar la mano porque no te la van a recibir. Aquí el aislamiento se nos dificulta más.
Por estos días mucha gente debe escoger entre infectarse o morir de hambre...
Sí, entonces decirle a la gente que no salga es difícil. Esa es la dificultad de controlar las epidemias. Las medidas de aislamiento funcionan, definitivamente, para un virus que se transmite por el contacto entre humanos. Pero además imperan otros factores como la misma vulnerabilidad social. No se le puede pedir a alguien que vive en una habitación con cuatro personas que haga aislamiento físico. Hay un problema que siempre planteo: se habla de los factores de riesgo, la edad, las condiciones de salud, pero desafortunadamente en todas las enfermedades, y en particular las infecciosas, el principal factor de riesgo es la pobreza.Mientras más pobreza haya, menor posibilidad de controlar una enfermedad como esta.
Ahora, teniendo en cuenta que Colombia tomó medidas a tiempo, ¿cómo ve el panorama?
Siendo objetivos yo creo que en esta primera fase nos ha ido bien, y no lo digo yo sino los indicadores de salud. Un indicador importantísimo es el de personas fallecidas, porque con el número de casos pueden decir que falta diagnosticar gente, que hay más casos, pero independientemente de los casos, importa es la letalidad. En Colombia, la tasa de letalidad ha venido disminuyendo. Hace tres semanas era 4,8 %, luego bajamos a 3,7 % y a principios de junio estábamos en 3,1 %. No significa que estemos mejor, sino que vamos diagnosticando más casos. Otro indicador importante es el de muertes por millón de habitantes. Porque se crea un estándar para poder comparar entre países. Colombia tiene 21 muertes por millón, muy por debajo de la mayoría de los países de la región y de buena parte de Europa.
"Solo entre 2011 y 2017, la OMS reportó 1.302 episodios epidémicos en 172 países. La mayoría fueron controlados".
En Latinoamérica tuvimos un poco más de tiempo para prepararnos. ¿Qué errores de otros países nos sirvieron de ejemplo para no cometerlos?
Ese es un punto clave, porque hace dos meses no conocíamos lo que conocemos hoy; de hecho, normalmente no se avanza tan rápido en el conocimiento de una enfermedad. Algo que hemos aprendido es que las medidas hay que tomarlas temprano; el error de Europa y de Estados Unidos fue confiarse y tomarlas tardíamente. Lo minimizaron, y cuando tomaron medidas ya los contagios iban a una velocidad que no es fácil de controlar.
¿Cómo evalúa el comportamiento de los colombianos?
Creo que hemos avanzado, se han hecho cosas. Hay más conciencia del autocuidado, y aquí hay un tema de solidaridad como seres humanos. ¿A qué llamo solidaridad? A que si yo no me cuido, no solamente me contagio yo, contagio a mi familia y a mis compañeros de trabajo, y eso hay que tenerlo muy presente.
Somos corresponsables...
Sí, de ahí la importancia de pensar como sociedad. Ese concepto es clave, vivimos en sociedad y la construimos entre todos, y el éxito va de la mano con la solidaridad. Si alguien no puede cumplir con algún compromiso económico y yo puedo, le ayudo, porque es la manera que como sociedad saldremos adelante, y eso hace la diferencia. Las sociedades que lo entiendan mejor son las que podrán contener o mitigar más rápidamente este virus, porque mientras no haya vacuna ni tratamiento, el autocuidado es lo único que puede protegernos. El gobierno puede sacar leyes, es lo que le corresponde, pero no puede poner un policía detrás de cada persona para vigilar si cumple o no. Es un tema más de corresponsabilidad.
La fabricación de vacunas para combatir virus es compleja, porque son microorganismos más difíciles de aislar y mutan muy rápido.
No es fácil hacer una vacuna, de ningún tipo. Si fuera más fácil ya habría vacuna para todo. Mire usted que no hay más de 20 vacunas en el mundo. Los parásitos son mucho más difíciles, de hecho, vacunas contra parásitos no hay, contra hongos tampoco.
"Si hacemos las cosas bien, si tenemos una disciplina razonable, lo que uno esperaría es que no haya un pico, sino varios mini picos".
Y se ha dicho que la vacuna es de las pocas esperanzas, pero no va a estar antes de un año, se necesita hacer pruebas, producir a escala masiva, distribuir, todo eso implica tiempo...
Y además que esté disponible para todos, y que el mundo sea solidario... Porque podría pasar lo que pasó con los tapabocas o con los reactivos de los laboratorios hace un par de meses. Hubo casos insólitos en que los barcos se desviaban en el camino porque les decían que se los iban a pagar a mayor precio. Así puede pasar con las vacunas, ahí juega la geopolítica y la plata.
Hay varios grupos de investigación trabajando en la vacuna. ¿Se puede pensar que sí será una solución, o es mejor olvidar ese tema y, como dicen, aprender a vivir con el virus?
Yo creo que sí hay opciones de vacuna. Obviamente entre más plata y más impacto, hay más gente dedicándose a encontrarla. Sin embargo, hay unos tiempos que no se pueden disminuir, por más plata que haya de por medio. Para demostrar la efectividad, una vacuna tiene que pasar varias fases, y cada una de esas fases lleva un tiempo. Si te dan mil millones de dólares para que conviertas un pollito en gallo en un solo día, no lo vas a poder hacer, porque es imposible. Hay unos tiempos que no se pueden romper.
Ahora bien, están haciendo algo interesante que puede funcionar. Por primera vez no están haciendo la forma secuencial, sino que están haciendo las fases clínicas y al mismo tiempo iniciaron la producción de la vacuna para ganar tiempo. Si la vacuna funciona ya la tienen lista; pero es un riesgo alto porque si no funciona, se perdió la plata. Es una apuesta fuerte, pero hay países que lo pueden hacer como Estados Unidos, Reino Unido y China.
¿Qué avances hay con las transfusiones de sangre de personas que ya han tenido COVID-19?
Esa es una estrategia que se llama plasma de personas convalecientes, es una hipótesis a favor de que puede generar inmunidad, porque está demostrando que cuando una persona se mejora produce anticuerpos, tanto así que le pueden servir a otra persona. Está en fase experimental. Falta tiempo para poder decirlo con certeza.
Mientras no haya vacuna, debemos seguir en cuarentena, pero se sabe que esto es insostenible en el tiempo. ¿Cuál es la estrategia?
En Colombia las medidas han permitido que la curva esté subiendo de una forma controlada, mientras nos preparamos para aumentar la capacidad de respuesta. Desde el principio se planteó que las medidas se iban a flexibilizar y a endurecer dependiendo de cómo se fueran comportando los contagios: como un acordeón. La idea siempre ha sido mitigar el impacto, no evitarlo porque es casi imposible. No esperamos un pico. Lo que quisiéramos es que haya mini picos, o ciudades donde no haya picos. La estrategia de quedarnos encerrados nos permite ganar tiempo y prepararnos, pero no es sostenible en el tiempo, porque no podemos pasar encerrados por el resto de la vida o hasta que pase el virus en el mundo. La lógica es ir haciéndolo de manera escalonada, revisar datos e información, probablemente variar la estrategia de acuerdo a las circunstancias de cada lugar.
¿Entonces la idea es que no haya un pico?
Lo que pasa es que si hacemos las cosas bien, si tenemos una disciplina razonable, lo que uno esperaría es que no haya un pico, sino varios mini picos, y de pronto no todos vayan al mismo tiempo. En la medida en que seamos más restrictivos y cumplamos las medidas el pico se va cayendo, y se esperaría que no llegáramos al pico como está en el imaginario. La dinámica del pico varía dependiendo de qué tanto la gente cumpla las medidas. Y por eso cada región es diferente.
Te pongo un ejemplo: el 80 % de los casos que se han diagnosticado en Colombia están en diez municipios, entonces en ese escenario no vamos a mantener a toda Colombia en cuarentena. En Bogotá el virus se ha diseminado en algunas zonas específicas, entonces ahí es donde hay que hacer estrategias. Hay sitios donde el virus va a velocidad más rápida de propagación y en otras es más lenta.
¿Qué va a pasar con los niños? Hay mucha preocupación y expectativa con la posibilidad de que regresen a clases, y mucha información contradictoria con respecto a los efectos del virus en ellos.
La realidad hasta este momento es que los niños se contagian igual que los adultos, pero el cuadro clínico, es decir, los síntomas que producen son muchísimo menos severos que en los adultos. El tema es si en ese escenario puedan volver: eso va a depender de las familias, porque el problema es que la tasa de mortalidad más alta es en los adultos mayores, y si conviven con niños pueden ser contagiados por ellos.
¿Qué significa aprender a convivir con el virus?
Debemos crear el concepto del “convid”, convivir con la COVID-19, empezar a salir y hacerlo de una forma responsable, porque a medida que haya más gente en la calle habrá mayor posibilidad de contagio. La indisciplina de unos pocos puede acabar con el sacrificio de muchos. Es aprender que, desafortunadamente, ya no nos podemos saludar de beso, ni dar la mano; deben cumplirse las normas de bioseguridad, lavarnos las manos frecuentemente... hábitos que debemos mantener por un tiempo largo. Hay que tenerle respeto al virus. No podemos relajarnos ni bajar la guardia, yo creo que ese mensaje es claro: todavía nos falta mucho.
Elaboración de una vacuna
• Los científicos están explorando al menos cuatro enfoques para crear la vacuna. Es tan grande la urgencia que están combinando fases de prueba y acortando un proceso que normalmente lleva años, a veces incluso más de una década.
• El virus tiene una estructura de proteínas, pero no todas las proteínas son reconocidas por el sistema de defensa del organismo, es decir, de todo el virus solo una mínima parte puede ser reconocida. Los científicos tienen que buscar cuál es esa parte, la deben extraer, aislar, analizar el material genético de esa proteína y después empezar a probar si ese pedacito, en condiciones reales sin el virus completo, es capaz de producir respuesta inmune en el organismo, y además ver si no afecta otras células. Esa es la primera fase de la vacuna.
• Si funciona pasa a modelos animales, generalmente se prueba en conejos y luego en primates. Si cuando la aplican en primates se demuestra que producen respuesta inmune, entonces son prometedoras.
• Luego viene la fase clínica, que a su vez tiene varias etapas: primero se aplica a grupos pequeños de 20 o 40 voluntarios sanos. Se observan las reacciones y los posibles efectos secundarios. En la siguiente etapa se prueban las dosis. Se vuelven a hacer pruebas en grupos más grandes y se espera la respuesta inmune por días o semanas. Si supera con éxito esta etapa entonces se prueba en una población más grande y variada (5.000, 10.000 o 20.000 personas). Es necesario saber cómo funciona en cada raza, en hombres y mujeres, en niños, en adultos mayores, en pacientes con diabetes o con otra condición. Si la vacuna funciona entonces empieza la producción masiva, el empaque y la distribución.
• Esto demanda un tiempo importante que requiere tecnología y mucha logística. Satisfacer la demanda de la pandemia es un enorme desafío. Los fabricantes tienen más experiencia en la producción masiva de vacunas inactivas, hechas con virus atenuados o fragmentos de virus, por lo que este tipo puede ser el más fácil de producir en grandes cantidades.
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