Algunas personas frecuentan el quirófano para corregir partes de su cuerpo que no les gustan, pero, ¿cuántas cirugías plásticas pueden considerarse “normales”?
Muchos de nosotros alguna vez hemos pensado en cambiar algo de nuestro cuerpo: perfilarnos la nariz, contornearnos la cintura, aplanar el abdomen, aumentar el busto o los glúteos. Es un pensamiento común, que se vuelve más frecuente en los momentos de inseguridad. La mayoría de nosotros, sin embargo, no hacemos nada con ello: dejamos pasar esos pensamientos y tratamos de convencernos de que quien habla desde nuestro interior es el ideal de belleza impuesto por la moda.
Otras personas pasan a la acción: programan una visita con un cirujano plástico y corrigen aquello que sienten que no representa la forma como quieren verse. No hay nada de reprochable en ello; al final, todos tenemos nuestra vanidad y el derecho de tomar acciones para vernos de una manera en que sentimos que estaremos más satisfechos con nosotros mismos.
Hay otros más, pocos, sin embargo, que tras una primera intervención programan una segunda, tercera, cuarta o hasta quinta. Sus formas “originales” se pierden entre las modificaciones que se han hecho con cirugía. ¿Por qué pasa esto? ¿Es posible que las cirugías plásticas generen en ciertas personas algún tipo de adicción?
Milton Murillo, psiquiatra y docente del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario, señala que no es posible hablar estrictamente de algo como “adicción a cirugías plásticas”. Lo que podría estar detrás, según el especialista, es una condición mental llamada Trastorno Dismórfico Corporal (TDC).
“Lo que se ve en esos casos”, explica Murillo, “es que las personas tienen alteraciones con la percepción corporal. Son pacientes que nunca están satisfechos con su cuerpo, y por eso se someten a múltiples cirugías”. Se trata de condiciones específicas en las que, de alguna forma, se podría hablar de comportamiento compulsivo.
Alexandra Torres Lara, psicóloga y docente de la Fundación Universitaria Sanitas, sostiene que no en todos los casos ni en todas las personas se presenta esta característica de compulsividad, pero sí hay algunos en los que se podría generar un componente de adicción, “porque la adicción se caracteriza por una búsqueda de recompensa y alivio”, explica la profesional. Pero esto no es una consecuencia per se de someterse a cirugías, sino de lo que lleva a las personas a realizarlas compulsivamente.
Precisamente, Torres Lara también enmarca estos casos en un Trastorno Dismórfico Corporal. El TDC es un trastorno de salud mental en el que hay una percepción exagerada de los defectos físicos, imaginarios o leves, que pueda tener el cuerpo. Se presenta a su vez un alto nivel de ansiedad y de sufrimiento que interfiere con la vida diaria de la persona, por lo que suele ir acompañado de episodios de ansiedad o depresión. En ocasiones, puede desencadenar en trastornos de la conducta alimentaria, TCA, como anorexia y bulimia.
No es claro qué produce la dismorfia corporal o cuál es su origen. Lo que se sabe es que generalmente comienza en la adolescencia, y en quienes la padecen aumenta con el paso de los años. También, que se presenta en ambos sexos, pero dado que las exigencias sociales estéticas son más fuertes para las mujeres, los especialistas señalan que es más común que se presente en ellas.
Según explica Murillo, además puede estar relacionada con eventos traumáticos de corte emocional, como en casos de personas que sufrieron bullying por su físico, o de quienes trabajan en ramas profesionales donde el cuerpo, y la estética del cuerpo, está en primer plano.
El TDC está atravesado, además, por factores psicológicos y psicosociales, como baja autoestima e inseguridades personales. Y lo cierto es que en nuestros tiempos, las redes sociales pueden ser amplificadores de este trastorno, pues se han convertido en espacios donde hombres y mujeres están más expuestos a imaginarios sociales sobre cómo deben lucir los cuerpos. Esto desencadena más inseguridades e inconformidades, que tienen como consecuencia la necesidad de buscar aprobación social a través de modificaciones del propio cuerpo.
También, como se dijo, puede generar depresión y ansiedad, así como ideaciones suicidas o el sometimiento a procedimientos quirúrgicos peligrosos. Esto último se convierte en un factor de riesgo, teniendo en cuenta que en Colombia hay vacíos en la regulación de la cirugía plástica, y existen personas inescrupulosas que realizan procedimientos de forma ilícita.
Signos de alerta
Quizá el momento más obvio para identificar si alguien cercano está sufriendo de trastorno dismórfico corporal es por donde arrancamos en este artículo: si se somete continuamente a cirugías o tratamientos estéticos para modificar una o varias partes de su cuerpo tras manifestar inconformidad con el mismo. Pero existen otras señales más sutiles a las que vale la pena prestarles atención.
Para Milton Murillo, por ejemplo, si una persona tiene una nariz perfilada, que va con los estándares de belleza, pero constantemente se queja de que no le gusta su nariz, y es notorio que tiene una percepción distinta, y obsesiva, de cómo la ven los demás, hay una ruptura del principio de realidad. Más aún si la persona sufre con esa percepción que se ha hecho a sí misma de una parte de su cuerpo.
Robert Hudak, psiquiatra y docente de la escuela de medicina de la Universidad de Pittsburgh, señala en una presentación que entre los criterios para identificar el TDC también está la realización de comportamientos repetitivos, como mirarse en el espejo, asearse en exceso, rascarse la piel o la acción mental de constantemente comparar el aspecto físico propio con el de otros de una manera insana, porque todos sabemos que en algún punto, o en ciertos momentos, tendemos a compararnos con los demás.
“No es fácil de identificar”, explica Murillo, “porque si hay dismorfia la persona que la sufre no lo va a aceptar”. Es por eso que, según explica el especialista, son casos que poco llegan a psicología o psiquiatría, a menos que hayan tenido una cirugía plástica que se haya complicado.
En esos casos, la tendencia de la sociedad suele ser culpar a quien se hizo el procedimiento estético, por su exceso de vanidad. Y, nuevamente, el problema no es la vanidad. “Es injusto pensar que la culpa es de los otros que se hacen cirugías por no estar satisfechos con su cuerpo. La realidad es que ninguna persona se acepta al cien por ciento tal y como es, y más que en la psicología, la respuesta está en las exigencias sociales que se nos hacen”, señala el doctor Murillo.
La recomendación de los especialistas es siempre intentar pararnos desde la empatía y no desde la crítica. Y como en todos los casos que implican afectaciones mentales, lo mejor es acudir a un especialista para que determine hasta qué punto las inseguridades que sentimos, o sienten nuestros seres queridos, son normales, y en qué momento estamos frente a un trastorno que altera nuestra percepción de la realidad.
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