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cáncer de seno

Escalar nuevas montañas: las enfermedades como parte del camino

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Una paciente trasplantada y con lupus es diagnosticada con cáncer de seno en medio de la pandemia. Ciencia, esperanza, fortaleza y resiliencia se unen en la increíble historia de Luz Cristina Piñeros, a quien acompañamos por varios meses durante este largo proceso.

Enero de 2020

Luz Cristina sintió una masa extraña en el seno izquierdo, una “pepa” dura y grande que la alarmó, pues sabía que aquello que tocaba no pertenecía a su seno, y probablemente no había llegado para traerle buenas noticias. Después de una serie de miradas profesionales y algunos exámenes se determinó que era un cáncer de mama. El diagnóstico tuvo algunos atenuantes, porque la masa se detectó a tiempo, el carcinoma estaba focalizado y no había metástasis. No obstante, un mes después llegó una dificultad inesperada: la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por el nuevo coronavirus.

Luz Cristina tiene 55 años, es una mujer de mediana estatura, con una voz tan suave como firme. Le gusta estar siempre bien arreglada: maquillaje, tapabocas de flores y algún turbante colorido que combine con su ropa impecable. Encuentra en el amor de su familia y su devoción religiosa las herramientas para mantenerse optimista. Su esposo Mauricio ha estado a su lado en la salud y en la enfermedad, como dicen los votos matrimoniales; su hija Gabriela ha aprendido de ella la tenacidad para asumir la carga adicional que implica una enfermedad como el cáncer; y sus padres, hermanos, cuñadas y sobrinos han estado conectados con ella con el amor de siempre.

Fue como una maratón de una semana, cuenta Luz Cristina. “Gracias a Dios tuve en el camino mujeres profesionales que me hicieron los análisis necesarios para iniciar el tratamiento lo más temprano posible”. Todo el equipo que ha acompañado a Luz Cristina ha estado conformado por mujeres, lo cual resulta una fortuna para ella, pues se ha sentido acompañada y comprendida en cada momento de dolor y angustia. Corren a su lado, son su equipo.

Su mirada no se ajusta a la idea de que las enfermedades son pruebas o castigos de Dios. Tampoco considera que quienes mueren a causa de una enfermedad como el cáncer perdieron una batalla. Cree que las enfermedades suelen aparecer en la vida de cualquier ser humano en menor o mayor medida, y se convierten en una forma diferente de habitar el mundo.

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FOTOGRAFÍA: ERICK MORALES

Antecendentes

Cuando tenía 26 años, el cuerpo de Luz Cristina sufría inflamaciones dolorosas; ella veía cómo se deterioraban sus uñas y su pelo sin razón aparente. Después de múltiples consultas y exámenes le diagnosticaron lupus eritematoso sistémico (LES). Su sistema inmunológico, naturalmente cuidador del cuerpo, estaba produciendo una cantidad descontrolada de anticuerpos que alteraron sus tejidos. Esta enfermedad, que tiene tratamiento pero no cura, causó una falla renal que la llevó a someterse a un trasplante de riñón catorce años después de ese diagnóstico de LES. 

Esto trajo a la vida de Luz Cristina numerosos procedimientos médicos y hábitos de cuidado diario, como tomar medicamentos para la tensión alta y para controlar la tiroides, e inmunosupresores para evitar que su sistema inmunológico rechazara el órgano trasplantado. No es extraño que ella pensara que ninguna otra situación le iba a significar un esfuerzo más grande para estar viva. El lupus y el trasplante habían sido como escalar una cordillera sin arneses ni cuerdas.

Vivir con una enfermedad que no tiene cura como el lupus, o dejar atrás una agresiva como el cáncer, requiere altas dosis de determinación, valentía y aliento. Pero no es un enfrentamiento bélico contra la muerte, insiste Luz Cristina. Quienes mueren no son derrotados, más bien culminaron su camino, como quien se queda al pie de la montaña porque la vida no le alcanzó para escalarla. Las personas con cáncer día a día se levantan con las mismas ilusiones y hacen casi todo lo que la enfermedad les permite para mantener su vida sin mayores alteraciones, ni más ni menos.

La escritora Susan Sontag fue diagnosticada con cáncer de seno en 1997, y un año después publicó La enfermedad y sus metáforas, un libro en el que imprimió su malestar por el dolor que producen los mitos alrededor de una enfermedad que en muchos casos lleva a las personas a esconderse o evitar el tratamiento. “Hasta tanto tratemos a una enfermedad dada como a un animal de rapiña, perverso e invencible, y no como a una mera enfermedad, la mayoría de enfermos de cáncer, efectivamente, se desmoralizarán al enterarse de qué padecen”, puede leerse en una de sus páginas.

En la actualidad, un diagnóstico de cáncer no es una sentencia de muerte, sobre todo si se recibe de manera oportuna como sucedió con Luz Cristina. La medicina ha avanzado y los tratamientos son cada vez más efectivos. Sin embargo, el cáncer de mama es la segunda causa de muerte de las mujeres en América Latina después del cáncer de pulmón. En Colombia se presentan alrededor de 13.000 casos de cáncer de seno al año (cifra que va en aumento), y se requiere cirugía en la mayoría de ellos. Es una situación que exige atención urgente y, como dice Luz Cristina, preparación como para correr una maratón.

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FOTOGRAFÍA: ERICK MORALES

27 de marzo de 2020. Primer día de quimio

Luz Cristina recibió el tratamiento en la Clínica Universitaria Colombia de Bogotá. Para fortuna de todos los pacientes oncológicos, esta clínica no tuvo que suspender su atención, y muy temprano en la contingencia por el coronavirus definió zonas covid y no covid además de otros protocolos estrictos, para garantizar la seguridad del personal de salud, administrativo, de apoyo y, por supuesto, de los pacientes. Esto le permitió a Luz Cristina recibir el tratamiento sin contratiempos.

La oncóloga Luisa Fernanda Neira le explicó que la quimioterapia era necesaria para detener el rápido crecimiento de las células cancerosas, y por eso también se caería su pelo y experimentaría algunos dolores musculares, náuseas, vómito y fatiga, lo que en efecto sucedió. “Empezamos en sesiones de cinco a seis horas con cuatro quimios muy fuertes, que fueron las que me tumbaron el pelo, y después vinieron 12 más suaves una vez a la semana, que seguían siendo difíciles, pero ya el pelo me empezaba a salir” cuenta. Además de esto, recibió un medicamento para subir las defensas y hacerle frente a la pandemia. Fue aplicado en la médula ósea, y hasta el roce de la piel con los dedos le producía dolor.

4 de septiembre de 2020. Última quimio

Luz Cristina llegó nerviosa pero entusiasmada por alcanzar la primera etapa de la montaña que le había significado días de agotamiento físico y emocional, dolor muscular, caída del pelo, cejas y pestañas, aumento de peso, y enfrentarse a las agujas: esas aliadas de la salud que poco cariño le despiertan. Las venas de sus manos están salpicadas de pinchazos, y su gesto demuestra la dificultad con la que su cuerpo recibe uno más. Pero también hay un gesto de victoria: Luz Cristina levanta los pulgares cuando le preguntamos qué se siente terminar este ciclo. Llegó a primera hora de la mañana y salió al medio día. Sabía que había dado un paso fundamental y enorme en el avance de su proceso, y que ahora solo le quedaba concentrarse en el siguiente: la cirugía.

El pelo:

La caída del pelo es uno de los síntomas más significativos del cáncer. No es el más doloroso, tampoco es permanente; sin embargo, representa uno de los cambios más impactantes para las personas, especialmente para las mujeres, en su proceso de recuperación.

Luz Cristina cuenta que aunque se sentía tranquila con la idea de quedarse sin pelo, durante la primera semana de quimioterapia comenzó a caerse, y ya no estaba tan segura de sentirse tranquila. No cayó de manera uniforme sino por mechones. Un día, después de dormir una siesta, levantó la cabeza de la almohada y sintió un enorme nudo que se había formado en su pelo. Al peinarse, todos los cabellos que formaban el nudo cayeron al suelo, y esto la conmovió hasta el llanto. Le dijo a su esposo que pasara la máquina afeitadora por su cabeza, porque consideraba más traumático ver que se caía poco a poco y le dejaba parches blancos. “De pronto encuentras que no te reconoces en el espejo, esa parte es realmente dura”. Es la primera vez que asoman sus lágrimas al referirse a su proceso con la enfermedad. Cuenta que durante los primeros días a su papá le costaba mirarla, no podía; la adaptación a la nueva imagen fue una tarea para todos en casa. Por fortuna, no se necesita mucho tiempo para naturalizar un cambio.

Ahora ella les dice que es “la cabeza brillante de la casa” y todos ríen. Eligió los turbantes porque usar pañoletas le parecía muy elaborado. Tejió un gorro de lana para los días más fríos. También probó una peluca de pelo natural, pero cuando se miró en el espejo se impactó. “Para mí fue más difícil eso que raparme, yo creo que cada persona lo asume distinto” dice. Tener la cabeza desprovista de pelo es una sensación extraña. No solo siente más frío, sino que de repente el cuero cabelludo le duele.

27 de marLa cirugía

Después de la quimioterapia vinieron días de preparación para la cirugía: una mastectomía radical, es decir, la extracción de todo el tejido mamario que componía su seno, pero conservando la piel, el pezón y la areola; y una reconstrucción con tejido prestado de su espalda para mantener la forma de su pecho.

Las encargadas de la cirugía fueron la mastóloga Claudia Ramírez y la cirujana reconstructiva Marcela Sánchez. Ramírez explica que en el caso de Luz Cristina se decidió una cirugía radical, porque no requiere un tratamiento de radioterapia posterior, al que no podía someterse la paciente por su trasplante. Además, Luz Cristina no quiso mantener latente la posibilidad de someterse a otra cirugía después debido a una reaparición del cáncer. Sánchez, por su parte, añade que para la reconstrucción de seno no podía utilizar una prótesis porque podía ser rechazada por su cuerpo, al ser una paciente con lupus y trasplante renal, y por eso la reconstrucción fue con tejido propio.

22 de septiembre, víspera de la cirugía

Estaba tranquila porque sabía exactamente los procedimientos que le iban a hacer, pero una sombra de miedo también la acompañaba, aunque esta no fuera ni la primera ni la segunda cirugía mayor a la que se sometía en su vida.“Uno se da fuerzas y se dice que todo va a salir bien, pero de todas maneras se siente miedo porque cada operación es distinta y tiene sus propios riesgos”, dice. Y es que para el trasplante de riñón no hubo preparación, “cuando me llamaron porque apareció el donante tuve que correr a la clínica” cuenta. Ahora, un día antes de una nueva intervención, está rodeada de su familia, recibe regalos y llamadas de quienes, a la distancia, la acompañan con sus oraciones y cariño. Hay suspenso y expectativa.

23 de septiembre, 2:00 p.m.

Luz Cristina está lista: Marcela Sánchez había hecho las marcaciones previas en su cuerpo, una suerte de mapa para la reconstrucción. Hoy no podía maquillarse, y a diferencia de los otros días en que nos hemos visto para esta crónica, no trae puesto uno de sus elegantes turbantes, sino un gorro de lana blanca. Su esposo está a su lado, como siempre. Hablan con su hija mientras esperan el llamado. “No sé cómo vaya a quedar, no he pensado mucho en eso, pero sé que estoy en las mejores manos. Tengo fe en Dios y en mis cirujanas” nos dice.

Hace unos 20 años que la reconstrucción de seno es una opción de la que se habla con las mujeres candidatas para mastectomía, después de que la medicina afinara nuevas técnicas de intervención y comprobara que no tiene un efecto negativo en la enfermedad, sino más bien es un aporte significativo en la recuperación física y emocional de las mujeres, que ya no tienen que verse mutiladas. Esto último no es una historia desconocida para Luz Cristina. Su abuela tuvo cáncer de mama a la misma edad que ella, pero unos 50 años atrás, cuando la reconstrucción no era una alternativa. Recuerda que siendo una niña y sin entender completamente lo que sucedía, se sintió afligida por la imagen de la abuela sin uno de sus senos.

3:45 p.m.

En el quirófano hay una instrumentadora quirúrgica, una ayudante, una anestesióloga, una cirujana mastóloga y una residente de cirugía. De vez en cuando entra un auxiliar que actualiza una base de datos en el computador y trae los elementos que hagan falta en la sala. Nunca debe haber más de diez personas. Cuando les pregunto si siempre trabajan así de compenetradas, todas coinciden en que parte del éxito de su trabajo es que se conocen entre sí y confían en su profesionalismo. La paciente está cubierta por sábanas grises, tiene en sus piernas unas medias antiembólicas para evitar trombos y sus brazos y pies reposan sobre pequeños cojines de gel para favorecer la circulación de la sangre.

Pasada una media hora, Claudia Ramírez saca del seno una cantidad de tejido que pesa 300 gramos y contiene el “ganglio centinela”: el lugar donde se acumula el cáncer de seno. No se ve ninguna característica que lo diferencie del resto de tejido, ningún color oscuro, nada de lo que uno pueda imaginarse cuando se habla de células de crecimiento descontrolado y agresivas.

Hay dos lámparas redondas, grandes y móviles sobre el cuerpo de la paciente: la luz es potente. Todas en el quirófano están atentas a su labor y conversan de cosas cotidianas al mismo tiempo. Ramírez tapa con gasa y sin suturas la abertura —que mide unos 10 centímetros y va desde la areola en dirección a la axila—, para que la cirujana Sánchez pueda hacer la reconstrucción.

4:24 p.m.

Hace unos minutos entró la cirujana Marcela Sánchez junto a un residente de cirugía plástica. Hicieron un conteo de compresas para verificar que todas las que fueron utilizadas durante la primera intervención estuvieran fuera del cuerpo de la paciente. El equipo giró a Luz Cristina para recostarla sobre el costado derecho y así tomar el tejido de la espalda. Después de esto la cirujana Ramírez y la residente salieron del quirófano. En palabras de Sánchez, Claudia Ramírez es una excelente cirujana, su trabajo es preciso e impecable.

4:40 p.m.

Todo en el quirófano ha sido reemplazado: sábanas, ganchos, instrumentación quirúrgica. Comienza la segunda intervención de esta tarde. Suena música de fondo: “Amor del bueno”, de Reyli Barba y “Te vi venir”, de Sin Bandera, hacen parte de la lista de reproducción. La cirujana, con todo el cuidado y la técnica, desprende el músculo dorsal ancho que está a la altura del omóplato y deja al descubierto el músculo serrato. La belleza del cuerpo humano que deja ver un procedimiento tan específico y controlado es conmovedora.

El dorsal, junto a la grasa y los vasos sanguíneos que siguen conectados al cuerpo, son deslizados bajo la piel hasta el pecho para llenar el espacio que dejó la mastectomía. El músculo, que sigue vivo gracias a la arteria que lo atraviesa, se cose a su nuevo lugar para que quede firme. Durante todo el procedimiento se seca la sangre con gasa a fin de que no genere hematomas después de coser la piel. De nuevo se hace esa especie de “chequeo cruzado” que sucede en los aviones: conteo, cambio, limpieza. 

6:39 p.m.

Sánchez termina de suturar, cubre el seno con gasa y le pone un brasier postquirúrgico a la paciente para que tome forma. Se hace otro chequeo paso por paso. La doble cirugía fue impecable, y en un par de horas Luz Cristina estará ubicada en la habitación donde pasará la noche.

25 de septiembre, 8:00 a.m.

Marcela Sánchez visita a Luz Cristina para comprobar la evolución de la cirugía antes de firmar su salida de la clínica, revisar y explicar el funcionamiento de los drenajes y recetar los medicamentos necesarios. Las medias antiembólicas debe mantenerlas puestas por una semana, bañarse y caminar con cuidado todos los días. Le da 30 días de incapacidad. Luz Cristina tiene ganas de llegar a su casa pronto para descansar y disfrutar al lado de su familia este nuevo logro que le permite sentir el viento refrescante en la cara y la confianza de quien va firma hacia la meta. Tiene cita con ambas cirujanas la semana siguiente.

El día que fue diagnosticada, Luz Cristina vio un camino largo y empinado como quien mira la cordillera desde la ventana. Pero el tiempo era determinante y no podía quedarse quieta. Acudir al médico por una aparente anomalía, consultar a los especialistas adecuados, hacer los exámenes pertinentes fue un constante balanceo entre esperar y correr, escalar y reposar. Hacerlo en medio de una pandemia, de una quimioterapia, del afán que trae cada día. Pese a eso, hoy siente que todo sucedió en un segundo. Piensa que, entre otras cosas, la serenidad es un rasgo de su personalidad que le ha permitido entender que una persona no debe basar su vida en lo físico, “que uno es lo que pueda aportar a otras personas, de adentro hacia afuera” dice.

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FOTOGRAFÍA: ERICK MORALES

22 de enero de 2021

Ha pasado poco más de un año desde su diagnóstico de cáncer de seno. Luz Cristina se siente bien físicamente; ya no utiliza turbantes para tapar su cabeza pues el pelo le ha crecido, y dice que ahora es “punk” porque, como es nuevo, todavía no se aplaca. Le gusta su color gris, tan distinto al rubio que llevó por mucho tiempo, pues disfrutaba cambiarlo con cierta frecuencia. “Como salió salió, después del cáncer la vanidad pasa a un segundo plano”, recuerda haber pensado. Su cara se ve iluminada por su sonrisa y camina con más soltura, pues ya no trae equipaje a cuestas. Ya corrió una maratón y escaló una cordillera.  

Ha vuelto a trabajar en las mañanas desde su casa y sigue con uno de sus pasatiempos favoritos: “los pecuecos”, una marca de muñecos que construye con medias coloridas que compra desde hace un año y medio. Se siente recuperada y libre de la enfermedad, como descansando en la cima de la montaña. Pero aún le queda el camino de bajada: está en proceso de adaptación a su nuevo seno. Cuenta que a pesar de haber sido reconstruido con una parte de su propio cuerpo, todavía le es algo ajeno. “No se nota, pero se siente distinto porque uno sabe que no es su seno, no tiene las glándulas mamarias sino un músculo”, dice. Además explica que es distinto al tacto, porque se siente más duro; y a la vista, porque todavía se está acomodando con ayuda del brasier postquirúrgico que usa día y noche. Reconoce que el trabajo de la doctora Marcela Sánchez es impecable, aunque agrega que la creación de la naturaleza no se repite con manos humanas.

Finalmente, después de esta travesía que han sido las enfermedades en su vida, piensa que enfermarse es una condición a la que estamos expuestos desde antes de nacer, debido a que las funciones del cuerpo, tan exactas y fascinantes, pueden verse alteradas fácilmente por estímulos que tienen diversos orígenes. En cualquier caso, se deben afrontar con entereza. Para lograrlo, explica que es fundamental conocer las enfermedades y sus tratamientos. Preguntar, siempre preguntar lo necesario para entender qué las produjo (en los casos en que esto se puede saber), cuáles son los síntomas y cómo se desarrollan para que nada llegue por sorpresa, y se tenga una imagen más clara de lo que está sucediendo por dentro. 

Del tratamiento para el cáncer solo le queda un medicamento que debe tomar por diez años para disminuir las probabilidades de que vuelva a aparecer en el seno, y las ganas de entregar todo el amor que tiene para dar, pues el camino la llevó a reflexionar acerca de la motivación de su vida: entregar todo lo que tiene en su interior a quienes se cruzan con ella en una de sus tantas carreras. 

Agradecemos a Luz Cristina y su familia, a las cirujanas Marcela Sánchez y Claudia Rámirez,
a la Clínica Universitaria Colombia y la Clínica Pediátrica Colsanitas, y a todo el equipo que hizo parte de este trabajo.