Una piel luminosa, una risa que contagia y muchísimo trabajo. Estas son las armas con las que Yaneth conquistó a los productores de Disney para interpretar las canciones de la abuela Alma, aun sin ser cantante.
etrás de esta risa y estas nalgas carnosas hay mucho trabajo”, dice Yaneth con seriedad. Luego suelta una risa estruendosa y espontánea, esa que se ha convertido en su marca registrada.
“La gente cree que no tengo problemas, que mi vida es perfecta. Y no es así. Tengo cuentas por pagar, me cortan el celular, he pasado momentos muy duros, como todo el mundo. Pero ¿qué hago? Pues trabajo. Soy una persona terca, no me doy por vencida pronto e intento sacar algo positivo de cualquier suceso negativo. Es como combatir una adicción: me repito ‘solo por hoy voy a ser feliz’. Así es más fácil”.
Y sí, Yaneth no descansa. No solo salta de un proyecto a otro, tratando de no estancarse en un papel o en un trabajo. Pasa de hacer teatro a presentar un programa de televisión o a actuar en una novela. O se transforma en cantante para interpretar las canciones de la abuela Alma en la nueva película de Disney, Encanto, inspirada en Colombia. Y, por qué no, crea una conferencia de empoderamiento, la adapta al formato virtual y la convierte en un éxito rotundo. “Para mí es una dicha ver que la gente se conecta, llora, la comparte, aplaude, se emociona”.
Y cuando no se trata de trabajo, la dinámica es por el estilo: “Me gusta la adrenalina del día a día. No me quedo quieta ni un solo segundo. Me levanto temprano y me acuesto tardísimo. Siempre estoy abriendo cajones, entrando y saliendo, cocinando, arreglando e inventando cosas”.
Ella dice que es la menopáusica más feliz del mundo, porque no le importa sacar su abanico enfrente de quien sea.
A la pandemia le tiene respeto pero no miedo. Supo sacarle provecho a la virtualidad para hacer su conferencia y llegar a más personas. Y si le preguntas, prefiere no salir de casa si no es para algo realmente importante. “La gente se relajó y no entiende que hay que seguir usando el bendito tapabocas. Así que por ahora prefiero no ir a eventos, restaurantes ni viajes. Eso sí, me ha dejado muchos aprendizajes: ahora sé qué es lo realmente importante en la vida. No me gasto la plata en cosas que no necesito y soy más juiciosa llamando a mis amigos para decirles que los quiero, que los extraño. Si algo aprendimos es que no podemos dar nada por sentado”.
No sabe meditar pero desde hace muchos años colorea mandalas para entrar en perfecta sintonía con el Universo. Hace ejercicio con regularidad, gracias a una caminadora que compró de segunda mano. Pone música o noticias en las mañanas y arranca. Cuando se trata de su alimentación, también es más o menos juiciosa. “Acabo de terminar una dieta con la que bajé 10 kilos y ahora estoy bien con mi peso, así que, para mantenerlo, me cuido entre semana, comiendo muchas frutas y verduras. Eso sí, durante el fin de semana como lo que se me antoja. Tengo un esposo italiano que cocina como los dioses, así que no puedo permitirme una vida sin sus pastas”.
Confiesa que en temporadas se desboca con galguerías y comida chatarra porque “¡qué carajos, la vida es para gozarla!”, pero luego aparece un dolor de espalda por culpa de una hernia y le recuerda que llegó la hora de amarrarse el cinturón.
Lo que sí no hace es pedirle opinión a nadie. “Yo siempre me siento linda, así pese 60, 70 u 80 kilos. Me veo en el espejo y me digo ‘¿quién es esta diosa apetitosa?’, porque eso soy, así me cuelguen las carnes y me salgan arrugas. Creo, además, que soy la menopáusica más feliz del mundo. A mí no me importa sacar mi abanico en medio de una conferencia y enfrente de quien sea. Si no le estoy haciendo daño a nadie, ¡hago lo que se me da la gana!”.
Se corta el pelo a ras o se lo pinta de colores, sin dudarlo. Se unta un aguacate en la cabeza y graba un Tik Tok. Prefiere la comodidad ante todo, así que los tacones no los usa ni siquiera en la alfombra roja. Cuando se trata de la piel, corre con suerte, pues tiene buena herencia. Aunque la trata con cremas hidratantes, mascarillas, desmaquillador, bloqueador solar y potentes sesiones de yoga facial, asegura que inició muy tarde con las rutinas.
Y si tuviera que pensar en uno de sus trabajos soñados diría que es el de ser embajadora de Porvenir. “La gente se imagina que los pensionados somos un montón de viejitos, sentados en la mecedora sin hacer nada en todo el día. Pues no. Me fascina probar que los pensionados estamos llenos de vida, que somos emprendedores, que amamos aprender, tomar cursos y hacer ejercicio. Me siento feliz y orgullosa”.
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