En la cama se nace, se reposa, se duerme y se sueña. El autor del documental Colombia horizontal repasa la historia y la relación con este objeto imprescindible.
espués de dormir en muchos lechos y países de este mundo, convencí a mi esposa de que el mejor sitio para que naciera nuestro hijo era Colombia. Regresé antes que ella a ocuparme de todos los preparativos necesarios para el gran momento, pero faltando pocos días para su llegada me di cuenta de que nos faltaba la cama. Entonces salí a buscarla sin imaginar que ese viaje jamás terminaría, pues entre encuentros con fabricantes y usuarios descubrí un país diverso, lleno de camas, hamacas, esteras, aceras y conflictos…”. Estas palabras introducen Colombia horizontal. La cama, la hamaca, la estera, la acera y el ataúd, un documental que realicé a fines del siglo XX donde exploré la relación que tenemos con el lecho, con ese espacio indispensable para satisfacer nuestras necesidades horizontales.
La cama era para mí un mueble universal, necesario, que encontraba en los cuartos de cualquier casa, hotel, burdel u hospital, o hasta en un barco, avión o tren. Pero tras ese viaje el concepto lecho adquirió para mí otra dimensión al hacer más consciente la pluralidad de los objetos que utilizamos y la significación que damos a los acontecimientos vividos en ellos. Por ejemplo, aprendí que la cama llegó en galeones españoles a un mundo donde se dormía en hamaca.
Los psicoanalistas y nuestros amantes constatan que el cuerpo en posición horizontal modifica su energía, que las palabras se hacen más sinceras, más profundas”.
En la Guajira, los wayúus me enseñaron que el chinchorro es un objeto ritual que, aparte de acomodarse al calor y de servir para mecerse con el viento, las adolescentes lo tejen para aprender la paciencia durante “el encierro” y regalárselo a su prometido el día de su boda; que es un objeto sagrado porque en él se sueña, y son los sueños los que presagian el futuro y los que enseñan las plantas medicinales necesarias para sanar nuestras enfermedades; que, además, es el único objeto que acompaña al difunto hasta la eternidad porque lo protege del frío y le sirve también de canoa en su viaje hacia Jepirra, el lugar adonde van todos los muertos.
Sí, lo sabemos: en la cama o en la hamaca se nace, se reposa, duerme y sueña; allí se ama, se divaga, se sana, se vive profundamente la soledad o la compañía, y también nos revolcamos de pena o agonizamos lentamente hasta que nos llega la muerte. Los psicoanalistas y nuestros amantes constatan que el cuerpo en posición horizontal modifica su energía, que las palabras se hacen más sinceras, más profundas. En ese viaje empezado hace 20 años pude documentar visualmente todo eso, pero también fui testigo de cómo los conflictos van despojando a poblaciones enteras de su propio lecho; vi cuerpos acostados en el asfalto frente a vitrinas repletas de innovadores diseños de camas; mujeres huyendo de sus parcelas cargando su colchón al hombro o alquilando una cama para vender su cuerpo para darle comida a sus hijos; indígenas que, convencidos por evangelizadores de que el mundo está evolucionando o que sus costumbres son influencia de Satanás, descolgaban sus hamacas para abrir campo a las camas donde dormirían sus hijos. Aprendí las bondades de la cama, pero también descubrí facetas de un mundo que a veces no me deja dormir tranquilo.
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