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Bienestar Colsanitas

Tres médicos apasionados por su profesión

 Colsanitas cuenta con un capital enorme: además de clínicas y centros médicos propios en todo el país, sus más de 8.000 profesionales de la salud son ejemplo de excelencia y calidad humana.

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 urante sus 40 años, Keralty ha sido el lugar de crecimiento profesional y personal para miles de médicos de todas las especialidades.

En Bienestar Colsanitas hablamos con tres de ellos, quie- nes han estado presentes en diferentes momentos de la historia de la Organización. Aquí nos cuentan por qué aman su trabajo y lo que ha significado pertenecer a la familia Colsanita

María Alejandra Cifuentes

Es ginecobstetra con dos subespecialidades: endocrinología ginecológica y ginecología infantojuvenil. Empezó a trabajar en Colsanitas en 2007 y es médica adscrita desde 2015. Cuando niña acompañó varias veces a su papá, el ginecólogo Edgar Cifuentes, a ver cómo se hacían las fertilizaciones in vitro, y, paradójicamente, ya adulta, tuvo dificultades para concebir: por eso su ejercicio médico está íntimamente ligado con su experiencia personal. Cuida de otros como cuidó de sí misma.

Medico Colsanitas

 María Alejandra Cifuentes es ginecobstetra con dos subespecialidades: endocrinología ginecológica y ginecología infantojuvenil. Trabaja en Colsanitas desde 2007.

¿Haber tenido problemas para concebir le ha permitido relacionarse diferente con sus pacientes?

Yo siempre molesté con que tendría problemas de fertilidad. Imagínese: ginecóloga e hija de ginecólogo que trabaja en casos de fertilidad. Y tenga. Mi primer hijo llegó después de muchos intentos, pero eso me permitió crear lazos con pacientes que tienen problemas similares. Mi segundo hijo, en cambio, llegó de la nada. Les cuento a mis pacientes: “A mí me pasó esto, sé perfectamente lo que estás sintiendo y por lo que estás pasando”. Desde ahí nos disponemos a superar juntos ese proceso que es difícil.

Superarlo debe ser muy gratificante...

¡Claro! He tenido muchas parejas que no pueden tener hijos, y cuando finalmente lo consiguen me causa mucha emoción. Las cosas que me pasan en la vida me llevan a involucrarme más. Por ejemplo, yo no podía quedar embarazada, así que comencé a buscar qué pasaba conmigo y por eso estudié tres diplomados en endocrinología ginecológica. Luego comenzaron a buscarme tantas adolescentes que me puse a hacer una supra especialidad en ginecología infantojuvenil.

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Mi primer hijo llegó después de muchos intentos, pero eso me permitió crear lazos con pacientes que tienen problemas similares”.

¿Qué la llevó a querer ser ginecóloga?

Voy a ser sincera: fue la primera especialidad en la que me fue súper bien. Obviamente también por la imagen de mi papá: mucha gente lo saludaba con tanto cariño por haber recibido a sus hijos. Traer a un bebé, ayudar a una familia, inclusive hoy, me genera muchas emociones.

Supongo que por el entorno en el que vivió siempre quiso ser médica.

Siempre estuve convencida de medicina, incluso cuando me tocó ver bioquímica, qué aburrimiento. Aunque sí pensé en hacer otra especialidad, porque uno durante la carrera es más poético y piensa en neurocirugía o cardiología; pero al final me di cuenta de que era buena para ginecología. Yo no quería ninguna especialidad en la me tuviera que pasar el día en un consultorio o un laboratorio. Yo necesito entrar a un quirófano, ir, volver, subir, traer. Si me pones todo un día en consulta, me aburro.

 ¿Qué otra cosa disfruta de ser médica?

Me maravilla el hecho de que una persona pueda quedar embarazada, llevar un buen embarazo y dar a luz. Uno piensa que un parto es cualquier cosa; afortunadamente esos son los partos que no se complican, porque cuando se complican, realmente se complican terriblemente.

Imagino que ha vivido casos de esos.

Sí. He llorado con pacientes. Se me han muerto pacientes. Gineco es una especialidad en la que no se debería morir nadie porque es una especialidad cuyo fundamento es traer vida. Pasa poco, pero pasa. Sin embargo, es difícil porque a quien primero juzgan es al médico. Por eso hay que hablar con las personas desde el principio, explicarles los procedimientos y escucharlas, demostrarles que te importan.

Esas reacciones adversas se han intensificado con los debates frente a la violencia obstétrica. ¿Qué piensa al respecto?

Sí existe la violencia obstétrica. Pero hay que establecer parámetros de qué es violencia obstétrica y qué es normal. Uno no puede pretender que en un parto no haya dolor. Nuestro trabajo es disminuir al máximo ese dolor. Afortunadamente en la Organización tenemos cómo. Yo creo que todo comienza con respetar a la paciente y las decisiones de la paciente en la medida de lo posible. Por eso la comunicación es muy importante. Se trata de ser consciente de lo que la mujer está viviendo para ser cercana a ella. Sin duda en el parto hay momentos de tensión que pueden hacer que la enfermera o la médica digan cosas sin querer, pero eso obviamente no se debe hacer. El problema con algunos de esos debates es que se desvían hacia aspectos que no tienen que ver con la práctica obstétrica.

¿A qué se refiere con que en Colsanitas tiene cómo llevar a cabo una mejor labor?

El hecho de tener todas las opciones tecnológicas y asistenciales garantiza muchos beneficios para los pacientes y también para los médicos. Es diferente a trabajar con las uñas como sucede desafortunadamente en muchas instituciones del país, donde no hay insumos y por tanto mayores complicaciones. Es probable que la filosofía que maneja la Organización haya influido en la forma en la que yo ejerzo la medicina: centrándome en el cuidado. Es una filosofía con mucho más diálogo, no es ir a hacer el procedimiento y chao.

Claro, además por el hecho de que toda su carrera profesional la ha desempeñado ahí.

Sí. Yo entré apenas terminé el rural, en 2007. Por medio de mi papá, comencé en urgencias de ginecología en la Reina Sofía y desde ahí fui subiendo hasta llegar a médica adscrita en 2015. Colsanitas significó para mí un crecimiento profesional y personal gigante. Incluso me dieron la oportunidad de tomar una licencia no remunerada para estudiar, que es algo que uno no puede conseguir en cualquier trabajo.

¿Recuerda algún momento bonito que haya vivido en ese tiempo?

Muchos. Pero ahora me acuerdo de una niña que se hizo un aborto ilegal en el centro de Bogotá y llegó a urgencias casi muriendo y llegó a urgencias casi muriendo; tenía otro hijo. Con ella entramos a una cirugía como de tres horas y a pesar de eso la reintervenimos como cinco veces en un día. Estaba muy mal, pero logró salir. A ella la recuerdo un montón porque es de esas personas que se hacen abortos ilegales porque no tienen otra forma. Fue terrible, al final perdió su útero. Pero está viva y está bien. Esos son los momentos que llenan de gratitud. Esos son los que justifican haber visto bioquímica.

"Esa impotencia ante la fragilidad humana de alguna manera fue un despertar. Ahí sentí que podía ayudar".

Germán Briceño 

Es pediatra, magíster en epidemiología clínica y especialista en pedagogía hospitalaria. Entró a Colsanitas en 1997 y desde entonces ha podido reafirmar la razón por la cual hace lo que hace: la gente, compartir y reír con ella, escucharla, acompañarla. Dice que su cariño por los demás lo ha llevado a inventar lenguajes con sus pacientes más pequeños y a enseñarle a tocar ukelele a sus pacientes más grandes. Pero lo dice entre risas, convencido de que poco a poco esos gestos construyen un mundo más humano. 

Medico Colsanitas

Germán Briceño es pediatra, magíster en epidemiología clínica y especialista en pedagogía hospitalaria. Entró a Colsanitas en 1997.

¿Qué lo llevó a estudiar medicina?

La gente. Me gusta la gente. Me emociona la gente. Mi papá es ingeniero y profesor universitario, y me iba bien en esas áreas, pero yo pensaba que en medicina tendría más contacto con las personas. Claro, desde todas las profesiones se tiene ese contacto. Pero a los 17 años, pensaba que la medicina era el mejor camino.

¿Qué es eso que ve en las personas que lo atrae tanto?

Cuando pequeño vivía en un quinto piso, en Bucaramanga, y a veces veía a un abuelito de barba, flaquito, que salía con su bastón todas las tardes. Una tarde el viejito se cayó y se murió. Yo estaba arriba y miré al viejito y vi que pasó mucho tiempo hasta que alguien llegó para llamar a la ambulancia. Yo no hice nada. Simplemente miré, me sentí mal y esa impotencia ante la fragilidad humana de alguna manera fue un despertar. Ahí sentí que podía ayudar.

Entonces entró a la carrera.

No, por esa misma época me metí a la Cruz Roja por algunos amigos. Pude compartir con los voluntarios y eso fue mostrándome que me gustaba estar con las personas, que podía hacer algo contra esa fragilidad, esa vulnerabilidad. Yo no estudié medicina porque quisiera ser cirujano o cardiólogo o pediatra. No, no, no. Yo estudié medicina porque me parecía bonito poder compartir con las personas, acercarme a ellas, poder ayudar de alguna manera.

¿Y ese impulso sigue ahí?

Todos los días yo veo los problemas de las personas y eso también me afecta. En mi especialidad veo mucha gente joven y a sus padres con enfermedades terribles. Es difícil. Pero de alguna manera tratas de acercarte y de apoyarlos como ser humano. Poder escucharlos, contenerlos, apoyarlos, decirles “acá estoy”, me llena de fuerza y satisfacción. Esta mañana estaba con un niño que tiene una enfermedad terminal y que probablemente va a morir durante esta hospitalización. Los pediatras queríamos que lo acompañara un grupo del hospital pero el papá lo rechazó, dijo que todavía tenía muchas esperanzas. Eso es fuerte. El equipo médico está atado porque sabemos que por más que hagamos mil maniobras... la historia y Dios decidieron otra cosa. Yo les decía a los pediatras que este es un padre con unas necesidades muy altas, que debíamos atenderlo de una forma fuerte, envolverlo, porque probablemente él es el soporte de toda su familia y tiene esta responsabilidad y este amor por su hijo que no le permite acoger nuestra decisión.

Esos son los momentos que exigen del médico una reacción mucho más cercana...

Esto lo hace a usted vibrar mucho, es una situación de alta tensión. Este tipo de emociones, aunque son duras, a uno le toca vivirlas. Uno no puede sentarse a llorar con la familia, uno tiene que ser la persona que escucha. En esos momentos, estas familias más que un equipo médico multidisciplinario lo que necesitan es atención emocional. Claro, esa parte me toca y me siento con responsabilidad hacia los pacientes. Me recuerda todo eso que desde chico comencé a notar sobre la fragilidad.

¿Cómo ser más consciente de esa fragilidad?

El año pasado una tía estuvo hospitalizada, y yo iba con mi ukelele a cantarle un rato. Yo no iba a hablarle de tristezas, ni de lágrimas, porque de eso tenía harto. Creo que se trata de buscar esos momentos de felicidad.

¿Esa búsqueda lo llevó a estudiar pediatría?

En el pregrado, cuando estaba rotando por ginecoogía en Bucaramanga en un hospital público, a las mamás las ubicaban en un pasillo como de 20 metros de lado y lado y entre las piernas le ponían al niño en- vuelto mientras las pasaban a una habitación. Yo terminaba mi jornada como a las 4:00 de la tarde y para salir tenía que pasar por ese pasillo. Pues me fascinaba quedarme con esas mamás y ayudarles alcanzándoles una cremita o una bebida. Me gustaba tocarles las manos a los bebés, son un encanto, esas manos arrugaditas, esa mirada divina. Yo podía quedarme ahí una hora fácilmente. Me gustaban los niños, me gustan mucho, desde los chiquitos hasta los grandes y puedo conectarme con todos. Siempre he disfrutado la experiencia de estar con un niño, verle los ojos, la sonrisa, lo espontáneos o rebeldes que son; es fascinante. Además huelen rico y se ríen naturalmente.

En ese recorrido, ¿cómo llegó a Colsanitas?

En 1997 estaban necesitando un segundo pediatra para el turno de urgencias de la Clínica Reina Sofía. El doctor Pedro Duarte, que ha sido un gran mentor, me entrevistó y estuve en el servicio de urgencias desde entonces hasta 2013, cuando pasé a ser médico adscrito. En ese tiempo formé parte de equipos de trabajo muy bonitos con las enfermeras, las auxiliares, los camilleros, los médicos generales, el internista, el cirujano; siempre me sentí muy respaldado. Además, ahí conocí a mi esposa, una gran médica, y ahí nacieron mis dos hijos, entonces la Organización me ha acompañado durante muchos años y de diferentes maneras.

Colsanitas cumple 40 años, ¿cómo imagina que será el mundo dentro de otros 40 años?

El mundo será mejor. La gente es pesimista y cree que todo será un desastre. Pero yo pienso que, a pesar de las dificultades, hemos ido mejorando como sociedad y por eso prefiero ser optimista e imaginar un mundo más humanitario, en donde lo más importante sea la gente.

María Helena Solano

Es internista hematóloga y fue una de las primeras médicas en trabajar con la Organización Sanitas Internacional cuando esta llegó al país hace cuarenta años. Es así que desde los años ochenta, llena del ímpetu de la juventud, como ella misma dice, fue marcando junto a otros la pauta de calidad humana y profesional que hoy caracterizan a la Organización. Hija de médico, reacia a las matemáticas, formadora de grandes profesionales y amante de la jardinería, fue la primera y única hematóloga de la Clínica Reina Sofía durante muchos años. Una mujer que abre caminos.

Medico Colsanitas

María Helena Solano es internista hematóloga y fue una de las primeras médicas en trabajar con la Organización Sanitas Internacional cuando esta llegó al país hace cuarenta años.

¿Cómo llegó a ser la primera hematóloga de la Reina Sofía?

Yo hacía la residencia en Medicina Interna. Éramos un grupo de unos diez residentes, entre los que estaban Alfredo Liévano, Javier Barreto, Alberto Buitra- go, Daniel Charria, y alguno de nuestros profesores nos dijo: “Va a haber un cambio en la medicina. Viene una empresa que va a ofrecer una forma diferente de ejercer la profesión y de cobertura para los pacientes”. En esa época tener un consultorio particular era muy importante, las personas accedían a la medicina privada de cualquier forma y solo una pequeña parte de la población estaba cubierta por el Seguro Social. Entonces nos reunieron en una casa grande en Teusaquillo y nos explicaron que no se trataba de una consulta estrictamente particular, sino que había una forma de que el paciente pudiera acceder a la consulta y todo lo que deriva de ella: laboratorios, imágenes diagnósticas, pruebas diagnósticas y terapéuticas. Y eso nos llamó la atención. Ahí comencé.

¿Usted tenía su consultorio particular?

No. Lo primero a lo que nos motivaron fue a abrir nuestro consultorio. Así que yo abrí el mío para Colsanitas, junto a una compañera, la doctora Rosalba Gómez. Mi querido padre nos habilitó un espacio dentro de su consultorio donde estuvimos unos dos años. Cuando ya empezamos a tener más pacientes montamos nuestro consultorio y lo tuvimos durante unos doce años.

Y más o menos por esa época se construyó la Reina Sofía, ¿no?

Sí y eso fue una motivación aún mayor, porque nosotros no solo ofrecíamos consulta médica y para hospitalizar a nuestros pacientes teníamos que acudir a otras clínicas, sobre todo la Palermo, y eso implicaba transportarse de un lado a otro. Cuando se empezó a construir la Reina, nos llamaron a los médicos para que nos animáramos a tener nuestro consultorio en el edificio de Colsanitas. Ahí ya me quedaba mucho más fácil pasar del consultorio a la Clínica y prestar así una mejor atención; podía estar más pendiente de los exámenes, los resultados, las interconsultas y demás. Yo era la única hematóloga de la Reina Sofía, y lo fui durante más o menos diez años. Hasta la fecha tengo el consultorio ahí. Pero ya no hago hospitalización por- que ahora hay gente más joven y mejor.

"Tengo pacientes hace 40 años, y a todos los he tratado con cariño. Esos pacientes me generan una gran consideración, porque aprendí a ejercer la profesión con ellos".


¿Qué siente al ver hoy cómo ha crecido ese lugar en el que usted fue la primera?

Tengo pacientes de esa época, hace cuarenta años, y a todos los he tratado con cariño. Esos pacientes antiguos me generan una gran consideración, porque aprendí a ejercer la profesión con ellos y ellos han creído en mí.

¿Qué es lo que más le gusta de su profesión?

Yo fui dejando mis ocupaciones en la Reina Sofía para centrarme en mis labores académicas y siempre tengo recuerdos bonitos relacionados al encuentro con los egresados. Ver el triunfo de ellos para mí es muy emocionante. Es esa emoción en la que usted dice: “Yo lo crié y mire lo bien criadito que me salió”.

Formas de enseñar medicina hay muchas, ¿cuál es el método que usted ha empleado para formar esos médicos que la llenan de tanto orgullo?

Hubo una época en medicina donde el profesor era el sabio y no se le podía contradecir. Pero eso ya no sirve. La manera de enseñar ahora debe ser mucho más participativa y uno debe actuar como un orientador para que el alumno tome las decisiones más acertadas posibles teniendo en cuenta el entorno, los pacientes, los colegas, las barreras que hay en salud para brindarle a la persona lo mejor en un momento dado de su enfermedad. Uno tiene que dar ejemplo de un comportamiento adecuado con las personas que lo asisten a uno, tener respeto por las otras especialidades y por el personal de salud.

Y ese ejemplo que usted vio en uno de sus profesores fue el que la llevó a estudiar hematología, ¿verdad?

Yo quería estar en el área clínica y no la quirúrgica, por- que prefería los tratamientos médicos no tan invasivos. Por eso decidí estudiar medicina interna. Bueno, en las rotaciones por distintas áreas clínicas, tuve un profesor que ha sido mi mentor, el doctor Lobo Guerrero, y a mí me encantaba la forma en la que él explicaba la forma- ción de la sangre, el cáncer, las enfermedades inflamatorias y eso contribuyó a que yo quisiera orientarme por las enfermedades de la sangre. Él fue el que más me aconsejó durante los años en los que estuve sola en la Reina Sofía, sobre todo cuando tenía casos difíciles.

¿Qué fue lo más difícil que vivió?

La época del sida en los ochentas me pareció muy dura. Estábamos ignorantes y ello contribuyó a que se estig- matizara a muchísima gente de una forma injusta: se rechazaban pacientes que tenían que pasar por mucho sufrimiento para acceder a algunas terapias. Ese entorno adverso me impresionó mucho. Y me daban más duro los pacientes que se contagiaban por las transfusiones de sangre, esos que estaban a merced de la dependencia transfusional a causa de una enfermedad grave y terminaban con otra incurable.

Muchas personas para superar momentos duros encuentran apoyo en otras actividades...

Los médicos somos aburridos y muchas veces no hace- mos sino medicina, sin cultivar otras aptitudes. Yo vivo a las afueras de Bogotá y la jardinería ha sido una de mis aficiones durante los últimos 12 años.

Siendo así, debe tener un jardín bellísimo.

Sí, señor. Antes echaba azadón, ahora mando a echar azadón, porque con la edad uno no puede actuar como si estuviera joven.

¿Cree que es posible hacer una analogía entre la jardinería y su labor como docente?

Sí, totalmente.

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