Tres mujeres decidieron dejar de alisar su pelo después de décadas de tratamientos, planchas, químicos y muchas horas en la peluquería. El cambio ha significado una forma de resistencia y un logro en la continua búsqueda de su identidad.
pinar sobre el aspecto físico de otras personas es un comportamiento muy naturalizado en nuestra sociedad. El punto de partida de este nocivo proceder empieza en las familias. Es casi una norma criticar a los hijos cuando comienzan a tomar sus propias decisiones estéticas; es normal opinar sobre la apariencia, el peso, las uñas, el pelo, la forma de vestir. Y para un adolescente que está apenas formando una personalidad, estos juicios pueden ser definitivos en sus gustos o elecciones.
Para una mujer el pelo puede ser un poderoso elemento de autoestima o un problema constante que tiene que solucionar todos los días con ayuda externa. Y no es un tema menor: es una de las partes del cuerpo más expuesta a los juicios, a las críticas y a la opinión de quienes nos rodean.
Estas tres mujeres descubrieron que liberarse del yugo que significaba alisar sus rizos era una forma de revelar su verdadera identidad y empezar a sentirse cómodas con su apariencia.
“Mi pelo dice, esta soy yo”
María Andrea Solano nació con el pelo afro en una familia de blancos. Su mamá, una mujer de la costa caribe, lisa, nunca supo cómo peinarla así que la mantenía con el pelo corto. “Pelo malo”, “pelo apretado”, “pelo Bombril”, “pelo esponja”, “pelo 8888”, fueron algunos de los apelativos que recibió su tímida melena que escasamente podía descubrirse entre los moños y balacas que ella utilizaba para declarar su feminidad y esquivar el temido “parece un niño” con el que todos la definían.
Y fue precisamente un juicio disfrazado de sentencia lo que la llevó a alisarse sistemáticamente su pelo afro. “Tú eres muy linda, muy chévere, pero a mi hermano le gustaría que tuvieras el pelo liso”. Esa fue la frase que marcó a esta periodista cuando tenía solo 12 años y la mandó directo a la peluquería. María Andrea vivía en San Bernardo del Viento, en el departamento de Córdoba. Los tratamientos que utilizaban en las peluquerías de su pueblo para alisar el pelo eran muy agresivos y le quemaban el cuero cabelludo. “Vivía echándome ungüentos para las costras que me salían en la cabeza, que me ardían muchísimo, pero además tuve que aprender a vivir con la frustración de no sentirme bien, ni siquiera cuando me alisaba porque el pelo me crecía muy rápido, entonces nunca me sentí cómoda ni linda”.
El cambio ocurrió en Barcelona, España, donde estaba estudiando su maestría. Allí decidió cortarse el pelo y dejarlo crecer como viniera. Tenía 25 años y quería abandonar esa inconformidad que había sentido siempre. Hoy su melena crespa es lo que más resalta de su apariencia. Es una melena que no se calla, no quiere pasar desapercibida y no se quiere esconder. Es un afro que baila con ella y la define. Ese pelo que siempre quiso aplacar hoy resplandece erguido como vengando tantos años de camuflaje. Su pelo es su sello personal.
“Tantos años cambiando la forma de mi pelo hicieron que yo le entregara mucho tiempo, mucho dolor. Mi autoestima siempre estuvo muy lastimada porque nunca me veía bien, de ninguna manera, solo recién salía de la peluquería y esto era cada tres meses. Además, quedé con un problema muy serio en el cuero cabelludo. Ahora siento que mi pelo dice ‘esta soy yo y esto es lo que he sido siempre’. No tengo que cambiarlo porque me siento cómoda y esto fue lo que la vida me dio y me ha costado un montón llegar a pronunciar estas palabras. He tenido que aprender a tratar este pelo sin querer cambiarlo, he tenido que soportar que muchas personas cercanas se ofrezcan a llevarme de nuevo a la peluquería, porque todavía sucumbimos ante el canon de belleza con el que crecimos, donde las mujeres que quieren verse arregladas deben estar lisas. Pero después de este camino transitado, hoy felizmente me miro al espejo y reconozco que este es el pelo que mejor me queda, me siento muy cómoda con él”.
“Dejar de alisarme era una lucha que me faltaba dar”
Carolina Gutiérrez pasó más de 30 años sin saber exactamente cómo lucía su pelo. No sabía si era crespa, ondulada, lisa en la raíz y crespa en las puntas, no tenía conciencia del aspecto de su pelo. En su niñez y parte de su adolescencia llevaba el pelo siempre trenzado o recogido. Después empezó a alisarse con la plancha de la ropa para ocasiones especiales, el resto de los días lo llevaba recogido. Su objetivo era controlar su pelo y mantenerlo organizado y eso significaba plancharse el capul y recogerse el resto del pelo. Nunca dejó su pelo suelto, al natural, ni siquiera en la intimidad.
Unos días antes de cumplir 35 años decidió visitar la peluquería donde su mamá había empezado un tratamiento para lucir sus canas y recuperar su pelo maltratado. La peluquera, especializada en potenciar la naturaleza de cada pelo sin cambiarle la textura o la onda, le hizo un corte y le sugirió lo que muchas amigas le habían dicho por años: “Déjalo secar libre, sin plancha, sin secador, para que puedas ver realmente cómo luce”. Por fin, ese día Carolina se soltó el pelo, llegó a su casa y empezó a admirar lo que estaba viendo en el espejo. “No más plancha”, dijo.
“Viéndome con mis crespos entendí que nunca me había reconocido. Que ni siquiera sabía cómo lucía realmente. No sabía que mi pelo era así de ondulado, siempre lo califiqué como pelo paja. Empecé a asesorarme con expertas en pelo ondulado, a revisar videos de YouTube para entender qué tipo de productos debía usar y cómo podía resaltar las ondas naturales de mi pelo, y en ese proceso me fui enamorando de él. Siguiendo instrucciones de otras mujeres que generosamente han compartido su experiencia”, explica.
Carolina es periodista especializada en derechos humanos. Ha recorrido los rincones del país donde la guerra ha causado más víctimas y más dolor. Su espíritu es el de una mujer libre, empática y rebelde. Hace unos años empezó a ser muy crítica con el patriarcado, a reflexionar y trabajar por el verdadero rol de la mujer en la sociedad. Y en ese camino que transitaba sentía que su pelo, tantas veces aplanado, callado, no encajaba. “En lo relacionado con mi pelo yo seguía cediendo a las presiones sociales, a los estereotipos, era una lucha que me faltaba dar. Necesitaba reconocer su naturaleza y poder llevarlo libre. Antes sentía miedo de reconocerme como una mujer con un pelo diferente, hoy siento que llevando mi pelo ondulado me quité un peso (literalmente) que cargaba todos los días. Me siento más ligera, más liviana. Renuncié al control que podía ejercer sobre él y eso me liberó”, afirma Carolina
“Llevar el pelo crespo me da tranquilidad”
Andrea Maussa Acuña se miraba muy poco al espejo. Lo evitó toda su adolescencia. Su pelo crespo y frondoso, que empezó a alisar constantemente desde el bachillerato, fue uno de los mayores motores de la inseguridad. Se alisaba porque, según su familia, era lo que le correspondía a una mujer crespa para verse presentable. “Lo hacía por costumbre. Mi mamá siempre trabajó en una oficina y me inculcó eso. Si estaba crespa entonces estaba despelucada, y todos los referentes de belleza que veía a mi alrededor eran de mujeres lisas. Me daba rabia salir de la ducha y no sentirme bien, no saber qué hacer con mi pelo. Solo mi familia conocía mi verdadero pelo”, cuenta Andrea.
Así fue hasta que llegó la pandemia y Andrea pensó que si no iba a salir de su casa no era necesario someterse a largas jornadas de planchar el pelo. Su decisión llegó de la mano de varios cambios que estaban mejorando su vida: empezó a practicar yoga, a meditar, a alimentarse mejor… seguir alisando su pelo no iba en la dirección de sus nuevos hábitos. También empezó a notar que muchas otras mujeres crespas decidían dejar de alisarlo y todo esto fue sumando hasta que dio el paso. “Al dejarme el pelo crespo estoy reafirmando que uno puede ser bello de muchas maneras, que no hay necesidad de ser lo que te muestran, lo que ves en televisión o en redes sociales, la diversidad aplica para todo. Mucha gente podrá pensar que la lucha contra el pelo natural es un tema muy ligero y no lo es, por ahí empieza todo. La manera como te ves y te percibes determina la forma como te mueves en el mundo. Hoy, con mi pelo crespo, no me siento tan bella pero siento que cuando conozco a alguien y esa persona me ve con mi pelo real estoy empezando esa relación de manera más honesta. Llevar el pelo crespo me da tranquilidad, ya no siento que debo esconderlo o alisarme para que me acepten. Es una lucha contra los estereotipos”.
La mayor concesión que hizo Andrea al llevar tantos años el pelo liso fue con ella misma. Andrea está aprendiendo a recibir halagos porque su melena liberada sorprende y aunque no la lleva del todo suelta, quienes la conocen saben que sus “nuevos” rizos son más que un cambio físico, son una bandera de identidad. Ella quiere ser un ejemplo para sus sobrinas adolescentes que están moldeando su posición frente a la vida. Quiere que transiten un camino libre, donde los juicios de los demás no determinen sus posturas. “Hoy sigo lidiando con mis inseguridades, que no se han ido, pero desde otro lugar y ese es un gran triunfo”, finaliza Andrea.
*Periodista interesada en temas de familia, crianza y medio ambiente.
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