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Bienestar Colsanitas

¿Qué pasa cuando usamos comida como recompensa?

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Con frecuencia el helado es utilizado como premio a cambio de las espinacas, por ejemplo. Pero esta práctica conlleva ciertos problemas que hace falta revisar.

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Las “comidas recompensa” son aquellas que se prometen a cambio de conseguir un determinado comportamiento, como si se tratara de un premio. Con frecuencia las prometen los papás a los hijos a cambio de que terminen un plato de sopa o una porción de verduras, pero también las prometen algunos nutricionistas a sus pacientes a cambio de una semana de mantener una alimentación balanceada. En cualquiera de los dos casos, las comidas recompensa funcionan de la misma manera: son ese motivador a corto plazo que impulsa a niños y adultos por igual a cumplir una meta inmediata.  

Sobra decir que suelen ser efectivas en su propósito. Las comidas recompensa han conseguido que millones de niños terminen la sopa o las espinacas; así como han conseguido que miles de adultos elijan una alimentación saludable de lunes a viernes. Visto así, a primera vista, pareciera ser que un helado, unos dulces, una hamburguesa o una pizza son un precio justo a cambio de la sopa, las verduras o la buena alimentación. Pero la realidad es que casi nunca hay tal beneficio.

Mónica Olarte Beltrán, nutricionista de la Clínica Santa María del Lago de Colsanitas, señala que las comidas que se utilizan como recompensa generan más problemas a mediano y largo plazo que los beneficios que consiguen inmediatamente.

Las etiquetas

El uso de comidas como recompensa implica etiquetar los alimentos bajo diversos rótulos. Cuando los padres recompensan a los hijos con golosinas a cambio de comer ciertos alimentos como verduras o frutas, les están diciendo que hay comidas que en efecto son una recompensa y otras que son algo parecido a un castigo. Si el helado es el premio al final del brócoli, ¿por qué nos sorprende que el brócoli sea de ahí en adelante el malo del paseo?

Las recompensas sirven para clasificar el mundo de una manera mucho más sencilla entre aquello que nos place y aquello que nos disgusta en algún grado o que nos cuesta un poco más de trabajo. En el caso de la comida, sirven para clasificar los alimentos entre “ricos” y “feos”, especialmente en la primera infancia, cuando estamos en la tarea de descubrir el mundo infinito de los sabores. Y, adicionalmente, sirven para clasificar los alimentos entre los que son “buenos” y los que son “malos''.

El asunto es que un mismo alimento podría llevar etiquetas distintas para dos personas con crianzas diferentes. Hay niños que celebran una buena sopa de verduras, así como hay otros que le huyen a una porción de helado. Esto es porque dichas categorías son construcciones culturales o sociales que marcan la forma en la que nos relacionamos con la comida.

Por lo general, las recompensas están asociadas con los alimentos “ricos”, pero también suelen asociarse con alimentos que no pueden comerse todo el tiempo, es decir, con los alimentos “malos”. Es así que las comidas recompensa que ofrecen los padres con frecuencia son los alimentos ultraprocesados y con altos niveles de azúcar y de grasas saturadas como dulces, golosinas, paquetes y bebidas azucaradas. Al contrario, las comidas que llevan a la recompensa son los alimentos ricos en nutrientes como las frutas, las verduras, los granos y algunas proteínas. 

La doctora Olarte resalta lo innecesarias que son tales etiquetas. El objetivo de una educación alimentaria no debería pasar por la clasificación de los alimentos sino por su correcta enseñanza nutricional. Señala que algunos autores proponen que es bueno enseñarles a los niños a comer dulces y golosinas de manera controlada. Por ejemplo, que está bien servir un plato balanceado y acompañarlo con una porción medida de helado, siempre y cuando el helado sea un alimento más del menú de ese día y no un premio.

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Las emociones

El problema de las etiquetas siempre va de la mano con un problema emocional, no solo con la comida sino con cualquier otro aspecto de la vida. Cuando usamos etiquetas negativas estamos sugiriendo que aquello es algo que debemos evitar porque generalmente representa un riesgo para nuestro bienestar. Los alimentos “malos” no son la excepción. 

Cuando los padres recompensan a los hijos con alimentos “dañinos” les están diciendo que son alimentos que deben comer únicamente cuando los merezcan por un buen comportamiento, dado que son “perjudiciales” para su salud. Sucede lo mismo con los adultos que llevan alguna dieta dentro de un programa para bajar de peso. De esta forma, las comidas recompensa terminan tiñéndose con sensaciones contradictorias, una mezcla de placer, ansiedad y culpa. 

Los dulces o las golosinas y ciertas comidas rápidas altas en grasas saturadas producen placer cuando se comen, sobre todo por su condición de premio. Pero también producen ansiedad cuando el premio se demora y a veces producen culpa cuando el premio se termina. ¿Acaso no nos han enseñado que debemos sentirnos mal por hacer aquello que supuestamente afecta nuestro bienestar?

Las comidas recompensa suelen devenir en relaciones conflictivas con la alimentación a largo plazo. Los premios generan en las personas la necesidad de ser premiadas constantemente, es decir, aprobadas, validadas, reconocidas. Si un niño es premiado por una buena acción, esperará ser premiado al repetirla en el futuro. Esto conlleva tres problemas. 

1. Cuando los premios son alimentos procesados o altos en azúcares y grasas saturadas aumentan las probabilidades de generar algunas enfermedades a medida que aumentan los premios y el deseo de consumirlos. Un niño que sabe que el helado es un premio tendrá mayor predisposición a comerlo. Y sabemos que el exceso de estos alimentos puede propiciar obesidad, diabetes, problemas cardiovasculares, entre otros.

2. Un niño que ha sido premiado con helado buscará el helado como mecanismo de aprobación, validación o reconocimiento. De ahí el cliché de que ante la tristeza el mejor remedio es un pote de helado. 

3. Cuando el helado ha sido etiquetado como un premio y además como un alimento “malo”, entonces comerlo cuando no ha sido merecido por un buen comportamiento probablemente produzca una doble culpa: la de consumir una recompensa no ganada y la de consumir un alimento “dañino”. De ahí el cliché de comer helado para remediar la tristeza y luego sentir culpa y más tristeza por haber comido helado.

No hablemos ya de aquellas ocasiones en las cuales la comida funciona como una recompensa emocional, por ejemplo, cuando los padres les dicen a los hijos que podrán comer dulces si dejan de llorar. Allí estos tres problemas se vuelven una pesadilla difícil de contener.

Los incentivos alrededor de la comida

Prometer una comida a cambio de otra es una práctica basada en la buena intención, pero casi nunca produce resultados deseables. Algunos estudios demuestran que las comidas recompensa en realidad desincentivan el alimento que las precede, es decir, que las galletas a cambio de las espinacas conllevan a una aversión hacia las espinacas. De hecho, alguna vez un grupo de investigadores llevó a cabo un experimento en el cual prometieron a un grupo de niños una recompensa a cambio de tomar un jugo procesado; al final, estos últimos desarrollaron sensaciones negativas ante el producto, a pesar de ser considerado por muchos otros como un alimento “rico”. 

No obstante, también hay estudios que demuestran que los incentivos no alimenticios sí pueden generar un hábito alimenticio saludable. Por ejemplo, el consumo de vegetales o frutas puede quedar asociado a un buen recuerdo cuando el incentivo ha sido mayor tiempo en la mesa con la familia, o una salida al parque, o un rato de juego en casa. Es decir, funcionan como incentivos todas esas otras actividades que también generan bienestar emocional.

Finalmente, hace falta señalar que en este último apartado hemos hablado de “incentivos” y no de “recompensas”. Podemos incentivar el consumo de ciertos alimentos, pero no hay razón alguna para premiarlo. Recordemos que comer es una necesidad y nadie es premiado por suplir sus necesidades. Basta imaginar lo extraño que sería saber de unos padres que premian a sus hijos por respirar.

 

 

  *Bienestar colsanitas.

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