Cada vez es más común lo que algunos llaman “paternidad tardía”: señores que tienen su primer hijo cuando hace rato cumplieron los cincuenta años. Uno de ellos comparte su experiencia.
er papá después de los 50 debe ser igualito a ser papá a cualquier edad. Digo deber ser porque como no lo fui antes no puedo asegurarlo. Salvo porque, y en esto creo estar seguro, le toca a uno ser abuelito al mismo tiempo. Y no porque esté uno muy viejo, que sí lo está uno —le duele la espalda, le traquean las rodillas, vive uno cansado—, sino porque matemáticamente hablando va a ser difícil contar con la suerte de ver crecer a los nietos. Ahí se tendrían que unir la irresponsabilidad de mi hija con la pereza de la muerte en venir a buscarme. Pero si se dan las coordenadas y se alinean los planetas, pues bienvenidas sean esas criaturas. Por lo pronto, seré papá y abuelo. Educaré a mi hija con el rigor que requiere ser un buen padre y la consentiré con la irresponsabilidad que espera uno de alguien que quiere hacer feliz a sus nietos. Solo tengo una oportunidad en esta vida de hacerla feliz, y no voy a desperdiciarla.
Ser papá después de los 50 debe ser igualito a ser papá a cualquier edad en cuanto al amor que uno siente por sus hijos. Pero la diferencia tal vez esté en que ahora puedo dedicarle todo el tiempo del mundo, que es el tiempo que me queda sobre esta tierra. Cuando uno tiene 20 o 30 años piensa que la vida es eterna. O que ya habrá tiempo más adelante para estar con ellos. Después de los 50, cada minuto que puedo compartir con ella es el tiempo mejor invertido de mi vida. Los proyectos que se quedaron en el tintero tendrán que seguir remojándose en su tinta. Mis prioridades ya no son mías, son de Mia, mi hija.
Como he sido de mal dormir, no podría decir que mis horarios cambiaron. Digamos mejor que ya no soy la misma ave nocturna. Ahora soy un búho que la mira dormir y está pendiente de su respiración y de sus sueños. Las horas de insomnio que me atormentaban antes y que malgastaba comiendo techo, ahora las dedico a contemplar su belleza. Sí, siente uno un gran amor por sus hijos. Y yo soy el fan número uno de la mía. La gran diferencia cuando uno es papá por primera y única vez después de los 50, está en que ese amor que sientes por tu hija es también un agradecimiento. Un milagrito que te llega justo cuando el último bus parecía haber salido y la terminal, a punto de cerrar, apagaba las luces. Soy un cincuentón orgulloso y agradecido.
Ser papá debe ser igualito a cualquier edad, especialmente cuando llega el momento de tener que dejar a tu hijo con otra persona. Nadie quiere despegarse de ese niño indefenso. Pero la diferencia está en que esas otras personas que van a cuidar a tu hijo, cuando eres joven, son tus papás. Los abuelos se pelean por quedarse con los niños mientras los papás salen a descansar y a divertirse un rato. Es la oportunidad para ellos de llenarlos de galguerías, ponerlos a ver televisión hasta tarde y dejarlos hacer lo que se les venga en gana. Y los padres quedan tranquilos de saber que sus hijos están en las mejores manos. O por lo menos en las mismas que ellos estuvieron, solo que, con el pasar de los años, son unas manos infinitamente más permisivas. Cuando se es papá después de los 50, no es que no haya con quién dejarlos, pero tus papás puede que ya no estén en este mundo o estén más cansados que tú y más descarados y te digan de frente, no mijito, yo ya estoy muy viejo para responsabilizarme de ese chino. Entonces no es fácil recurrir, por no decir encartar, a otros miembros de la familia o amigos cercanos.
"Después de los 50, cada minuto que puedo compartir con ella es el tiempo mejor invertido de mi vida. Los proyectos que se quedaron en el tintero tendrán que seguir remojándose en su tinta. Mis prioridades ya no son mías, son de Mia, mi hija".
Por fortuna la vida es sabia. Y cuando eres papá después de los 50, a diferencia de los papás que tienen 20 o 30 años, tu plan favorito es quedarte en la casa. No tienes afán de salir a conocer nuevos bares, le huyes a los cocteles y a las inauguraciones, le haces el quite a los compromisos, te inventas excusas de que no hay con quién dejar a la niña y muy runcho te arrunchas con tu esposa y con tu hija. Mientras el mundo está de rumba, en tu cama te derrumbas, abrazados los tres. Tu cama, con tu hija en piyama, es el mejor lugar del mundo, la sucursal del cielo, el centro del universo.
De hecho, cuando uno suponía que iba a estar solo de papá en un mundo de adultos, porque sí, la mayoría de las parejas de mi edad ya sacaron sus hijos adelante y no tienen restricciones a la hora de verse por las noches o arrancar para un viaje, resultó que tres grandes amigos míos terminaron siendo papás después de los 50. Ahora nos reunimos en familia y hasta tenemos un grupo de chateo para compartir información y quejas. Antes hablábamos de rock y de viejas. Ahora de pañales y niñeras. Sin duda los temas ya no son tan apasionantes y apasionados, pero se aprende una gran lección: nada es tan importante como para que esté por encima de tus hijos. Y ya habrá tiempo para retomar el rock, que nunca muere. Las viejas, bueno, viejas estarán ya.
Supongo que todos los papás tuvieron que aprender en su momento a hacer un tetero o cambiar un pañal. En eso nos parecemos. Pero la ventaja de haberlo aprendido después de los 50 es que ese gran conocimiento, que con el tiempo se olvida, lo vas a tener muy fresco a la hora de tener que usarlo para tu propia conveniencia. El drama del cartel de los pañales con esos precios te interesa por partida doble. Ahora justo estoy en la etapa de enseñarle a mi hija a ir al baño. Esa sí es tarea de titanes. Como nunca fuiste consciente de tu entrenamiento previo, te parece que es la cosa más sencilla del mundo. Y no es fácil encontrar ni razones de peso ni buenos ejemplos para demostrarle a tu hija que es mejor hacer las cosas por uno mismo a que otro se las haga.
"Por fortuna la vida es sabia. Y cuando eres papá después de los 50, a diferencia de los papás que tienen 20 o 30 años, tu plan favorito es quedarte en la casa".
Pero claro, también estamos en desventaja. Después de los 50 el estado físico no es el mismo. Cargar 10, 15 o 20 kilos varias veces al día te parece que son competencias dignas de fisicoculturistas experimentados. Agacharse a recoger juguetes o jugar en el piso te parecen hazañas atléticas como para medallas olímpicas. Y no es fácil ni llegar en forma a los 50 ni mucho menos mantenerte. Y aquí un consejito: así como te dicen que antes de casarte hay que bajar cinco kilos porque son los que vas a engordar en el matrimonio, antes de tener un hijo después de los 50 hay que bajar otros cinco, porque son los que vas a engordar probando y comiéndote todo lo que tu hijo deja en el plato. Un consejo que, sobra decir, nadie tiene en cuenta. Por eso ahora tengo que bajar los cinco kilos que aumenté con el nacimiento de mi hija, los cinco del matrimonio que no he logrado bajar y otros cinco que me gané cuando dejé el cigarrillo. Tres razones de engorde de las cuales no me arrepiento de ninguna.
Ser papá después de los 50 debe ser igualito a ser papá a cualquier edad cuando se trata de proteger o angustiarte porque algo malo le pueda pasar a tu hijo. Pero a diferencia de los papás de 20 o 30 años, cuando uno se hace viejo le parece que el mundo está más peligroso que de costumbre. Todo puede ser un peligro para tu hijo y nos volvemos papás súper protectores. Quisiera lograr evolucionar en este sentido. Sé que tengo que aprender a soltar. Es en los niños donde la máxima “uno aprende a los totazos” se hace más sabia.
Cuando eres papá después de los 50 sabes que te queda menos tiempo que a los papás de 20 o 30 años para transformar esta sociedad y hacer de Colombia un mejor país para dejarle a tu hija. Y eso es una ventaja. Porque no puedes dejar para mañana lo que tienes que hacer hoy.
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