Óscar Figueroa es el mejor pesista de Colombia. No solo de los últimos años, sino de la historia. Todos los pesos que la vida le puso encima, los pudo levantar.
e sacó el cuerpo a las pandillas del barrio Bellavista en Cartago, Valle del Cauca, usando el deporte como escudo. Se había instalado allí con su madre y sus hermanos luego de huir de Zaragoza, en Antioquia, donde los grupos armados mantenían el pueblo bajo amenaza. Y esa no fue la única razón para escapar. Las palizas continuas que su papá propinaba a su madre hicieron que él mismo planeara la partida a escondidas.
De esa violencia paterna no tiene ni pizca de resentimiento. Al contrario, Óscar Figueroa agradece que le inculcaran valores y el temperamento suficiente para enfrentar la vida que le tocó. “Si me hubiesen dejado hacer lo que quería, muy probablemente no estaría acá”, dice con su tono pausado, sereno, sentado en el sofá de un hotel de Bogotá donde se hospeda un par de días antes de volver a Cali.
La primera vez que levantó una barra de pesas tenía 12 años y pesaba 32 kilos. También tenía unas ganas enormes de salir de la pobreza, y estaba dispuesto a hacer lo necesario para lograrlo: patear pelotas, correr miles de kilómetros, partir tablas de madera con el canto de su mano o levantar toneladas de peso. Pero su cuerpo no nació para el fútbol, el atletismo o el karate. Su talento tenía marcado otro derrotero.
Su primera profesora, Damaris Delgado, subcampeona nacional en pesas, quedó impactada desde que lo conoció, cuando levantó de sentadilla 65 kilos. Apenas seis meses después de empezar, ya Óscar despuntaba. Como era el mejor del grupo le exigían mucho más: “me tocaba quedarme más tiempo y entrenar más duro que los otros. Todo eso es formación y va marcando la personalidad”, dice.
En 1999 ganó sus primeros campeonatos departamentales y nacionales, y empezaba a ponerle su firma a los primeros récords dentro del país. En 2000 viajó a Praga a su primer campeonato del mundo, y se trajo el quinto lugar. Un año después se coronó campeón del mundo en la categoría juvenil, y repitió la hazaña en 2002.
Pero la épica de un deportista de alta competencia no es su colección de medallas o las veces que ha subido al podio. Ni siquiera su larga lista de marcas. La épica de un deportista de la talla de Óscar Albeiro Figueroa Mosquera consiste en los reveses: los momentos en los que quiso rendirse y sin embargo venció su voluntad, las veces en las que pudo sobreponerse al dolor, superar las caídas, las lesiones, los golpes, los errores, los traumas, las cirugías. Los días en que el cuerpo dijo que no, pero su mente se empeñó en que sí. Su épica es la del guerrero que se supera a sí mismo y sale airoso para exhibir sus victorias con humildad.
Así quedó en evidencia el 8 de agosto de 2016, luego de soltar la barra y saberse ganador de una medalla de oro olímpica. Solo él sabe el largo camino de esfuerzos para llegar a lo más alto del podio: el trabajo pesado en la mina siendo un niño, el pan de 200 pesos compartido entre sus tres hermanos y su madre antes de ir a la cama, la falta de dinero para ir a los entrenamientos o para comprar zapatos, las ampollas en las manos luego de probar suerte como jardinero, albañil o panadero...
La primera vez que Óscar levantó una barra de pesas, a los 12 años, cargó el doble de su peso. Hoy, con casi 34 años, 1,65 de estatura y 62 de peso, Óscar levanta entre 10 y 12 toneladas en cada sesión de entrenamiento. Y no es el único peso que carga: también está a punto de graduarse en Administración de Empresas, tiene su propio negocio de inmuebles, dicta charlas de superación personal y lleva adelante su fundación Levantasueños, desde donde ayuda a niños a transformar las dificultades en oportunidades, tal como lo hizo él con su vida. Todo influye en la vida de un deportista: su preparación, su educación.
¿A usted lo criaron como un campeón?
Mi papá era muy exigente, de mucho tesón, de mano fuerte. Tanto mi madre como mi padre eran bien jodidos. Me exigían en todo: los estudios, la convivencia, la familia. Eso marcó mi carácter y mi personalidad. Algunos creen que soy muy radical, muy jodido, complicado, pero siempre voy hablando con la verdad y de frente. Para mí hay dos mundos: es blanco o es negro.
¿Qué recuerda de su infancia, cuando aún no se había ido desplazado hacia Cartago?
En la finca, de niño, mi papá nos ponía a trabajar igual que a los adultos. Para él no había consideración ni había nivelación alguna. Éramos unos hombres en todo el sentido de la palabra. Desde pequeños hemos trabajado. Eso nos fue fortaleciendo espiritual y moralmente. Nos enseñaron que las cosas buenas cuestan y hay que trabajarlas. Y mis cuatro hermanos y yo somos así: echados para adelante.
¿Qué significó irse a Cali con apenas 17 años? ¿Qué esperaba de la vida en ese momento?
Cuando me voy a Cali comienza un nuevo escalón de mi vida: salir de Cartago, llegar solo a una ciudad grande. Pensé: si quiero hacer lo que quiero hacer, tengo que evolucionar. Yo ya estaba seguro de lo que quería. Estaba seguro de que podía hacer una carrera profesional en este deporte. Ya había visto a personas que me servían de ejemplo y pensé: lo puedo hacer. La vida me ha puesto las escaleras y yo las he subido una a una. Yo miro para atrás solo para corregir, no doy pasos atrás, lo que pasó allí, allí se queda. Miro, corrijo y sigo adelante. No me gusta retroceder.
¿Qué puede decir de sus entrenadores?
Todos los entrenadores han sido determinantes, cada uno ha ocupado un espacio en mi carrera. Damaris Delgado me descubre en Cartago, me da unas muy buenas bases y fundamentos; luego viene Jaime Manjarrés, en Cali, que los pule, con él quedo campeón del mundo por primera vez; y luego el profesor Oswaldo Pinilla, con el que llevo siete u ocho años. Con él se determinan muchas cosas de mi carrera. Los tres me han dicho: “Usted es el mejor, tiene un gran talento, pero tiene que trabajar”. La relación entrenador-deportista viene siendo una relación de padre-hijo, tiene que ser así, con hermandad, carisma, entendimiento. Porque nosotros compartimos más con el entrenador que con nuestros padres.
"La vida me ha puesto las escaleras y yo las he subido una a una. Yo miro para atrás solo para corregir, no doy pasos atrás, lo que pasó allí, allí se queda. Miro, corrijo y sigo adelante. No me gusta retroceder".
Por eso las diferencias con el entrenador búlgaro Ganctho Karouskov…
Sí. Fui muy humillado y tuve que someterme a trabajos muy extensos y rigurosos que me generaron algunas lesiones. La halterofilia era mi único ingreso económico y me tenía que someter a ese estrés psicológico. Somos de diferentes culturas. Él era de una cultura muy militar y muy jodida que no compaginaba con mi carácter. Para hacer las cosas bien hay que quererlas hacer, tener ganas y no que te obliguen. Cuando empiezas a chocar con una persona o te metes en su personalidad, en su salud, en su intimidad, ahí se corta la relación entrenador-alumno.
¿Por qué en la Federación no tomaban en cuenta sus quejas y las de sus compañeros?
La Federación tiene mucho nombre en nuestro país, y los dirigentes que había en ese momento hacían muchos negocios con el levantamiento de pesas. Muchos se han llenado los bolsillos a costa de los mismos deportistas. Por eso no les importaba cómo nos trataran, si nos lesionábamos. Solo les importaban sus negocios. Eso no se puede permitir en el deporte colombiano. Yo estoy haciendo campaña para ser miembro de la Federación porque no puedo permitir que siga el mismo círculo vicioso.
¿Qué le hace falta al deporte en Colombia, qué es esencial cambiar?
Educación, sentido de pertenencia, el creer en nosotros mismos. Los colombianos no creemos. Bueno, yo sí creo en mí. Si no tenemos amor por nuestra patria, por nosotros mismos, la sociedad va a seguir en un progresivo deterioro. Cuando formemos ese verdadero sentimiento patriótico, amor y respeto por el prójimo y por el país, valorar lo que tenemos, en ese momento vamos a lograr que el deporte y la sociedad cambien.
En Atenas 2004 perdió la posibilidad de medalla porque tenía un exceso de peso corporal de apenas 65 gramos; en Beijing 2008 fue eliminado al no poder levantar la barra en ninguno de los tres intentos por una grave lesión en su cervical, una lesión que casi lo deja cuadripléjico; lo acusaron de haber mentido, de que no se había preparado bien. ¿Qué significó ese momento en su carrera?
Ese fue un momento muy importante porque hice una evaluación de mi vida y tomé decisiones: en 2009 empecé a estudiar administración de empresas, y decidí no tener más un entrenador extranjero. Fue un momento determinante. Desde allí mis resultados cambiaron.
Después de Beijing ¿pensó que podía terminar su carrera?
Nunca lo vi como un fracaso, fue un momento difícil que a lo mejor tenía que haber sucedido para estar en donde estoy, porque en vez de debilitarme me fortaleció. Me di cuenta de que en cualquier momento podría terminar mi carrera como deportista y sabía que no tenía ningún apoyo. Y me estrellé contra esa realidad de mi vida y ahí dije: me tengo que preparar. Porque este cuarto de hora no se puede quedar simplemente en “Óscar el campeón mundial”.
La lesión de la columna casi lo deja fuera de competencia. ¿Cómo superó una cirugía tan delicada?
En 2015, para el campeonato mundial en Houston clasificatorio para la olimpiada, se me intensificó tanto el dolor por la hernia lumbar, que caminaba y me caía. Estábamos en concentración en Canadá y le dije al profesor: no aguanto más… me retiro o me voy a operar y si puedo volver, vuelvo. Mi entrenador me dijo: “¿usted diciéndome eso? No, usted no me puede dejar, vamos a llegar juntos porque juntos vinimos”. Y eso me levantó muchísimo el ánimo. Pesqué tercero en ese campeonato y obtuve la clasificación a la olimpiada. El 12 de enero de 2016 me operó el doctor Jorge Felipe Ramírez, y al tercer mes ya estaba haciendo pesas. Es cuestión de querer, de voluntad.
El día de la competencia en Río su madre viajó de sorpresa para acompañarlo. Si hubiera sabido antes de competir que ella estaba ahí ¿se habría puesto nervioso?
No, al contrario, ¡hubiese hecho el récord olímpico! Ella me motiva mucho, es mi motor.
¿Qué tan importante es ser positivo, creérselo, decir “lo voy a lograr”? ¿Un atleta no puede ser pesimista?
En lo absoluto. A veces paso por egocéntrico. Pero, ¿quién va a superar tus propias metas, tus límites? ¡Solamente tú! Si no tienes voluntad, ganas, disciplina, constancia, si no perseveras, si no tienes la determinación de decidir y hacer grandes esfuerzos, no vas a llegar adonde quieres. Si tú no lo haces nadie lo va a hacer por ti. Cuando somos conscientes de la verdadera realidad de nuestra vida, sin importar el entorno social en el que nos encontremos, puedes hacer lo que quieras con tu vida.
¿Tiene algún amuleto a la hora de competir?
Sí, una amatista, una piedra que me da equilibrio energético. La llevo conmigo cuando compito. Abrazo árboles, camino en el pasto para sentir el Houston, clasificatorio para la olimpiada, se me intensificó tanto el dolor por la hernia lumbar, que caminaba y me caía. Estábamos en concentración en Canadá y le dije al profesor: no aguanto más… me retiro o me voy a operar y si puedo volver, vuelvo. Mi entrenador me dijo: “¿usted diciéndome eso? No, usted no me puede dejar, vamos a llegar juntos porque juntos vinimos”. Y eso me levantó muchísimo el ánimo. Pesqué tercero rocío y la vibración energética de la Tierra para recargarme y restaurarme espiritualmente.
¿Cómo se le ocurrió dedicarse a dictar charlas de superación personal?
Después de la medalla de Londres, la esposa de mi entrenador, Paola Reyes, que es coach, me dijo que mi historia era muy buena para motivar a otras personas a hacer sus sueños realidad. Ella me entrenó y empezamos a dar esas charlas de superación personal. Parte de lo que recibo por estas charlas van para la fundación Levantasueños, donde atendemos a niños en situación vulnerable y los ayudamos a cumplir sus sueños y propósitos.
Poco se habla del entrenamiento llevado al extremo que llega a ser dañino. ¿Cómo maneja ese riesgo de agredir constantemente su cuerpo?
El deporte de alto rendimiento nunca va a ser salud. El deporte recreativo es salud porque cuando te cansas, descansas y punto: no tienes quién te empuje y exija más. Mientras que el deporte de alto rendimiento es competitivo y a veces el cansancio no existe. Y es la única manera en que podemos romper nuestros propios límites, superando las adversidades del cansancio. Y es así que salen personas excepcionales.
Sabemos cómo entrena los músculos, pero, ¿cómo entrena la mente?
Para controlar la tensión medito. Mi entrenador está conmigo, él es como una figura paterna. Hablamos, me tranquiliza, en las concentraciones me aíslo totalmente. Hasta de mis propios compañeros. Soy muy exigente en eso.
¿Cómo se ve dentro de 20 años?
Me veo paseando por Colombia, disfrutando de mi empresa. Ahora siempre estoy trabajando porque quiero llegar a los 50 años y retirarme, no trabajar más. Disfrutar mi familia. Tener mi grupo inmobiliario. Estoy trabajando para lograr eso. En Río se quitó las botas en señal de retiro, pero ha dicho que irá a Tokio. Así nos retiramos los grandes, sin embargo, viendo que a los 33 años estoy más fuerte que cuando tenía 20, entonces ¿por qué me voy a retirar? ¿Qué es más pesado que todos los kilos que levanta? En la vida no hay nada pesado, la vida nunca pesa más de lo que puedes levantar. La vida te pone pruebas y en ti está cómo las superas.
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