¿Cómo garantizar el aprendizaje, la salud mental y la felicidad de los estudiantes cuando el contacto físico está prohibido?
esde el inicio de este nuevo año escolar, Juan Martín Sandoval de 10 años, ha tenido que adaptarse a una nueva dinámica: durante ciclos, que duran más o menos un mes, los niños de cada salón son divididos en grupos de cinco. Solo con los chicos de la “burbuja” pueden trabajar en clase, ir juntos al comedor o jugar en los recreos. La estrategia busca minimizar el riesgo de un contagio masivo y, en el caso de un contagio de Covid-19, evita el tener que aislar a todo el salón. Los resultados, en ese sentido, han sido exitosos.
“Al principio no me gustaba para nada, porque no podía jugar con mis amigos de siempre. Pero ahora creo que está bien porque he ido conociendo a otros niños”, comenta Juan Martín. Por su parte, Jacobo Varela, de cinco años, dice con naturalidad, que en su colegio no se puede tocar a nadie y que está prohibido llevar balones o juguetes. Y Simón Sierra, de ocho, comenta que este año no pudo llevar ponqué para su cumpleaños. Cada uno celebró con una porción individual desde su pupitre.
Estos nuevos códigos sociales resultan tristes para los adultos, a quienes nos asaltan todo tipo de interrogantes. ¿Cómo es posible aprender o jugar ante la tajante regla de “no tocar”? ¿O cuando no es posible prestar un juguete o compartir un alimento? ¿No necesitan los niños el contacto para sentirse queridos? ¿Si mi hijo llora nadie podrá abrazarlo? ¿Esta nueva realidad afectará su salud mental?
“Es cierto que a los adultos puede parecernos terrible la manera en la que deben relacionarse los niños, pero debemos aprender de los más pequeños. Tras atravesar toda esta locura de la pandemia, los chiquitos han sido los más obedientes, los más conscientes, los que entienden mejor y aplican las normas. Ellos no tienen problema con usar el tapabocas todo el día. Si no pueden tocarse, se adaptan sin problema. Lo ven como un juego y así lo llevan a cabo”, comenta Claudia Hoyos, directora del jardín infantil Santa Bárbara Preschool.
Por su parte, Isabel Cristina Bettin, psicóloga de preescolar del Gimnasio Los Caobos y Gerente de Proyectos Character Counts Colombia, afirma que algunos estudios apuntan a que hay una afectación cognitiva, física y emocional en los menores, especialmente en las poblaciones más vulnerables por las diferencias socioeconómicas y culturales. Sin embargo, comenta, es posible que dependiendo de la capacidad de resiliencia de cada niño, de lo fuertes que sean sus redes de apoyo y de las vivencias que cada uno haya tenido que enfrentar, el impacto será muy diferente. “Es innegable que el ser humano es un ser social por naturaleza y necesita del contacto físico no sólo como expresión de cariño si no como estímulo de desarrollo. Y sé que es muy difícil pensar que no podemos abrazarnos aún, pero llegará el momento en que ese contacto sea posible. Hace un año no podíamos asistir al aula de clase y los jóvenes lo pedían a gritos. Hoy al menos podemos ver a otros, compartir experiencias: oler, sentir y escuchar. Esto ya es estimulante”.
Marcela Vallejo, orientadora del Colegio Rochester, comparte la tesis de que este nuevo tipo de relaciones podría afectar la salud mental de los niños. Es normal que se sientan frustrados, tristes y molestos. Unos más que otros, porque necesitan el contacto físico para sentirse queridos e involucrados. Sin embargo, también asegura que es una oportunidad para aprender a ser creativos y utilizar nuevos códigos para expresar los sentimientos: “Un abrazo fuerte a mí mismo es una forma de decirte que quiero abrazarte y es importante que lo recibas con la misma carga emocional con la que te lo estoy dando”.
Algunos estudios apuntan a que el distanciamiento físico provoca afectaciones cognitivas, físicas y emocionales en los menores.
Adicción a las pantallas
Una de las secuelas significativas tras el confinamiento fue el sedentarismo y la reducción sustancial de estímulos y actividades lúdicas. Estar encerrados impidió la práctica de muchos juegos, pero también la falta de tiempo por parte de padres y cuidadores llevó a que los niños buscaran distracciones en solitario.
Esto, comenta Isabel Cristina Bettin, aumentó exponencialmente en el tiempo que pasan los niños frente a las pantallas de los dispositivos, abriendo aún más la brecha de socialización y generando terribles consecuencias: adicción a los celulares, exposición a contenidos no aptos para la edad, desarrollo de patrones de sueño irregulares y altos niveles de estrés y ansiedad.
Marcela Vallejo también prende las alarmas en ese sentido: “Hoy vemos que muchos niños y jóvenes han aprendido a divertirse solos. Y esto no es satisfactorio y no nos invita a relacionarnos con personas significativas y mucho menos a ser felices. La tecnología nos está distanciando aún más y, peor aún, nos impide proteger y potenciar la salud mental de los estudiantes”.
Volver a jugar
El tiempo nos ha demostrado que todo pasa. Hace unos meses sentíamos que las clases virtuales jamás terminarían o que vernos en lugares públicos sería imposible. Así que, aunque no debemos bajar la guardia en materia de prevención y cuidado, sí debemos relajarnos y entender que estos nuevos códigos sociales que nos parecen desoladores también llegarán a su fin. Y seguramente mucho antes de lo que imaginamos.
Lo que no podemos permitir, por nada en el mundo, es que los niños dejen de jugar y de relacionarse con otras personas de su edad.
“El ser humano necesita sentirse seguro, libre, querido, reconocido y feliz. En los niños, el juego permite que todas estas necesidades básicas sean satisfechas”, afirma Sonia Muñoz, docente de la Fundación Elegir.
Para Marcela Vallejo el juego es el principal vehículo de las relaciones durante la infancia y la adolescencia: “es el vehículo para el aprendizaje, para reconocerme, para reconocer al otro, para relacionarme. Es prioritario que en los colegios permitamos y fomentemos el juego espontáneo, al aire libre y también dentro del aula”.
Y, aún cuando esto ha sido difícil incluso para los adultos, asegura Vallejo, es vital que los docentes se esfuercen aún más por celebrar los triunfos de los estudiantes, por motivarlos a decir cómo se sienten, por saber cómo están, por hacer hasta lo imposible para interpretar sus emociones a través del tapabocas. Así como a promover encuentros físicos, el contacto visual, y procurar que los niños no dejen de reír.
Volverán los abrazos, pero por ahora lo que no podemos perder es el cariño y la ternura.
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