Las técnicas del mindfulness pueden convertirse en una herramienta eficaz para ayudar a padres y a adolescentes a transitar esta etapa de manera pacífica.
l mundo adulto se ha empeñado en calificar la adolescencia como una etapa de inmadurez en la cual las hormonas tienen la culpa no solo de la transformación física, sino también de generar una montaña rusa de emociones que no tiene freno.
La ciencia ha demostrado que, aunque las hormonas contribuyen a los cambios en el cuerpo, no son las causantes del torrente emocional tan propio de esos años. Gracias a múltiples estudios neuronales, ahora sabemos que se trata de una etapa de remodelación cerebral necesaria para que se pueda dar el tránsito hacia la adultez.
En esa remodelación ocurren diversos cambios que son retadores para los padres y educadores de los adolescentes, porque dan origen a una inestabilidad emocional muchas veces desbordada. Ahora bien, esos cambios no son menos desafiantes para los propios jóvenes, que son quienes los experimentan. Uno de ellos es que todos esos sentimientos que antes tenían límites conocidos, en esta etapa parecen no tener contención, lo que los llena de incertidumbre y muchas veces de ansiedad.
La relación de los adolescentes con sus padres como figuras de apego también se transforma, y los amigos cobran una gran importancia. “Lo que sucede es que uno deja de ser el niño de la casa para volverse un habitante del mundo. Uno empieza a ver cómo se integra al entorno, por eso es tan importante la opinión de los demás”, dice el doctor Rodrigo Muñoz, psiquiatra de Colsanitas.
Desafortunadamente, en esta etapa del desarrollo, lo que piensan los demás cobra tanta relevancia que termina definiendo cómo se ven a sí mismos y la forma en que se comportan. Esa necesidad de ser aceptados por sus pares, sumada a ese deseo tan propio de la adolescencia de hacer cosas nuevas que les proporcionen gratificación, muchas veces los lleva a poner a prueba los límites y a desafiar las normas, incluso las que proporcionan seguridad física y emocional.
El reconocido médico Daniel J. Siegel, doctorado en la Facultad de Medicina de Harvard y profesor de psiquiatría de la Universidad de California en Los Ángeles, UCLA, asegura en su libro Tormenta cerebral que “si los adultos luchan contra estos rasgos fundamentales de la adolescencia, es como si lucharan contra el empuje natural de una catarata. La fuerza de la adolescencia encontrará la manera de manifestarse en las acciones externas y en los procesos mentales interiores. No se puede detener una catarata, pero sí se puede aprender a encauzar su caudal y a aprovechar su fuerza”.
El mindfulness es una herramienta muy útil para encauzar favorablemente ese caudal. Numerosos estudios han demostrado cómo la práctica regular de mindfulness contribuye a la creación de nuevas conexiones neuronales, lo que ayuda a la formación de una red de circuitos más integrada en el cerebro. “Esos circuitos integrados refuerzan el equilibrio de las emociones, nos ayudan a fijar la atención, a entender a otros y a nosotros mismos, a afrontar problemas y a interactuar con otros”, dice el doctor Siegel.
¿Qué es el mindfulness? Es una práctica para desarrollar la atención plena. Esa atención nos permite conectarnos a cada instante con lo que está ocurriendo en el momento presente, sea lo que sea (caminar, comer, un pensamiento, una emoción…), tal y como es, y no como quisiéramos que fuera. Nos enseña a reconocer nuestras emociones y a gestionarlas, a desarrollar la empatía hacia los demás, a aceptarnos y abrazar lo que somos.
Cuando tenemos la atención plena puesta en el momento presente sabemos, por ejemplo, que las emociones son transitorias: como llegan se van. En ese sentido, ayuda muchísimo a gestionar la tristeza, la ansiedad, el miedo y la depresión, que ponen en alto riesgo a muchos adolescentes.
“Los adolescentes contemporáneos tienen más presiones porque se están criando con el modelo Facebook, donde todos están felices siempre, haciendo cosas increíbles, teniendo una aventura tras otra. Es necesario traerlos de vuelta a la realidad donde todos tenemos momentos difíciles, de aburrimiento, de dolor y de tristeza, porque eso hace parte de la vida. El mindfulness es entrar en contacto con uno mismo y con su ser, por eso creo que es bueno para ellos, porque les ayuda a descubrir un interior muy importante que es valioso conocer y verlo con buenos ojos, que entiendan que todos sentimos una cantidad de cosas y que eso no está mal”, asegura el doctor Muñoz.
Otro rasgo muy común en la adolescencia es que la relación con el cuerpo deja de ser tan natural como en la infancia, y en muchos casos se vuelve problemática. Vivimos bajo un modelo social que le da mucho valor a la apariencia, de tal manera que los ideales físicos que anhelan y la comparación constante con sus pares los llenan de inseguridad y les dificulta la aceptación de sí mismos, tal y como son. Esa dificultad en algunos casos toma un cauce peligroso y lleva a algunos muchachos a adoptar hábitos que ponen en riesgo su salud y la vida misma. En ese sentido, la práctica del mindfulness ha demostrado ser de gran ayuda, incluso con pacientes que sufren algún trastorno de conducta alimentaria.
La revista Health Promotion publicó el impacto de Eat for Life, un programa que tuvo como objetivo enseñarles a personas con trastornos alimentarios la práctica de mindfulness. Los resultados de ese estudio demostraron que la mayoría de los participantes lograron desarrollar habilidades para la gestión emocional, una relación más saludable con la comida y la percepción propia de las sensaciones corporales, lo que les permitía diferenciar entre hambre real y hambre emocional.
Asignatura pendiente
En el más reciente Congreso Internacional de Mindfulness, el profesor de la Universidad de Harvard Schumann-Olivier dio a conocer que el 30 % de las escuelas de Medicina de Estados Unidos ya incluyen mindfulness en sus planes de estudio. Esa decisión responde a los múltiples beneficios de esta práctica, que ya se han demostrado científicamente.
En Estados Unidos y en países europeos como España, Holanda y el Reino Unido cada vez más colegios están implementando la práctica de mindfulness en las aulas. En Colombia ha habido algunos ensayos en instituciones educativas públicas y privadas, pero no se ha implementado ningún plan generalizado desde las instancias oficiales del orden nacional o regional.
La organización Mindful Schools revela datos en su página web sobre el impacto positivo del mindfulness no solo en los estudiantes sino también en los profesores. Las experiencias han demostrado también que enseñarles a los estudiantes cómo desarrollar la atención plena ha traído beneficios invaluables a las familias ya que, en el caso de los adolescentes, esta práctica les ha ayudado a transitar de manera más pacífica –con ellos mismos y con los adultos que los rodean— esta etapa tan retadora para unos y otros.
En Colombia aún es una asignatura pendiente. Pocos son los colegios que han decidido integrar la práctica de mindfulness a sus proyectos educativos. Sin embargo, experiencias como RESPIRA, un programa creado en 2013 por Paula Ramírez y Matthias Rüst, constatan los beneficios enormes para quienes practican la atención plena.
Este programa, orientado a trabajar con estudiantes y docentes, principalmente de Cauca y Nariño, los ha ayudado a cultivar el bienestar personal, reducir el estrés y promover el autocuidado, a pesar de que son personas inmersas en contextos de violencia.
Los testimonios de quienes practican mindfulness y los beneficios comprobados por la ciencia deberían ser suficientes para que el sistema educativo en Colombia comprenda que incluir esta práctica en las aulas es una manera de apoyar a los estudiantes para que desarrollen nuevas habilidades de autoconocimiento, aceptación y gestión de sus emociones, lo que sin duda les permitirá vivir una vida más saludable y feliz. Este, quizás, sea el aprendizaje más provechoso de cualquier ser humano.
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