Muy cerca del municipio de Choachí se encuentra La Chorrera, la cascada más alta del país en caída escalonada. Un paraíso escondido a solo una hora de Bogotá.
a travesía comienza en Bogotá, cuando se toma la carretera que conduce a Choachí en plena Avenida Circunvalar. Luego de una hora de curvas y vistas de un hermoso paisaje de frailejones, se llega a la entrada del Parque Aventura La Chorrera. De lejos, un hilo de agua de 590 metros de altura aparece en medio de cuatro montañas imponentes: La Bolsa, El Amarillo, El Purgatorio y Alto Grande rodean la cascada más alta del país en caída escalonada y la sexta más alta en Suramérica. Para llegar hasta la potencia de sus aguas hay que caminar 11 kilómetros (5.5 de ida y 5.5 de vuelta), unas cuatro horas si se opta por hacer un recorrido tranquilo y contemplativo.
Todo comenzó en 2007, cuando 34 familias campesinas de la zona (de los que hoy quedan 17) crearon una asociación de turismo para proteger el bosque nativo que rodea La Chorrera y darle un empuje a la economía campesina, la cual antes dependía únicamente de la agricultura. Entre todos se han capacitado en turismo ecológico, primeros auxilios y atención el cliente. Según Alfonso Parrado, administrador del parque, “gracias a la conciencia ambiental que ha generado la asociación, se ha logrado preservar la vida de animales como el tucán de monte, el marrano espino, el pájaro trogón y el runcho, que es una especie de zarigüeya”.
Entre 800 y 1.000 personas, amantes del turismo ecológico, llegan todos los meses al parque para conocer La Chorrera y hacer actividades de senderismo, torrentismo, avistamiento de aves, cabalgatas y campings. El recorrido incluye cuatro charlas ambientales: sobre la cultura y las costumbres de la región, el medio ambiente, la huella hídrica y el cuidado del agua, y la mitología de la zona. “Queremos que los visitantes aprecien la riqueza ambiental que nos rodea y entiendan la importancia de preservar la herencia que nos ha dejado la naturaleza. Como parte de este trabajo, hemos plantado 2.000 árboles y vamos a comenzar una campaña para que cada turista que nos visite siembre un árbol y así se comprometa con el crecimiento del bosque nativo”, afirma Parrado.
La vía de la naturaleza
La caminata inicia en el Alto de Chuscas, desde donde se ve la inmensidad del paisaje y se puede intuir la intensidad del recorrido. Al comienzo del camino se puede parar en una huerta orgánica que vende productos de la región –yogur, cuajada, quesos– para tener la energía necesaria y comenzar a adentrase en un angosto camino, lleno de sorpresas naturales, el mismo que hace 114 años era utilizado por grupos indígenas para ir a Monserrate y Bogotá.
Luego de 30 minutos caminando aparece El Chiflón, una cascada de 55 metros de altura que permite a los turistas atravesarla por detrás, a 40 metros de distancia de su acelerada cortina de agua, y donde los más atrevidos pueden hacer torrentismo. En ese punto, donde muchos optan por pasar el día y almorzar, o quedarse una noche acampando, comienza el trayecto más largo para llegar a La Chorrera. Por un camino de vegetación exuberante y húmeda se aprecia una gran variedad de fauna y flora. Abundan sietecueros, borracheros y arrayanes, y animales como ardillas, colibríes, armadillos, comadrejas y azulejos que es posible ver muy temprano en la mañana o cuando cae la tarde.
En 40 hectáreas de bosque nativo se atraviesan quebradas, nacimientos de agua, cuevas formadas en piedras gigantes, un sendero rural y un subpáramo de bosque nativo en donde predominan los chusques —plantas similares al bambú—, los arrayanes, los cedros, los helechos y los musgos.
En medio del camino, el paisaje se abre para presentar un cuadro con decenas de piedras de diferentes tamaños cubiertas con lama, por donde se ingresa al mágico bosque de Las Bobas. El nombre se lo dieron por estar rodeado de palmas bobas, una especie de palma helecho de 12 metros de altura que hoy se encuentra en vía de extinción. El bosque de Las Bobas desemboca en la quebrada La Ondariza, en medio de los cerros El Amarillo y Alto Grande. El sonido del agua cristalina, el viento helado y el canto de los pájaros componen el preludio de lo que queda de camino.
Antes de llegar a La Chorrera, un pequeño desvío conduce a la Cueva de los Micos, una formación rocosa con estalactitas que hace cientos de años sirvió de refugio y hospedaje a los indígenas. Subiendo un poco más comienza a escucharse el imponente rugir del agua. El destino final está cerca. A pocos metros aparece La Chorrera con sus seis imponentes caídas, una detrás de la otra. Paredes de agua que caen a velocidades indescriptibles. Un momento mágico en el que el ser humano vuelve a ser uno con la naturaleza.
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