Los efectos del encierro en los niños y adolescentes están causando, en algunos casos, depresión infantil. ¿Cómo podemos prevenirla o tratarla en el hogar?
o quiero salir porque afuera la gente no tiene cara, son monstruos”, esa fue la razón que Jacobo, un niño de tres años, le dio a su mamá cuando ella le preguntó por qué no quería ir al parque si ya estaba permitido, después de pasar casi tres meses encerrados en el apartamento.
Jacobo siempre ha sido un niño muy activo. Vive en una ciudad de la costa colombiana, así que su vida antes de la pandemia transcurría en buena medida al aire libre, siempre en contacto con la naturaleza, el agua, la arena y todos los privilegios que otorga vivir en una ciudad pequeña con el mar de vecino. Pero la pandemia transformó su mundo de un momento a otro, y la capacidad de adaptación que tienen muchos niños hizo que su apartamento se convirtiera en el lugar que ya no quería abandonar, ni siquiera para disfrutar lo que antes lo hacía feliz.
Aunque los niños no se expresen claramente, sí están captando toda las noticias que escuchan o ven, y no las procesan igual que un adulto.
“Su mundo se volvió esta casa, estas cuatro paredes. No quería salir a hacer nada de lo que antes lo motivaba. Si lo llevábamos al parqueadero a dar una vuelta en la bicicleta no quería que yo me le despegara, sentía miedo. Después empezó a mostrar unas señales que nos alertaron”, cuenta la mamá, Sara Núñez.
Los signos que alertaron a los papás de Jacobo estaban relacionados, sobre todo, con habilidades motoras que el niño dominaba antes de la pandemia y que empezó a olvidar después de la cuarentena. Se caía de la bicicleta, caminaba y tropezaba con frecuencia, se agitaba muy rápido, se cansaba y se quedaba quieto. Esto no era normal en su comportamiento. Cuando volvieron a la piscina del edificio Jacobo no quiso hacer lo que habitualmente practicaba con destreza: saltar desde la orilla y hundirse. Tuvo varios ataques de rabia en los que destruyó los dibujos de su cuarto. Finalmente admitió (verbalizó) que estaba triste.
Algunos aparentemente se adaptaron tanto al encierro que ya no quieren o les da miedo salir.
La psicóloga del jardín le diagnosticó una depresión infantil, motivada por el aislamiento social, así que los padres de Jacobo empezaron a tratar el problema con distintas estrategias. “Lo primero que hicimos fue tranquilizarnos con el tema del coronavirus. Nos asesoramos con amigos médicos, entendimos cuáles eran los protocolos más importantes para no contagiarnos y dejamos de estar tan preocupados por eso. Volvimos a salir poco a poco, hasta que Jacobo se sintió cómodo. Volvimos a tener algunas rutinas de antes, dejamos de ser tan laxos con las pantallas, porque vimos que le estaban generando ansiedad. Afortunadamente ya está mejor. Recuperó la alegría, aunque le sigue haciendo mucha falta el contacto con las personas. Fue muy difícil para mí, como mamá, verlo así y tener que darle fuerza en esos momentos”, comenta Sara. Afortunadamente el amor de unos padres dedicados y la guía de los expertos hicieron que Jacobo pudiera recobrar la energía y la alegría propias de un niño de su edad.
"Nos asesoramos con médicos, entendimos cuáles eran los protocolos más importantes y dejamos de preocuparnos por esos".
Qué efectos está causando la pandemia en los niños
Gloria Escobar es pediatra de Colsanitas. En los últimos meses han llegado a su consulta niños y jóvenes con diferencias en la adaptación a la situación de aislamiento. Algunos aparentemente se adaptaron tanto al encierro que ya no quieren salir. Están muy cómodos en su casa e hicieron su propio mundo, en el que no necesitan interactuar más que con sus padres. Son niños desde los tres años hasta adolescentes que deciden no salir aunque se les permita hacerlo, justificándose de diferentes maneras. Pero una vez vuelven a tener contacto con el exterior se sienten muy cómodos y les cambia la percepción y el comportamiento.
El segundo tipo de pacientes que está detectando la doctora Escobar en su consultorio son niños que tienen más estructurado el motivo por el que no quieren salir. “Algunos temen la muerte, o tienen familiares con covid-19 y no quieren ser discriminados, o temen que algún familiar se enferme. Habitualmente no vemos tantos niños y jóvenes enfrentados al miedo; esta emoción es más propia de jóvenes mayores, a partir de los 10 o 12 años. Pero ahora se está presentando en niños de todas las edades. No es fácil de evidenciar y no sabemos a largo plazo las repercusiones que traerá la pandemia sobre esta generación”, confirma la pediatra.
La cifra
El miedo es una emoción más propia de los 10 o 12 años en adelante. Ahora hay niños de todas las edades con miedo.
¿Qué hacer?
¿Qué podemos hacer para cuidar la salud mental de los niños en tiempos de crisis como este? Estas son algunas recomendaciones de la doctora Gloria Escobar:
1: Estar pendiente de cualquier alteración en la rutina de sueño o alimentación de los niños, y de los cambios de ánimo, sobre todo en los relacionados con la agresividad.
2: Tener cuidado con lo que se habla respecto al tema del covid-19 y sus repercusiones. Ser claros con la información según el nivel de comprensión de cada edad, pero no sobreinformarse o informarse mal. Aunque los niños no se expresen claramente, sí están captando todas las noticias que escuchan o ven, y no las procesan ni expresan lo que piensan de la misma forma que un adulto. Ese es el peligro.
3: Mantener las rutinas de la antigua cotidianidad (las que se puedan: sueño, alimentación, ejercicio). Los niños esperan que sus padres les den seguridad, que sean lo suficientemente fuertes para poder sostenerlos en cualquier situación. Esto no significa que no podamos expresar diferentes emociones frente a ellos; de hecho debemos hacerlo para validar también las suyas. Pero no es correcto cargar al niño con nuestras angustias. Debemos estar atentos a lo que hablamos enfrente de ellos, o de las reacciones que tenemos frente a ciertas noticias, o información o conversaciones.
4: Moderar al mínimo posible el tiempo frente a las pantallas interactivas. El uso de las pantallas se ha asociado a comportamientos adictivos, aislamiento social y baja tolerancia a la frustración.
5: La interacción con amigos, familia o maestros no debe reducirse solo a la que tienen a través de las pantallas. Podemos recurrir, por ejemplo, a las llamadas telefónicas, los mensajes de voz, podcasts, algunos encuentros regulados, y así evitar que todo sea “virtual” y de carácter inmediato.
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