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El maestro Alejandro Posada en estado de reposo

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Ha dirigido orquestas en Europa y América, y ha formado a varias generaciones de músicos colombianos. Una entrevista con un hombre inquieto en estado de reposo.

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l maestro Alejandro Posada el encierro de las cuarentenas lo ha puesto frente a una quietud desconocida para él. Desde hace años su trabajo le pide vivir en dos lugares al tiempo, de modo que se ha pasado la vida entre Viena y Sarajevo, entre Austria y España, entre España y Colombia, y más recientemente, entre Fort Lauderdale y Medellín, adonde viaja seguido, o viajaba, para dictar clases de dirección orquestal en la universidad Eafit y atender el trabajo que hace con la Academia Filarmónica Iberoamericana, Iberacademy.

Desde hace ocho años está afincado en la Florida, en Estados Unidos. Allá está su hogar; allá están su esposa y su hijo de trece años. Para alguien que se monta más de cien veces al año en un avión, estar quieto no deja de ser raro, aunque tiene sus ventajas: es la primera vez que pasa más de cinco semanas seguidas con ambos.

Pese a estar en un solo lugar sigue muy activo. Se prepara para empezar un nuevo semestre académico, y aunque está acostumbrado a dictar clases remotas, la perspectiva de completar un año entero dando clases en línea empieza a agotarlo. Esta entrevista también es virtual; nos vemos en una pantalla de teléfono y nos oímos con voces metálicas que a veces pierden sincronía, pero el maestro Posada es buen conversador, vosea como si charláramos tomando café, y le gusta hablar de su vida y de sus proyectos.

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Así aprendí a estudiar dieciséis horas al día y entendí que, de verdad, los músicos tenemos mucho en común con los deportistas de alto nivel.

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¿Cómo era la ciudad donde se formó como pianista?
En ese entonces no había mucho en Medellín. Pero lo que había me ilusionaba bastante: existía la Sinfónica de Antioquia, la antigua, que hacía un muy buen trabajo; el maestro Sergio Acevedo hizo mucho público y los conciertos se mantenían llenos. Aún no existía el Teatro Metropolitano, entonces todo lo veíamos en el Pablo Tobón. También recuerdo haber ido a presentaciones en la Cámara de Comercio, que tenía mucha actividad.

Esos conciertos me emocionaban, pero la verdad era que no teníamos suficientes músicos profesionales para orquestas como los que tenemos hoy, ni para un repertorio de, digamos, Brahms o Strauss. Cuando se quería hacer algo grande se traía media Filarmónica de Bogotá, que se juntaba con la Sinfónica de Antioquia, y así podíamos ver algo de repertorio. Fue más tarde cuando apareció toda esta corriente fuerte con el maestro Alberto Correa, que creó el Estudio Polifónico de Medellín, y luego en el 83 la Filarmónica, y después apareció la Red de Escuelas de Música de Medellín con Juan Guillermo Ocampo. Todo eso empezó a nutrir la ciudad.

Cuando yo estudié, las dos facultades de música eran Bellas Artes y la Universidad de Antioquia. También había otras escuelas, como la Tomás Luis de Victoria, que quedaba en el Primer Parque de Laureles. De hecho, allá alcancé a estudiar algo de contrapunto con el maestro Rodolfo Pérez, que acaba de morir. Pero Bellas Artes fue mi hogar. Llegó un punto en que tenía llave de la puerta y entraba hasta los domingos. Todo era muy familiar.

A menudo dice que los músicos profesionales y los deportistas de élite tienen mucho en común. Luego de estudiar piano en Medellín usted se fue a Viena. ¿Cómo fue esa preparación de atleta de alto rendimiento musical en Austria?
Cuando llegué a Viena recibí un tremendo baldado de agua fría. Yo en Medellín hacía mucha música, y desde luego eso estaba muy bien, pero la verdad es que estudiaba muy poco. Me la pasaba dando conciertos y organizando presentaciones, pero las horas de estudio no las tenía. Y al llegar me di cuenta de que había que tenerlas. El nivel me tomó por sorpresa. Es que era un nivel de verdad. Por ejemplo, yo soñaba con tocar el Segundo Concierto para Piano de Rachmaninoff, y resultó que mi compañera coreana de solfeo, que ni siquiera era pianista sino compositora, lo tocaba perfectamente, y era menor que yo.

Me preparé casi un año para el examen de admisión. Hubo momentos en los que quise salir corriendo porque pensaba que no había manera de pasarlo. “Ni para qué insisto”, me decía. Así aprendí a estudiar dieciséis horas al día y entendí que, de verdad, los músicos tenemos mucho en común con los deportistas de alto nivel. De entrada vamos en contravía de la edad, porque en la música hay muchas cosas que tienen que suceder temprano: la educación del oído, por ejemplo, o la conexión neuronal entre dedo y cerebro.

El clima también fue muy duro. Yo salí de Medellín desde el Olaya Herrera a treinta grados, y llegué a una nevada en Viena que ni siquiera era vertical sino horizontal, y que no me permitía ni mirar al frente. Eso psicológicamente fue fuerte y complicado. Los primeros dos años y medio fueron muy duros. Los más difíciles. Pero también los más bonitos.

Maestro Alejandro Posada en estado de reposo

Después de estudiar en Viena usted pasó a dirigir en Saravejo, precisamente durante los años de la disolución de Yugoslavia. ¿Cómo fue estar y trabajar allí durante ese tiempo tan convulsionado y difícil?
Empecé a ir a Sarajevo primero como director invitado, y en ese entonces la ciudad estaba intacta. Recuerdo los localitos de los fenicios para la venta de oro. Allí vivían los bosnios, los serbios, los musulmanes, y todos compartían costumbres. Yo vivía en Viena pero viajaba en tren por las noches a Sarajevo, y cuando tenía que quedarme un domingo me invitaban a cultivar el español antiguo, porque había una comunidad sefardita. O podía entrar a una mezquita y luego a un templo cristiano sin ningún problema. Era una ciudad que no había experimentado una guerra, aunque allí se hubiera gestado la Primera Guerra Mundial. Pero Sarajevo nunca había sido ni bombardeada ni atropellada. Era un lugar muy interesante.

Luego cuando fui director titular empezó la guerra y fue muy triste. Estuve tres días detenido en el aeropuerto de Belgrado sin poder salir, cuando insistí en ir a dar un último concierto. En ese momento en Colombia también estábamos viviendo la época dura del narcotráfico, y muchos solistas o directores decían que no volverían a Medellín y eso me dolía. Y como en Sarajevo pasaba lo mismo, que todo el mundo me recomendaba no ir, yo iba. Además era mi primer trabajo como profesional y le tenía mucho cariño a la orquesta.

Es que era una ciudad muy cultural. Tenía uno de los mejores grupos de teatro de Europa y uno de los mejores ballets. Allí los músicos trabajaban un montón, había una escuela que se podía respirar en el aire. Eran músicos que ensayaban con la filarmónica por la mañana, en la tarde estaban con la orquesta de cámara y por la noche tocaban ópera. Entonces sentarse con ellos en los descansos era muy interesante; fumaban mucho y tomaban un café horrible, negro y espeso, pero charlaban de muchas cosas muy enriquecedoras para mí tan jovencito.

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"Siempre he estado viendo quién hay en Medellín o en Colombia para tratar de abrirle oportunidades".

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Además de director usted también es algo que podría llamarse “gestor musical”. ¿Cómo surgió esa faceta suya? ¿Cómo y cuándo la descubrió?
Eso ha sido de toda la vida. Mi esposa dice que yo estoy en la música no por músico sino por emprendedo emprendedor, que ha sido mi manía desde siempre. Desde pequeñito vendía cosas, organizaba la semana cultural del colegio, fui director técnico del equipo de fútbol y director del grupo de teatro. Creo que por eso terminé en la dirección y no en la interpretación. A mí el piano me parecía muy solitario —las horas y horas de estudio, tocar casi siempre solo—, y eso no era tanto lo mío.

Ahora bien, en Viena, como dice la maestra Blanquita Uribe, me di cuenta de que me había tomado la música en serio muy tarde, así que me puse a pensar cómo ayudar desde temprano a jóvenes que realmente se quieren dedicar a la música. Así empecé. Recuerdo que en 1992, cuando llegué por primera vez a España a dirigir la orquesta de Galicia, apenas entré en confianza con el gerente buscamos la manera de que Gonzalo Ospina, el violinista de la Filarmónica, se fuera muy jovencito a tocar a la orquesta de Galicia y a estudiar.

Siempre he estado viendo quién hay en Medellín o en Colombia para tratar de abrirle oportunidades. Cuando estuve en España montamos un programa bastante grande con la Orquesta de Valladolid y llevamos cuarenta personas a hacer prácticas allá. Llevamos gente de todas partes: de Sincelejo, de Montería, de Pasto, y a todos les buscábamos oportunidades para que se foguearan. Así empezó, sin quererlo, esto que tenemos ahora que se llama Iberacademy.

¿Cómo ha sido esa historia?
Es un programa que ha tenido muchos cambios, etapas y evoluciones. Al principio ni siquiera tenía nombre. Era cuando con el gerente de la orquesta de Castilla y León llevábamos músicos a Europa, pero además empezamos a llevar profesores a Colombia para optimizar el recurso. En ese momento lo llamamos Escuela de Práctica Orquestal, y trabajábamos con la Sinfónica de Colombia. Después pasamos a trabajar con la Filarmónica de Medellín, y ahí nos llamamos Academia Filarmónica de Medellín. Y hace unos cuatro o cinco años el programa empezó a requerir una estructura administrativa y dirección artística independiente, entonces pasó a llamarse Iberacademy, que es Academia Filarmónica Iberoamericana. Esto también sucedió porque desde la Fundación Hilti, que nos patrocina, nos pidieron que empezáramos a apoyar programas en otros países de Latinoamérica. Desde entonces trabajamos sobre todo con Bolivia, Perú y Nicaragua, pero también con Brasil, con Chile, con Cuba, y tenemos alianzas con más países.

Lo que buscamos es que los talentos no se pierdan por falta de oportunidades. Que a nadie le falten oportunidades. Además, con los muchachos trabajamos mucho lo humano: que aprendan a ser artistas lo más temprano posible.

Entrevista con Alejandro Posada

¿Y cómo ve el futuro? ¿Para dónde va Iberacademy? En otras entrevistas usted ha usado la expresión “centro de altos estudios musicales”. ¿Qué quiere decir eso?
Tenemos alianzas con tres universidades de las cuatro que enseñan música en Medellín, y allá hemos llevado estudiantes y profesores de muchos países. Además empezamos a traer estudiantes de fuera a vivir en Medellín: tenemos uno de Venezuela, una chelista de Bolivia, un contrabajista de Perú y un violista de Nicaragua. En Medellín están haciendo su carrera y el plan es tener un grupo grande de estudiantes de afuera que encuentren en la ciudad el lugar de estudios de música de cámara y orquestales que no pudieron encontrar en sus países.

Nuestra meta es tener una Orquesta Iberoamericana fuerte, que represente a la ciudad en el mundo. Pero sobre todo nuestra gran meta es algo que acabamos de empezar: volvernos los padrinos de la música en Antioquia. Que los muchachos talentosos, ya decididos a ser músicos, que están en la universidad, se vuelvan modelos a seguir: que aprendan a compartir y a apadrinar a otros muchachos en municipios de Antioquia. Que se vuelvan responsables del futuro de un niño, y que ese niño a su vez se responsabilice de otros dos o tres niños en su escuela, y se vuelva colaborador de los profesores.

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"Es duro tener que estar haciendo música siempre porque si no se pierde el nivel. Es como si se desaprendiera lo aprendido".

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¿Cómo va a avanzar en estos proyectos teniendo en cuenta las nuevas circunstancias?
Esta pandemia nos puso en una situación muy propicia para nuestro proyecto. Hoy tenemos cuatrocientos alumnos de treinta municipios de Antioquia en clases virtuales, y recibiendo ese acompañamiento como de hermanos del que hablo. Esperamos que cuando todo esto pase seamos muy cercanos y muy amigos, y a partir de ahí podamos crear unos programas juveniles de líderes de la música en Antioquia.

Espero que en cinco años tengamos una explosión musical muy tremenda en el departamento.

¿Ser músico es una profesión difícil?
Yo no creo que haya profesiones fáciles. Pero en la música para mí sí hay momentos duros: cuando tengo que enfrentarme a una orquesta nueva siempre me duele el estómago. Y también hay algo de soledad: son muchas las horas que pasa uno estudiando la partitura, muchas las horas en un avión. Y también es duro tener que estar haciendo música siempre porque si no se pierde el nivel. Es como si se desaprendiera lo aprendido.

Maestro Alejandro, ¿tiene cuenta en Spotify?
Sí.

¿Cuál es la canción menos académica en sus listas de reproducción?
Lo único que oigo por fuera de la música académica es Serrat [se ríe]. O con mi esposa cuando voy en el carro oigo todo lo que a ella le gusta, porque ella sí tiene un repertorio muy amplio. Pero la verdad es que yo escucho música sobre todo para estudiar. Antes mantenía una maletica como de piloto llena de discos compactos para estudiar en los hoteles, pero afortunadamente eso ya pasó y ahora uso Youtube, que me parece la herramienta más tremenda del mundo. Eso es una maravilla.

Así se organiza una orquesta

La organización de una orquesta sinfónica presenta algunas variaciones de país a país y de una cultura musical a otra. Sin embargo, hay una estructura más o menos fija, donde las cuerdas van en primer plano (violines, violas, violonchelos y contrabajos), los instrumentos de viento-madera se ubican en la segunda línea (flautas, cornos, fagots, etc), en la tercera están los bronces (trompetas, tuba, trombones, bombardinos) y atrás, en la última línea, la percusión (timbales, triángulo, tambor, xilófono).

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