Esta es la historia de un hombre que recibió un riñón de su hermano y gracias a eso salvó su vida.
El 26 de enero de 2011 Andrés Correa entró a un quirófano de la Clínica Universitaria Colombia y se sometió a una cirugía para donarle el riñón derecho a su hermano Felipe. De su familia, y después de análisis y exámenes, Andrés era el que había presentado mayor compatibilidad para ser donante. Así que, lejos de asustarse recibió aquello como una gran noticia.
—Yo había visto durante tantos años lo que padeció Felipe, y mis padres, que para mí no había nada que pensar. Para mi pareja fue un choque porque ella estaba embarazada en ese momento. Pero yo nunca pensé que me iba a morir, nunca sentí temor.
El viacrucis del paciente
El padecimiento de Felipe Correa había empezado 10 años antes. Desde muy joven sufría de obesidad, antes de los 30 años ya pesaba 150 kilos. Sin embargo, más allá de unos síntomas dispersos que siempre atribuía a la gordura, tenía una vida normal, con una carrera en ascenso en un banco.
Por esa época, las cirugías para adelgazar no eran muy conocidas y Felipe pensaba que tenían una finalidad netamente estética, cosa que poco le interesaba. Por coincidencia, varias personas le recomendaron un especialista para ese tipo de cirugías. Finalmente decidió pedir una cita y hacerse los exámenes que el médico le prescribió.
Al salir los resultados lo llamaron de la clínica para que se presentara con urgencia. Los exámenes estaban tan mal, que el médico pidió repetirlos para confirmar que no había un error. Y no, no lo había. “Usted tiene una falla renal crónica”, fue el diagnóstico del médico.
Ese fue el inició de años muy difíciles para Felipe y su familia. Cada examen que se hacía salía peor y no eran solo los riñones: su tiroides fallaba, tenía hipocalcemia, problemas de azúcar, desórdenes hormonales, en fin, un metabolismo totalmente desequilibrado.
Pero lo más apremiante eran los riñones. Por eso, lo primero fue iniciar el proceso para hacerse diálisis, un tratamiento que consiste en que una máquina realiza la función que los riñones enfermos no pueden cumplir: filtrar los desechos y el exceso de agua de la sangre. La diálisis generalmente se hace cuando a los riñones les queda menos del 15 % de su función y normalmente los pacientes que acuden a ella están a la espera de un órgano para ser trasplantados.
La cifra
Más del 70 % de los trasplantes que se realizan en el país son de riñón.
Para que la máquina de diálisis haga su función, es necesario que la sangre salga del cuerpo para ser filtrada, y luego vuelva a entrar, pero las venas y arterias son muy delgadas para resistirlo, por lo que es necesario crear lo que los médicos llaman un “acceso vascular”, que puede ser de tres tipos: una fístula, un injerto o un catéter.
Inicialmente, a Felipe le hicieron una fístula, que consiste en la unión de una vena con una arteria cercana, generalmente del brazo, para crear un vaso sanguíneo grande por donde pueda fluir la sangre. Se trata de una cirugía menor que debe realizarse unos meses antes de iniciar la diálisis, pues la fístula debe “madurar” para resistir el flujo sanguíneo. Tras un ensayo que no funcionó le hicieron otra y, seis meses después, empezó la diálisis.
“La diálisis es un proceso muy duro. Son sesiones de cuatro horas en la clínica, día de por medio. Es tenaz porque el día que uno no va se está recuperando del anterior, pues sale con tensión, cansancio y muchos calambres”, cuenta.
Pero no era lo peor. En algún momento la vena se le cerró y le tuvieron que poner un catéter (otro de los tipos de acceso vascular, que se hace en el cuello y tiene más riesgo de infectarse). Ese catéter se infectó y la bacteria se alojó en su ojo izquierdo y lo perdió.
Fue un momento muy doloroso que llegó con otra pésima noticia: el grupo de trasplantes, que es el equipo médico que decide si una persona es apta médicamente para ser trasplantada, consideró que no lo era, por la obesidad y los riesgos que representa una intervención como esa. Y como si fuera poco, lo despidieron del trabajo, pues consideraron insostenible sus constantes inasistencias a causa de la diálisis.
Fue entonces cuando un amigo cirujano, el doctor Rubén Luna, lo animó a que bajara de peso con el llamado balón gástrico, para que pudiera ser candidato al trasplante. Gracias a eso bajó 20 kilos. Pero no era suficiente, necesitaba bajar más, entonces se sometió a un bypass gástrico. El postoperatorio se complicó y tuvo que permanecer seis meses hospitalizado, alimentado únicamente por una sonda. Lo más difícil era que día de por medio tenía que cumplir con la diálisis, y en la clínica no había ese servicio, por lo que tenían que llevarlo en ambulancia.
Pero Felipe, con la firmeza y determinación que lo caracterizan, y sobre todo con el apoyo de su familia, en especial de su madre, superó los obstáculos. Bajó 60 kilos, salió de la clínica y empezó otra vez los exámenes para cumplir su meta: entrar en lista de espera por un riñón.
Como había bajado tanto de peso, le sobraba mucha piel, por lo que su doctor le indicó que debía realizarse una cirugía para quitarla y así evitar riesgos a la hora de un trasplante. Entonces otra vez algo se complicó: los puntos internos de la cirugía no pegaron, por lo que su estado de salud se complicó, a tal punto, que tuvieron que hacerle transfusiones de sangre para salvarlo.
Pero Felipe se recuperó una vez más y finalmente logró entrar en la anhelada lista de espera. Un mes después sonó el teléfono de su casa. Le dijeron que había un donante pero debían revisar la compatibilidad, así que lo llamarían nuevamente en una hora. La llamada tenía el propósito de que se preparara y no comiera nada, por si acaso.
“¿Será que me opero? He resistido a la diálisis, pero ¿será que resisto la operación? ¿Y si muero? ¿Y si mi cuerpo rechaza el órgano y quedo peor?”, eran las preguntas que se hacía Felipe durante esa hora de espera. Cuando sonó el teléfono no eran buenas noticias: “No es para usted, hay otra persona más compatible”.
Eso no fue lo peor. Por la transfusión de sangre que le habían hecho, sus posibilidades de ser compatible para un trasplante eran mucho menores que las de cualquier otro de la lista, por lo que difícilmente sería la primera opción. Además, sus accesos vasculares para la diálisis se estaban cerrando y ya no había dónde hacerle más fístulas.
El camino del donante vivo
Pero había una opción que no habían contemplado: la de un donante vivo. Cuando Felipe le planteó el tema a su familia, todos estuvieron dispuestos a apoyarlo. El papá sufría del corazón y quedó descartado, pero la mamá, los dos hermanos y una prima empezaron a asistir a las charlas informativas.
Ahí les explicaron que en Colombia una persona viva puede donar un riñón, un pulmón, una parte del hígado y también puede donar médula ósea y células madre, además de sangre. También les explicaron que donar no implica riesgos para la vida del donante, más allá de los normales de cualquier cirugía. Como dice Andrés, “ellos no van a matar al pollito que está bien para darle caldo de pollo al pollito enfermo”.
También les aclararon que la donación entre vivos tiene ventajas sobre la que se hace con donantes fallecidos, pues hay más probabilidades de compatibilidad, se hace más rápido y puede durar más. Les hablaron sobre los cuidados posteriores: quién dona un órgano, como cualquier persona, debe evitar el cigarrillo y el alcohol, hacer ejercicio y comer bien. No quedan con ninguna limitación, su cuerpo se adapta y puede funcionar normalmente sin el órgano donado.
Andrés recuerda que a esas charlas fueron personas que habían donado un riñón hacía 25 años y estaban en perfecto estado. Eso le dio la tranquilidad para seguir adelante con el proceso y hacerse todos los exámenes de compatibilidad.
Meses después, los médicos llamaron a Felipe y le confirmaron que su hermano menor era el candidato más opcionado.
Final feliz
El 26 de enero de 2011 Felipe y Andrés madrugaron. Cuando iban camino a la clínica, Felipe le volvió a preguntar a su hermano si estaba seguro:
—¡Claro que sí! y no me pregunte más, si los médicos están seguros yo estoy seguro —le contestó Andrés.
Mientras operaban a su hermano para extraerle el riñón, Felipe estaba muy nervioso, se sentía mal por poner a su hermano en esa situación, especialmente porque estaba a punto de ser papá. Por fortuna, las dos cirugías fueron un éxito y al cabo de unos días, los dos hermanos estaban en sus casas.
El dato
Colombia es uno de los países con las tasas de donación de órganos más bajas del mundo, con un promedio de entre 8 y 9 donantes por millón de habitantes.
Han pasado 11 años desde entonces. Felipe dice que antes del trasplante “no vivía, sobrevivía”, pero el riñón de su hermano le trajo una nueva oportunidad y le dio calidad de vida. Se acabaron las diálisis a las que asistió puntualmente durante nueve años; ha podido disfrutar de su familia, en especial de sus tres sobrinos, que son su adoración; ha viajado, retomó su vida laboral y terminó dos postgrados.
Felipe dice que “sin familia nada es posible”. Ellos han estado al pie del cañón durante todas sus batallas, han sufrido con sus derrotas, se han alegrado con sus victorias y son el motor que le permite seguir luchando. Lo mismo el grupo de médicos y la psicóloga que lo ha atendido desde hace más de 15 años, por quienes siente admiración y agradecimiento profundo. Y ni qué decir de las personas que estuvieron dispuestas a entrar a un quirófano para salvarle la vida: su mamá, sus hermanos Juan Manuel y Andrés, y su prima Lina María.
—Trasplante sin donante no existe. Uno como paciente puede tener toda la voluntad, hacer todo lo que le digan, pero sin ellos no hay posibilidad de nada. La historia debe enfocarse en el que da, no en el que recibe. Ellos son los héroes —dice Felipe señalando a su hermano.
Andrés se siente incómodo con la palabra “héroe”. Él cree que cualquiera en su posición hubiera hecho lo mismo y que lo que falta son campañas sobre la donación, porque de haber información habría menos miedo y seguramente habría más trasplantes. Por eso quiere compartir su historia, pues donar un riñón no afectó su vida y en cambio sí le devolvió la suya a su hermano. Por eso, aunque a él no le guste, en su casa lo consideran un verdadero héroe.
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