A punto de llegar al sexto piso, el autor todavía se pregunta quién es.
uando se es joven es muy común escuchar la frase “conócete a ti mismo”. Esta motivación se convierte en una meta que tarde o temprano se debe alcanzar. Conocerse uno mismo debe ser definitivo para encontrar paz interior. Los medios ayudaban a propagar ese tipo de búsquedas. Era la época en que “Desiderata” era un éxito radial, una declamación con fondo musical en la que soltaban frases como “acata dócilmente el consejo de los años abandonando con donaire las cosas de la juventud”; “tú eres una criatura del universo, no menos que las plantas y las estrellas”, y el grandioso final: “¡Esfuérzate por ser feliz!”.
En aquellos tiempos pasaban en la televisora la serie Kung Fu, que también estaba plagada de frases edificantes: “Pequeño Saltamontes, sé tú mismo. Y nunca temas quedarte desnudo ante los ojos del resto”.
Permeado por ese tipo de mensajes (más la novela breve Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach), me parecía más que sensato imaginar que algún día llegaría a conocerme. A ser yo mismo. Al cumplir 15 años supuse que a los 30 ya habría logrado esa meta. A los 20, ya no tan convencido, pensaba que se lograría a los 50.
No ha sido así. Ya tengo 59 años y varios meses, y esa serenidad que viene del conocimiento de mí mismo no aparece por ningún lado. Por el contrario. Miro hacia atrás y descubro que yo tenía (o creía tener) más certezas cuando andaba por los 25 y los 30.
Todo parece indicar que el recetario de certezas que nos inunda a lo largo de la vida es incapaz de responder la sencilla pregunta que se hizo en 1973 la voz protagonista de Quadrophenia: “¿Puede ver mi verdadero yo, doctor?”.
Quadrophenia es un álbum del grupo The Who, que habla de los problemas que afronta un joven que padece una supuesta enfermedad mental llamada quadrofenia (algo así como una esquizofrenia doble), que en realidad era un pretexto para reunir en un solo personaje las cuatro personalidades de los integrantes de aquella banda británica.
Sí: la pregunta que me hago más a menudo es: “¿Cuál es el verdadero yo?”.
¿El que todas las mañanas se despierta angustiado, y más si el día esta lluvioso o gris o el que esa misma tarde tarde camina optimista y feliz porque acaba de encontrarse en la calle a un amigo que no veía hace meses?
¿El que se siente de 25 porque camina rápido o el que se declara acabado porque ya no puede correr media cuadra sin que le duela una rodilla?
¿El que saluda y se despide de vigilantes y señoras de los tintos en cuanta oficina visita o el que entrega de mala gana un documento en la recepción de un edificio?
¿El peatón que se enfurece cuando un carro se pasa un semáforo en amarillo o el que acepta que se pasen en rojo o hagan un cruce prohibido porque los pobres deben estar enloquecidos con la (in)movilidad de esta ciudad?
¿El que quiere quedarse a vivir en la ciudad amada hasta el fin de sus días o el que no ve la hora de salir corriendo de esa misma ciudad odiada?
¿El que considera que la humanidad es algo sublime o el que piensa que Homo sapiens es la peor plaga que se ha aparecido por la Tierra?
¿El anticlerical o el que se deslumbra con las catedrales y la música sacra?
¿El que se entusiasma al ver todos esos edificios nuevos que le dan un aire moderno a la ciudad o el que se enfurece al ver todos esos edificios nuevos que no tienen nada que ver con la arquitectura de la ciudad?
¿El que examina con lupa el contenido calórico de una barra de cereal antes de decidirse a morderla o el que manda todo al diablo y se come sin agüero una milhoja?
¿El que está empeñado en descifrar lo que le depara un futuro que parece incierto o el que encuentra destellos de felicidad en el diminuto territorio del “aquí y ahora”?
¿El que piensa que todavía tiene 40 años por delante o el que considera que ya ha vivido más que suficiente y que debería estar muerto? ¿Puede ver mi verdadero yo, doctor? (Continuará).
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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