Las canas son bellas e inspiran respeto, tanto en los hombres como en las mujeres. ¡Arriba las canas!
iempre me han llamado la atención las canas. No es un asunto reciente, ni desde que las canas empezaron a poblar mi barba, hace ya más de una década. No. Desde que era joven he apreciado, admirado y hasta envidiado las canas. Las canas de los mayores, las de los canosos prematuros y también las canas artificiales. Canas que no son canas sino cabelleras tinturadas de blanco, como la de Andy Warhol. De hecho, es muy probable que mi fascinación por las canas (no sólo por verlas sino también por tenerlas) sea una de las consecuencias que provocó la gran admiración que sentía por Andy Warhol cuando descubrí el pop art, por allá en sexto de bachillerato. O grado once, como se llama ahora.
Recuerdo que a mediados de los 80 un amigo pelinegro se tiñó el pelo de blanco, y me torturaba pensar que yo era incapaz de hacer lo mismo porque no tenía la suficiente personalidad. Cuando vi la película Blade Runner envidié las canas del replicante Roy Batty. Y así cien ejemplos más.
“Entre más canas, más ganas”, dice el dicho. Y parece que yo estoy condenado a quedarme con las ganas de tener canas. Sí me llegaron ya, pero en la barba y en los pelos del pecho. En la cabeza no, aunque espero que me salgan antes de que se me acabe de caer el poco pelo que me queda.
Todo este largo preludio tiene la finalidad de expresar que no hablaré de las canas por un tema de resignación o de aceptación de lo inevitable sino, todo lo contrario, para afirmar que me encantan. Las personas suelen aterrarse con sus propias canas, así como con sus arrugas. Y, en ambos casos, existen dos actitudes: o se disimulan o se asumen con orgullo. No diré que con dignidad porque cada quien es dueño de sus gustos, y me parece perfecto que quienes no se sienten a gusto con sus canas las disimulen con tinturas o (sería mi caso) afeitándose la barba.
Entiendo a las mujeres que intentan disimular las canas a como dé lugar, porque ellas llevan la peor parte. La sociedad mira y juzga con distintos ojos las canas en los hombres y en las mujeres. Mientras que a las mujeres con canas se las suele matricular de desaliñadas, descuidadas o sencillamente de ancianas, a los hombres con canas se les califica de “interesantes”, un adjetivo difuso y vacío que, en la práctica, significa cualquier cosa, o sea nada. En los hombres, las canas suelen verse como sinónimo de experiencia y sabiduría. En las mujeres, de decrepitud. Y eso es, además de muy injusto, totalmente falso.
Aunque percibo que son cada vez más las mujeres de 30, 40 y 50 años que lucen sus canas con orgullo. Conozco a muchas mujeres que no sólo aceptan sus canas sino que han sabido utilizarlas para darle realce a su rostro, a su figura y, más importante aún, a su personalidad. Así se contraríen los paradigmas y las creencias establecidas, una melena canosa es muy sugerente. Intrigante. Atrae las miradas. Uno suele preguntarse quién es esa persona que no le tiene miedo al paso de los años y que asume su edad con tanta seguridad. Dicen que las canas inspiran experiencia y sabiduría. Para mí esos son dos atributos que hacen atractiva a una mujer.
Por eso considero que las mujeres se ven regias con sus canas. Yo, por ahora, seguiré aceptando los cada vez más reducidos parches oscuros que aún persisten en mi barba. Espero con impaciencia que desaparezcan por completo y que las canas invadan lo poco que me queda de pelo. (Continuará).
*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.
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