Aunque no me considero una madrastra vieja y malvada, admito que no ha sido nada fácil ejercer este rol. Acá comparto lo que fue, lo que aprendí, en lo que vamos, y la armonía que hemos logrado.
¿A qué edad se supone que una mujer se convierte en madrastra convincente? ¿Es requisito ser medio malvada? Vine a escribir esto para contestar estas preguntas y revelar cómo ha sido, a mis 40 años y en carne propia, mi recorrido como madrastra.
Mi historia comienza hace ocho años, cuando conocí al que hoy es mi esposo, el amor de mi vida. En marzo de 2014, decidí emprender vuelo a Los Ángeles porque sentí que no había nada para mí en Colombia. Con la ayuda y el apoyo de mi madre tomé un avión rumbo al sur de California. Recibí un mensaje de mi amiga Marcela tres días después de haber llegado preguntándome si ya había bajado Tinder a mi teléfono. Honestamente, no sabía de qué hablaba, pero ante su insistencia, decidí darle una oportunidad a la tal aplicación. De inmediato, la mayoría de las citas fueron un desastre. Después de un tiempo me di cuenta que nada de lo que estaba encontrando era lo que quería o necesitaba. Por ende, me rendí. No borré la aplicación, pero la dejé inactiva.
En agosto de ese mismo año, después de ver que Los Ángeles no era para mí (no tenía ni plata, ni trabajo, ni prospectos de absolutamente nada), y con la ayuda de una amiga y su hermana, aterricé en Atlanta, ciudad que en mi vida se me había pasado por la cabeza. Unos días después, un muchacho llamado Seth y yo hicimos lo que en Tinder llaman match. Sin embargo, la cosa quedó así por un tiempo. Yo no hablé, él no habló. En septiembre regresé a mi natal Barrancabermeja y al caballero se le ocurrió escribirme (algo tarde). Nos seguimos la cuerda, hubo coqueteo y cortejo aquí y allá, y de esa forma, duramos hablando un año entero vía Skype, hasta que decidimos que era hora de vernos. A finales de octubre de 2015 abordé un avión de vuelta a Atlanta y el Día De Acción De Gracias, frente a sus padres y los míos (conectados desde Colombia), me propuso matrimonio. Dije que sí.
Cuando le dije que sí yo era consciente de que todos los seres humanos tenemos un pasado que usualmente se queda allá, atrás. Sin embargo, en algunas ocasiones ese pasado se convierte en el presente, y ese presente es permanente. Nuestro presente (en el doble sentido de la palabra) era Beatrix, una niña rubia de profundos ojos azules de seis años, concebida en una relación previa.
A los tres meses de estar comprometidos, me mudé del todo a Atlanta. Seth y yo nos casamos y empecé mi rol como la madrastra de Beatrix.
Como era de esperar, no fue nada fácil. En Colombia yo era profesora de inglés y lidiaba con niños de la edad de Beatrix todos los días. Muy inocente o torpemente creí que con mi hijastra sería igual. A esta realidad hecha reto se le sumaban los malabares que hacíamos con la mamá de la niña para que todo fluyera y, por supuesto, todo fue un espectacular desastre. Yo me preguntaba todo el día, todos los días, las razones por las cuales no estaba funcionando, especialmente si yo estaba dando el cuerpo y alma por el bienestar de la niña. Pero Beatrix, al aparecer, me odiaba.
Uno de los incidentes que más me marcó fue una tarde en la que Bea perdió el control de sus emociones y gritando le dijo a su papá: “¡La acabo de conocer y no es justo que ahora ella viva con nosotros!”. Algo dentro de mí se rompió. ¿Cómo procesar un rechazo de esta magnitud? ¿Por qué no me quería? ¿Por qué, al menos, no le caía bien?
Después de esa tarde entró en efecto, y se instauró a diario, otra de sus peripecias: se me empezaron a desaparecer cosas que, luego descubrí, ella se llevaba a casa de su mamá.
Siete meses después de haberme casado con Seth, quedé embarazada. El nacimiento de nuestro hijo Sebastian cambió todo, incluída mi perspectiva como madrastra. La cantidad de errores colosales que cometí en mi post-parto y las etapas dolorosas que viví en mis inicios como madre serán contadas en otra ocasión, pero después de todo ese caos tuve tiempo de repensar mi rol como madrastra. Supe en esos instantes que no había hecho un buen trabajo.
Me senté con Beatrix a tener una conversación honesta y no solo le pedí perdón por los errores y las estupideces cometidas, sino que le planteé la situación hipotética de agarrar una máquina del tiempo, ir al momento en que nos conocimos y darle la oportunidad de que ella me dijera qué hacer para volver la convivencia más agradable. Bea, como siempre muy vocal y brutalmente sincera, me dijo varias verdades.
“Yo me preguntaba todo el día, todos los días, las razones por las cuales no estaba funcionando, especialmente si yo estaba dando el cuerpo y alma por el bienestar de la niña. Pero Beatrix, al aparecer, me odiaba”.
1. El disparate de intentar “ganármela”.
Beatrix me dijo que le había puesto un exceso de esfuerzo a que la relación funcionara. Me hizo entender que ese esfuerzo estaba enfocado únicamente en función mía, la madrastra, sin tomar en cuenta los sentimientos o pensamientos de ella, la niña. Por ejemplo, recién llegada a la casa le di regalos y le prometí que todo estaría bien. Le decía lo mucho que la quería y lo linda que era. Eso, iniciando una relación, puede sonar muy fuera de lugar. También puede generar sentimientos de culpa en la niña, porque su lealtad va a su padre, no a su madrastra.
2. Haberla tratado como si fuera mi hija.
En muchas oportunidades tuve el atrevimiento de decirle a Bea qué hacer, cómo comportarse, qué comer, qué no comer, y, creanlo o no, decirle que ella era como mi hija. No debí haber dicho eso. A Beatrix nunca le cayeron bien esas acciones y palabras. Al final del día ella ya tiene mamá y no necesita, y sobre todo no quiere, otra.
3. Haber forzado una nueva rutina en casa.
Seth y Bea tenían su rutina, su forma de vivir de acuerdo también con las expectativas de la mamá de la niña. Yo, al estar en mi propia fase de adaptación, forcé mi punto de vista de cómo deberíamos vivir. Error. Ejemplo de esto es que yo estaba aterrorizada de la cantidad de golosinas y chucherías que había en la casa. Cometí la insensibilidad de un día deshacerme de todo lo que yo consideraba malo en la dieta, sin tomar en cuenta que esas golosinas eran parte del postre de papá e hija después de las comidas. Hice lo que yo creía y creía que eso debía ser respetado. Qué despliegue de ego y ridiculez de mi parte.
Hoy en día Beatrix tiene 13 años y cada vez que puedo, le compro un brownie en la tienda de bagels en la que a veces desayunamos. Brownie en mano ella me cuenta sobre su colegio, su amor por el animé, y sobre su mejor amigo (que se hace llamar) Yuki.
4. Yo siempre fui la intrusa, hasta que ella decidió que ya no lo era.
Esto no solo lo tuve que entender, también lo tuve que aceptar sin protestar. Ahora sé que la hija de mi pareja me veía como el resultado de la relación fallida de sus padres. Estamos hablando de que papá se enamoró de una individua completamente extraña y que ahora toca compartir el cariño con dicha individua que salió de la nada (bueno, de Tinder) para venir a sacudir y a estorbar. ¿Qué sentiría usted si alguien ajeno a su casa llegara a dormir en la cama de su papá?
Después de este diálogo, mi relación con Bea (y hasta con su mamá), mejoró considerablemente.
Siempre que leo artículos escritos por madrastras y padrastros se enfocan desde el punto de vista de ellos y no de los niños. No podemos caer en la equivocación de que sólo nuestra experiencia es la que cuenta. Las respuestas a cómo tratar de crear una relación sana con nuestros hijastros e hijastras no está en los libros de autoayuda, no está en los psicólogos infantiles, psiquiatras o coaches. Las respuestas las tienen los niños.
A mí me funcionó escuchar a Beatrix y, sobre todo, no dejarle a ella sola la tarea de adaptarse a una nueva familia. Ahora sé que es mi deber de madrastra. Ya no estoy tratando de cambiar el pasado, ni el presente, ni la relación entre Seth y su hija. Y lo que más nos ayudó a todos en esta casa: logré aceptar y adueñarme de los errores que cometí. Ya no uso excusas ni argumentos tontos y ya no los justifico.
El recorrido como madrastra es largo y lleno de espinas. Escuchar, observar con atención y actuar bajo esos parámetros incrementan la posibilidad de que el camino naturalmente pode las espinas. Y con consistencia, finalmente se llega a la meta: ser familia.
Dedicado a Beatrix, quien me enseñó no solo a ser madrastra, sino madre y mejor persona.
Dejar un comentario