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Bienestar Colsanitas

Apendicitis en Roma

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Una apendicitis además de dolorosa puede ser molesta, más si llega en medio de unas vacaciones o en medio de una luna de miel. La autora cuenta su experiencia.

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e casé en noviembre y tuve que esperar hasta enero para laluna de miel. Mi marido y yo teníamos que trabajar así que, siendo él italiano, aplazamos el viaje para enero y así matar dos pájaros de un tiro: presentarme a su familia y tener una luna de miel como las que salen en televisión.

Llegamos un 20 de enero al pueblo de mi nueva familia. Los italianos comen y toman más que los colombianos. Una tarde de asado colombiano no tiene alka seltzeres que envidiarle a una tarde de pastas, panes, jamones y botellas de vino de una tarde familiar en Italia. Cada tío, primo y nuevo conocido significaba otra última cena. Pero como estábamos en plan de paseo, nunca dijimos no. Fueron diez días celebrando de nuevo nuestra unión.

El plan era salir para Roma el 30 y estar una semana allá, ahora sí de luna de miel. La tía que mejor cocina, lo que ya es un chiste, nos invitó a una cena de despedida. Creo que pensaron que nunca más nos volverían a ver y sirvieron comida para un batallón: todo delicioso, pero por toneladas.

Llegamos a la casa en la que nos hospedamos, hicimos maletas, guardamos todo en el carro y pusimos los despertadores a las cuatro de la mañana. Nuestro plan era salir a las cinco.

Como a las nueve de la noche comencé a sentir malestar de estómago y se lo achaqué a todo lo que comimos. Era tarde y ya no encontraría farmacias abiertas para comprar algún antiácido. Hacía las once comencé a sentir unos retortijones horribles en el bajo vientre. Sentía ganas de orinar pero al ir al baño no hacía nada. En el cuarto intento por ir al baño ya no podía ni poner el pie en el piso del dolor tan intenso.

Mi marido se dio cuenta y me dijo que me vistiera y nos fuéramos para la clínica. Eso parece una apendicitis, dijo. El despertador sonó cuando nos estábamos montando al carro. El recorrido hasta el pueblo vecino, donde está el hospital de la región, usualmente toma 20 minutos, pero yo creo que lo hicimos en 10.

APENDICE

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A mí nunca me habían operado, nunca me habían puesto anestesia general, nunca había ni siquiera dormido en una clínica. Se me despertó una mamitis terrible y yo pensaba en una cirugía lejos de ella. Pregunté si podía esperar para operarme en Colombia, pero me dijeron que no, que una apendicitis no da espera”.

 

Cuando llegamos a la clínica ya estaba llorando del dolor. Nos atendieron rápido, mi marido entregó la tarjeta AssistCard y mi pasaporte y nos pasaron inmediatamente a un consultorio. Primero me atendió un médico general que después de tocarme el estómago y hacerme algunas preguntas pareció confirmar las sospechas de mi esposo: apendicitis. Me tomaron una muestra de sangre y mientras esperaba los resultados, y para descartar otras posibilidades, me remitió a una ginecóloga que me hizo una ecografía.

El médico llegó adonde yo estaba con un cirujano y ahí me llené de pánico. A mí nunca me habían operado, nunca me habían puesto anestesia general, nunca había ni siquiera dormido en una clínica. Se me despertó una mamitis terrible y yo pensaba en una cirugía lejos de ella. Pregunté si podía esperar para operarme en Colombia, pero me dijeron que no, que una apendicitis no da espera.

Mi nerviosismo aumentaba porque no entendía nada. Como no sé italiano, mi esposo tuvo que traducir mis gritos y las preguntas del médico. A esa hora no tenía sentido llamar a mi casa a avisar, era la una de la mañana en Cali y no podía llamar a mi mamá a decirle que se me había presentado un problemita y me iban a operar. Le hice prometer a mi esposo que en cuanto fuera una hora decente iba a llamar a mi familia a contarle lo que había pasado.

Me desperté después del medio día. Estaba en una camilla rodeada de cortinas blancas y conectada a una bolsa de suero. Al rato me pasaron a un cuarto y pude ver a mi esposo.

Como dicen los médicos, la operación fue un éxito: me quedé sin el apéndice y con cuatro heridas pequeñas pues fue una laparoscopia. Estuve dos días en el hospital –el segundo día ya me dieron comida– y el resto de mi luna de miel la pasé en la casa de mi suegra. Aunque todo había salido muy bien y sin mayores problemas, la recuperación fue lenta: una semana larga en la que uno no puede hacer fuerza, agacharse ni caminar mucho. Ella se portó como una madre, se aguantó mis lloradas, me conseguía hielo para ponerme en la herida dos veces al día, y me daba las medicinas a tiempo.

La luna de miel se nos volvió a quedar en veremos.

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